Larisa Mijáilovna Reisner nació en la ciudad de Lublin, hoy territorio polaco, el 13 de mayo de 1895. Para conmemorar el aniversario de su natalicio, compartimos su biografía escrita por Laura Calderón, compañera de Izquierda Revolucionaria y Libres y Combativas en Madrid. Este texto fue publicado en MUJERES EN REVOLUCIÓN, un libro que recoge doce biografías de doce revolucionarias marxistas pioneras del feminismo de clase y socialista.

LARISA REISNER. Una pasión salvaje por la vida

Lublin (Polonia), 1 mayo 1895 - Moscú, 9 febrero 1926

Esta maravillosa mujer cruzó por el cielo de la revolución en plena juventud como un meteoro de fuego, cegando a muchos. A su figura de diosa del Olimpo unía una fina inteligencia aguzada por la ironía y el coraje de un guerrero. Todo lo quería conocer y ver, en todo quería participar. En unos pocos años se convirtió en una reputada escritora.

León Trotsky, Mi vida

Larisa Reisner quiso ser protagonista de los grandes acontecimientos que rodearon su existencia. Forjó su carácter en el combate por transformar la sociedad y la intervención en el movimiento revolucionario. Periodista, comisaria política, dirigente militar y embajadora fueron algunas de las posiciones a las que esta joven entregó sus escasos treinta años de vida.

Dichas hazañas no sólo fueron el producto de su genialidad individual, por otra parte evidente, sino también de la oportunidad que le brindó la Revolución rusa para desarrollar sus aptitudes, situándose en primera línea del torbellino que desató la lucha de los trabajadores por el poder en 1917. Tampoco fue casual su militancia en el bolchevismo, un partido que consideraba que la emancipación de la mujer trabajadora era una tarea clave para la construcción del socialismo:

no puede existir, no existe, ni existirá jamás verdadera «libertad» mientras las mujeres se hallen atrapadas por los privilegios legales de los hombres, mientras los obreros no se liberen del yugo del capital, mientras los campesinos trabajadores no se liberen del yugo del capitalista, del terrateniente y del comerciante.[1]

Nacida en Polonia, Larisa pasó su infancia en Alemania, donde creció en contacto con los círculos dirigentes de la socialdemocracia y los exiliados políticos, a los que su padre estaba vinculado. Su familia se trasladó posteriormente a Rusia, donde sufrieron las duras condiciones políticas de la reacción dominante tras la derrota de la revolución de 1905. Su padre, profesor universitario en Petrogrado, fue perseguido por las autoridades zaristas debido a su militancia en el POSDR, tras la denuncia hecha por colegas suyos de adscripción kadete[2].

Desde muy joven, Larisa mostró una extraordinaria solidaridad y sensibilidad con los oprimidos y fue incapaz de mantenerse ajena a su causa. Gozaba de una gran habilidad para la escritura, que no dudó en poner al servicio del pueblo. Lejos de dedicar su amplia cultura y capacidad literaria a la promoción individual o a acomodarse en el selecto mundo de la intelectualidad, se entregó a la militancia revolucionaria. No sólo confiaba en la capacidad de los trabajadores y trabajadoras para construir un mundo nuevo, también denunció con vehemencia las traiciones de los dirigentes de la izquierda y desnudó la podrida hipocresía que la socialdemocracia practicaba dentro de los parlamentos burgueses. Dicha postura supuso una ruptura con los intelectuales de izquierdas, hecho que, lejos de afligirla, la llenaba de orgullo.

En aquellos años se precisaba de una inmensa valentía para romper con las normas asociadas al papel de la mujer bajo el capitalismo, así como de una gran convicción para desafiar también en el terreno personal todos los prejuicios y comportamientos machistas de la época. La superación de todos estos obstáculos que día a día se presentaban en su camino forjó en ella, como en tantas otras miles de socialistas, la determinación de llegar hasta el final en la defensa de sus ideas.

Esa generación de revolucionarias tuvo que enfrentarse a la traición de la mayoría de los dirigentes de los grandes partidos socialistas. Centrando toda su atención en la actividad parlamentaria y disfrutando de las prebendas que acompañaban a sus cargos en las estructuras de las organizaciones socialdemócratas y en las instituciones del Estado capitalista, sustituyeron la independencia de clase por una política de alianzas con la burguesía. Los dirigentes reformistas habían renunciado en la práctica al derrocamiento del capitalismo. Para ocultar esta realidad, defendían que no era necesario acabar con la explotación por medios revolucionarios, sino que era posible lograrlo mediante tranquilas reformas parlamentarias que, poco a poco, alumbrarían el socialismo.

