¿Qué alternativa para la clase obrera y la juventud?
A medida que se acerca el 5 de noviembre, día en el que tendrán lugar las elecciones presidenciales en EEUU, todas las encuestas siguen siendo incapaces de prever un claro ganador. La igualdad entre Kamala Harris y Donald Trump es la tónica dominante en un clima de máxima y creciente polarización política.
Nadie habla ya del supuesto “entusiasmo ciudadano” que se suscitó cuando Kamala Harris sustituyó a Biden como candidata a la Casa Blanca. De hecho en estos momentos es la candidatura de Trump la que avanza posiciones. “Según los datos del portal FiveThirtyEight de hace dos semanas, Harris tenía un 58% de probabilidades de imponerse a Trump en las elecciones del próximo 5 de noviembre. Sin embargo, los datos de los últimos días indican que el republicano tendría un 52% de opciones de ganar”. “En los estados clave, los llamados estados péndulo (Arizona, Georgia, Carolina del Norte, Pensilvania, Míchigan, Nevada y Wisconsin), las encuestas están muy ajustadas, aunque en los cuatro primeros se inclinan más por el republicano, siendo Pensilvania el más importante al poseer mayor número de votos electorales”[1].
Es necesario señalar a este respecto que el papel determinante de un puñado de estados para la elección del presidente es una muestra más de que la democracia en EEUU no es más que un engaño monumental. El sistema presidencialista estadounidense es el único en el mundo en el que el presidente no es elegido directamente por los votantes, sino por los votos electorales que cada estado tiene asignado, lo que hace posible que este pueda ser elegido habiendo recibido menos votos que su oponente, como ocurrió con George W. Bush en el año 2000 o Donald Trump en 2016.
A esto hay que añadir un sistema diseñado para dificultar el surgimiento y desarrollo de una nueva opción y que sean los dos partidos de la burguesía norteamericana, el Republicano y el Demócrata las únicas alternativas por las que decantarse; así como los obstáculos para votar, sobre todo, para las minorías, lo que hace que en la práctica el sistema de votación sea censitario; la sobrerrepresentación de comunidades poco pobladas, lo que siempre favorece a la derecha; el papel del dinero sucio a la hora de promocionar a aspirantes y candidatos; el férreo control que las grandes empresas mantienen sobre los grandes y omnipresentes medios de comunicación, etc. El sistema democrático estadounidense, celebrado como el más longevo y estable del mundo, es una auténtica farsa[2].
Sólido apoyo a Trump por la derecha y desafección hacia Kamala y el Partido Demócrata desde la izquierda
Trump se ha erigido como el representante más firme de las aspiraciones de amplios sectores de la clase media golpeadas por la crisis capitalista, de pequeños y medianos empresarios que explotan sin misericordia a sus empleados y que ven en la movilización de la izquierda, de la juventud, de la comunidad negra, de las personas migrantes o de las mujeres una seria amenaza a su privilegiado modo de vida. También capas de trabajadores desmoralizados que ante el fraude que han supuesto tanto los demócratas tradicionales como “la nueva izquierda”, han sido ganados por el discurso demagógico de Trump.
Mientras, en el polo opuesto nos encontramos con el desastroso saldo de estos años de Gobierno demócrata. Tras cuatro años de promesas incumplidas, la Administración Biden-Harris ha gobernado en defensa de los intereses de los capitalistas tanto en política interior como en la exterior. La falta de reformas estructurales, la renuncia a la lucha contra la desigualdad, el respaldo incuestionable a Israel en el genocidio que los sionistas están perpetrando en Gaza, Cisjordania y ahora en Líbano, etc., han incrementado la desafección hacia los demócratas de gran parte de la juventud y la clase trabajadora, que son los que están sufriendo los efectos de las políticas aplicadas durante estos últimos cuatro años.
Por si esto fuera poco, los huracanes Helene y Milton han puesto en evidencia, por un lado la desastrosa capacidad de reacción del Gobierno demócrata de Washington para hacer frente a sus consecuencias y por otro el calamitoso estado en el que se encuentran las infraestructuras del país que tras cuatro años de gestión de Biden han seguido deteriorándose.
