El pasado 22 de agosto las y los trabajadores de UPS ratificaban, con un 86% y una participación del 56%, el acuerdo alcanzado entre el comité negociador y la patronal de un nuevo convenio hasta 2028. Con una plantilla de 340.000 trabajadores en EEUU y un beneficio de 13.000 millones de dólares el año pasado, la empresa es un gigante logístico clave del que dependen infinidad de compañías norteamericanas.
Una huelga, como ya había planteado el sindicato del sector, Teamsters, habría generado enormes complicaciones, con un coste de entre 80 y 170 millones de dólares al día para la empresa y con pérdidas por 10 días de huelga de hasta 7.000 millones para el conjunto de la economía estadounidense.
¿Un acuerdo histórico o paz social para garantizar los beneficios capitalistas?
Tras el acuerdo, el presidente de Teamsters, Sean O'Brien, la dirección del sindicato y amplios sectores de la izquierda estadounidense han salido en tromba para decir que se trata de un acuerdo histórico. Hasta el propio presidente Joe Biden ha salido en rueda de prensa para destacar este acuerdo y el de los estibadores, que también llegaron pocos días después a un acuerdo in extremis, y cuya huelga habría coincidido con la de UPS.
A pesar de algunas concesiones limitadas, el acuerdo está lejos de reflejar la disposición a la lucha que existía entre la plantilla y el potencial para conseguir una victoria contundente tras décadas de retrocesos. Se ha conseguido una subida de 1,5$ la hora, muy lejos de una subida acorde con la inflación, tal y como reclamaban las y los trabajadores. También se ha logrado el compromiso de que los nuevos camiones adquiridos tengan aire acondicionado, prohibir que las cámaras de seguridad de los camiones apunten a los conductores y el reconocimiento como festivo del día de Martin Luther King.
Pero el aspecto que más han resaltado los dirigentes sindicales ha sido el supuesto fin del sistema de dos niveles, de doble escala salarial, con un sector con contrato a tiempo completo y otro sector, ya mayoritario, a tiempo parcial. UPS se compromete a crear 10.000 nuevos puestos de trabajo a tiempo completo, lo que es una conquista de la lucha, pero eso no significa que desaparezca el sistema de dos niveles. De hecho, se crea una nueva categoría aún más precaria, en la que los repartidores trabajarían con su vehículo propio.
La dirección de Teamsters, a pesar del movimiento desatado entre las y los trabajadores para preparar la huelga y de la amplia solidaridad conseguida fruto de la acción militante, ha invertido todas sus fuerzas en llegar desesperadamente a un acuerdo para evitar los paros. Es más, en un principio manifestaron estar dispuestos a trabajar en domingo, “para adaptarse a los tiempos”, pero la oposición y críticas de la plantilla les obligó a dar marcha atrás y poner encima de la mesa la convocatoria de la huelga.
Una oleada histórica de conflictos y luchas obreras
Finalmente, la patronal, con la plena implicación de la Administración Biden, como está ocurriendo sector tras sector, ha decidido hacer algunas limitadas concesiones con tal de garantizar la paz social. Una decisión que no es ajena al proceso de huelgas y luchas laborales que recorren el país, y que podría haber convertido esta huelga en UPS, una de las empresas más grandes del país, en un nuevo ejemplo de lucha. De ahí que Biden, un genuino representante del gran capital, haya respirado aliviado y haya felicitado públicamente a las y los trabajadores.
La plantilla de UPS no está siendo una excepción en EEUU. La conflictividad laboral, tras décadas de retrocesos y paz social, está aumentando exponencialmente. En el sector automovilístico también se está preparando un conflicto similar al de UPS, pudiendo desencadenarse una huelga en las big three, las grandes multinacionales General Motors, Ford y Stellantis. Una huelga conjunta en UPS y en el sector automovilístico habría sido una auténtica inspiración, impulsando las luchas y demostrando la potencia de fuego de la clase obrera norteamericana.
Recientemente salía una encuesta que afirmaba que el 88% de los jóvenes estadounidenses apoyan la organización de sindicatos y la lucha sindical. No es ninguna casualidad. La juventud obrera más precaria es la que más pasos ha dado en este camino. En Amazon, Starbucks y en el sector de la comida rápida los trabajadores han organizado sindicatos a pesar de una legislación antisindical hiperrestrictiva, que la Administración Biden ni por asomo se plantea derogar, y realizado huelgas y conflictos laborales abiertos.
Grandes sindicatos como el propio Teamsters y el UAW (United Auto Workers) también están reflejando este cambio. En ambos casos se ha producido un cambio en la dirección, reformista pero con un discurso más combativo y de izquierdas que ganó el apoyo de las y los trabajadores en su lucha contra una auténtica mafia, en sentido literal, que ha controlado durante décadas ambos sindicatos.
¡Hay que levantar una alternativa revolucionaria anticapitalista y socialista!
Sin embargo, a pesar de estos pasos, estas nuevas direcciones carecen de una perspectiva política revolucionaria y anticapitalista, asumiendo los postulados del sindicalismo reformista, del mal menor y, por tanto, viéndose limitados en su batalla contra la patronal.
Una perspectiva a la que podían contribuir organizaciones políticas como el DSA, que ha desplegado una campaña de solidaridad militante histórica de cara a preparar la huelga de UPS, pero que rechaza intervenir políticamente en el movimiento sindical ofreciendo un programa político combativo, anticapitalista y socialista. Así lo plantean públicamente señalando que su papel debe ceñirse a la solidaridad y “no a dar consejos”[1]. Un craso error.
Esta política equivocada hace el juego a las posiciones más burocráticas y reformistas en los sindicatos y ha llevado a la dirección del DSA a apoyar acríticamente el acuerdo firmado por Teamsters, en lugar de oponerse explicando que había fuerza para conseguir más y obtener una victoria contundente, organizando militantemente la huelga, extendiéndola y unificándola con otros sectores en lucha.
El DSA, una organización abiertamente de izquierdas y que se reivindica socialista ha crecido en militancia e influencia estos últimos años al calor del movimiento de Bernie Sanders, del Black Lives Matter, de las luchas sindicales y de la mujer, y de la batalla antifascista contra el trumpismo. Y se ha convertido en una referencia, con una importante influencia pública, con congresistas y senadoras como Ocasio-Cortez y posiciones en Ayuntamientos o en los Congresos estatales.
Negarse a dar una perspectiva política a la lucha sindical supone dar todo el margen al Gobierno capitalista e imperialista de Biden y de los demócratas de toda la vida, y al final asimilarse a ellos[2], que trabajan incansablemente para frenar la oleada de luchas y huelgas obreras, garantizar la paz social y los ingentes beneficios de los monopolios capitalistas norteamericanos.
La huelga de UPS podría haber sido un punto de inflexión, confluyendo con los estibadores y ahora con los trabajadores de la industria del automóvil, así como con la huelga de guionistas y actrices y actores que ha paralizado Hollywood, una de las principales industrias del país, desde hace ya dos meses. Unificar las luchas con una perspectiva política es la única forma de conseguir avances sólidos y significativos para la clase obrera norteamericana, y poder enfrentar la amenaza y demagogia cada vez más abiertamente fascista del trumpismo.
Notas:
[1] Strike Ready DSA: An Instrument of Solidarity
[2] A finales de 2022 y ante la inminente convocatoria de huelga en el sector ferroviario (más de 100.000), la Administración Biden prohibió su derecho a huelga recurriendo a la legislación antisindical de 1926. Escandalosamente, esta acción represiva contó con los votos de todos los congresistas del DSA, excepto Rashid Tlaib.