Hace meses que el alborozo occidental sobre la “contraofensiva ucraniana” se ha apagado definitivamente. Un equilibrio inestable, marcado por pequeños pero constantes avances rusos en el frente este, se mantuvo durante semanas, hasta que el 10 de mayo las tropas rusas abrieron un nuevo frente en el norte de Ucrania, cerca de Járkov, la segunda ciudad del país y un importante centro industrial.

Por el momento, el despliegue militar ruso ha sido modesto y no ha alterado sustancialmente la situación. Los factores determinantes del curso de la guerra - el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y la cohesión interna de los contendientes directos y sus aliados internacionales - que hemos explicado en nuestras anteriores declaraciones y artículos, no han sufrido cambios significativos. Pero en estos últimos días el ánimo belicista de los países de la OTAN ha dado un paso adelante muy peligroso, fruto de su creciente desesperación.

Tanto Estados Unidos como varios países europeos, con el Gobierno PSOE-Sumar a la cabeza, han anunciado importantes aumentos de la ayuda militar a Ucrania y, en los últimos días, EE UU y Alemania han autorizado a Ucrania a atacar en territorio ruso con armamento procedente de la ayuda occidental, un paso que encierra un claro riesgo de escalada y que supone una auténtica provocación.

Parece que la experiencia de estos últimos tres años no ha enseñado nada a los jerarcas de la OTAN. Ni las sanciones ni los bloqueos han podido hacer mella en la capacidad industrial de Rusia que, con la ayuda de China y a través del comercio con países que no aplican sanciones (Brasil, India o Turquía, entre muchos otros) ha podido reconvertir su economía en una economía de guerra capaz de cubrir las necesidades militares sin imponer al mismo tiempo sacrificios a la población. El fracaso ha sido de tal magnitud, que hasta el comercio con EEUU y Europa, directo o a través de países intermedios, ha continuado.

EE UU y varios países europeos, con el Gobierno PSOE-Sumar a la cabeza, han anunciado importantes aumentos de la ayuda militar a Ucrania y EE UU y Alemania han autorizado a Ucrania a atacar en territorio ruso con armamento procedente de la ayuda occidental. 

Frente a esta correlación de fuerzas desfavorable a Occidente tampoco han servido de gran cosa las ayudas milmillonaria (más de 250.000 millones de euros hasta octubre de 2023) al Gobierno de Zelenski. Un pozo sin fondo donde una parte se pierde fruto de una corrupción endémica.

Una de las mayores debilidades del ejército ucraniano es la escasez de efectivos, que el Gobierno ha intentado compensar mediante una nueva Ley de Reclutamiento que ha levantado una fuerte oposición entre los jóvenes afectados y sus familias. Otro buen ejemplo de la moral que reina en el país y de lo lejos que estamos, frente a lo que han señalado algunos, de una guerra de liberación nacional.

Todo el mundo en Ucrania sabe que los hijos de los jerarcas del régimen de Zelenski no van al frente y dedican su tiempo libre a fiestas en las discotecas más lujosas de Kiev. A ello se unen los reiterados escándalos de corrupción en los servicios de reclutamiento que, mediante el pago de unos miles de dólares, permiten que los jóvenes de familias con recursos puedan eludir la guerra.

La nueva Ley recurre, a la desesperada, al reclutamiento de presos comunes para aliviar la situación en el frente, donde hay reclutas que llevan en las trincheras desde el inicio de la guerra. Pero nada de esto va a cambiar la patente situación de desventaja del ejército ucraniano.

La hegemonía china y la decadencia del imperialismo occidental

La ayuda militar a Ucrania se vio marcada desde el principio por una importante limitación: la insuficiente capacidad de la industria de los países occidentales para igualar la potencia industrial de China y sus aliados. Al igual que ocurre en otro muchos sectores (coche eléctrico, energías renovables, ferrocarriles, baterías eléctricas, etc.) los suministros necesarios para el funcionamiento de la industria bélica provienen en una gran medida de China, directamente o a través de socios comerciales donde se realiza el ensamblado final de componentes fabricados por empresas chinas. Europa puede aprobar grandiosos planes de ayuda militar a Ucrania, pero esos planes se estrellan contra su limitada capacidad de producir, por ejemplo, suficiente munición de artillería, cuya fabricación depende enteramente de las importaciones de algodón desde China.