A pesar de todo esto, como hemos explicado en numerosas ocasiones, y aunque la política aplicada por los demócratas no difiere sustancialmente en las grandes cuestiones (inmigración, racismo institucional, derechos y condiciones laborales, política exterior…), de la aplicada por los republicanos, la falta de una alternativa de izquierdas real y el rechazo a Trump empujará a muchos a votar a Kamala. Es más, las alusiones, al más puro estilo fascista, de Trump al “enemigo interno” refiriéndose a la izquierda militante, los activistas sociales, sindicalistas, etc., pueden provocar que algunos sectores de jóvenes y trabajadores que ya habían decidido no votar, al final lo hagan dándole algo de impulso a los demócratas.
Sin embargo, la política al dictado de Wall Street aplicada por los demócratas y sobre todo el apoyo firme de Harris a la barbarie nazisionista y a una escalada militar que puede incendiar Oriente Próximo, no deja de minar su apoyo y está suponiendo que en este último tramo de la campaña electoral nos encontremos con una candidatura de Trump claramente al alza.
¿Por qué no existe todavía una alternativa electoral verdaderamente de izquierda que pueda frenar a Trump?
Hoy no existe en EEUU una alternativa electoral de izquierda con posibilidades reales de disputar la presidencia a demócratas y republicanos. El antidemocrático sistema norteamericano es un factor, pero no es el único, ni siquiera el más determinante. El desarrollo de la lucha de clases en los últimos años en EEUU ha generado importantes oportunidades para que una auténtica alternativa de izquierdas haya podido conformarse. Si no lo ha hecho es porque los dirigentes que podrían haberla encabezado han renunciado a dar la batalla y han claudicado a las presiones del aparato demócrata y de la burguesía.
En 2016 Bernie Sanders, senador independiente de Vermont que se autodenominaba socialista, se presentaba como candidato a las primarias demócratas y levantaba un enorme movimiento de apoyo popular fuera del control del Partido Demócrata (PD).
Finalmente el aparato demócrata utilizando todo tipo de estratagemas consiguió derrotar esta candidatura, pero no pudo desarmar el movimiento alrededor de su figura. Las condiciones para la construcción de un partido verdaderamente de izquierda estaban dadas, sin embargo, Bernie Sanders se plegó al aparato demócrata y dio su apoyo a Hillary Clinton, la candidata oficial de los demócratas.
Esa capitulación, llevada a cabo bajo la excusa de no dividir fuerzas ante la amenaza que suponía Trump, desarmó al movimiento, y sectores importantes de la juventud y la clase trabajadora a los que la irrupción de Sanders y su discurso de izquierdas y combativo había ilusionado, dieron la espalda a Hillary a la que consideraban, con razón, la candidata de Wall Street. El resultado es de todos conocido, Trump obtuvo la presidencia.
Cuatro años después Sanders volvió a intentar el desafío, pero en esta ocasión un aparato demócrata, ahora preparado, lo neutralizó. Desde ese momento Sanders se integró en la estructura del PD y de la Administración Biden convirtiéndose en la muleta de izquierdas utilizada a conveniencia por el Gobierno demócrata para darse un tinte progresista y encubrir su política procapitalista y reaccionaria.
Y lo mismo ocurrió con otra de las caras más visibles de ese movimiento, Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), apoyada por los Socialistas Democráticos de América (DSA), que emergió en 2018 como una figura que prometía desafiar al establishment del Partido Demócrata y luchar por políticas claramente de izquierda. Sin embargo, al igual que Sanders, ha acabado integrada en el aparato demócrata. Su apoyo “crítico” a la Administración Biden y la defensa de Harris, encubriéndola y justificándola en aspectos tan críticos como el genocidio en Gaza, ha supuesto una ruptura definitiva con el movimiento que la situó en esa posición.
La historia demuestra, una vez más, que no existe alternativa en el Partido Demócrata, y que, por tanto, cualquier intento de cambiar el partido desde dentro está condenado a fracasar.