La familia Reisner se opuso firmemente a esta degeneración y supeditación a la lógica del sistema. Gracias a su espíritu de sacrificio, publicaron la revista Rudin, que denunciaba desde una perspectiva de clase la carnicería imperialista de 1914.

Tanto por su forma —prestigiosas caricaturas de los desertores que se habían pasado al campo del patriotismo— como por su contenido, representaba la protesta fulgurante de un grupo aislado de intelectuales revolucionarios contra la guerra. El alma de Rudin era la joven Reisner, que publicaba allí no sólo poemas notables por su forma, sino también una serie de reportajes llenos de humor. Toda la lucha contra la censura, así como las preocupaciones técnicas relativas a la edición, recayeron sobre ella.[3]

El aislamiento de quienes permanecieron firmes en sus principios llegó a su fin cuando la clase obrera entró en escena, espoleada por la devastación causada por el conflicto bélico. En la vieja, atrasada y autoritaria Rusia zarista, el movimiento adquirió una dimensión extraordinaria, estallando la revolución en febrero de 1917. Larisa nuevamente fue capaz de mantener su firmeza ideológica y no albergó ninguna confianza en el régimen de colaboración con la burguesía encabezado por Kérenski, a quien denunció enérgicamente en sus artículos. Participó en el círculo de los trabajadores portuarios de Kronstadt y sin dudarlo apoyó el programa político de los bolcheviques, es decir, que la revolución tenía que culminar con el derrocamiento del capitalismo.

Entusiasmada con la toma del poder por parte de la clase trabajadora y el campesinado en octubre de 1917, pocos meses después, a principios de 1918, se involucró en la construcción de la nueva sociedad, por ejemplo en la preservación de los monumentos artísticos y la divulgación entre el pueblo de las obras de arte que atesoraba la aristocracia, «como el trabajador que conserva la mejor herencia del pasado para los hijos de un orden nuevo».[4] Desempeñó esta actividad en el Instituto Smolny[5] junto a Anatoli Lunacharski, comisario del pueblo para la Instrucción Pública.

Pero la lucha de clases le deparaba nuevos desafíos. El capitalismo internacional decidió aplastar la primera revolución obrera triunfante, el joven Estado soviético convertido en ejemplo viviente de que el derrocamiento de la burguesía era posible. Con este objetivo, veintiún ejércitos imperialistas intervinieron militarmente en apoyo del ejército blanco[6] durante la guerra civil. Larisa, que en aquel momento tenía 23 años, no dudó en cambiar la pluma por el fusil.

Cuando, el 6 de agosto de 1918, los blancos y la legión checoslovaca —integrada por prisioneros de guerra— capturaron la ciudad de Kazán, se abrió la posibilidad de que la contrarrevolución tomara las ciudades estratégicas de Moscú y Petrogrado, centros neurálgicos de la Revolución. Para conjurar esta amenaza, el Partido Bolchevique envió a sus mejores cuadros. El famoso tren blindado del Ejército Rojo, liderado por Trotsky, se dirigió hacia allá con unas decenas de comunistas, entre los que se encontraba Larisa. Las fuerzas revolucionarias se reagruparon en la ciudad de Sviask, escenario de encarnizados combates que finalizaron con la derrota y el repliegue de las fuerzas zaristas.

Larisa jugó un papel muy destacado, asumiendo tareas muy arriesgadas: combatió en primera línea del frente y llevó a cabo acciones de sabotaje y misiones de infiltración en las filas enemigas para obtener información, como entrar en Kazán disfrazada de campesina. No pasó inadvertida y fue apresada, pero, aprovechando un momento de descuido de su carcelero japonés, se fugó.