Incluso la ayuda militar norteamericana ha puesto de manifiesto en el campo de batalla la debilidad de su industria. En un reciente reportaje de la CNN[1] militares ucranianos protestaban por la deficiente calidad de los tanques M1 Abrams, cuyo blindaje es inefectivo frente a las armas rusas. Además, estos tanques, que son el arma estrella del ejército norteamericano y que fueron utilizados ampliamente en la invasión de Irak, no resisten la lluvia y la niebla, que inutilizan sus circuitos electrónicos.

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Los tanques M1 Abrams, tienen un blindaje inefectivo frente a las armas rusas. Además, estos tanques, que son el arma estrella del ejército norteamericano no resisten la lluvia y la niebla, que inutilizan sus circuitos electrónicos. 

Con el decidido propósito de obstaculizar el desarrollo industrial de China, el presidente norteamericano, Joe Biden, siguiendo el camino abierto por Trump, no se cansa de imponerle nuevos paquetes de sanciones comerciales que incluyen la prohibición de suministrarle componentes considerados estratégicos y el aumento de los aranceles aduaneros a una amplia gama de productos, incluido los muy competitivos coches eléctricos chinos.

A pesar de que las sanciones de Trump ya demostraron sobradamente que dañaban más a la propia economía estadounidense que a China, Biden insiste en esa vía presa de una creciente desesperación frente al lento pero imparable declive del imperialismo norteamericano.

Es muy improbable que esa guerra comercial pueda llegar muy lejos, puesto que la mundialización de las cadenas de suministro, unido a que China genera el 35% de la producción industrial mundial, ha creado vínculos muy difíciles de romper entre las principales economías del mundo. Por otra parte, sectores fundamentales del capital financiero norteamericano siguen manteniendo cuantiosas – y muy rentables – inversiones en empresas chinas. Apple, Nvidia y otros buques insignia del capitalismo yanqui, dependen enteramente de proveedores radicados en China, para los que a corto y medio plazo no se vislumbra alternativa.

El único camino que le queda al Gobierno norteamericano es intentar mantener un delicado equilibrio entre las sanciones y la cooperación para que las zancadillas que le pone a la economía china no se vuelvan en su contra.

La hostilidad económica se complementa con una presión militar creciente contra China y su principal aliado, Rusia, como se ha plasmado en la más reciente doctrina de la OTAN, que señala China como principal amenaza para Occidente, y no descarta el uso del arma nuclear para hacerle frente. El suministro de armamento puntero norteamericano a Taiwán, es parte de esa agresiva estrategia del ultrabelicista Biden.

Pero, al igual que ocurre en el terreno económico y comercial, ni Estados Unidos ni Europa Occidental tienen interés por desencadenar un conflicto a gran escala, cuyos resultados serían sin duda catastróficos para los intereses de sus clases dominantes.

La reacción masiva en todo el mundo occidental ante el ataque genocida a Gaza es un serio aviso a sus gobernantes. Biden podría perder la presidencia a causa de su apoyo incondicional a Israel y maniobra a la desesperada para promover un plan de “paz” que le permita recuperar terreno frente a Trump. Sin embargo, ni siquiera está siendo capaz de disciplinar a su principal aliado, el Estado de Israel, con un Gobierno ultraderechista descontrolado. Es lo que pasa cuando tus aliados son nazis.

En Europa los Gobiernos no solo se enfrentan a una protesta cada vez mayor contra sus políticas pro sionistas, contra la que nada puede la batería de medidas represivas y antidemocráticas que están aplicando con dureza extrema, sino que las divisiones acerca de la ayuda a Ucrania siguen profundizándose.

El malestar de la población Europea ante la pobreza, la precariedad creciente y el deterioro de las condiciones de vida, que se profundizarán en los próximos años a causa de la decadencia de la economía alemana, es cada vez más evidente. El apoyo incondicional a la política de Estados Unidos en Ucrania ha tenido un coste enorme para la población europea. Las sanciones contra el gas ruso obligaron a Europa a comprar gas norteamericano, cuatro veces más caro que el ruso. Y por si fuera poco, periodistas de Reuters, en un artículo publicado a finales de mayo[2], explicaban que el 63% del gasto militar de la UE se lo quedan empresas norteamericanas.

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Para frenar el desarrollo industrial de China, Biden, siguiendo el camino de Trump, le impone sanciones comerciales. Esta línea ya ha demostrado que daña más a la economía estadounidense que a China. 

No es de extrañar, por tanto, que el apoyo a Ucrania haya generado profundas grietas en la opinión pública de los países más afectados por el conflicto. En Polonia y Rumanía ha habido grandes movilizaciones campesinas contra las importaciones de grano ucraniano y sus Gobiernos han tenido que establecer barreras comerciales. En Eslovaquia, con un Gobierno que, como el de Hungría, no oculta sus simpatías por Putin, acabamos de presenciar un atentado que casi le cuesta la vida al primer ministro Robert Fico.

