La traición ha sido consumada. De nada ha servido que una inmensa mayoría de militantes socialistas se hayan pronunciado en cientos de asambleas por el NO al PP; que Ferraz se haya llenado de cientos de manifestantes al grito de “No es No” o que las encuestas señalen que más del 70% de los votantes socialistas rechazan abstenerse en la investidura a Rajoy. Haciendo oídos sordos al clamor de su base y a la oposición mayoritaria de la clase trabajadora y la juventud, el Comité Federal del PSOE ha decidido entregar el gobierno a Mariano Rajoy y abrir de par en par las puertas a nuevos recortes y más austeridad. La fecha del 23 de octubre pasará a la historia como una de las mayores capitulaciones de la socialdemocracia española.
La dirección golpista del PSOE, encabezada por los “barones territoriales” y Felipe González —pero dirigida por la burguesía, el Ibex 35 y la escuadra mediática a sus órdenes— ha decidido atarse de pies y manos al PP. Los golpistas se han resistido con uñas y dientes a que la militancia votará una decisión de trascendencia histórica, sabiendo que cosecharían una derrota estrepitosa. Este aspecto no es secundario. Demuestra la podredumbre del régimen interno del PSOE, la completa emancipación del aparato dirigente de cualquier tipo de control real por parte de la base militante, y su asimilación a las reglas de juego de la política burguesa.
El Comité Federal, como no podía ser de otra forma tras lo ocurrido en su reunión del pasado 1 de octubre, se ha dividido en torno a la cuestión fundamental. La votación final ha arrojado el siguiente resultado: 139 a favor de la abstención y 96 en contra. Apoyando la abstención en la investidura de Rajoy se han posicionado todos los dirigentes felipistas, los barones territoriales encabezados por Susana Díaz, los ex Ministros más vinculados a las medidas neoliberales y la austeridad. Con el No se han situado dirigentes que, teniendo también un expediente muy manchado por su apoyo a políticas de recortes, están muy presionados en sus territorios por la irrupción de Podemos y la cuestión nacional. Es el caso de los líderes del PSE y del PSC, de los socialistas baleares, y de otros que también acusan la gran fuga de votos que el PSOE ha sufrido hacia Unidos Podemos.
La dirección golpista ha exigido “respeto a la democracia” del Comité Federal y que no se rompa la unidad en el grupo parlamentario socialista. Los mismos que han perpetrado un golpe brutal contra la democracia interna forzando la dimisión de un secretario general elegido en primarias, y que se niegan a que la militancia sea la que decida, ahora exigen disciplina de voto. Una disciplina podrida para garantizar que el PP siga gobernando y llevando a cabo su política no es democrática, es una imposición inaceptable.
Todos los diputados que se han opuesto a la abstención deben ser consecuentes. Si no mantienen su voto negativo en el Parlamento su credibilidad quedará comprometida. No se está votando algo secundario. Si esos dirigentes quieren regenerar el PSOE como una fuerza real de la izquierda, deben entender que sólo hay un camino: el enfrentamiento frontal contra el sector golpista y pro capitalista del Partido, que no dudará en destruirlo en aras de garantizar a la burguesía la gobernabilidad. Y esta lucha exige muchas cosas. En primer lugar valentía política: no es de recibo que Pedro Sánchez no asista al Comité Federal. No tiene ningún sentido. Su obligación, si realmente está en contra de esta capitulación y quiere evitarla, es intervenir activamente y movilizar a la militancia socialista. De lo contrario sólo contribuirá a fortalecer al ala de derechas. La valentía es fundamental, pero debe ir vinculada a la defensa de un programa socialista que ponga fin a la política de colaboración de clases en la que el PSOE lleva instalado desde hace cerca de 40 años.
