El próximo 9 de junio se celebrarán las elecciones europeas y todas las encuestas auguran un avance contundente de la extrema derecha. Qué lejos quedan en la memoria aquellos discursos que nos hablaban de la Europa de los derechos humanos, del estado del bienestar y la defensa de la democracia.
Hoy el proyecto europeo es un aborto político atravesado por una desigualdad y un empobrecimiento solo comparable al de los años treinta del siglo pasado, con una crisis salvaje de los partidos que han sido pilares del sistema (la derecha conservadora y la socialdemocracia), un aumento exponencial del militarismo y de la legislación racista y antidemocrática, y que ha tenido su colofón más despreciable en el apoyo indisimulado al genocidio sionista en Gaza. Todos estos factores se refuerzan por la decadencia de la UE como potencia imperialista, constatada nuevamente tras los catastróficos resultados cosechados en la guerra de Ucrania.
Este es el contexto que explica el avance del populismo de extrema derecha en todas sus variantes nacionales. En países decisivos su victoria parece asegurada. En Francia, Rassemblement National de Le Pen, con más del 30% de los votos, puede doblar al partido de Macron. En Italia, Meloni junto a Salvini pueden alzarse con una victoria sin paliativos. Las diferentes opciones ultraderechistas podrían convertirse también en las más votadas en Austria, Bélgica, República Checa, Hungría, Países Bajos, Polonia y Eslovaquia, y quedar en segundo o tercer lugar en Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumanía, Suecia y el Estado español.
Unos resultados que podrían convertir a la extrema derecha en la primera fuerza del Parlamento de Estrasburgo, superando al Partido Popular Europeo, si se juntan los dos grupos en que está dividida: los Conservadores y Reformistas Europeos, donde se integran Vox y Meloni, e Identidad y Democracia, donde se sitúa la Rassemblement National francesa y Alternativa por Alemania (AfD).
Este progreso deja al descubierto a las formaciones burguesas de la derecha tradicional que, abandonando definitivamente cualquier veleidad sobre un hipotético cordón sanitario, se preparan para ampliar los pactos con la extrema derecha tal como ya están haciendo desde hace años en el propio Parlamento europeo y en numerosos Gobiernos. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, o el líder del PP español se abren a acuerdos permanentes con Meloni sin mayor problema: “No me parece homologable a otros partidos de extrema derecha”, ha declarado Feijóo. Un movimiento que también ha aprovechado Le Pen para romper su alianza con AfD de cara a su integración en el grupo de Meloni y de Vox.
Y es que la derecha conservadora tradicional, esa “derecha democrática y moderna” por la que suspiran desesperadamente desde la izquierda gubernamental, no solo no hace ascos a estas formaciones, sino que avala y comparte su discurso racista contra la inmigración, su apoyo fanático al sionismo genocida, su chovinismo nacionalista, que va de la mano del militarismo y la guerra imperialista, y su defensa a ultranza de la cristiandad y la familia tradicional contra el comunismo y todo lo que huela a izquierda de verdad.
Esta tendencia en el terreno electoral no es ajena al Estado español, donde las encuestas pronostican la victoria del PP y un importante ascenso a Vox. Feijóo está planteando las elecciones europeas como un plebiscito contra el Gobierno de Pedro Sánchez, recrudeciendo su ofensiva, y Vox ha iniciado su campaña a lo grande llenando el Palacio de Vistalegre en Madrid con lo más granado de la ultraderecha europea y mundial. Se sienten fuertes y van a por todas.
¿Qué hay detrás del ascenso de la extrema derecha?
Como si de una pesadilla se tratara, asistimos a fenómenos que parecían desterrados del continente tras la experiencia bárbara del fascismo y el nazismo en los años 30. Pero, tal y como ocurrió en aquel momento histórico, este ascenso no es fruto de la casualidad. La crisis del capitalismo europeo, cada vez más débil y desplazado de la escena mundial, azuza la inestabilidad, la polarización y una lucha de clases cada vez más feroz.
