El régimen reaccionario de los mulás está siendo sacudido por la oleada de huelgas más importante de los últimos 40 años. La irrupción de los trabajadores del sector petroquímico, los batallones pesados de la clase obrera iraní, ha elevado el tono de la lucha de clases durante el verano. A lo largo del mes de agosto, las huelgas y protestas se extendieron a otros sectores como el de los trabajadores del ferrocarril en las ciudades de Jorasán, Arak, Teherán, Karaj y de las minas de carbón en Kerman.

La muerte de un obrero por un golpe de calor, el detonante

El detonante fue la muerte el 28 de julio de Ebrahim Arabzadeh, un trabajador subcontratado del complejo petroquímico Mahshahr, a consecuencia de un golpe de calor tras soportar temperaturas de hasta 50 grados durante la jornada laboral. Estas son las condiciones habituales a las que están sometidos sin que se adopte ningún tipo de medida de refrigeración.

Esta muerte fue la gota que colmó el vaso de la indignación. La huelga se extendió como un reguero de pólvora a 55 empresas del sector petroquímico, refinerías y yacimientos de gas, incidiendo sobre todo en el sur —donde están localizados parte de los yacimientos más importantes— y abarcando a 18 ciudades y a más de un tercio de las 31 provincias del país.

La huelga ha afectado a uno de los yacimientos de gas más importantes: el de South Pars, donde se concentran 10.000 trabajadores. El régimen iraní tiene grandes esperanzas en este complejo de hidrocarburos ya que su explotación se puede convertir en una fuente importante para la entrada de divisas. Algo vital en un momento de fuerte crisis económica, recrudecida por los efectos de las sanciones del imperialismo estadounidense y que han llevado a una caída del 80% de la producción petrolera.

Sin embargo, pese a ser un punto estratégico para la economía del país, los obreros de South Pars comparten la misma miserable y penosa situación que el resto. Además de las infernales temperaturas que aguantan, realizan turnos de veinte días consecutivos y descansan diez. A partir del 4 de agosto se plantaron y decidieron que no iban a trabajar durante un turno completo de 20 días.

Esta lucha está unificando las demandas obreras de los distintos sectores contra la carestía de la vida y por la mejora de las condiciones laborales. Unas condiciones que son aún peores en las llamadas zonas económicas especiales o zonas francas, donde los empresarios están exentos de cumplir la ya de por sí magra legislación laboral.

Entre las reivindicaciones más destacadas están el pago de los salarios atrasados, un fenómeno generalizado; el pago de seguro médico y cobertura de jubilación, de la que muchos carecen; el fin de la precariedad, ya que cerca del 70% de los trabajadores de la industria petrolera son subcontratados; y acabar con las privatizaciones. También la lucha por los derechos democráticos más elementales está presente, ya que en Irán están prohibidos los sindicatos independientes y los oficiales no son más que un apéndice de la maquinaria represiva estatal.

La represión no frena las protestas

El régimen siempre ha recurrido a una feroz represión para frenar a los trabajadores. Pero en esta ocasión ni los latigazos, ni los despidos, ni tampoco las ejecuciones han conseguido su objetivo.

Es más, durante el mes de julio ocho trabajadores vieron confirmada su condena a pena de muerte por el delito de manifestarse, y se convocaron manifestaciones contra el intento de ejecutar a varios dirigentes obreros detenidos por organizar huelgas durante las movilizaciones de 2018. Uno de ellos forma parte de la principal empresa azucarera del país, Haft Tappeh, cuyos 4.000 obreros se han distinguido por su combatividad en los últimos años.

Así, la lucha contra la represión se unió a la de estos trabajadores del azúcar, que el 14 de julio iniciaron una huelga que ha resistido más de 50 días, exigiendo los salarios adeudados y el pago completo del seguro de salud, además de la liberación de los detenidos, la readmisión de los despedidos en anteriores huelgas y la prisión para el actual propietario.

Todo esto fue el precedente inmediato que estimuló el movimiento huelguístico de los trabajadores petroleros. La represión, lejos de atemorizar a los trabajadores, los está enfureciendo; es un claro reflejo de que el criminal régimen de los mulás se debilita.

La debilidad del régimen al desnudo

El capitalismo en todo Oriente Medio, y particularmente en Irán, se encuentra en una situación desesperada, a lo que se suman los efectos devastadores del coronavirus. Pese a que las cifras oficiales hablan de 23.000 muertos y 395.000 contagios, los datos reales son mucho mayores. Hechos como que 5.000 localidades en las que habitan más de un millón de personas no tengan agua corriente nos dan una idea del caos existente.

La ruptura del acuerdo nuclear a finales de 2018 por EEUU y las sanciones que la acompañaron recrudecieron la crisis económica: el PIB ha caído desde entonces un 13,1%. La situación económica es tan grave que —en marzo, y por primera vez en 60 años— el Gobierno iraní se vio obligado a pedir un préstamo de 5.000 millones de dólares al FMI, bloqueado por Estados Unidos.

Se estima que de los 82 millones de habitantes del país, cerca de 57 millones viven bajo el umbral de pobreza, a lo que hay que añadir los más de cuatro millones de despedidos que dejará la pandemia. La inflación está en un 40%, siendo junto a los impagos de salario por los empresarios el acicate de las huelgas obreras.

El descontento contra el régimen es masivo, como ya se vio en las movilizaciones de 2017 y durante el levantamiento social de noviembre de 2019. El asesinato del general iraní Soleimani por parte de Estados Unidos, en enero de 2020, en los primeros momentos supuso un balón de oxígeno para los mulás. Pudieron apelar una vez más a la demagogia del “enemigo exterior”, apoyándose en el sano sentimiento antiimperialista de las masas, y usarlo para cerrar filas en torno a su reaccionario régimen burgués.

Sin embargo, como se ha dejado sentir en la reciente oleada de huelgas obreras, eso fue un espejismo. El descontento y la ira avanzan firmes, y la base social del régimen está cada vez más erosionada. Pese a que en las elecciones legislativa de febrero los conservadores ganaron la mayoría frente al bloque reformista, esto se produjo con una tremenda abstención, el 60%, llegando al 75% en algunas provincias. Es una muestra del enorme descrédito de todas las alas del régimen ante las masas. No solo entre los trabajadores, sino también entre sectores más amplios de las capas medias que en otros momentos depositaron su confianza en el sector reformista liberal.

Irán se halla en una situación explosiva. Las próximas semanas mostrarán qué desarrollo toma el movimiento huelguístico. Sea como fuere, es evidente que la clase trabajadora iraní está estirando sus músculos, mostrando una pequeña parte de su potencial revolucionario.

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