El sábado 13 de julio Trump sufrió un atentado cuando intervenía en un mitin en Butler, Pensilvania. 48 horas después reapareció como un héroe, con la oreja derecha vendada, en la Convención republicana para ser confirmado oficialmente como  el candidato a presidente por su partido.

Más allá de las inevitables, variopintas  y recurrentes teorías de la conspiración que ha suscitado este acontecimiento, lo que es indudable es que estos disparos han supuesto un impulso más en la carrera de Donald Trump para ocupar de nuevo la Casa Blanca.

Después del atentado en el mercado de predicción Polymarket, las posibilidades que se daban a Trump de ser elegido presidente se situaban en el 71%, frente al 17% para Biden. Y en las encuestas el republicano supera al demócrata en más de 6 puntos[i].

Ya tras el debate del 27 de junio entre Trump y Biden, las expectativas del republicano subieron muchos enteros.

Trump y Biden imagen gráfica de la decadencia del imperialismo norteamericano 

En ese primer cara a cara entre los dos candidatos presidenciales pudimos ver a dos octogenarios disputando el “liderazgo del mundo libre” en lo que fue la imagen gráfica de la decadencia del imperialismo USA. Es inevitable que Trump y Biden nos recuerden a la senil nomenclatura soviética en el periodo final del estalinismo.

Pero sin duda lo que más ha trascendido ha sido la visión de un Biden incapacitado, con lagunas y numerosas pérdidas del hilo de la conversación.

Esta lamentable actuación ha desatado el pánico y el nerviosismo dentro del aparato demócrata, incrementado todavía más después de que Biden confundiera a Putin con Zelenski en la última cumbre de la OTAN de principios de julio.

Las voces de los dirigentes demócratas y de la parte de la burguesía que apuesta por la retirada de Biden están proliferando. Numerosos congresistas demócratas, figuras destacadas del partido como Nancy Pelosi, expresidenta de la Cámara de Representantes, lo han planteado y publicaciones influyentes como The New York Times o The Economist lo han poco menos que exigido. En el editorial del 6 de julio de The Economist podemos leer estas duras palabras: “la operación de su campaña para negar lo que decenas de millones de estadounidenses vieron con sus propios ojos es más tóxica, porque su deshonestidad provoca desprecio”[ii]

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Ya tras el debate del 27 de junio entre Trump y Biden, con la imagen del presidente con numerosas pérdidas del hilo de la conversación, las expectativas del republicano subieron muchos enteros. El pánico se ha desatado dentro del aparato demócrata. 

Los demócratas están obligados a elegir entre lo malo (mantener a Biden de candidato, él insiste en no retirarse) o lo malo (cambiar de candidato en la convención demócrata de agosto). Cualquiera que sea la decisión final no mejorará las malas perspectivas que se abren para los demócratas.

Trump controla con mano de hierro el Partido Republicano y puede ganar las elecciones

En todo caso el punto central es: si el mandato de Trump no solucionó nada, la pérdida de influencia del imperialismo estadounidense siguió profundizándose y fue una pesadilla de recortes sociales, represión, etc., ¿cómo es posible que la perspectiva de que vuelva a ser presidente gane fuerza día a día?

El 9 de noviembre de 2020 escribíamos: “Los resultados (de las elecciones de 2020 en las que se impuso Biden) arrojan numerosas claves para entender el presente y el futuro de la lucha de clases en EEUU. Primero, la consolidación de una base electoral masiva para el trumpismo y lo que representa, que inevitablemente condicionará los acontecimientos venideros y someterá a una fuerte presión al futuro Gobierno demócrata”.

Los hechos han reivindicado nuestros análisis. Mientras otros insistían en que la derrota electoral de 2020 disolvería el trumpismo, mientras hablaban de que la burguesía estadounidense, en general, nunca vio a Trump como un representante fiable de sus intereses de clase o  declaman insistentemente sobre las divisiones dentro del Partido Republicano (cuando el punto fundamental es que el PR está controlado con mano de hierro por Trump y la masa que apoya a los republicanos es trumpista, siendo los detractores de Trump una minoría cada vez más marginada), la realidad ha confirmado nuestros planteamientos.

Desde Izquierda Revolucionaria hemos insistido en numerosas ocasiones en que Trump no es un verso suelto, ni un aventurero sin perspectiva. Sabe lo que hace y tiene el apoyo de un sector nada desdeñable de la burguesía norteamericana.

El trumpismo forma parte de un fenómeno global de giro a la derecha de la pequeña burguesía  dentro de la cual se combinan, por un lado, los golpes que le propina la crisis capitalista amenazando sus privilegios, y  por otro, la exigencia de mano dura con la clase obrera para poder explotarla con mayor intensidad, además de la demanda de una legislación hacia los inmigrantes más despiadada para poder seguir semiesclavizándolos. Acompaña a esta pequeña burguesía un sector de la clase dominante que considera que, sin apostar todavía por una dictadura abierta, es buen momento para infligir un fuerte golpe a la clase obrera y sus organizaciones para, doblándoles el espinazo, exprimir a los trabajadores con más intensidad. Al mismo tiempo, millones de trabajadores políticamente atrasados, desmovilizados y profundamente desmoralizados por la desindustrialización y el desempleo crónico, que 4 años de gobierno demócrata incluso han agravado, también se verán arrastrados por el discurso y las promesas demagógicas de Trump.

