Hoy 25 de abril se cumplen 48 años de la Revolución de los claveles. En conmemoración volvemos a destacar este trascendental acontecimiento destacando nuevamente en la portada de la web de Izquierda Revolucionaria el artículo que ya publicamos en 2020. ¡Viva la Revolución portuguesa! ¡Viva la lucha internacional del proletariado!
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El 25 de abril se conmemora el 46 aniversario de la Revolución de los Claveles. Aquel día de 1974 un golpe encabezado por militares progresistas puso fin a la larga dictadura salazarista. La acción del MFA fue la espoleta que marcaba el inicio de una profunda revolución social. De norte a sur de Portugal se generalizaron los comités de trabajadores en las fábricas y los comités de vecinos en los barrios, se procedió a la depuración de los elementos fascistas en el Estado, en las empresas y en los medios de comunicación.
Dentro del ejército, los soldados participaban y discutían abiertamente de política. Se produjo un incremento vertiginoso y masivo de la militancia en las organizaciones políticas de izquierdas. Todos los intentos de la reacción de cortar el proceso revolucionario radicalizaron aún más a los trabajadores, a los campesinos y a la base del ejército. Posiblemente, en ningún otro país europeo tras la Segunda Guerra Mundial el triunfo de la revolución socialista estuvo tan al alcance de la mano.
Las lecciones de la Revolución Portuguesa siguen siendo hoy fundamentales. Reproducimos a continuación el texto del libro "La Revolución de los Claveles", de Jordi Rosich, publicado por la Fundación Federico Engels en marzo de 2013.
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Introducción - Una oportunidad histórica para acabar con el capitalismo
A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grândola, vila morena. Era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. Aunque ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción era consciente de que estaban abriendo las compuertas de uno de los procesos revolucionarios más profundos de la historia reciente, eso fue lo que sucedió.
La revolución portuguesa de 1974-75 debe englobarse en la oleada revolucionaria internacional de finales de los años sesenta y setenta del siglo XX, que en Europa tuvo su expresión en el Mayo del 68 francés, el otoño caliente italiano de 1969, la caída de la dictadura de los Coroneles griegos en 1974 y la situación prerrevolucionaria que llevó a la caída de la dictadura franquista en el Estado español. De todos estos procesos, el que estuvo más cerca de derribar el sistema capitalista y el Estado burgués fue, sin duda, la revolución de los Claveles.
La caída de la dictadura salazarista dio paso a una explosión de participación de millones de trabajadores, hombres, mujeres y jóvenes, en la vida política y social del país. De norte a sur, se generalizaron los comités de trabajadores en las fábricas y los comités de vecinos en los barrios; se procedió a la depuración de los elementos fascistas vinculados a la represión en las empresas, radios y periódicos; dentro del ejército, los soldados participaban y discutían abiertamente de política y cuestionaban las decisiones del mando militar. Se produce un incremento vertiginoso y masivo de la militancia en las organizaciones políticas de izquierdas. En los meses que siguieron al 25 de Abril, todos los intentos de los capitalistas de cortar ese estado de efervescencia y de participación popular en la vida política, mediante campañas contra la “anarquía”, golpes de Estado reaccionarios, represión y sabotaje económico, radicalizaron aún más a los trabajadores, a los campesinos y a la base del ejército, empujando la revolución hacia delante. En un momento dado, los latifundios fueron tomados por los jornaleros y la banca fue nacionalizada por exigencia de los propios trabajadores bancarios; otros sectores clave también fueron nacionalizados y en todas las empresas se extendió, en mayor o menor medida, el control obrero, en muchos casos mediante la ocupación directa.
