Aunque todavía no se conocen los resultados de algunos escaños de la Cámara de Representantes, los resultados de las elecciones estadounidenses de medio mandato indican con claridad que las esperanzas de Donald Trump en una arrolladora “ola republicana” que anticipara su regreso triunfal a la Casa Blanca no se han cumplido.
Aunque es probable que los republicanos obtengan la mayoría en la Cámara de Representantes se han quedado muy lejos del objetivo de 230 escaños proclamado por Trump. A pesar de su impopularidad y del amplio rechazo a sus políticas, Biden conserva la mayoría demócrata en el Senado, obtiene un buen resultado en la elección de gobernadores y es el presidente que menos escaños pierde en las elecciones de medio mandato de las últimas décadas.
Los demócratas celebran estos resultados como una victoria, pese a que es posible que pierdan la mayoría en la Cámara, y una gran parte de los medios de comunicación señalan a Trump como el gran derrotado en estas elecciones. Incluso, a los ojos de algunos grandes medios, Joe Biden, al que daban por finiquitado, gana puntos de cara a una posible reelección.
Las claves de este revés parcial para Trump
Pero ¿qué balance debemos hacer de estas elecciones? ¿Es verdad que el trumpismo ha sido completamente derrotado y que “la democracia ha triunfado” como ha dicho Biden? Nosotros creemos que no es así, que el giro ultraderechista del Partido Republicano se ha consolidado, y que si no ha arrasado en las urnas como se esperaba no ha sido por los esfuerzos y méritos de Biden y el Partido Demócrata, ni por sus llamamientos a la moderación, sino por la movilización electoral de millones de trabajadores y jóvenes, con una importante participación de mujeres, personas LGTBI y de las minorías raciales.
Algunos de los trumpistas más destacados han sido derrotados claramente, pero quien los ha barrido no han sido unos supuestos electores “moderados” sino la determinación activa de los trabajadores y la juventud.
El caso de Pennsylvania es un buen ejemplo. El candidato seleccionado por Trump para un escaño tradicionalmente republicano, Mehmet Oz, ha sido derrotado por un candidato demócrata del ala izquierda, John Fetterman, un destacado participante en la campaña de Bernie Sanders a las primarias demócratas de 2016 y que se define a sí mismo como “socialista”. Junto a Fetterman, también ganó un escaño en Pennsylvania la candidata demócrata Summer Lee, miembro del DSA (Socialistas Democráticos de América), y el también demócrata Josh Shapiro, conocido por su campaña contra las empresas farmacéuticas que se han hecho de oro con la venta masiva de opiáceos, ganó la gobernación del estado, demostrando una vez más que cuanto más a la "izquierda" se presentan los candidatos demócratas, más posibilidades tienen de victoria.
La clave del triunfo de Fetterman, Lee y Shapiro radicó en la alta participación en sus circunscripciones, que superó en cuatro puntos la de 2018. Se repite en este ámbito lo que ocurrió en las presidenciales de 2020, cuando una participación del 66%, alta para los estándares norteamericanos, permitió derrotar claramente a Trump. En aquel momento, esa participación fue la expresión en las urnas de una ola de movilización sin precedentes desde la guerra de Vietnam, que acorraló y debilitó a Trump. El empuje de las mujeres defendiendo sus derechos, de los trabajadores precarios luchando por un salario de 15$ por hora y, sobre todo, las masivas protestas contra la brutalidad policial protagonizadas por el movimiento Black Lives Matter, prepararon el terreno para la victoria electoral de los demócratas.
Pero, como era previsible, la presidencia de Biden no está respondiendo a las expectativas de quienes le votaron. Sus políticas al servicio incondicional del gran capital norteamericano, en esta época de su decadencia como potencia hegemónica, empujan al Partido Demócrata en política exterior al choque con China y a una escalada belicista, y en política interior a seguir exprimiendo a la clase trabajadora para mantener los beneficios de las grandes empresas. Es decir, a una clara continuidad con las políticas de Donald Trump.
La frustración con Biden ha provocado que la participación electoral media a escala nacional haya caído al 48%, volviendo a sus niveles habituales por debajo del 50%. Es llamativo que entre los jóvenes de entre 18 y 29 años la participación en estas elecciones haya sido de solo un 27%, un clarísimo indicador de la enorme deslegitimación de las instituciones norteamericanas y de su sistema político.
