La clase obrera mundial debe derrotar este plan fascista
Trump ha puesto sus cartas boca arriba proponiendo una solución final al “problema palestino”: llevar a cabo una salvaje limpieza étnica en Gaza que corone el genocidio sionista. A muchos comentaristas les parece una nueva ocurrencia de un presidente excéntrico, y quitan hierro al asunto aludiendo a su escasa “viabilidad”. Pero la realidad es concreta. Que el máximo representante del imperialismo norteamericano exponga ideas semejantes a las que Hitler y la cúpula nazi defendieron y plasmaron en los años treinta del siglo XX, demuestra que la amenaza que se cierne sobre la clase obrera y los pueblos oprimidos del mundo es muy seria.
Estamos ante un hecho de trascendencia histórica. En una rueda de prensa en la Casa Blanca junto al asesino Netanyahu, Trump anunció que EEUU tomaría el control de la Franja de Gaza, expulsando a sus dos millones de habitantes, para convertirla en un gran resort de lujo al estilo de la Riviera francesa. Pensar que nos encontramos ante meras ocurrencias, o que son los planes delirantes de un promotor inmobiliario, es un craso error. El discurso de Trump y sus propuestas supremacistas no son fruto de la improvisación, sino que han sido discutidas y consensuadas, entre otros, con su aliado sionista de Tel Aviv.
El entusiasmo que han manifestado ante esta hoja de ruta altos cargos republicanos como el presidente del Congreso estadounidense, Mike Johnson, el mismo Netanyahu, y los representantes de la ultraderecha sionista, Bezalel Smotrich y Ben Gvir, lo pone en evidencia. Tras las palabras de Trump el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, del Likud, exigía al ejército organizar un plan para llevar a cabo el “traslado voluntario” de los gazatíes.
Si algo vuelve a demostrar este nuevo capítulo infame es que todos los pasos dados desde el inicio del genocidio sionista, ahora con Trump pero antes con los Demócratas, se han llevado a cabo con el consentimiento y plena aprobación de la Casa Blanca. EEUU e Israel son uña y carne en este proceso, han destruido Gaza, han diseñado un nuevo mapa geopolítico para Oriente Próximo sobre una montaña de cadáveres palestinos, han golpeado duramente a Hezbollá y a Irán, su gran enemigo en la región, y ahora pretenden acabar el trabajo sin importar las consecuencias. Como dijimos, la tregua acordada a principios de año estaba hecha a medida del sionismo y del imperialismo norteamericano y era un jalón más en esta estrategia.
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Pero el objetivo de este mensaje no es solo Gaza. La política del trumpismo desde su regreso a la Casa Blanca tiene un sesgo agresivo y fascistizante imposible de ocultar, y no es casualidad. Amenaza directamente con intervenciones imperialistas, aterroriza a millones de inmigrantes imponiendo la militarización de la sociedad, y así prepara el terreno para agredir con furia a la izquierda, los sindicatos, y a la clase obrera nativa. El mensaje es claro. A pesar de la decrepitud del capitalismo norteamericano, lucharán con uñas y dientes por su supremacía, aunque eso suponga generar caos, guerra y barbarie.
Por otro lado, está propuesta de Trump también pone en evidencia a quien sirven estos fascistas, queriendo convertir la Franja de Gaza en un paraíso vacacional para los millonarios, y pretendiendo obtener jugosos beneficios fruto de la especulacion inmobiliaria tras expulsar a los palestinos. Obviamente está no es la razón principal para este paso del imperialismo norteamericano, pero pone en evidencia como Trump y la ultraderecha representan a la perfección los intereses de la plutocracia capitalista. Igual que ocurrió con Hitler, Mussolini o Franco.
Hay que recordar las lecciones de la historia. Los cuentos de hadas que nos hablan de una democracia consolidada e imposible de caer no valen para entender ni el fenómeno del fascismo ni su ascenso. El partido nazi era un grupúsculo marginal en la Alemania de la primera mitad de los años veinte del siglo pasado. Su programa parecía una complicación de delirios ideados por un loco resentido. Pero en el marco de un capitalismo en crisis, de un sistema parlamentario incapaz de contener el auge de la lucha de clases y la polarización, y en un mundo sacudido por la lucha interimperialista y la revolución, la “democrática” burguesía alemana acabó por apoyar a Hitler.
