La guerra de Ucrania acaba de entrar en su tercer año y todo indica que difícilmente habrá un cuarto, aunque Zelensky se desgañite reclamando más ayuda a EEUU y la UE o Macron lance la bravata de enviar tropas.

El pasado 21 de febrero, el Gobierno de Kiev se vio obligado a retirar sus tropas de Avdiivka, en el Donbás, ante el avance contundente del ejército ruso. Este revés ha vuelto a desatar las alarmas en todas las capitales occidentales, y las voces a favor de un acuerdo que reconozca las conquistas rusas en Ucrania, se multiplican en todos los ámbitos. La idea peregrina de que el respaldo económico y militar al régimen ucraniano puede seguir indefinidamente ha sido desechada.

Confirmando lo que señalábamos en un nuestra última declaración, los elementos decisivos de la guerra imperialista en Ucrania son el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y la cohesión interna de los contendientes directos y sus aliados internacionales.

En ambos terrenos, la superioridad del bloque imperialista conformado por China, Rusia y otros países se ha demostrado en los hechos. Por supuesto que el imperialismo norteamericano conserva todavía un poderío económico y militar que le permitirá seguir dando muchos golpes para intentar frenar su decadencia. Pero, tras la Gran Recesión de 2008 y la pandemia, después de su humillante derrota en Afganistán, este nuevo fracaso en Ucrania, y los efectos de haber arrastrado a Europa a este escenario, constituyen un hito decisivo en su declive. Las consecuencias para las relaciones internacionales y en la política interna de los países occidentales serán de largo alcance. 

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En el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y en su cohesión interna, la superioridad del bloque imperialista conformado por China, Rusia y otros países se ha demostrado en los hechos. 

Genocidio en Gaza

Los acontecimientos de Ucrania están desatando efectos centrífugos en el bloque de países que, hasta hace pocos años, se sometían sin discusión a la voluntad de Washington.

El auge de China y su robusto músculo productivo y exportador ha hecho bascular a numerosos países hacia Pekín durante la última década y media. El acercamiento de Arabia Saudí es un buen ejemplo de cómo un aliado incondicional de Estados Unidos se distancia buscando no solo beneficios comerciales, sino también la protección para su seguridad interna que le proporciona el acuerdo propiciado desde Pekín con su archienemigo tradicional, Irán.

Países de la OTAN, como Turquía, y otros con fuerte presencia militar estadounidense, como Filipinas, ponen su propia agenda por delante de las conveniencias de la potencia yanqui.

Quizás el mejor indicador del laberinto en el que está atrapado Estados Unidos en esta nueva etapa, lo representa su política hacia el genocidio que el Gobierno sionista de Netanyahu está cometiendo en Gaza. Israel ha dependido desde su fundación de la ayuda militar y económica norteamericana. En el contexto de la Guerra Fría con la URSS, el imperialismo estadounidense encontró en Israel un excelente aliado para controlar los hidrocarburos de Oriente Medio y para aplastar cualquier conato de revolución en el mundo árabe, de modo que lo regó con cientos de miles de millones de dólares para impulsar su economía y dotarse paralelamente de un enorme poder militar, armas nucleares incluidas.

Pero esa ayuda tenía un precio. Estados Unidos decidía la agenda del Gobierno israelí a la hora de llevar a cabo sus planes expansionistas y belicistas para no poner en peligro los equilibrios geopolíticos de la región o la estabilidad de sus aliados árabes. Esto fue lo que ocurrió en 1956, cuando Israel tuvo que retirarse de los territorios egipcios ocupados tras la invasión del Canal de Suez, o en 1979, cuando fue forzado a aceptar un acuerdo de paz con Egipto, que obviamente cumplía satisfactoriamente con los objetivos de la agenda imperialista de Washington.

Actualmente las cosas son diferentes. Haciendo una lectura de la derrota estadounidense en Ucrania, Netanyahu sabe perfectamente que es el único aliado sólido con el que Washington cuenta en la región, y utiliza esa baza a fondo para imponer su política genocida y colonialista sin condiciones ni presiones. Se mofa abiertamente de los hipócritas llamamientos de Estados Unidos y de la UE para que la matanza de Gaza se modere, al tiempo que les exige apoyo incondicional. Sabe perfectamente que ni la clase dominante de EEUU ni la de Europa van a ponerle ningún límite, tal como la deplorable resolución del Tribunal de Justicia internacional ha sancionado.