Las condiciones para emprender la batalla desde la izquierda están maduras en el PSOE. La militancia lo ha demostrado sobradamente: hay un clamor contra la abstención que es mucho más que eso. Los miles de militantes que se han movilizado en cientos de agrupaciones contra los golpistas, o las cerca de 90.000 firmas conseguidas por el alcalde de Jun exigiendo la celebración de un Congreso extraordinario, son una fuerza considerable para ganar esta guerra. Pero si los dirigentes que tienen que darla renuncian a ella, los acontecimientos pueden tener otras derivas, empezando por una desafiliación masiva de militantes que hará todavía más rápida la pasokización del Partido y su hundimiento.
Un acontecimiento de trascendencia histórica
La abstención decidida, y que se materializará en los próximos días, no tiene nada que ver con un gesto simbólico de carácter “técnico”, o con el mal menor necesario para preservar el “interés de España”. Es todo un programa político, una decisión estratégica de enormes consecuencias, que define el grado de fusión que los actuales dirigentes del PSOE mantienen con la clase dominante. Las caretas han caído de manera vergonzosa: atrás quedan las declaraciones demagógicas, las filigranas dialécticas. La verdad es concreta. Con esta abstención no se logrará “acabar con la obra del PP” o “hacer avanzar la agenda reformista”, como han señalado patéticamente dirigentes como Eduardo Madina o Juan Ramón Jáuregui, sino perpetuarla y seguir infligiendo sufrimiento a millones de personas. Si los actuales dirigentes del PSOE cuando estaban en el gobierno fueron incapaces de romper con los dictados de la gran banca y la UE ¿lo van a hacer ahora que han entregado el gobierno al PP?
La decisión adoptada por el Comité Federal del PSOE no defiende a los oprimidos, a la juventud, a los parados, a las familias desahuciadas, a los estudiantes víctimas de la LOMCE y las reválidas. Todo lo contrario. Es la culminación de la política de colaboración de clases, de frente único con la burguesía que se viene desarrollando desde 1982, y busca únicamente asegurar la estabilidad del capitalismo garantizando que la agenda de ajustes decidida por la UE se lleva a cabo con los mayores apoyos posibles. Aunque los golpistas dentro del PSOE consideran que han ganado un tiempo precioso para recomponer sus fuerzas, unas nuevas elecciones —que seguramente se realizarán más temprano de lo que muchos se imaginan— pueden ser una hecatombe para ellos como ya vaticinan numerosas encuestas.
La burguesía ha decidido que, en las actuales circunstancias, antes que sacrificar al PP e inducir en su seno una crisis catastrófica, prefiere arruinar al PSOE y acelerar su pasokización, aunque eso signifique minar un punto de apoyo fundamental para sus intereses. Desde la caída de la dictadura franquista, y especialmente tras su gran triunfo electoral de 1982, el PSOE ha prestado grandes servicios para contener la lucha de clases y contribuir decisivamente a la estabilidad del régimen capitalista por más de tres décadas.
Felipe González y el aparato socialista se beneficiaron de las enormes reservas sociales del PSOE, de la memoria histórica de millones de hombres y mujeres que sufrieron la larga noche de la dictadura franquista, del crecimiento económico, y de que la derecha que se presentaba como alternativa rezumaba franquismo por los cuatro costados. Pero más de tres décadas de servicios a los capitalistas españoles e internacionales no han pasado en balde: reconversiones industriales y privatizaciones masivas, la entrada en la OTAN y en la UE, la guerra sucia en Euskal Herria, la intervención en las guerras imperialistas, los ataques a los derechos sociales y democráticos…ofrecen un saldo demoledor. La pérdida de credibilidad política del PSOE se ha ido desarrollando en los últimos diez años, acelerándose con virulencia al calor de la crisis económica.
No tiene ningún sentido culpar de esta deriva a uno u otro dirigente. La causa fundamental de la crisis del PSOE es política: en una época de decadencia orgánica del capitalismo, las reformas sociales son eliminadas de un plumazo, las medidas de ajuste y recortes dominan y la socialdemocracia se somete a ellas con todas las consecuencias. Lo hemos visto en Francia con Hollande, en Alemania con el SPD (formando parte de un gobierno de coalición con la CDU de Merkel), en Grecia con el PASOK, y en el Partido Laborista británico con los blairistas. La crisis de la socialdemocracia española —en sintonía con la del resto de Europa— es la consecuencia inevitable de su unidad política, y material, con la clase dominante y la aceptación de sus políticas en todos los terrenos.