Fue la acción de las masas, particularmente de los trabajadores y sus familias, la que convirtió el golpe del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) contra la dictadura en una verdadera revolución social. Las reivindicaciones democráticas —como la liberación de los presos políticos, legalización de partidos y sindicatos, libertad de expresión, reunión y organización; depuración de los elementos fascistas del aparato del Estado, castigo a los torturadores de la PIDE (la policía política de la dictadura)— estaban completamente ligadas a reivindicaciones laborales y sociales, como la dignificación de las condiciones de trabajo, el acceso a la vivienda y la cultura, la mejora de los barrios, etc. Muy rápidamente, todo se transformó en un cuestionamiento del poder político y económico de los capitalistas. Una estrofa de una canción que se hizo muy popular tras el 25 de Abril decía: “La libertad sólo puede ser algo serio con la paz, el pan, la vivienda, la salud y la educación”. Efectivamente, los trabajadores se tomaron muy en serio la libertad, pero no como una consigna vacía de contenido; por eso tomaron el camino de la transformación socialista de la sociedad.
La burguesía y sus medios de comunicación, al no poder ignorar unos acontecimientos que marcaron tan profundamente la vida de una generación de trabajadores y jóvenes, han hecho un esfuerzo sistemático por consolidar una imagen romántica y burdamente simplificada de la revolución de los Claveles, quitándole todo su contenido de clase, revolucionario y socialista. Esa versión falsa de los hechos limita la revolución a un solo día, el 25 de Abril, cuando aquel día, siendo muy importante, en realidad fue el inicio de una revolución que se prolongó durante 20 meses. Para la burguesía, todo lo que no sea el 25 de Abril y la instauración de un régimen parlamentario hay que borrarlo de la memoria o reducirlo a una serie de “excesos” que no se deben repetir.
Sin embargo, la dinámica real de los acontecimientos tras el 25 de Abril, determinada sobre todo por el empuje de la clase obrera y de la juventud, y por la incapacidad del capitalismo de ofrecer ninguna alternativa a las profundas aspiraciones de cambio social, llevó la revolución a un punto crítico de ruptura con el capitalismo y con el Estado burgués. Las cosas llegaron tan lejos y las condiciones fueron tan favorables para los intereses y aspiraciones de los trabajadores, que el periódico burgués británico The Times llegó a anunciar, en una de sus portadas de marzo de 1975: “El capitalismo ha muerto en Portugal”. Realmente, tras la Segunda Guerra Mundial, en ningún otro país europeo una revolución socialista triunfante estuvo tan al alcance de la mano. La verdad es que el sistema económico capitalista y el Estado burgués estuvieron gravemente heridos en Portugal, pero no muertos. El gran problema de la revolución fue que las direcciones de las organizaciones de masas de la izquierda, tanto políticas como sindicales, no defendieron un programa consecuentemente socialista. La revolución se quedó a medias, no se completó, y esto permitió a los capitalistas, 20 meses después del 25 de Abril, recuperar la iniciativa y afianzar de nuevo su control sobre la situación, aunque tuvieron que pasar muchos años para que pudieran revertir completamente las conquistas sociales y los cambios alcanzados por la revolución de los Claveles.
Hacia una nueva revolución
Ahora, casi cuarenta años después de la revolución de los Claveles y de los turbulentos años setenta del siglo XX, la revolución vuelve a llamar a Europa por la puerta del sur. La burguesía mundial y europea ha declarado la guerra a la clase obrera, emprendiendo un plan sistemático contra todas sus conquistas obtenidas mediante una lucha de décadas. En todos los países europeos en general se está produciendo un ascenso de la lucha de la juventud y de la clase obrera que hará tambalear los cimientos de la sociedad capitalista, abriendo, de nuevo, una oportunidad histórica para la transformación socialista de la sociedad.
Portugal vive una situación de auge de la lucha social contra los recortes salvajes del gobierno de derechas de Passos Coelho y de la troika comunitaria, Portugal se encamina de nuevo hacia una situación revolucionaria. Las tradiciones de la revolución de los Claveles están siendo reivindicadas con fuerza por millones de trabajadores y jóvenes. La canción Grândola, vila morena vuelve a ser cantada en todo tipo de actos y manifestaciones, y se ha convertido en el símbolo de la lucha contra los recortes. El interés por conocer aquellos acontecimientos es cada vez mayor, sobre todo entre la juventud. La importancia de sacar las lecciones de la revolución de los Claveles no es un mero ejercicio de memoria histórica, sino una urgente necesidad práctica para la lucha actual, no sólo Portugal, sino también en el Estado español, en Europa e internacionalmente. Este es precisamente el objetivo de este breve texto: servir de estímulo para profundizar en el conocimiento de la revolución portuguesa y contribuir a sacar el máximo de conclusiones para la lucha presente y futura.
