Las ideas del marxismo son muy poderosas. Tanto que, camino de los dos siglos de existencia de estas, las mentes más brillantes y poderosas al servicio de los intereses capitalistas, han sido incapaces de refutarlas. En su lugar han optado por generar teorías oscuras o directamente ignorar las portaciones del marxismo. El objetivo es desviar la atención de la juventud y la clase trabajadora de estas ideas y presentarlas como una antigualla inservible.

La realidad es muy diferente, estas ideas están tan vigentes y son tan necesarias como lo fueron en los siglos XIX y XX. En primer lugar, porque el desarrollo del capitalismo las ha reivindicado plenamente, hasta tal punto que el mundo de hoy encaja mejor en la descripción de Marx que el propio capitalismo de entonces. Y, en segundo lugar, porque las condiciones de vida de la clase obrera siguen necesitando de estas herramientas ideológicas para liberarse de la opresión y la explotación. Además, en general, se trata de ideas muy prácticas y sencillas de entender. Por eso es muy importante que los trabajadores hagamos un esfuerzo por aprenderlas.

Un ejemplo de esto es la plusvalía: la diferencia entre el valor creado por el trabajo humano y el coste del trabajador que crea este valor. La lucha entre los capitalistas y los trabajadores por apropiarse de este valor que el trabajo humano incorpora a la sociedad es la lucha entre capital y trabajo que ha marcado a fuego la existencia del capitalismo, desde antes que Marx lo descubriera y hasta el final del mismo capitalismo.

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El desarrollo del capitalismo ha reivindicado las ideas del marxismo plenamente, hasta tal punto que el mundo de hoy encaja mejor en la descripción de Marx que el propio capitalismo de entonces. 

Cuando esta idea es comprendida por un trabajador su perspectiva cambia de manera radical. En primer lugar, porque nos permite comprender que los beneficios capitalistas son el producto exclusivo del trabajo humano. Pero también que la introducción de tecnología que incremente la productividad es una oportunidad para que se produzca una mejora exponencial de las condiciones de vida de la clase obrera, y que si esto no ocurre es porque el empresario no lo permite, al ver en esta una oportunidad para incrementar exponencialmente sus beneficios a costa de mantener a sus trabajadores explotados.

Entender esto es de enorme utilidad para el trabajo sindical que hacemos en los astilleros públicos de Navantia. Por ejemplo, en los años 70 del siglo pasado en el astillero de Ferrol llegaban a trabajar unos 12.000 trabajadores que, en jornadas maratonianas de lunes a sábado y con escasas vacaciones, realizaban unos 30 millones de horas de trabajo al año.  Hoy día en el mismo astillero, en los buenos momentos, hay unos 5.000 trabajadores que realizan unos 10 millones de horas de trabajo al año. Es decir, con la tercera parte del trabajo humano se elabora un producto de muchísimo más valor que el de entonces (los buques son mucho más complejos y modernos). La introducción de nuevas tecnologías ha disparado el valor creado por el trabajo humano.

Aunque con estos datos parecería lógico pensar en una mejora exponencial de nuestras condiciones laborales, nada de esto ha sucedido. Es cierto que en los primeros años de la democracia se produjeron avances muy potentes, aunque estos fueron más un producto de la lucha y de la enorme fuerza política que tenía la clase obrera de entonces impulsada por un sindicalismo más combativo, que una consecuencia de los avances técnicos. Estos se extendieron hasta finales de los años 90 o principios del 2000, periodo en el que como consecuencia del dominio del sindicalismo de pactos aceptando pérdidas de derechos y del consiguiente retroceso político hemos ido viviendo un retroceso brutal de aquellas conquistas. Quizá el dato que mejor refleja esta idea es el siguiente: un mileurista era, a principios del milenio, un trabajador pobre. Todos aspirábamos a ganar un salario mínimo de 1.500 euros al mes. Si aplicamos el IPC de los últimos 20 años a un salario de 1.000 euros el resultado son unos 1.800 euros, y si se lo aplicamos a un salario de 1.500 euros, el resultado son unos 2.700 euros. Al calor de este dato, ¿somos o no somos mucho más pobres?

Es cierto que en Navantia (un astillero público) el empobrecimiento no ha sido tan acusado, pero sí que lo ha habido y mucho. Por ejemplo, el poder adquisitivo perdido en los últimos 20 años (respecto al IPC) es del 11%, se han creado 2 niveles de entrada por debajo y se ha destruido un sistema de promociones que durante décadas garantizó que ningún trabajador se jubilara con un salario de miseria. Fruto de esto hoy día en Navantia hay salarios inferiores a los 1.200 euros mensuales y son anecdóticos los que superan los 2.700 euros (el equivalente a los 1.500 euros de principios del milenio).

Pensemos, además, que esta comparación la hago en relación con el IPC que, como todo el mundo sabe, es un pésimo indicador del poder adquisitivo de las familias. Para que nos hagamos una idea de lo mal indicador que es: en el periodo 2020-2023 el IPC acumulado fue del 15,5% mientras la cesta de la compra creció un 47%, ¡3 veces más! Si miramos el incremento del precio de otras partidas fundamentales para la economía familiar como la vivienda o el transporte, veremos que el empobrecimiento es mucho mayor del reflejado por el IPC.

Otro dato contundente para demostrar el empobrecimiento de los trabajadores del astillero es el análisis de las masas salariales de Navantia. La masa salarial de una empresa es la suma de todos los salarios. Pues bien, en el año 2017 (antes del último ERE en que se destruyeron un 20% de los puestos de trabajo, sustituyendo, además, los buenos salarios de los veteranos por los salarios miserables de las nuevas incorporaciones) la masa salarial en Ferrol (para tablas salariales actuales) superaba los 90 millones de euros anuales, hoy apenas llega a los 60 millones. Es decir, con una reducción de plantilla del 20 %, los salarios se han hundido un 35%.

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A pesar de que los trabajadores de Navantia generamos muchísima más plusvalía hoy que hace 30, 40 o 50 años, miles de obreros y obreras, sobre todo de la industria auxiliar, somos condenados a vivir como trabajadores pobres. 

Por tanto, ¿si los trabajadores de Navantia generamos muchísima más plusvalía hoy que hace 30, 40 o 50 años, cómo es posible que no tengamos jornadas laborales de 15 horas semanales o salarios de 5.000 euros al mes? ¿Cómo es posible que, en su lugar, nos hayamos empobrecido? La respuesta es sencilla: todo ese crecimiento en la plusvalía se lo ha comido la patronal, en nuestro caso la patronal de auxiliares. Diariamente entran a trabajar en las instalaciones de Ferrol más de 100 empresas auxiliares; alimentar a ese monstruo conformado por cientos de capitalistas es lo que consume el incremento de la plusvalía. Mientras tantos miles de trabajadores, sobre todo de la industria auxiliar, son condenados a vivir como trabajadores pobres.

Cuando el empobrecimiento es muy acusado no necesitamos conocer estos datos, y mucho menos comprender qué es la plusvalía, para darnos cuenta de que somos más pobres. Basta con no vivir en las nubes, o no ser los voceros de la patronal (como hace la burocracia sindical de Navantia). Pero, cuando queremos pelear contra este empobrecimiento eficazmente si es bueno entender qué es la plusvalía y porque los capitalistas luchan por apropiarse de ella. Porque así tendremos claro que, en primera instancia, hay que peleársela, es decir, no asumir resignadamente que nos la arrebaten y, en última instancia, erradicar el origen de todo el problema, la existencia misma de los capitalistas.  

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