Su arrojo la convirtió también en comisaria del Estado Mayor de la Marina. De hecho, dirigió la flota del Volga en los combates victoriosos contra el general Denikin, uno de los principales líderes de la contrarrevolución. Así es descrita en el terreno militar por su camarada Karl Radek[7]:

Reisner combatió con las armas en la mano y en las primeras líneas, como lo atestiguan quienes participaron directamente en esos combates (...) Tomó parte en la expedición y en todos los combates de nuestra flota del Volga. Un testigo de esos combates, el viejo oficial de carrera F. Novitsky, refiere el respeto que esta joven revolucionaria inspiraba a los viejos soldados por su intrepidez en las situaciones más difíciles (...) Su entusiasmo y su delicadeza, unidos a una inteligencia reflexiva, conquistaron el respeto de los oficiales superiores de la antigua flota, quienes, como el almirante Altfater o Berens, estaban necesitados, al entrar al servicio de los soviéticos, de que un ser vivo les ayudara a acercarse a la Revolución.[8]

Después de la guerra se trasladó, junto a su compañero, Raskólnikov, a Kabul en 1923, para desempeñar tareas diplomáticas. La actividad que desarrolló durante este período en la actual capital de Afganistán no tuvo nada que ver con la escuela diplomática burguesa. No se trataba de alimentar su prestigio personal o conquistar grandes comodidades materiales, tan habituales en los embajadores capitalistas, sino de colaborar con la lucha de los pueblos contra la opresión imperialista, para extender la revolución a escala mundial. Larisa también tenía por misión desvelar las constantes conspiraciones de los servicios secretos del imperialismo británico y de la Entente, seriamente preocupados por la simpatía de los oprimidos de todos los rincones del mundo hacia la URSS.

A su vuelta a Petrogrado, Larisa estaba profundamente preocupada por la perspectiva de que la república soviética pudiera quedar aislada internacionalmente durante un tiempo prolongado. Su firme posición marxista e internacionalista le permitía comprender la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país. La derrota de la campaña militar soviética en Polonia y los fracasos revolucionarios en Alemania, Hungría y Baviera exigían redoblar los esfuerzos.

Haciendo gala de su actitud vital plenamente consecuente, en octubre de 1923 se trasladó con Radek a Alemania. Las duras cargas económicas que las potencias capitalistas vencedoras de la Primera Guerra Mundial habían impuesto al pueblo alemán mediante el tratado de Versalles[9], sumadas a la ocupación francesa de la cuenca del Ruhr, espolearon la insurrección proletaria en la ciudad de Hamburgo, abriendo una nueva crisis revolucionaria en el país. Se desarrollaron grandes huelgas de masas sostenidas por un fuerte movimiento de delegados de fábrica, generando una situación de doble poder[10]. El capitalismo de este país, estratégico por su desarrollo industrial, estaba contra las cuerdas.

A pesar de enfrentarse a la clandestinidad y a la amenaza de los grupos paramilitares, Larisa no renunció a sus objetivos centrales: transmitir al pueblo ruso los esfuerzos de la clase trabajadora alemana para tomar el poder, sirviendo de enlace entre el comité central del KPD y la Internacional Comunista. Participó en numerosos mítines, asambleas de fábrica, manifestaciones y cualquier otra oportunidad de entrar en contacto con el movimiento de masas.

Trágicamente, la traición socialdemócrata —entregada a la reconstrucción del orden burgués—, sumada a los errores del KPD, provocó una nueva derrota de la revolución alemana.[11] Pese al trágico desenlace, Larisa no renunció a dejar constancia de la heroicidad del proletariado, recogiendo los testimonios de los protagonistas de la revolución. No es de extrañar que su gran libro Hamburgo en las barricadas fuera prohibido e incluso quemado públicamente por orden de los gobiernos reaccionarios alemanes que siguieron al fracaso del impulso revolucionario. En dicho texto, Larisa combina su refinada sensibilidad y pluma con el coraje de una revolucionaria que grita a los cuatro vientos el profundo sufrimiento de las víctimas de este sistema, especialmente de las trabajadoras:

En todos los hospitales para obreros (y hay docenas de ellos), el fiel de la balanza marca la pérdida incesante de peso de miles de hijos de trabajadores todos los días. En estas balanzas reposa toda una generación proletaria que chilla, agita al aire sus delgadas piernecitas y retuerce sus frágiles bocas desdentadas de un lado a otro (...) La clase obrera alemana no ha sido ni será derrotada. Pero hoy, precisamente cuando está todavía reuniendo fuerzas para formar un fuerte puño comunista, la lucha se libra con los medios más despreciables, es decir, golpeando sobre todo su futuro y el de sus hijos. Y aquí, la mujer proletaria alemana se ha levantado con toda su talla en defensa de ellos. Muy a menudo, el hombre simplemente no puede soportar los estragos del hambre, el llanto de los niños sin comer, la inanición y la suciedad. Miles de mujeres obreras son abandonadas por sus maridos y amantes después de unos cuantos meses de desempleo. Entre una multitud de gente diferente, es fácil distinguir a la mujer que prosigue por su propia cuenta y riesgo una lucha frenética por la supervivencia.[12]

De vuelta a la URSS, recorrió importantes zonas industriales con el fin de reflejar las dificultades y los esfuerzos de las masas soviéticas empeñadas en edificar una nueva sociedad que dejara atrás las condiciones de barbarie heredadas del zarismo y el capitalismo. De su convivencia con familias obreras en las minas de los Urales afloró la inspiración para su obra Carbón, hierro y hombres vivientes.

