(Serie de articulos "Principios de economía marxista" publicados en El Militante a lo largo del año 2009)

III. Maquinaria y gran industria: la producción de plusvalía relativa

En el anterior artículo de la serie analizamos las condiciones materiales de la transición de la manufactura a la gran industria. El desarrollo de la producción de maquinaria a gran escala, necesaria por la demanda del propio proceso productivo generó una transformación cualitativa del modo de producción capitalista, asegurando el triunfo de la producción en masa y una fuente colosal de beneficios para los capitalistas.

Como cualquier otro componente del capital constante, la maquinaria no crea ningún valor, sino que transfiere su valor al producto que contribuye a fabricar. En tanto tiene valor, y por lo tanto, lo transfiere al producto, forma parte integrante del valor de éste.

La maquinaria entra siempre enteramente en el proceso de trabajo mientras que sólo lo hace parcialmente en el proceso de valorización. Nunca añade más valor del que pierde por término medio mediante el desgaste.

Existe pues una gran diferencia entre el valor de la maquinaria y la parte de valor transferido periódicamente desde ella al producto: cuanto menor valor transfiera, tanto más productiva será y tanto más se aproximará su servicio al de las fuerzas naturales.

Marx señalaba que la productividad de la máquina se mide por el grado en que sustituye a la fuerza de trabajo humana: la ventaja para el capitalista a la hora de utilizar maquinaria subsiste mientras los costes de trabajo de la máquina y, por tanto, de la parte de valor añadida por ella al producto, sean inferiores al valor que añadiría el obrero con su herramienta al objeto de trabajo. Esta idea sigue manteniendo toda su fuerza en la actualidad. Los fenómenos de deslocalización de la producción que en el presente llevan a cabo numerosas multinacionales, trasladando la producción de los países avanzados a los subdesarrollados se explica por esta razón. La existencia de mano de obra semiesclava en zonas de Asia compensa al capitalista en lugar de producir en países con infraestructuras de alto valor tecnológico pero donde los costes laborales son superiores.

La maquinaria bajo el capitalismo: un instrumento de explotación

La maquinaria este poderoso sustituto de trabajo y de obreros, tal como definió Marx se convierte inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio completo del capital.

Al favorecer la utilización de la fuerza de trabajo de todos los miembros de la familia, la maquinaria reparte el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre toda su familia produciendo la desvalorización de su fuerza de trabajo.

La compra de la familia fraccionada en cuatro fuerzas de trabajo, tal vez cuesta más que la fuerza de trabajo del cabeza de familia, pero en su lugar se tiene cuatro jornadas de trabajo en lugar de una, y su precio por tanto, disminuye en proporción al excedente de plustrabajo de los cuatro sobre el plustrabajo de uno.

De esta manera la maquinaria amplía desde el principio el campo de explotación del capital y explica la opresión asfixiante de generaciones enteras de proletarios desde edad precoz. En El Capital se encuentran registrados pasajes escalofriantes del trabajo forzado de niños, mujeres y hombres, una sangría masiva de familias obreras que permitieron la producción de plusvalía y la acumulación de capital en una escala desconocida.

Productividad de la máquina y creación de valor

Pero la maquinaria, además del medio más moderno para aumentar la productividad del trabajo, se convierte en un instrumento eficaz para prolongar la jornada de trabajo más allá de todo límite natural.

La maquinaria se independiza del movimiento y la actividad del medio de trabajo frente al obrero, pudiendo producir ininterrumpidamente si no tropezase con ciertas barreras naturales en sus auxiliares humanos: su debilidad física y su voluntad propia.

Por otro lado la productividad de la maquinaria está en relación inversa a la parte del valor que transfiere al producto. El período activo de vida de la máquina viene determinado, por la duración del proceso diario de trabajo, multiplicado por el número de días en que se repita. En este sentido el desgaste y el valor producido por las máquinas no corresponde ni mucho menos a su tiempo de duración. Por ejemplo, una máquina que trabaja 7,5 años, 16 horas diarias y otra exactamente igual que trabaje 15 años durante 8 horas diarias. En el caso primero, el valor de la máquina se reproducirá con doble rapidez que en el segundo y el capitalista ingresará, gracias a ella, en siete años y medio tanto trabajo adicional como en quince.

Además del desgaste material Marx señalaba que la máquina también está sujeta a un desgaste moral, provocado porque la innovación tecnológica, azuzada por la competencia y la lucha por el máximo beneficio, hace que las máquinas se queden obsoletas. El caso de los ordenadores en los últimos diez años es ilustrativo de esta idea.

La maquinaria produce plusvalía relativa no sólo al desvalorizar directamente la fuerza de trabajo y abaratarla indirectamente al abaratar las mercancías que intervienen en su reproducción, sino que también eleva el valor social del producto mecánico por encima de su valor individual y permite al capitalista reponer el valor diario de la fuerza de trabajo con una parte menor del valor del producto.

Es bastante claro que la industria mecánica amplia la creación de plusvalia, reduciendo el número de obreros ocupados por un capital dado. Pero de esta manera transforma una parte del capital que antes era variable, que se invertía en fuerza de trabajo viva, en maquinaria, es decir, en capital constante, que no produce ninguna plusvalía. Este es un punto decisivo de la economía política marxista: es imposible extraer la misma plusvalía de dos obreros que de 24.

Así, en el empleo de maquinaria para la producción de plusvalía subyace una contradicción orgánica, puesto que la cuota de plusvalía sólo aumenta al disminuir el número de obreros empleados y es esta contradicción la que, a su vez, impulsa al capital, sin que el mismo sea consciente de ello, en la prolongación de la jornada de trabajo, a fin de compensar la disminución proporcional de obreros explotados mediante el aumento no sólo del plustrabajo relativo (más producción en el mismo tiempo de trabajo), sino también del absoluto (aumentando la producción al prolongar la jornada laboral).

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