Los nazis utilizaron al pueblo judío como su chivo expiatorio, sobre el que vertieron todo su odio racista para movilizar a las masas enfurecidas de la pequeña burguesía y a sectores desclasados del proletariado. Comenzaron planteando el desplazamiento “voluntario” de los judíos. Esa era su primera “solución final”. Aprobaron una legislación para marginarlos de la sociedad, como las famosas Leyes de Nuremberg, que les impedían trabajar arrojándolos a la miseria, y luego, más adelante, encerrándolos en guetos. El objetivo, como ahora para Trump y Netanyahu, era forzarlos a emigrar de la tierra donde habían nacido y vivían desde hacía generaciones.
Las dificultades a las que se enfrentaron llevaron a los nazis a plantear otras soluciones “imaginativas”, como la posible expulsión de los judíos a Madagascar, idea que tomaron de los líderes de la derecha francesa, profundamente antisemitas, y también a firmar los acuerdos de Haavara con un sector del sionismo para forzar su emigración a Palestina. Una vez que comenzó la Segunda Guerra Mundial, Hitler optó por las cámaras de gas y los hornos crematorios. Pero el Holocausto se fraguó así, ante los ojos de todos y con el consentimiento de las potencias capitalistas del mundo “democrático”.
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En aquel momento, como ahora está ocurriendo con el pueblo palestino, un factor central fue la pasividad y complicidad de las llamadas naciones liberales, de Gran Bretaña, Francia o EEUU, y de la comunidad internacional, que no solo no movieron un dedo contra la persecución pública y notoria de los judíos, y también de los gitanos, de sindicalistas y comunistas, de discapacitados y homosexuales, sino que siguieron llegando a acuerdos y haciendo negocios con el Tercer Reich, a pesar de conocer la existencia de los guetos y los campos de concentración. Su política de “apaciguamiento” hacia Hitler es una copia de la misma actitud que hoy mantiene la UE con Netanyahu y Trump. Y lo mismo que en los años treinta, todas estas potencias “democráticas” endurecían sus leyes migratorias negando asilo a millones de refugiados del nazismo.
Trump quiere culminar lo que Biden empezó
Si Trump puede poner encima de la mesa estos planes, es gracias al nivel de destrucción y barbarie que el Estado sionista ha impuesto en Gaza. Un auténtico holocausto, con 70.000 asesinados, el 6% de la población —cerca de 200.000 según The Lancet si incluimos los muertos por heridas, infecciones, hambre y frío—, resultado del pleno apoyo del imperialismo norteamericano, y concretamente, de la Administración Biden. Que ahora los Demócratas se echen las manos a la cabeza resulta una broma de mal gusto, cuando han sido ellos los que han allanado el camino para la limpieza étnica.
Israel y EEUU han arrasado el norte de la Franja, donde antes del 7 de octubre vivían tan solo en la Ciudad de Gaza 775.000 personas. Una estrategia que tenía el objetivo de convertir un espacio densamente poblado en un erial, y hacerlo completamente inhabitable para garantizar una ocupación militar permanente y precipitar la expulsión de todos los que sobrevivieran al genocidio. Ahora Trump lo plantea sin tapujos, Gaza es un amasijo de escombros y ruinas -como si lo fuera por intervención divina- y es mejor “limpiar” completamente la zona. El criminal genocidio de Netanyahu y Biden ha creado las condiciones para que ahora Trump plantee la limpieza étnica.
El plan es muy claro. Seguir manteniendo Gaza sumida en una completa destrucción, boicotear cualquier intento de reconstrucción, permitir que Israel siga dificultando la entrada de ayuda humanitaria y, si es necesario, reiniciar los bombardeos y las masacres. Con esta política de cerco y exterminio pretenden forzar al pueblo gazatí a que abandone su tierra.