Tras contraer malaria, regresó a Alemania en 1925 para tratarse su enfermedad. De aquellos días nació otro libro, En el país de Hindenburg, una magistral denuncia de las condiciones de explotación impuestas por el capital y la República de Weimar[13]. Esta fue su última obra, ya que poco después de su regreso a Moscú contrajo tifus y su cuerpo, aún muy debilitado por la malaria, no lo pudo resistir. Murió en febrero de 1926 en el Hospital del Kremlin, con tan sólo 30 años.

Pero la muerte no puso fin a su legado. Recurrimos a las palabras del bolchevique Lev Sosnovski para reivindicarlo:

Larisa Mijáilovna podía definirse con una tosca combinación de palabras: una pasión salvaje por la vida. Una pasión genuina e indomable por la vida, una sed inextinguible de estar en Hamburgo y en Essen, en los Urales y en el Dombás, en Afganistán y en el Cáucaso (...) Dentro de muchos años, si la gente desea sentir algo de la envergadura de la revolución y del gran año de 1918, obtendrán mucho de la lectura de los escritos de Reisner.[14]

 

[1]              V. I. Lenin, El poder soviético y la posición de la mujer (6/11/1919).

[2]              Relativo o perteneciente al Partido Demócrata Constitucionalista, el principal partido de la burguesía monárquico-liberal rusa. El adjetivo deriva de su acrónimo en ruso (KDT).

[3]              Karl Radek, Larisa Mijáilovna Reisner, 1926.

[4]              Ibíd.

[5]              Sede del Comité Militar Revolucionario en octubre de 1917. Previamente había sido un centro educativo para hijas de la nobleza.

[6]              Partidarios del zar durante la guerra civil rusa que siguió a la Revolución de Octubre. El apelativo se debe al color del uniforme de sus tropas.

[7]              Karl Radek (1885-1939): Miembro de la socialdemocracia polaca, colaboró con el SPD y posteriormente con la Liga Espartaquista. Participó en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal. Viajó a Rusia tras la revolución de 1917. En 1918 asistió al congreso fundacional del KPD como representante de los bolcheviques. Trabajó para la Internacional Comunista desde su fundación, donde ocupó puestos dirigentes. Miembro del CC del partido ruso entre 1919-24, participó en la Oposición de Izquierda. Expulsado del partido en 1927, capituló ante el estalinismo dos años más tarde. Condenado en el segundo juicio de Moscú, murió en prisión.

[8]              Karl Radek, op. cit.

[9]              Tratado firmado el 28 de junio de 1919 por EEUU, Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón y las potencias que se les habían unido, por una parte, y Alemania, por otra. Puso fin oficialmente a la Primera Guerra Mundial.

[10]             Término que, durante un período histórico revolucionario, describe la situación en que la clase dominante todavía mantiene formalmente el viejo poder y, en paralelo, ya existe un nuevo poder formado por la clase revolucionaria. Las situaciones de doble poder son muy inestables y acaban con la destrucción de uno por el otro.

[11]             La anterior fue en 1918-19 y conllevó el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

[12]             Larisa Reisner, Hamburgo en las barricadas, Fundación Federico Engels, Madrid, 2018, pp. 33-34.

[13]             Período de la historia alemana que transcurre entre el 9 de noviembre de 1918 (caída del káiser y proclamación de la república) y el 30 de enero de 1933 (nombramiento de Hitler como canciller, que liquidó la república y proclamó el III Reich). Recibe su nombre de la ciudad donde se aprobó su Constitución.

[14]             Sosnovski, En memoria de Larisa Reisner, incluido en Hamburgo en las barricadas.  ||  Lev Sosnovski (1886-1937) fue un periodista bolchevique muy popular. Destacado antiestalinista, en 1927 fue expulsado del partido y deportado. Murió fusilado durante las purgas.

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