Es cierto que no pocos Gobiernos occidentales temen que la ola de movilizaciones contra el genocidio que recorre el mundo puede convertirse en un factor de inestabilidad interna. O que incluso Biden vea amenazada su reelección por el rotundo rechazo de una gran parte del electorado demócrata a su respaldo incondicional al régimen sionista. Pero la diplomacia estadounidense ya no tiene la capacidad para condicionar lo que hacen sus aliados de Tel Aviv. Por eso Biden apoya y seguirá apoyando a un Gobierno supremacista y de extrema derecha sionista, por mucha lágrima de cocodrilo y paquetes de comida que lance sobre la población martirizada y hambrienta de Gaza.

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Netanyahu sabe que es el único aliado sólido de Washington en la región, y utiliza esa baza a fondo para imponer su política genocida y colonialista. Se mofa abiertamente de los hipócritas llamamientos de EEUU y de la UE para que la matanza de Gaza se modere. 

Este es el papel del Partido Demócrata: desplegar una agenda militarista e imperialista agresiva, que desnuda a su líder y a aquellos supuestos “izquierdistas” como Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders que se arrastran detrás del establishment demócrata. El mismo seguidismo nauseabundo que vemos aquí por parte del Gobierno de Pedro Sánchez y de su palmera mayor, Yolanda Díaz.

Los fracasos exteriores y su reflejo en las crisis internas

Las próximas elecciones norteamericanas de noviembre nos ofrecerán una buena medida de la derrota en Ucrania. Como hemos explicado recientemente, el retorno de Trump señala las consecuencias de los fracasos exteriores del imperialismo estadounidense y de una polarización social interna que no deja de crecer.

La estrategia de la Casa Blanca en la guerra de Ucrania, y su determinación por salvaguardar su primacía en el viejo continente frente a otros actores imperialistas como China y Rusia, están alimentado nuevas contradicciones y divisiones en la clase dominante. En estos momentos, la ayuda financiera y militar a Ucrania se encuentra paralizada por la oposición de los republicanos, que consideran que el factor fundamental para la supervivencia de su poder imperialista es la batalla económica contra China y quieren pasar la patata caliente de Ucrania a sus aliados europeos.

Pero este esquema político es también un callejón de difícil salida. El destrozo cometido por EEUU en Europa, el hecho de que la economía alemana esté hecha unos zorros y la extrema derecha germana avance con paso sólido, crea dificultades nada despreciables a Washington de cara al futuro inmediato. La demagogia nacionalista de AdF, como la de otras formaciones de extrema derecha de Europa, pasa por un discurso anti americano cada día más evidente. Esa es una buena razón para que un reaccionario, imperialista y anticomunista como Putin  muestre su satisfacción sin apenas disimulo.

Pero seamos concretos. La política de Biden con relación a China no es distinta a la aplicada bajo la presidencia de Trump. Al contrario, la Administración demócrata ha lanzado nuevas rondas de sanciones comerciales y ha tratado de boicotear los avances chinos en sectores tecnológicos clave. El resultado ha sido un completo fiasco. La revista The Economist, la biblia económica de los neoliberales, reconocía en enero que el ritmo de la inversión china en innovación estratégica (Inteligencia Artificial, coche eléctrico, energías renovables, etc.) sobrepasaba con mucho el de Estados Unidos.

La respuesta de Biden ante esta derrota ha sido endosar la factura de su decadencia a Europa, y seguir librando una guerra de clases interior contra los trabajadores. Centrándonos en el primer aspecto, su Ley para la Reducción de la Inflación tiene como eje el intento de atraer a territorio norteamericano industrias radicadas en suelo de la UE. Y está teniendo éxito, con Alemania como principal perjudicado.

A cierre de 2023 la economía alemana presentaba un balance desolador[1]. El retroceso de su PIB en un 0,3% o la caída de las exportaciones no es el peor dato. Lo más grave es la caída de la inversión, que en el sector clave de la economía alemana, el de fabricación de maquinaria y bienes de equipo, ha sido del -3,5%.

Hace un año, una encuesta de la Cámara de Comercio e Industria alemana señalaba que una de cada diez empresas del país estaba pensando en trasladar su producción a otros países, particularmente a Estados Unidos. Esta huida de inversiones, que solo acaba de empezar, anuncia importantes conmociones sociales en Alemania y en toda Europa.