Que salga ahora el gobierno socialdemócrata alemán, y su sionista ministra de Exteriores, quejándose por esta propuesta de limpieza étnica de Trump, resulta patético. Los mismos que han armado hasta los dientes a Netanyahu, y que han animado y justificado día sí y día también el genocidio en Gaza, ahora se sorprenden. ¡Que cinismo!
La UE, preocupada únicamente por evitar la guerra arancelaria con Trump, se ha puesto de perfil ante esta propuesta salvaje. No quieren molestar a Trump, ni a sus aliados ultraderechistas en Europa. Esta es la “ética” de la socialdemocracia otanista. Tanto el diario El País o el ministro de Exteriores del Gobierno PSOE-Sumar se indignan ante la propuesta de Trump, y afirman que supone un golpe contra la legalidad internacional, contra los derechos humanos, que no está permitido el desplazamiento forzoso de población, que es un crimen. ¿Y qué? ¿Acaso estaba permitido el exterminio de decenas de miles de gazatíes en estos 15 meses? ¿O la utilización del hambre, la sed y el frío como arma de guerra, golpeando a bebés y niños, a mujeres y civiles? ¿O el ataque a hospitales? ¿O el asesinato de periodistas?
La lista de tropelías del sionismo no tiene fin, pero el problema es que el Gobierno español mantiene todas las relaciones económicas, diplomáticas y militares con el Estado de Israel. El problema es que Pedro Sánchez viajó raudo y veloz a Tel Aviv para estrechar la mano a Netanyahu. El problema es que Pedro Sánchez ha loado a Biden y los Demócratas como los grandes aliados contra la extrema derecha, al tiempo que estos sostenían el genocidio en Gaza. Sí, hay que decirlo, los discursos antifascistas y las declaraciones vacías de solidaridad con el pueblo palestino, no pueden ocultar la complicidad de la socialdemocracia y los liberales de todo el mundo con el genocidio, y ahora con la limpieza étnica.
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Los países árabes y los supuestos aliados de la causa palestina
Por otro lado, los corruptos regímenes árabes, desde Egipto y Jordania, hasta Qatar y Arabia Saudí, se han echado las manos a la cabeza ante la propuesta de Trump. Pero Trump conoce bien a estos déspotas, que siempre han traicionado al pueblo palestino obteniendo jugosas contraprestaciones. Es cierto que por ahora descartan esta solución, pero no por razones morales o de principios, sino por el temor a un levantamiento revolucionario en el mundo árabe.
Como han demostrado durante este año y medio de genocidio, los regímenes capitalistas árabes no son ni serán nunca aliados del pueblo palestino, como no lo fueron en los años 40 cuando se fundó el Estado de Israel. Son muy conscientes del potencial revolucionario que tiene la causa palestina. Tras la Nakba, la limpieza étnica desatada por el sionismo, los regímenes probritánicos de Egipto, Jordania, Iraq o Siria enfrentaron poderosas rebeliones sociales de las masas por su papel cipayo en el desastre palestino. La mayoría de ellos colapsaron abriendo la puerta a procesos revolucionarios profundos basados en el nacionalismo panárabe y el socialismo. Ese recuerdo, y el de las primaveras árabes a partir de 2011, les aterrorizan. Y de ahí su negativa, por ahora, para aceptar una nueva Nakba de la mano de Trump.
Estos regímenes corruptos odian al pueblo palestino. De ahí que no hayan movido un solo dedo para frenar el genocidio actual, o que, como Egipto, hayan llegado incluso a diseñar planes para encerrar a los gazatíes en nuevos campos de concentración en el Sinaí sí Israel decidía expulsarlos. La Liga Árabe, que ha exigido a Europa actuar frente a Israel, se ha negado a decretar un boicot de petróleo y gas contra Tel Aviv, como sí hizo en 1973. No nos engañemos. Su capacidad de presión, económica y política, para acabar con esta situación, no era secundaria, pero han decidido muy conscientemente no utilizarla. Lo importante para estos sátrapas es seguir haciendo negocios. Ahora, por cierto, con la reconstrucción de la Franja de Gaza.