Jordi Rosich
Mayo de 2013
LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES
La agonía del régimen salazarista
La larga dictadura iniciada en 1926 era un suplicio para la inmensa mayoría de la población portuguesa. Una ínfima minoría social privilegiada, compuesta por unas 100 familias, fue la única beneficiaria del negro y largo período de represión y de miseria. Una mano de obra muy barata y las materias primas procedentes de las vastas colonias portuguesas en África y Asia eran los dos pilares fundamentales del débil capitalismo portugués.
En 1973, la economía portuguesa estaba controlada por sólo siete grandes monopolios, en los que el sector industrial y el financiero estaban completamente entrelazados. CUF era el mayor grupo financiero y controlaba muchas ramas industriales. El grupo Champalimaud tenía el monopolio del acero, a través del cual controlaba varios bancos y las actividades ligadas a la construcción civil. En el campo, la desigualdad era igualmente brutal, sobre todo en el sur del país, donde estaban los grandes latifundios.
Había tanta miseria, que una parte sustancial de población tuvo que emigrar en busca de una vida algo mejor. Se estima que, en 1974, uno de cada siete portugueses vivía en otros países europeos; considerando solamente la población activa, la cifra se eleva a un tercio. Portugal fue el único país del mundo que vio disminuir su población entre 1960 y 1970.
Un hecho que exacerbó aún más la desigualdad y la miseria de las masas portuguesas fue la guerra colonial. Portugal era uno de los eslabones más débiles de la cadena capitalista europea, pero al mismo tiempo era el último imperio colonial basado en la dominación militar directa que restaba en el mundo.
El ejército portugués mantenía 120.000 soldados en las colonias. Los jóvenes portugueses tenían un servicio militar de cuatro años, dos de los cuales los tenían que pasar en las colonias. Entre 1961, inicio de la guerra en Angola, y la revolución de abril de 1974, se calcula que murieron 15.000 jóvenes y 30.000 más quedaron inválidos o mutilados. Casi todas las familias portuguesas tenían un miembro en la guerra, pero la dictadura ni siquiera informaba sobre el transcurso de la misma. El único contacto que tenían con la guerra eran los patéticos discursos radiofónicos, paternalistas y chovinistas, que el régimen emitía cada día.
En el último período de la dictadura, la situación se hizo particularmente insoportable para las masas. A los crecientes gastos de la guerra se sumaron los primeros efectos de la crisis capitalista mundial de 1973. En 1961, el 35’6% del presupuesto del país estaba destinado a la guerra; en 1973, rebasó el 45%, una cifra sólo superada, en la época, por Israel y algunos países árabes que estaban en guerra. Quienes pagan las consecuencias económicas de la guerra y de la crisis son los trabajadores, y también las capas medias. De 1970 a 1973, los impuestos indirectos (sobre el consumo) suben un 73%. La inflación es galopante, rebajando mes a mes el poder adquisitivo de los salarios.
Pese a la gran debilidad del capitalismo portugués, el factor clave de la tremenda fuerza que tuvo la revolución fue el desarrollo de una poderosa clase obrera en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, al calor del crecimiento económico. Durante ese período, Portugal vive una acelerada transformación, incrementándose el peso social de la población urbana y de los trabajadores. Esa clase obrera joven y muy concentrada en torno a Oporto y, sobre todo, Lisboa sería la gran protagonista de todos los acontecimientos claves del proceso revolucionario.