Como hemos señalado en anteriores materiales, las derrotas contundentes que el PSOE arrastra desde 2011, iniciadas bajo mandato de Rodríguez Zapatero y continuadas bajo la dirección de Pérez Rubalcaba, son el resultado directo del apoyo del Partido a los recortes y las reformas constitucionales para beneficio exclusivo de la banca; de su nauseabundo respaldo al nacionalismo españolista que les ha llevado a una posición de marginalidad en Catalunya y Euskal Herria, por no hablar de su arrogancia a la hora de mostrarse como campeones de la gobernabilidad capitalista. Esta estrategia política ha colocado claramente al PSOE en el lado derecho de la foto. Pero la razón de fondo de que está percepción se haya profundizado entre millones hay que buscarla en los cambios profundos que se han producido en la correlación de fuerzas entre las clases. Las causas se transforman en efectos y los efectos en causas.
La lucha de clases: reformismo o revolución
Nadie habla de ello, pero su sombra es muy alargada. El giro a la izquierda entre la clase obrera y la juventud es el factor más importante en esta ecuación. Es el elemento que ha roto la estabilidad política de más de tres décadas, que ha hecho saltar por los aires el bipartidismo, que ha puesto contra las cuerdas a la institución monárquica, que ha roto con la preponderancia del nacionalismo españolista.
Sí, un giro a la izquierda que se ha cocido a fuego lento en una movilización social extraordinaria, cuyos antecedentes más cercanos hay que buscarlos en las grandes luchas contra la dictadura franquista de los años setenta. En el 15M, las huelgas generales, las Marchas de la Dignidad, la Marea Verde y Blanca (movimientos de masas en defensa de la educación y sanidad públicas), las grandes movilizaciones estudiantiles o las masivas manifestaciones a favor del derecho a decidir en Catalunya… millones de trabajadores, jóvenes y sectores amplios de las capas medias empobrecidas han dado la espalda al PSOE, pero también a la burocracia de CCOO y UGT.
La irrupción de Podemos en las elecciones europeas de 2014 representó un cambio fundamental en el escenario político. ¿De dónde surgió su fuerza? Obviamente no hace falta ser muy sagaz para entender que son grandes conmociones sociales lo único que puede hacer posible que un partido tenga un desarrollo tan explosivo. Fue la gran movilización de masas, y los elementos de ruptura con el sistema que esta movilización puso de manifiesto, lo que creó el espacio vital para que Podemos se convirtiera en una alternativa a la socialdemocracia oficial.
Que Podemos haya ganado la mitad de la base electoral socialista corona las tendencias fundamentales de la crisis agónica del PSOE. Pero la evolución de los acontecimientos plantea otros aspectos que hay que analizar cuidadosamente por su relevancia. Después de que Podemos cosechará unos resultados espectaculares en las elecciones europeas y municipales, la dirección de la formación morada puso todas sus esperanzas en el terreno institucional abandonando descaradamente la lucha en la calle, con la única excepción de la Marcha del Cambio de enero de 2015.
Esta estrategia se ha mantenido a toda costa desde hace casi dos años y ha tenido otras vertientes, como gobernar las grandes ciudades sin romper con la lógica de las privatizaciones y la gestión capitalista, o el abandono abierto de las reivindicaciones más avanzadas de su programa. La dirección de Podemos perseguía un fin con ello: ocupar el espacio de la socialdemocracia tradicional, pero a la vista de los hechos la orientación no ha conseguido los objetivos deseados, ni siquiera en el plano institucional. Lejos de proporcionar nuevos éxitos electorales ha mermado su base entre sectores de los trabajadores y la juventud, y ha reducido considerablemente el nervio militante de Podemos.