Pero allí donde la movilización y la participación se han mantenido, la victoria demócrata ha sido clara. Junto a la ya citada Pennsylvania destaca Michigan, donde el derecho al aborto ha sido el centro de la campaña. Allí la participación ha rozado al 60% y ha dado la victoria a los demócratas por 7 escaños a 6, cuando en 2014 los republicanos dominaban por 9 a 5.
La capacidad de la movilización social para parar a la ultraderecha trumpista se comprueba más claramente en los resultados de los diversos referéndums sobre derechos sociales y reproductivos celebrados en varios estados.
La campaña trumpista contra los derechos de las mujeres ha sufrido una severa derrota en varios estados en los que se votó por el blindaje constitucional del aborto. A Míchigan, Vermont y California, con mayoría demócrata, se suma ahora Kentucky que a pesar de ser un estado claramente trumpista, ha votado contra las políticas antiabortista, como ya ocurrió en agosto en Kansas, otro estado claramente favorable a Trump.
La subida salarial a 15$ la hora o la prohibición de la extracción submarina de petróleo o gas han ganado claramente, incluso en estados conservadores como Florida. También en un bastión reaccionario como Dakota del Sur los votantes han aprobado por un amplio margen la extensión de los beneficios de Medicaid (el sistema federal de asistencia médica gratuita) a nuevas capas de ciudadanos empobrecidos.
Máxima polarización
Por más que un amplio sector de la prensa “progresista” insista en presentar a Trump como un loco exaltado y marginal, o incluso, como hace un comentarista de El País, hablen de la “secta trumpista”, la realidad es que el trumpismo es mucho más que Trump, tiene profundas raíces sociales y trasciende a su persona.
Trump no ha hecho más que aprovechar la desesperación de unas capas medias que ven día a día como la prosperidad que creían asegurada para siempre se está derrumbando. En su frustración, estas capas culpan de su decadencia y vuelcan su odio hacia la movilización de los sectores más combativos de la clase trabajadora, hacia las mujeres que luchan por su derechos y hacia las minorías que alzan la voz contra los frecuentes casos de brutalidad policial. Nada muy distinto de lo que ha ocurrido con Meloni en Italia, Le Pen en Francia y la extrema derecha en Suecia o Dinamarca.
La decadencia del sistema capitalista ha provocado, con mayor fuerza desde la crisis financiera de 2008, una profunda polarización social. Las grandes movilizaciones sociales de los últimos años en todo el mundo son su expresión por la izquierda. Pero esta polarización también se expresa por la derecha. Sectores cada vez más importantes de la clase dominante acarician la perspectiva de un régimen autoritario que asegure la defensa de sus privilegios y beneficios.
En los años 20 y 30, la burguesía italiana y alemana dieron el paso de romper con los mecanismos de la democracia parlamentaria, a los que consideraban inútiles para frenar el ascenso de la clase obrera, y decidieron apoyarse en la movilización fascista de la pequeña burguesía y en su capacidad de atracción de los sectores más atrasados y desesperados de la clase trabajadora para implantar la dictadura descarnada del gran capital.
Aunque sea todavía de una forma incipiente, el movimiento ultraderechista puesto en pie por Trump expresa estas mismas tendencias. Ha tenido éxito en movilizar a amplios sectores de la pequeña burguesía, que ven en la lucha de los trabajadores precarios a su enemigo principal, y consiguió atraer a una parte de los trabajadores industriales de la antigua aristocracia obrera a los que las deslocalizaciones de empresas han arrojado al paro y a la miseria. Esta amalgama la ha aglutinado con los peores prejuicios machistas y racistas, con xenofobia y odio al inmigrante, con fanatismo religioso y explotando la añoranza de esos tiempos, que ya no volverán, en los que los Estados Unidos eran “grandes”.
Este movimiento no es todavía la opción preferida de un sector fundamental de la burguesía norteamericana, pero cada vez un número mayor de milmillonarios le dan su apoyo, el último de ellos Elon Musk. Por el momento el Partido Demócrata es capaz de aplicar la agenda política del gran capital y, a la vez, frenar la movilización popular, de modo que ¿para qué arriesgarse a que el retorno de Trump vuelva a provocar un nuevo estallido de movilizaciones y un giro aún más fuerte a la izquierda de sectores de la clase trabajadora y la juventud?