Debemos sacar conclusiones de todos estos acontecimientos. Todos aquellos que han puesto sus esperanzas en los gobiernos capitalistas árabes, en la dictadura de los mulás de Irán, o en la política exterior de China o Rusia para luchar contra los sionistas y liberar al pueblo palestino han chocado con una terrible realidad. Ni a Putin, ni a Xi Jinping, ni a los clérigos iranís les mueve ningún objetivo socialista ni emancipador. Se enfrentan a EEUU por el control de los mercados, de las materias primas estratégicas, de las rutas comerciales y las cadenas de producción mundial. Es una lucha por la supremacía. Pero ninguno de estos regímenes capitalistas, ni el chino, ni el ruso, ni el iraní moviliza a la clase obrera mundial, ni enarbola la lucha revolucionaria contra el imperialismo estadounidense. Ellos no son los aliados del pueblo palestino, como tampoco lo es el fundamentalismo islámico.
En la era del imperialismo, las potencias capitalistas solo se mueven por intereses geoestratégicos y económicos, y lo hacen mediante la fuerza bruta. Trump y Netanyahu están llevando este planteamiento hasta sus últimas consecuencias, pero sí lo hacen es porque no encuentran oposición. Igual que Hitler en los años 30, cuando la política de apaciguamiento de Gran Bretaña y Francia, e incluso de Roosevelt en EEUU, permitió a los nazis ir dando pasos hacia la guerra y la barbarie.
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La causa palestina es la causa de todos los oprimidos y de la clase obrera. ¡Por una alternativa internacionalista revolucionaria!
La tregua está sirviendo a Israel para centrar su atención en Cisjordania, con brutales incursiones en los campos de refugiados y ciudades palestinas. Están preparando una nueva fase de su ocupación de territorios palestinos y limpieza étnica, y contarán con el respaldo de Trump para legitimar definitivamente los asentamientos ilegales de colonos ultraderechistas. Otra vulneración de la legalidad internacional frente a la que clamará impotente la ONU. Pero da exactamente igual. Ahora Trump ha decretado sanciones contra el Tribunal Penal Internacional, dejando claro que no se detendrá ante ningún obstáculo diplomático.
La deriva reaccionaria de la sociedad israelí, en la que el 82% de la población según las últimas encuestas justifica la limpieza étnica de Gaza propuesta por Trump, es el espejo en el que si miran los ultraderechistas y neofascistas de todo el mundo, los Milei, Meloni, Orban, Erdogán, etc. Se están frotando las manos ante un consenso tan favorable, y que siembra la desesperanza y la desmoralización entre amplias capas.
Para ver como en una sociedad puede avanzar el fascismo sólo hay que atender a lo que está ocurriendo en Israel. La deriva no ha dependido solamente de los elementos más supremacistas, sino que ha sido jalonada por una oposición laica y sionista, que ha pasado de denunciar a Netanyahu como una amenaza para la democracia a justificar ahora, con entusiasmo, la propuesta de limpieza étnica de Trump. Esta supuesta oposición democrática, igual que antes el laborismo sionista, está allanando el camino para convertir Israel en una dictadura teocrática fundamentalista. Una dictadura racial de la que tarde o temprano también serían expulsados los ciudadanos árabes-israelíes, y donde los sindicatos o el movimiento feminista y LGTBI serían aplastados.
Pensar que lo que ocurrió en los años 30 no puede repetirse, que son fenómenos pasados, no nos prepara para el próximo periodo. Las mismas fuerzas objetivas que llevaron al ascenso del fascismo y del nazismo en aquel momento, están operando ahora. La reacción, apoyada cada vez por más sectores de los capitalistas y las élites financieras, como puso en evidencia la toma de posesión de Trump, se prepara. Aún no apuestan por dictaduras abiertamente fascistas, por temor a una respuesta revolucionaria, pero se comportan con una audacia y agresividad creciente.
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Al mismo tiempo, los liberales y los socialdemócratas, igual que la oposición israelí, lanzan proclamas en defensa de la democracia, contra la amenaza de la extrema derecha, contra el fascismo, para a continuación pactar con la reacción de derechas todas las cuestiones esenciales, colocando sobre los inmigrantes una diana para lanzar su legislación racista y fomentar el odio. Y en todas las naciones desarrolladas colaboran en tomar medidas punitivas, autoritarias y bonapartistas que restringen los derechos democráticos, y arriman el hombro para que la burguesía financiera se siga enriqueciendo obscenamente.