Los marxistas rechazamos frontalmente el programa de los socialdemócratas de derecha —siempre consecuentes en su defensa intransigente del capitalismo— pero también los prejuicios de los reformistas de izquierda, que sustituyen la acción independiente de la clase obrera por el parlamentarismo como medio para transformar la sociedad. Evidentemente somos muy conscientes del papel progresista que puede jugar el terreno electoral en el proceso de lucha por el socialismo, aumentando el nivel de conciencia y de organización de los oprimidos, pero subordinamos la actividad parlamentaria a la lucha de clases y la defensa de un programa revolucionario.
La crisis que ha estallado en el PSOE, y la que está desarrollándose en Podemos, plantea el debate fundamental: reformismo o revolución. En la mayoría de los aparatos políticos y sindicales de la izquierda hace tiempo que se renunció a la lucha por transformar la sociedad. Según su línea de pensamiento cualquier mejora para los trabajadores y las capas populares no será fruto de la lucha de clases ni de la defensa de un programa socialista consecuente, sino de ingeniosas iniciativas parlamentarias, de pactos y consensos. Para la socialdemocracia, igual que para muchos dirigentes de las nuevas formaciones emergentes de la izquierda, fuera del juego institucional sólo existe la nada; reniegan del marxismo, acusándolo de ser incapaz de dar respuesta a los nuevos “desafíos políticos” del siglo XXI, pero cuando acceden al gobierno capitulan en toda la línea ante las presiones y exigencias de los capitalistas. El ejemplo de Tsipras en Grecia es relevante a este respecto.
Las viejas disyuntivas vuelven a situarse en el centro del debate, precisamente porque los viejos problemas siguen sin resolverse. En esta época de recesión mundial, conquistar cualquier mínima reforma en beneficio de la población implica una dura lucha de clases. Los discursos parlamentarios son inútiles, las negociaciones y el espíritu de “consenso” impotentes para torcer la voluntad de los capitalistas. La clase dominante está determinada a descargar la catástrofe económica sobre los hombros de los trabajadores y sus familias independientemente de sus consecuencias. Enfrentarse a sus ataques con éxito requiere que levantemos un programa socialista y un método para lograrlo basado en la movilización de masas. Ambas cosas son un tabú para la socialdemocracia oficial y muchos de los nuevos líderes que pretenden ocupar su espacio.
Una nueva fase en la lucha de clases
La investidura de Mariano Rajoy con los votos de los parlamentarios socialistas marcará el carácter fraudulento e ilegítimo de su gobierno. Al precipitar la crisis del PSOE la burguesía buscaba la estabilidad necesaria para aplicar su agenda de recortes en las mejores condiciones, alejando unas terceras elecciones que hubieran pospuesto sus planes por demasiado tiempo. A la vista de los resultados, el negocio no les ha salido precisamente redondo. Este gobierno será muy débil, sometido al tortuoso lance de tener que pactar con el PSOE y Cs los aspectos fundamentales de su programa de recortes, y con un Partido Socialista sometido a la crítica furibunda de sus bases, sus votantes, y el descontento de muchos de sus cuadros medios y parlamentarios nacionales, autonómicos y concejales. Todo lo contrario a una situación de estabilidad política, que además se ve comprometida por unas perspectivas económicas sombrías y que persisten en la recesión.
Pero si en el terreno parlamentario la situación es negativa, cuando el gobierno del PP intente poner en marcha su agenda la respuesta del movimiento obrero y juvenil no se hará esperar mucho. Es difícil establecer un ritmo preciso, pero la experiencia de estos años ha quedado grabada en la conciencia de millones. La credibilidad del PP y los golpistas del PSOE para hacernos tragar una nueva oleada de ataques a nuestras condiciones de vida es nula. Su margen de maniobra se ha reducido considerablemente, y el que les proporciona la actitud nefasta de la burocracia de CCOO y UGT con su política de paz social, también.