La guerra de Ucrania ha supuesto un punto de inflexión, multiplicando los problemas económicos y sociales en el continente, y todo en exclusivo beneficio del imperialismo norteamericano. Alemania, el músculo industrial europeo, se enfrenta a la recesión y a una crisis sin precedentes de su industria, con la amenaza de numerosas deslocalizaciones empresariales a EEUU tras la guerra comercial emprendida por Biden. Francia continúa retrocediendo como potencia, acelerándose su humillante expulsión de sus antiguos territorios coloniales en África en favor de Rusia y de China. Tanto Le Pen en Francia como AfD en Alemania apelan al nacionalismo identitario, al pasado glorioso de la patria y llaman a luchar por “la paz” en Ucrania azuzando la demagogia contra Washington. Pero es difícil dar marcha atrás en la rueda de la historia. La imparable decadencia europea que alimenta a la ultraderecha supone también su talón de Aquiles.
La gran crisis capitalista de 2008 desnudó a la Unión Europea. Este proyecto de la oligarquía financiera y los grandes monopolios no dudó en utilizar billones de euros de los presupuestos públicos para garantizar su supervivencia y ganancias obscenas, al tiempo que imponían políticas de austeridad salvajes que hundieron en la miseria a la clase trabajadora y la juventud, y empobrecieron a amplios sectores de las clases medias. Esta realidad, que no ha dejado de profundizarse posteriormente con la crisis del covid y la guerra imperialista en Ucrania, ha ido ensanchando la base de apoyo a la extrema derecha.
El crecimiento de la ultraderecha es el resultado directo de la descomposición capitalista y la crisis que corroe a la democracia burguesa, del fracaso rotundo de las políticas seguidistas de la socialdemocracia, pero también de todas las formaciones a su izquierda que han seguido inmersas en la colaboración de clases e implicándose en la gestión del sistema.
A pesar de que sectores claves de la burguesía no quieren en este momento una victoria de la extrema derecha, por ejemplo de AfD en Alemania, por miedo a una explosión social y a un recrudecimiento de la lucha en las calles, la realidad es que los vínculos de las grandes empresas con estas formaciones son cada vez mayores, entre otras cosas porque gobiernan ya en numerosos países europeos.
Con su demagogia agrupan el creciente descontento entre sectores de las capas medias arruinadas, pero también a sectores de pequeños y medianos empresarios que están haciendo enormes fortunas, como ocurre en el Estado español, Italia o Portugal, a través de la especulación inmobiliaria o de la industria agroalimentaria y el turismo, gracias a la explotación salvaje de una mano de obra inmigrante carente de cualquier derecho. Su furibundo anticomunismo conecta con estos sectores, que piden más contrarreformas para explotar sin límites a la clase trabajadora, acabar con cualquier tipo de regulación, ya sea medioambiental o urbanística, y reducir drásticamente sus impuestos aunque el precio sea demoler los servicios sociales.
Pero la demagogia de la extrema derecha no solo ha calado entre dichos sectores, también entre capas atrasadas, desmovilizadas y desmoralizadas de la clase obrera que, fruto de la desindustrialización y el cierre de empresas, y del retroceso de los derechos laborales y sociales impulsado, tanto por gobiernos conservadores como socialdemócratas, asumen su discurso contra las y los inmigrantes, culpándoles de la falta de empleo o vivienda, de la saturación de los servicios públicos o de la degradación de nuestros barrios.
Un discurso, xenófobo y racista, nacionalista y militarista, que corresponde a la perfección con las políticas impulsadas desde la Comisión y las instituciones europeas, tanto por el Partido Popular Europeo como por los socialdemócratas. Son ellos los que han cerrado hace menos de un año un infame pacto sobre inmigración que militariza aún más las fronteras; que endurece las condiciones en los centros de detención, auténticos campos de concentración donde las personas migrantes carecen de cualquier derecho; o que sigue suministrando fondos públicos a regímenes dictatoriales y corruptos como los de Turquía, Marruecos, Túnez, Mauritania y Libia para que internen a decenas de miles de refugiados sirios o afganos, o expulsen al desierto, condenándoles a la muerte, a cientos de inmigrantes subsaharianos.