La propuesta fascista de Trump contra el pueblo palestino nos da la medida de la época en la que estamos entrando. Un periodo turbulento de la lucha de clases, de guerra, barbarie y contrarrevolución, pero también de revolución socialista.
Nos encontramos ante una amenaza muy seria, pero es evidente que pasar de las palabras a los hechos no será nada fácil. El pueblo palestino no abandonará voluntariamente su tierra. Resistirán a pesar del terrible martirio que padecen, como lo hicieron en 1948, en 1967 y en los setenta y siete años de colonialismo sionista. La marcha de miles de palestinos del sur al norte de Gaza, de cara a recuperar sus tierras y lo que pueda quedar de sus casas, es un buen ejemplo de ello. A pesar de haber colocado contratistas privados norteamericanos en la franja de Netzarim, que levantó el ejército israelí para separar el sur y el norte de Gaza, y a pesar del intento de impedirles el paso, finalmente la determinación y dignidad del pueblo palestino se impuso.
Pero es necesario sacar conclusiones de lo ocurrido para enfrentar la amenaza del sionismo supremacista y del fascismo trumpista. Tanto la dirección de Hamas, como en su día la de la OLP, han condicionado la lucha de liberación nacional en Palestina a sus alianzas y acuerdos con los Gobiernos y las élites árabes, y se han subordinado a la política del fundamentalismo. Hoy dicha estrategia, especialmente tras este terrible genocidio, ha demostrado su bancarrota.
La lucha del pueblo palestino y libanés contra el sionismo y el imperialismo norteamericano es, sin duda, un ejemplo de arrojo y una completa inspiración. Nadie puede negar el derecho a la resistencia armada contra los ocupantes sionistas. Pero las armas resultan impotentes si no van acompañadas de un programa revolucionario, comunista e internacionalista, basado en la acción de masas. La cuestión de los recursos militares, siempre en condiciones de inferioridad frente a la brutal maquinaria imperialista, puede compensarse con una firme estrategia revolucionaria, que convoque enérgicamente a todos los pueblos árabes a levantarse contra sus corruptos gobiernos de cara a hacer efectiva y real la solidaridad con la causa palestina. Eso es lo que más teme la burguesía sionista, estadounidense y árabe, que emerja un movimiento revolucionario unificado sobre bases socialistas y clasistas en Oriente Medio.
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Frente a los planes fascistas de Trump y los sionistas, hay que levantar la bandera del internacionalismo revolucionario, llamando a un gran movimiento de solidaridad mundial, con acciones obreras de masas, organizando paros y huelgas generales que demuestren el poder que tenemos las y los trabajadores. Solo así podremos enfrentarlos y frenarlos. Necesitamos un movimiento como el que en los años 30 se levantó en solidaridad con el Estado español, tras el golpe fascista de franco, y que se convirtió en una inspiración para antifascistas, socialistas y comunistas de todo el mundo. No solo hay que derrotar este genocidio y la limpieza étnica contra el pueblo palestino, hay que acabar con Trump, Milei, Meloni, Abascal, Erdogan, Al Sisi...
Por más que hayan arrasado con Gaza, es imposible que eviten nuevas crisis revolucionarias en Palestina y Oriente Medio. Prepararse para las mismas, extrayendo las lecciones adecuadas, es la tarea que tenemos por delante. No hay soluciones intermedias. O el dominio del sionismo y del colonialismo, o la revolución socialista acabando con el Estado de Israel -es decir, expropiando a su burguesía-, y planteando el derrocamiento de los Gobiernos capitalistas árabes y de la burguesía palestina, ligados por miles de negocios al sionismo y el imperialismo occidental.
Esta es la llave para poner fin a la opresión nacional y de clase del pueblo palestino y construir una Federación Socialista de Oriente Próximo donde todos los pueblos puedan vivir en paz, igualdad y libres de la barbarie imperialista.