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Desde Izquierda Revolucionaria hemos insistido en numerosas ocasiones en que Trump no es un verso suelto, ni un aventurero sin perspectiva. Sabe lo que hace y tiene el apoyo de un sector nada desdeñable de la burguesía norteamericana. 

En definitiva un proceso global de crecimiento de la extrema derecha que en EEUU tiene sus propias características.

En el artículo antes citado explicábamos que: “Su discurso (de Trump) refleja la descomposición de la sociedad norteamericana y la desesperación de amplios sectores de la pequeña burguesía que han perdido las certezas del pasado y son presas de un miedo histérico ante un futuro incierto. Estos sectores, que tradicionalmente han tenido un peso social formidable, no renuncian a un modo de vida que les ha granjeado grandes privilegios, y miran con horror la escalada de la lucha de clases, el crecimiento de la izquierda y la influencia de las ideas del socialismo entre la juventud y los trabajadores. Estas capas han declarado la guerra al actual estado de cosas y Trump les ha proporcionado una bandera por la que luchar”.

Otro elemento que explica esta descomposición es la pérdida de liderazgo del imperialismo norteamericano en el mundo. Su retroceso frente al avance evidente del imperialismo chino continua profundizándose en todos los terrenos, y las derrotas en Iraq, en Afganistán y ahora en Ucrania frente a la Rusia de Putin, lo refuerzan.

Los factores que dieron lugar al surgimiento del trumpismo no han desaparecido, al contrario, siguen escalando con fuerza.

La clase obrera ya se enfrentó con decisión a Trump. La lucha de clases no dará tregua

El trumpismo tiene enfrente a la clase obrera y la juventud y a los sectores más oprimidos. De estos, gran parte votaron en su día a Biden, no porque confiaran en su programa sino para derrotar a Trump[iii].

La polarización política en EEUU no solo no ha desaparecido sino que se ha incrementado y la perspectiva es que siga haciéndolo en el futuro.

La política de Biden en estos años también ha confirmado nuestros pronósticos. En política interior la crisis social ha seguido profundizándose. Por solo dar un dato: “Unas 37,9 millones de personas en Estados Unidos son pobres, según reportó la Oficina del Censo. Con respecto a la pobreza infantil es alrededor de 15,3 millones, uno de cada cinco niños viven bajo el nivel de inseguridad alimentaria”[iv].

El racismo institucional es consustancial al régimen como demuestra que la política sobre inmigración de del Gobierno Biden no se distingue de la que Trump aplicó y seguirá aplicando en caso de llegar a la Casa Blanca. Derechos elementales como el del aborto han sufrido un franco retroceso por la política aplicada por los trumpistas en los distintos estados sin que la Administración Biden haya movido un dedo por impedirlo, etc.

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El trumpismo tiene enfrente a la clase obrera y la juventud y a los sectores más oprimidos. De estos, gran parte votaron en su día a Biden, no porque confiaran en su programa sino para derrotar a Trump. 

En política exterior, Biden que se presentó como pacifista, es, entre otras cosas, el instigador de la guerra de Ucrania y el máximo apoyo del sionismo en el genocidio que está perpetrando en Gaza.

Todos estos elementos internos y externos tendrán un negativo efecto electoral para Biden, y por ellos su Administración ha enfrentado numerosas y fuertes movilizaciones. En el frente sindical se ha producido una explosión de huelgas obreras exigiendo el aumento de los salarios en distintos sectores, habiéndose resuelto muchas de ellas con una importante victoria para los trabajadores. Pero han sido las movilizaciones contra el genocidio en Gaza las que han tenido una mayor fuerza y repercusión y por las que los demócratas van a pagar un precio mayor en el frente electoral, sobre todo entre la juventud.

En todo caso ni Trump, ni Biden (o su sustituto si lo nombran) tienen una alternativa a los problemas de las masas.

Trump puede ganar las elecciones presidenciales a pesar de ser un reaccionario enfermizo, racista, machista, y anticomunista feroz. Y la llamada de Biden y la cúpula demócrata no va a funcionar como en 2020: millones de jóvenes y trabajadores están más que hartos de los demócratas, de sus políticas capitalistas e imperialistas, y de un sistema electoral que está completamente trucado en beneficio de los dos partidos de la clase dominante. Pero con Trump al frente de la presidencia la lucha de clases se intensificará, las contradicciones internas y externas aumentarán.

Dentro de casa Trump intentará profundizar los ataques a la clase obrera en todos los asuntos decisivos, incrementará la legislación antisindical, reducirá salarios, y lanzará una ofensiva contra los derechos y libertades democráticas.

En el frente exterior no solucionará nada. La decadencia norteamericana seguirá profundizándose, mientras las medidas y penalizaciones económicas contra China seguirán fracasando, entre otras cosas porque golpean también a las grandes corporaciones estadounidenses ligadas estrechamente al mercado y a la producción china.

Grandes acontecimientos se están gestando en EEUU con repercusiones caóticas para un orden internacional lleno de contradicciones. El coloso norteamericano, gendarme durante décadas del capitalismo mundial, la mayor fuerza de la contrarrevolución, y escaparate del éxito económico de Occidente, ha entrado en fase de ebullición.

Notas: 

[i] El atentado contra Trump alivia temporalmente las presiones sobre la candidatura de Biden

[ii] El durísimo editorial de The Economist contra Joe Biden: "No es forma de gobernar un país"

[iii] Biden fue el único candidato con garantías para hacer frente a Trump porque Bernie Sanders capituló, una vez más, al aparato demócrata.

[iv] El sueño americano, para la mayoría, se convirtió en una pesadilla

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