La grieta provocada por el conflicto ucraniano también ha llegado a la extrema derecha, escindida entre un ala completamente otanista y pronorteamericana, encabezada por la jefa del Gobierno italiano Giorgia Meloni, y un ala prorusa, encabezada por Alternativa por Alemania. Sea cuál sea el resultado de las elecciones europeas de junio, lo que es seguro es que la escalada militarista en la que se han embarcado los países de la Unión Europea generará una profunda inestabilidad política y social, beneficiando a corto plazo a la ultraderecha.

Jugando con fuego. Provocaciones desesperadas contra Rusia

En los últimos días los principales países occidentales, con Estados Unidos, Alemania y Reino Unido a la cabeza, han dado un arriesgado salto adelante en su escalada belicista, autorizando al ejército ucraniano a atacar objetivos militares en territorio ruso con el armamento proporcionado por ellos.

Supuestamente, los ataques en suelo ruso deberían limitarse a instalaciones militares que están participando activamente en bombardeos contra Ucrania, y siempre en un radio geográfico próximo a la frontera ucranio-rusa. Pero una de las primeras acciones ucranianas tras recibir esta luz verde fue la destrucción de algunos de los radares de la defensa antinuclear de Rusia, dejando a una parte del país inerme ante posibles ataques con misiles intercontinentales. Este ataque ha provocado, según la prensa norteamericana[3], “preocupación” en el Pentágono ante la más que probable reacción de Moscú.

Pero esta preocupación ante una escalada no parece atenuar el ardor guerrero de los gobernantes europeos. El presidente francés Emmanuel Macron, acaba de anunciar que enviará instructores militares a Ucrania, y Reino Unido, Lituania y Estonia se han manifestado dispuestos a seguir su ejemplo. Son precisamente los países bálticos los que más avivan la llama de la guerra, incluso ofreciéndose a la OTAN para albergar armamento nuclear en su territorio. El ministro de Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, ha expresado lo que es hasta el momento el mayor disparate belicista[4] escuchado en Europa: no hay que preocuparse por una guerra nuclear porque “el ejército ruso no está equipado para luchar sobre el terreno en un entorno contaminado... No debemos caer en la autodisuasión ante esta amenaza”.

Es muy posible que los gobernantes occidentales no tengan en sus planes una guerra generalizada, que tendría consecuencias imprevisibles. Pero todos los pasos que están dando, forzados por su empeño en mantener la posición hegemónica que han impuesto al mundo durante décadas, suponen jugar con fuego.

Los retrocesos del imperialismo norteamericano y europeo, no solo en Ucrania, sino ahora con el genocidio sionista en Gaza, que ha puesto en completa evidencia su cinismo y doble moral, y su brutalidad sin límites contra los pueblos y los oprimidos, no dejan de acentuarse.

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Solo una movilización decidida de la clase trabajadora y de los jóvenes, con un programa internacionalista, que señale la raíz del problema, que es que la guerra imperialista es consecuencia directa del capitalismo, podrá frenar esta peligrosa escalada belicista. 

Su descrédito no hace más que agravar su decadencia política, en beneficio de un polo imperialista, el de China y Rusia, que si bien están lejos de las atrocidades y crímenes cometidos por Occidente, actúan en la escena mundial en defensa de sus intereses capitalistas e imperialistas. De ahí su negativa también a tomar medidas concretas, más allá de los discursos, contra el Gobierno de Netanyahu.

Solo una movilización decidida de la clase trabajadora y de los jóvenes, con un programa internacionalista, que señale la raíz del problema, que es que la guerra imperialista es consecuencia directa del capitalismo, especialmente en su etapa actual decrepitud, podrá frenar esta peligrosa escalada belicista. Gaza es un ejemplo de lo que la clase capitalista es capaz de hacer para mantener su dominio y sus privilegios. ¡Es hora de acabar para siempre con ellos!

 

Notas:

[1] Soldiers in Ukraine say US-supplied tanks have made them targets for Russian strikes

[2] Los dólares europeos destinados a defensa irán a parar a EE UU

[3] Estados Unidos preocupado por los ataques de Ucrania en las estaciones de radar nuclear rusas

[4] El ministro de Exteriores de Polonia: “Rusia se ha dado cuenta de que un tercio de la población es propensa al autoritarismo”

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