La lucha obrera contra la dictadura
La dictadura en Portugal estaba muy debilitada y no contaba con apoyo social. Se mantenía solamente por la inercia política y por el terror infundido por los miles de miembros de la PIDE, dedicada a la tortura y a la represión. A finales de los años 60, con la muerte del dictador Salazar, el régimen intenta cambiar su imagen y ganar algún apoyo social. Los cambios son secundarios, y muchos meramente cosméticos, como por ejemplo el cambio del nombre de la PIDE por DGS. En todo caso, fueron señales de debilidad, que tuvieron el efecto de animar la lucha contra la dictadura y dar un notable impulso al movimiento obrero. El 1 de abril de 1970 se crea la Intersindical. Entre 1969 y 1971, unos 30 sindicatos fueron tomados por las llamadas “listas B”, opositoras a la dictadura. Uno de los cambios que tendría gran trascendencia para los acontecimientos futuros fue la victoria de la izquierda en las elecciones para la dirección del sindicato de los bancarios, sector que protagoniza una serie de luchas importantes y consigue el primer convenio colectivo. En vísperas del 25 de abril de 1974, ya hay cincuenta sindicatos en manos de las listas promovidas por la izquierda.
La última etapa de la dictadura es de claro ascenso del movimiento huelguístico, particularmente en los doce meses previos a abril de 1974. Entre octubre de 1973 y el 25 de abril de 1974, en un contexto de inflación desbocada y subidas brutales de impuestos indirectos, más de 100.000 trabajadores de los núcleos industriales, sobre todo del cinturón rojo de Lisboa, y decenas de miles de jornaleros del sur del país iniciaron huelgas, que golpearon de forma vigorosa los cimientos de la dictadura. En vísperas de la revolución, y pese a la brutal represión, más de medio millón de trabajadores estaban organizados en sindicatos englobados en la Intersindical, en la que el PCP (Partido Comunista Portugués) tenía una influencia decisiva.
También la juventud tuvo un papel clave en la última etapa de la dictadura, participando en las acciones más arriesgadas y destacando en la lucha de carácter internacionalista, en solidaridad con el pueblo del Vietnam y con los pueblos oprimidos por el colonialismo portugués. Se hacían recogidas de firmas y actos públicos en favor de los derechos democráticos en el servicio militar y otras cuestiones. El movimiento vecinal en los barrios es igualmente creciente. Se organizan protestas contra el precio de la vivienda, contra el deficiente transporte público, por una atención sanitaria adecuada, por el abastecimiento de agua, etc. Incluso entre las capas medias (pequeños propietarios, profesionales liberales, etc.) el malestar era cada vez más evidente. Los profesores de enseñanza secundaria, los médicos, se reunían en multitudinarias asambleas y hacían concentraciones y huelgas, en abierto desafío al régimen.
Así, antes del golpe de abril protagonizado por el MFA, la dictadura ya estaba tocada de muerte, se mantenía por pura inercia y la sociedad portuguesa se encontraba en un avanzado estado de ebullición.
El Movimiento de las Fuerzas Armadas
El MFA tenía arraigo fundamentalmente entre los capitanes y mandos intermedios del ejército. La existencia de un movimiento democrático en el seno del ejército y bajo una dictadura era, desde luego, un hecho político muy significativo, un síntoma de las condiciones enormemente favorables en las que se iba a desarrollar la revolución.
El inicio de conflictos coloniales serios y, finalmente, la guerra declarada a partir de 1961 implicaron un cambio en la composición de clase de la oficialidad del ejército, sobre todo en los niveles medios. Antes del inicio de la guerra colonial, el destino reservado a muchos jóvenes de familias acomodadas era un puesto en el ejército. Pero, con la guerra, la cosa cambió. Entrar en el ejército significaba jugarse la vida y la opción militar perdió todo su atractivo para esos sectores. Los grados bajos de la oficialidad tuvieron que abrirse a las capas medias, para las que, debido a la situación económica portuguesa, ésa era una de las pocas alternativas a la emigración.
Este cambio hizo que las contradicciones y el descontento existentes en la sociedad se expresasen más fácilmente en el seno del ejército. Tras más de una década de guerra, la perspectiva de una victoria militar se alejaba cada vez más. En realidad, los suboficiales y soldados del ejército portugués no se enfrentaban a otro ejército regular, sino a movimientos guerrilleros de liberación nacional con amplio apoyo social (el MPLA en Angola, el FRELIMO en Mozambique, el FRETILIN en Timor Oriental y el PAIGC en Guinea-Bissau). La guerra se prolongaba, los muertos se acumulaban y no se vislumbraba ninguna salida.