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La estrategia de la Casa Blanca en la guerra de Ucrania, y su determinación por salvaguardar su primacía en el viejo continente frente a otros actores imperialistas como China y Rusia, están alimentado nuevas divisiones en la clase dominante. 

Estos factores atizan la demagogia chovinista de la extrema derecha alemana, que además se beneficia, tal como explicamos en un artículo publicado a finales de enero, de la bancarrota de esa izquierda colaboracionista y procapitalista del SPD, del militarismo de los verdes, y de la implosión de Die Linke.

Este proceso se extiende por el viejo continente, con una izquierda del sistema que sigue insistiendo en la quimera de que es posible un capitalismo de rostro humano, socialmente responsable y amistoso con el medio ambiente, aunque lo que tengamos delante de nuestros ojos sea todo lo contrario.

En los países europeos donde gobierna la izquierda reformista (Alemania, Portugal, Estado español) el deterioro de los servicios públicos, el empobrecimiento de amplios sectores de la clase trabajadora y la degradación del medio ambiente son imparables, como también es imparable el reforzamiento de los rasgos represivos, autoritarios y bonapartistas del aparato de estado. Las similitudes con los años 30 son cada día más evidentes.

¡Únete a Izquierda Revolucionaria!

Los acontecimientos de los últimos meses confirman plenamente la perspectiva que los comunistas revolucionarios defendemos desde la crisis financiera de 2008. La decadencia del sistema capitalista, expresada en el enfrentamiento a muerte de las dos grandes potencias imperialistas de nuestro tiempo, anuncia que, de seguir así las cosas, la barbarie se extenderá con mayor rapidez.

Recientemente Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea declaró que “la amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible”. Está es la perspectiva que manejan los capitalistas de la civilizada Europa para aterrizar a la población, justificar sus billonarios gastos en armamento y la militarización de la sociedad.

¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados cuando estos políticos al servicio de la altas finanzas y los monopolios  desprecian vilmente la vida de millones? Por supuesto que no.

En los últimos años hemos sido testigos de enormes movilizaciones, de huelgas y levantamientos sociales. Hay una enorme rabia acumulada, un descontento que crece y se manifiesta en cuanto encuentra un cauce adecuado: contra la destrucción de la educación pública o del sistema sanitario, contra el coste de la vida, los bajos salarios y la explotación laboral, contra la hecatombe medioambiental, la violencia machista que nos sigue matando y violando, la transfobia, la represión ejercida desde el Estado contra los que se rebelan contra el orden existente, el trato inhumano y criminal a nuestras hermanas y hermanos inmigrantes… y sobre todo con el movimiento internacionalista que denuncia el genocidio sionista en Gaza y moviliza a millones de personas en el mundo.

Detrás de cada uno de estos motivos de resistencia y lucha subyace una misma causa, un sistema en decadencia que solo puede sobrevivir explotando más y más a las y los asalariados, destruyendo irreversiblemente los recursos de la naturaleza en aras de un beneficio obsceno, promoviendo las guerras, extendiendo la descomposición social para garantizar la supervivencia de un orden irracional, y el reforzamiento del poder del Estado para aplastar sin piedad las luchas de las oprimidas y oprimidos.

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La tarea, construir un partido comunista de combate y con una influencia real en la clase obrera y la juventud, no puede aplazarse. Eso es exactamente por lo que los comunistas de Izquierda Revolucionaria peleamos cada día. 

Es el momento de sacar conclusiones de todos estos acontecimientos. Las luchas antes mencionadas demuestran que no es fuerza y masividad lo que les falta a los constantes estallidos de rebelión. Lo que es necesario es unirlas para afrontar abiertamente al enemigo común a todas ellas. Combatir de forma aislada contra cada una de las consecuencias de la crisis capitalista ya no es suficiente. Hace falta unificar todas nuestras fuerzas en torno al único programa que puede ofrecer un futuro a la Humanidad, el programa de la revolución socialista.

Esta tarea, construir un partido comunista de combate y con una influencia real en la clase obrera y la juventud, no puede aplazarse. Eso es exactamente por lo que los comunistas de Izquierda Revolucionaria peleamos cada día en cada frente de la lucha de clases. Y ese es el motivo por el que te llamamos a unirte.

¡Ahora es el momento! Afíliate a Izquierda Revolucionaria!

 

[1]Alemania confirma una caída del PIB del 0,3% al cierre de 2023

 

Ilustración de portada creada por Miguel Rojas 

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