La burguesía, propietaria del PD, jamás iba a permitir que de su seno surgiera una candidatura realmente de izquierdas que enfrentara el asfixiante y omnipresente control que las grandes corporaciones ejercen sobre la sociedad norteamericana. La única alternativa era romper con el PD para lanzarse a la tarea de construir un partido independiente de izquierdas.
Existen las condiciones para la construcción de un partido de la clase trabajadora
Pero a pesar de todo esto, el potencial para levantar una alternativa de izquierdas combativa ha existido y continúa existiendo.
Un reflejo de ello es el posible auge, todavía limitado, de candidaturas alternativas a la izquierda del PD, como la del profesor universitario Cornel West o la de la candidata del partido verde Jill Stein. Sin embargo, más allá de construir una candidatura y de los votos que se obtengan, el punto central es construir una alternativa combativa de izquierdas desde abajo, ligándose al movimiento de masas que sí ha ocupado las calles de las principales ciudades norteamericanas desde hace una década, y levantando un programa revolucionario que ponga en el punto de mira al decrepito capitalismo estadounidense y a sus instituciones, incluido el Partido Demócrata.
Un buen ejemplo de que hay condiciones para construir esa alternativa, ha sido el auge de organizaciones como los Socialistas Democráticos de América (DSA). Un auge consecuencia de la creciente lucha de clases en EEUU, y que fue posible gracias a la intervención del DSA en los principales movimientos sociales, como su participación en la organización y apoyo de las campañas de sindicalización en empresas como Starbucks y Amazon, y por su perfil combativo y abiertamente de izquierda.
Sin embargo, para construir, consolidar y extender una organización de izquierdas que aspire a transformar la sociedad, es necesario que esta cuente con un programa de izquierdas claro y consecuente, con cuadros políticos que lo defiendan entre la clase obrera y la juventud y que tengan la suficiente entereza política para resistir las presiones que el sistema y sus defensores ejercerán para mantener el statu quo.
La ausencia de estos elementos en el caso del DSA ha supuesto que tras un fuerte crecimiento la organización haya entrado en una profunda crisis, con sus cargos electos absorbidos por los poderosos engranajes de las instituciones burguesas y del Partido Demócrata. Una crisis que ha supuesto una pérdida significativa de su militancia, de 95,000 miembros en 2021 a 76,000 en junio de 2023, y que ha vuelto a poner encima de la mesa el debate sobre si romper o no definitivamente con el Partido demócrata.
Es necesario sacar conclusiones sobre esta experiencia, y reivindicar la necesidad de construir un genuino partido revolucionario de la clase obrera.
A pesar de todo esto, el movimiento continúa en ascenso, sacando conclusiones y operando importantes transformaciones en la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes.
Así lo ha puesto en evidencia el movimiento de solidaridad con Palestina y contra el genocidio sionista en Gaza, el mayor desde la guerra de Vietnam, que está poniendo contra las cuerdas a los demócratas y la candidatura de Kamala Harris.
Y así se ha visto también con la huelgas cada vez más radicalizadas de sectores decisivos de la clase trabajadora, como los estibadores hace unas semanas; los trabajadores de las tres grandes del automóvil, Ford, General Motors y Stellantis, que terminó en una importante victoria; o la huelga de trabajadores de la salud que finalizó con aumentos salariales y mejoras en las condiciones de trabajo para más de 75,000 empleados.
Durante décadas, el Partido Demócrata ha logrado canalizar de forma distorsionada una parte importante del voto de la izquierda. La oportunidad para construir una verdadera alternativa de la clase trabajadora está presente. La lucha de clases lo pone cada día en evidencia.
La politización creciente que se ha visto con movimientos como Occupy Wall Street, las campañas presidenciales de Bernie Sanders, y el movimiento Black Lives Matter han mostrado que hay un interés genuino por un cambio decisivo, y una reivindicación cada vez mayor, especialmente entre la juventud estudiantil y trabajadora, de las ideas del socialismo. La única manera de desafiar el poder de la burguesía y los intereses del establishment es construyendo un partido de la clase obrera y luchar para convertirlo en una poderosa herramienta para transformar la sociedad.
Notas:
[1]Kamala Harris vs. Donald Trump: así van las encuestas en EEUU