Un reflejo del odio que generaba esta guerra entre la juventud y amplios sectores de la sociedad portuguesa es el hecho de que más de cien mil jóvenes habían huido del país para no ingresar en filas. Para un sector creciente de oficiales de graduación media implicados directamente en la guerra colonial, ésta tenía cada vez menos sentido. En las principales colonias, la población autóctona era mucho más numerosa que los colonos blancos portugueses. Para muchos oficiales y soldados, combatir a la guerrilla y maltratar a la población autóctona para defender los intereses de la minoría blanca no era algo que les motivara demasiado.
Además, el ejemplo de la guerra del Vietnam tenía un efecto en la cabeza de los militares portugueses. El ejército más poderoso del mundo, el de EEUU, era incapaz de vencer a una guerrilla infinitamente menos dotada militarmente. ¿Qué perspectiva cabía trazar para el ejército portugués? Bastantes soldados y suboficiales procedían de la Universidad, y las discusiones que allí se suscitaban —sobre la guerra, la dictadura y la recesión económica mundial— acabaron penetrando también en el ejército.
La actitud del régimen hacia el ejército y sus oficiales acentuó aún más sus dudas y su crispación. De un modo completamente suicida, el gobierno los acusaba de ser incapaces de lograr una victoria militar rápida. Así, a la presión desde abajo (de los trabajadores y de la mayoría de la sociedad portuguesa, que rechazaba la guerra) se le sumó la presión desde arriba (por la actitud arrogante y desdeñosa de un gobierno esclerótico e insensible hacia todo lo que pasaba en su entorno).
Todos esos factores sentaron las bases sociales y políticas para el surgimiento del MFA. Curiosamente, las primeras reuniones de oficiales que darían lugar al MFA tuvieron un carácter puramente corporativo. Debido a la necesidad de cubrir puestos de mando exigida por la guerra, el gobierno fomentó el reenganche de los soldados que acababan el servicio militar obligatorio. Tras un breve cursillo, generalmente pasaban al grado de capitán, aunque no podían ejercer como tales hasta que los militares provenientes de la Academia Militar llegaran a su mismo nivel. En el verano de 1973, el gobierno decreta la anulación de esa limitación, con el objetivo de cubrir con más celeridad los puestos de mando. Las primeras reuniones de lo que acabaría por ser el MFA fueron para discutir el agravio comparativo que suponía el decreto y también para reivindicar mejoras salariales. Pero el inicial carácter de las reuniones de los capitanes cambió a velocidad de vértigo. De las cuestiones corporativas se pasó a debatir sobre los motivos de la guerra, los intereses a que obedecía, su relación con el régimen. La conclusión fue que, para poner fin a la guerra, era necesario poner fin al gobierno, y ésta fue la decisión que tomó el MFA en su reunión de diciembre de 1973.
El 25 de Abril y la irrupción arrolladora de la clase obrera
El golpe de Estado del MFA fue incruento. Exceptuando la resistencia de los miembros de la PIDE, que provocaron cuatro muertos y varios heridos al disparar a la muchedumbre que rodeaba su cuartel general en Lisboa, todos los baluartes del gobierno y de la Administración cayeron casi sin resistencia.
En la madrugada del 25 de abril de 1974, el MFA tomó Radio Renascença, para emitir Grândola, vila morena, una canción prohibida por la dictadura que había sido elegida como señal para que los militares salieran a la calle.
A las dos y media de la tarde, el MFA comunicaba que el primer ministro, Marcello Caetano, se encontraba cercado por fuerzas militares en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana (GNR) del Carmo, mientras que otros miembros del gobierno estaban en igual situación en el cuartel del regimiento de Lanceros nº 2. Estos dos cuarteles y el de la PIDE, la cárcel de Caxias (donde estaban parte de los presos políticos que los miembros de la PIDE amenazaron con asesinar), algunos locales de la Legión Portuguesa (un grupo ultraderechista afín al régimen) y algunos centros policiales eran los únicos focos de resistencia que restaban, y protagonizaron los momentos más tensos de la jornada.