Lo mismo podemos decir respecto al militarismo y el imperialismo de la UE y sus representantes. Von der Leyen y Borrell, la derecha “civilizada” y la socialdemocracia, no han dejado de batir los tambores de guerra, armando hasta los dientes al reaccionario régimen de Zelenski y prolongando la carnicería en Ucrania al dictado de la OTAN y del amo norteamericano; llamando a la militarización de la sociedad europea y aumentando los presupuestos militares a costa, por supuesto, de los derechos sociales; apoyando sin reparos el genocidio sionista en Gaza y manteniendo todas las relaciones económicas, diplomáticas y militares con el régimen israelí, del que son su primer socio comercial; o atacando sin reparos los derechos democráticos, como se ha visto con el movimiento de solidaridad con Palestina.
Y luego se quejan del ascenso de la ultraderecha. ¡Qué cinismo!
La socialdemocracia otanista impotente frente a la extrema derecha
Esto es lo que explica la completa impotencia de la socialdemocracia para frenar a la reacción. Y un buen ejemplo de ello lo encontramos aquí, en el Estado español, con un Pedro Sánchez que se ha erigido en la gran esperanza socialdemócrata europea.
A pesar de la victoria por la mínima en las elecciones generales del 23J, el Gobierno del PSOE-Sumar no deja de sufrir reveses electorales, allanando cada vez más el camino en favor del PP y de Vox. Pero la razón de este retroceso es la incompleta incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre los discursos y la realidad. Tanto el PSOE como Sumar nos hablan todos los días de que la economía va como un cohete, nos anuncian que no dejan de ganarse nuevos derechos y nos intentan convencer de que vivimos un progreso sin precedentes. Estos discursos son completamente ajenos a la realidad que vive día a día la clase trabajadora y los oprimidos, la base social de esta izquierda parlamentaria.
Todas las lacras que venía a combatir este Gobierno, y el anterior con Podemos, no han dejado de profundizarse. El precio de la vivienda se encuentra en máximos históricos, imposible para millones de familias obreras; la reforma laboral de Yolanda Díaz es impotente frente a la precariedad; la espiral inflacionista se ha comido los salarios hundiendo a millones de trabajadores en la pobreza, mientras el IBEX 35 y la banca obtienen beneficios históricos; la pobreza infantil alcanza nuevos récords; el turismo especulativo arrasa con los recursos naturales y destruye el medio ambiente, expulsando a los trabajadores de sus ciudades y barrios; la Ley Mordaza sigue aplicándose contra la izquierda que lucha, como se ha visto ahora con la entrada en prisión de los 6 jóvenes antifascistas de Zaragoza; la violencia contra la mujer no cesa, y se alimenta por una justicia patriarcal cada vez más reaccionaria y machista; y nuestros hermanos inmigrantes explotados son apaleados y asesinados en la valla de Melilla. Esta es la realidad tras la palabrería gubernamental.
Igual ocurre en el otro gran polo socialdemócrata europeo, el del Gobierno alemán encabezado por el SPD y Los Verdes, el gran aliado europeo del sionismo genocida, convertido en el mayor defensor de la guerra imperialista en Ucrania y principal proveedor de armas europeo, tanto de Zelenski como de Netanyahu, y un ejemplo de dureza en las políticas contra los inmigrantes.
Con estas políticas tan similares a las de la derecha, e incluso, como ocurre con la inmigración, a la ultraderecha, y donde la defensa de la OTAN y de la guerra es la nueva alternativa socialdemócrata, es inevitable el avance de la reacción. Unas políticas que empujan a la completa desconexión de una parte de la clase obrera, y de gran parte de la juventud, con esta izquierda gubernamental que se dedica todo el día al teatrillo, pero que a la hora de la verdad se pliega al gran capital y al imperialismo norteamericano.
A la ultraderecha se la vence en las calles con una alternativa revolucionaria
Tras el estallido de la crisis capitalista de 2008, asistimos a una profunda rebelión social por el continente europeo que dio lugar al surgimiento de potentes formaciones y movimientos de masas a la izquierda de la socialdemocracia: Syriza, Podemos, Die Linke en Alemania o Corbyn en Gran Bretaña, Mélenchon y la Francia Insumisa… Sin embargo, la inmensa mayoría de estas organizaciones asumieron el marco capitalista, considerando que entrar en las instituciones y Gobiernos burgueses era la clave para cambiar las cosas, abandonando la lucha en las calles, rompiendo cualquier vínculo con el programa del marxismo y del comunismo, y tratando de convencer, y no asustar, a la banca y los grandes monopolios capitalistas de la bondad de sus políticas. Hoy todos esos planteamientos utópicos yacen enterrados bajo las ruinas de estas organizaciones.
Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el Estado español con Sumar, un conglomerado de formaciones lideradas por Yolanda Díaz y en la que se integra también IU y el PCE, que en todos los asuntos de fondo se ha plegado al PSOE y ha actuado como un potente ariete en la campaña política y mediática para destruir a Podemos. Evidentemente la decadencia de esta izquierda, cuya mayor virtud es ser un instrumento a favor de la paz social, no es ajena a toda la experiencia política vivida con la formación morada.
La crisis de Podemos ha resuelto la hipótesis que sus dirigentes plantearon en 2019: “entramos en el Gobierno del PSOE para obligarlo a girar a la izquierda”. Después de cuatro años Sánchez sigue anclado en las mismas políticas, pero Podemos se ha calcinado tras una trayectoria gubernamental que solo ha servido para reducir sustancialmente su credibilidad y su capacidad de movilización.
La candidatura de Irene Montero, que sin duda es la que más a la izquierda se sitúa en estas elecciones de las fuerzas con representación parlamentaria, y que decenas de miles de activistas, de luchadoras y luchadores apoyarán en las urnas, no resuelve los errores estratégicos cometidos en estos años. Es indudable que Irene Montero, al frente del Ministerio de Igualdad, impulsó leyes realmente trasformadoras, aunque finalmente fueron edulcoradas o tumbadas por el PSOE y la reacción. Pero la cuestión de fondo no es la gestión al frente del Ministerio de Igualdad o utilizar un discurso más radical, sino la política global que se ha defendido en el Consejo de Ministros durante años, lo que se ha consentido y los enormes sapos que se han tragado.
Es cierto que ahora los dirigentes de Podemos alzan la voz con contundencia contra el genocidio sionista y exigen la ruptura de relaciones con Israel, o se posicionan en muchos casos contra las políticas del PSOE de una manera dura. Pero ¿habría sido igual si les hubieran cedido un puesto en el Consejo de Ministros? La noticia de la utilización de Maó como base de la OTAN para sostener la ofensiva israelí en Gaza, aprobada con Podemos en el Consejo de Ministros, lo pone en evidencia. Es esta falta de credibilidad la que explica donde se encuentran.
Podemos e Irene Montero podría obtener uno o dos diputados, y será sin duda positivo. Fuera del Gobierno mantienen una posición crítica frente la completa sumisión de Sumar ante el PSOE o frente a la fiel colaboración de ERC o EH Bildu con Pedro Sánchez. Sin embargo, si no se sacan conclusiones de los errores del pasado, si no se entiende que la lucha está en las calles y no en el Parlamento, y menos en el Parlamento europeo, no será posible reconstruir la organización que se necesita, una organización de combate que pase de los discursos a la acción.
A pesar de estas perspectivas electorales, los comunistas revolucionarios entendemos que la lucha de clases es algo más que votar cada cuatro o cinco años. Y así lo estamos viendo día a día, con el enorme movimiento de solidaridad con el pueblo palestino, nacido y organizado desde abajo, mediante la acción directa, ocupando ahora los campus universitarios y señalando a nuestros Gobiernos, ya sean ultraderechistas, conservadores o socialdemócratas, como cómplices del genocidio. Un movimiento que no puede esperar y que se está levantando al margen de esa izquierda gubernamental cuya política ha quedado reducida al peor de los cretinismos parlamentarios y a la defensa incondicional de la paz social y del régimen del 78.
La clase obrera y la juventud, como en otros momentos de la historia, a pesar de los reveses y las decepciones, se abrirán camino. Pero lo harán mediante la lucha de clases, confrontando a la ultraderecha y la reacción con una alternativa genuinamente socialista que ponga en la picota los intereses de sus amos, de los banqueros y los grandes capitalistas. Peleando para que la enorme riqueza que generamos la mayoría del pueblo trabajador sea expropiada a ese puñado de plutócratas que, de la mano de los Gobiernos capitalistas, siembran el mundo de miseria, guerras imperialistas y genocidios.
¡Contra la ultraderecha, contra el capitalismo, organízate con los comunistas revolucionarios!
¡Únete a Izquierda Revolucionaria!