Para complicar aún más las cosas para la clase dominante, la situación de Podemos es un hervidero. Los cambios operados en el discurso de Pablo Iglesias en las últimas semanas han sido notables, pero no son ninguna sorpresa: al fin y al cabo reflejan los procesos que se están dando en la lucha de clases y sus efectos en una formación tan inestable como Podemos. Pablo Iglesias aceptó durante un largo tiempo la estrategia de la desmovilización como una opción ganadora (basta recordar sus declaraciones tras las elecciones del 26J cuando hacía gala de que el trabajo parlamentario sería el eje de Podemos). Pero está comprobando que esta línea sólo favorece a la derecha, tanto dentro de Podemos como fuera.
La renuncia a una política de confrontación con el capital debilita a Podemos, y en consecuencia a la persona que representa mejor que ninguna otra a la formación, dando alas al sector de un Iñigo Errejón más que dispuesto a dirigir con entusiasmo el giro a la derecha y de paso reemplazar al propio Pablo Iglesias en el liderazgo. Las palabras de Pablo Iglesias cuestionando la “comodidad” del parlamentarismo, apelando a colocar la lucha en las calles como eje de la acción política de Podemos, la defensa de la huelga general, e incluso la autocrítica realizada por el giro a la derecha del último periodo, indican la enorme presión de las masas y el temor real ante los avances del sector de derechas de Podemos.
La tarea fundamental en estos momentos es desplazar la acción de la izquierda militante hacia el terreno de la movilización y la confrontación social contra la derecha. Unidos Podemos tiene una oportunidad histórica de emerger como la fuerza dominante de la izquierda en el próximo periodo. Pero las oportunidades hay que materializarlas, hay que aprovecharlas, como Pablo Iglesias sabe muy bien.
Si Unidos Podemos adopta de manera inmediata el camino de la lucha, llamando al pan pan y al vino vino, la situación puede transformarse rápidamente en beneficio de los oprimidos. Pero no basta con hacer apelaciones abstractas a la Declaración de los Derechos Humanos, o a la democracia (en este caso capitalista), o gobernar grandes ciudades aceptando las reglas del juego de los capitalistas y frustrando las ilusiones de millones. Unidos Podemos debe también dar un giro claro a la izquierda, defendiendo un programa socialista capaz de enfrentarse a la crisis capitalista con medidas efectivas: nacionalizando los sectores estratégicos de la economía (incluida la banca); defendiendo intransigentemente la sanidad y la educación pública (derogación de la LOMCE, el 3+2, las reválidas, los recortes presupuestarios…), el derecho a la jubilación a los 60 años con contratos de relevo, el fin de la precariedad y la subida del SMI; prohibiendo por ley de los desahucios y creando un parque de vivienda pública con alquileres sociales de verdad; respetando a los derechos democráticos, incluyendo el derecho a decidir de Esukal Herria, Catalunya y Galiza, y anulando las leyes represivas. Este es el programa que puede transformar completamente el panorama político.
La lucha de clases en el Estado español ha entrado en una nueva fase, mucho más turbulenta que la que hemos vivido en estos últimos años. La crisis del PSOE y de Podemos, la ilegitimidad del nuevo gobierno del PP, la frustración de las ilusiones electorales y parlamentarias, son una gran escuela de aprendizaje político. Esta escuela, y los grandes acontecimientos que están por venir tanto en el Estado español como internacionalmente, ponen sobre la mesa la necesidad de construir una fuerte organización armada con las ideas del marxismo revolucionario.
Los trabajadores y jóvenes que formamos IZQUIERDA REVOLUCIONARIA, que participamos activamente en el Sindicato de Estudiantes, en las luchas de la clase obrera y en los movimientos sociales defendiendo un programa anticapitalista y socialista, creemos que no debemos conformarnos con votar. Ninguna aritmética parlamentaria puede modificar el plan de la burguesía española y europea de volver a la carga con más recortes y más ataques a nuestros derechos. Si queremos derrotar a los capitalistas necesitamos profundizar la rebelión social que ha colocado a la derecha contra las cuerdas en estos años, y transformar esta lucha en organización revolucionaria en los centros de estudio, en las empresas y fábricas, en nuestros barrios. Sólo el pueblo salva al pueblo.
¡Únete a Izquierda Revolucionaria!