El MFA envió un ultimátum a los cuarteles en los que se refugiaban miembros del gobierno. A las cuatro de la tarde, Lanceros nº 2 se rendía incondicionalmente. Poco después, a las cinco y media, tras algunos disparos, se rendían la GNR y Marcello Caetano. El presidente de la República, Américo Thomaz, era detenido a esa misma hora en su casa. Era el fin de cuarenta y dos años de dictadura. El último foco de resistencia, el cuartel de la PIDE, se rendía a las 9:45 horas del 26 de abril.
La acción del MFA abrió las compuertas que dieron salida a un torrente revolucionario impresionante. Los trabajadores, las amas de casas, los jóvenes, la población en general salieron de sus casas e inundó la calle, participando con los militares en todos los episodios claves del derrumbamiento de la dictadura. Ese ambiente, esa fuerza, conectó rápidamente con la base del ejército, con los soldados y oficiales de baja graduación. El impacto del encuentro entre la base del ejército (que no eran más que hijos de trabajadores y campesinos en uniforme) y la clase obrera dejaría una huella profunda en todo el período revolucionario posterior. Se conquistó, por la vía de los hechos, un amplio margen de libertades democráticas. El aparato represivo del Estado quedó muy tocado por el torrente revolucionario. La DGS-PIDE fue disuelta a los pocos días y la Policía de Choque, especializada en la represión de manifestaciones, se suprimiría en agosto. Y la propia irrupción del MFA implicó un serio contrapeso a la estructura jerárquica del ejército.
En el relato periodístico Revolución portuguesa, 25 de abril, de Humberto da Cruz y Carmen Espinar, se refleja la situación, explicando que “un aspecto fundamental de los acontecimientos de la jornada fue la progresiva incorporación popular al MFA. El pueblo de Lisboa, después de un primer momento de incertidumbre, comenzó a seguir los pasos del MFA en la calle. El cerco al cuartel del Carmo y, posteriormente, a la DGS-PIDE fueron los principales centros de atención”. Y más adelante: “en la tarde del 26, el movimiento popular, aunque sigue siendo fundamentalmente espontáneo, empieza a expresarse más coherentemente y a tomar un papel más activo y determinante en los acontecimientos, apareciendo así, junto al MFA, como uno de los motores fundamentales de las transformaciones que se irán sucediendo”. El capitán Salgueiro Maia, encargado de tomar los puntos neurálgicos de la capital el día 25, explica cómo “el apoyo popular fue extraordinario y contribuyó bastante a que el cuartel del Carmo abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se vivió allí no tiene descripción” (El País, 25/4/1999).
En los meses que siguieron al golpe de abril se desató un intenso y amplio movimiento reivindicativo y huelguístico. El 1º de Mayo de 1974, seis días después del 25 de Abril, 600.000 personas se manifiestan en Lisboa y decenas de miles más en otras ciudades del país. En todas las empresas y centros de trabajo se crean las Comisiones de Trabajadores, elegidos por la base. Las Comisiones de Trabajadores se convierten en la forma preponderante de organización de un poderoso movimiento huelguístico y reivindicativo que se expresa intensamente en los meses de mayo y junio, recorriendo Portugal de punta a punta y afectando a absolutamente todos los sectores laborales.
Entre las principales reivindicaciones de esta primera oleada huelguística está el establecimiento de un salario mínimo digno, incrementos salariales y el derecho a vacaciones y la depuraciónde los elementos fascistas en la dirección de las empresas. Se producen las primeras ocupaciones de fábricas y los primeros elementos de control obrero, tendencias que se acentuarán en los meses posteriores. A mediados de mayo, los trabajadores consiguen un salario mínimo de 3.300 escudos, una cifra mayor que la mitad de los salarios existentes y que en muchos casos incluso los duplica. La media de los incrementos salariales es el 35%. También se consigue un mes de vacaciones pagadas por el empresario. En general, se consiguen avances importantes en las condiciones laborales. En junio, la oleada de movilizaciones empieza a trasladarse al campo, activando la organización y la lucha de los jornaleros de la región meridional del Alentejo.