Pero, aunque no sea en estos momentos su primera opción, el apoyo a Trump entre la clase dominante y en el aparato de Estado sigue vivo, como se comprueba por su impunidad por el intento de golpe de Estado de enero de 2021. Todas las investigaciones demuestran fehacientemente que Trump promovió y organizó al asalto armado al Capitolio del 6 de enero de ese año, que provocó cinco muertes, pero la Administración demócrata no toma medidas contra él ni contra las milicias armadas que participaron en ese asalto. Las últimas decisiones del Tribunal Supremo, especialmente la revocación del derecho al aborto, confirman el predominio del trumpismo en el aparato judicial.
Tampoco en la actividad legislativa se perciben choques significativos entre los demócratas y los republicanos, sean o no trumpistas. De hecho, desde que Biden es presidente más de 200 leyes han sido aprobadas en colaboración por los dos partidos y, aunque los republicanos critiquen ásperamente, de cara a la galería, algunos aspectos de la política impositiva de Biden o su intervención en Ucrania, la realidad es que las principales medidas de la que es la más importante iniciativa de Biden hasta el momento, la Ley para la Reducción de la Inflación, podrían ser apoyadas sin problema por los trumpistas.
Esta Ley destina la fabulosa cantidad de 750 mil millones de dólares a impulsar y modernizar la industria norteamericana, y ya ha despertado una fuerte oposición entre los capitalistas y Gobiernos europeos y asiáticos por su descarado proteccionismo. En suma, un ejercicio de nacionalismo económico que difícilmente se distingue del llamamiento trumpista a “Hacer América grande otra vez”.
Una gran parte de quienes proclaman la muerte del trumpismo señalan a Ron DeSantis como su enterrador. DeSantis, gobernador republicano de Florida y candidato a la reelección, obtuvo una victoria espectacular, aumentando su mayoría frente al candidato demócrata de 30.000 votos en 2018 a 1,5 millones ahora. DeSantis no ha ocultado su intención de disputar la presidencia en 2024, y este hecho lo convierte, a ojos de gran parte de la prensa, en el enemigo mortal de Trump.
Es cierto que Trump ha criticado y se ha burlado muy duramente de DeSantis, e incluso lo ha amenazado públicamente con desvelar sus supuestos trapos sucios. Pero este choque personal no debe oscurecer que DeSantis fue un trumpista de primera hora y que sus propuestas políticas son tan reaccionarias, si no más, que las de Trump.
No se puede descartar que la previsiones de algunos medios se cumplan y que DeSantis destrone a Trump como líder republicano, pero eso no cambiaría para nada la naturaleza del movimiento en que se apoya. Se llame trumpismo o desantismo, el giro ultraderechista del Partido Republicano continuará. Las derrotas de algunos destacados amigos de Trump no deben hacernos olvidar que, según The Washington Post, unos 150 cargos electos republicanos defienden que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas y que Biden es un presidente ilegítimo, entre ellos, por cierto, Ron DeSantis.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que la arrolladora victoria de DeSantis se debe en gran medida a la nefasta elección de su contrincante demócrata, Charles Crist, un antiguo republicano conocido como “Chain Gang Charlie” (“Carlitos Pandilla Encadenada”) por su encendida defensa de atar con cadenas a los presos sometidos a trabajos forzados. Si a eso le unimos que uno de los candidatos demócratas al Senado, Val Demings, es un antiguo policía conocido por defender a compañeros suyos acusados de torturas, queda claro que los demócratas de Florida se derrotaron a sí mismos y que DeSantis merece poco mérito por su victoria.
El Partido Demócrata lleva años girando a la derecha y sus principales propuestas son casi indistinguibles de las de los republicanos. Es posible que una mayoría republicana pueda bloquear algunas medidas “progresistas”, pero no olvidemos que las principales promesas electorales de Biden decayeron no a causa de la oposición republicana, sino por la oposición interna en su propio partido.
El llamamiento dirigido por Biden a los republicanos tras conocer los primeros resultados, ofreciéndoles una sincera colaboración, no deja lugar a dudas. La batalla contra China por la hegemonía mundial va a determinar la agenda de ambas fuerzas políticas e inevitablemente estimularán el reforzamiento de las opciones de extrema derecha y fascistas.
Los acontecimientos en EEUU demuestran que los demócratas no son ninguna alternativa para frenar el trumpismo. Solo la movilización y la organización independiente de la clase obrera con el programa del socialismo puede agrupar a todos los sectores oprimidos de la sociedad norteamericana. Esta es la única salida para barrer la amenaza del fascismo y acabar con la catástrofe capitalista.