En los centros urbanos surgen las Comisiones de Vecinos (Comissões de Moradores), organizadas por barrios. Hubo una oleada de ocupaciones de casas vacías, que fueron redistribuidas entre las familias más necesitadas. Se crearon muchas cooperativas de construcción de viviendas y se tomaron iniciativas para crear parques y centros sociales. En muchas localidades, pero sobre todo en la región de Lisboa, se organizaron reuniones conjuntas de las Comisiones de Vecinos y las Comisiones de Trabajadores.
El general Spínola y el Primer Gobierno Provisional
La burguesía, aunque mantenía el control de las empresas y los latifundios, no podía estar satisfecha con la situación abierta tras el 25 de Abril. Su preocupación no era la orientación que la dirección de los dos principales partidos obreros —el Partido Comunista Portugués, (PCP), encabezado por Álvaro Cunhal, y el Partido Socialista (PS), liderado por Mario Soares— estaban dando a la lucha de los trabajadores. De hecho, su única perspectiva, al igual que la del MFA, era instaurar en Portugal una democracia parlamentaria. Lo que resultaba intolerable para la burguesía era que los oprimidos hubieran pasado a la acción, hubieran perdido el miedo y el respeto a los explotadores. Esto era patente en cada fábrica, en cada barrio, y hasta en cada expresión y gesto de los trabajadores. Además, la burguesía no podía reprimirlos. La confraternización de los soldados y la población no fue un episodio pasajero del 25 de Abril, sino que marcó un antes y un después. Este ambiente desafiante hacia el poder, fuera y dentro del ejército, era el que la burguesía sabía que tenía que cortar. El encargado de revertir esa situación fue el general António de Spínola, un general de derechas que había participado en la guerra civil española en el bando franquista y que estaba ligado a la alta burguesía, al régimen salazarista y al colonialismo.
Antes de la caída del régimen ya había un ambiente de crisis en los círculos del poder. La situación en las colonias era tan explosiva, que estaba dificultando alarmantemente la explotación de sus recursos y la importación de materias primas. Se hablaba, en el seno de los comités directivos de los grandes monopolios, de que había que mantener el dominio colonial con otros métodos. En estas circunstancias de impasse y de crisis, pocas semanas antes del 25 de Abril, Spínola publicó su libro Portugal y el futuro. El contenido político del libro es insustancial, plantea la necesidad de una “solución política al conflicto colonial” y poco más. Sin embargo, el régimen se lo tomó como un gesto de desacato y destituyó a Spínola de su cargo, lo que provocó que se ganara una aureola de “disidente” y las simpatías de un sector de los militares.
Sin embargo, Spínola no participó, ni en la práctica ni en el espíritu, en el MFA y en el 25 de Abril. Cuando Marcello Caetano se rinde en el cuartel del Carmo, escribe una carta a Spínola traspasándole el poder y evitando así que el poder “no caiga en la calle”. Spínola, astutamente, antes de aceptarlo llama al puesto de mando del MFA para pedir su apoyo. El MFA acepta. Así, aunque el poder estaba realmente “en la calle” y en manos de los militares rebeldes, éstos entregan el poder formal a Spínola, que se presenta públicamente al día siguiente como presidente de una Junta de Salvación Nacional. Si los dirigentes del MFA cometieron un error al entregar el poder legal a Spínola, un error todavía peor lo cometieron los dirigentes del PCP y del PS, que avalaron ante la clase obrera y el conjunto de las masas a Spínola como un “héroe de la revolución”, cuando este mérito no le correspondía en absoluto. Utilizando su privilegiada posición, Spínola no tardaría muchos meses en poner en marcha planes golpistas contrarrevolucionarios.
Cunhal y Soares entran a formar parte del I Gobierno Provisional, cuyo primer ministro, Adelino da Palma Carlos, es un hombre de confianza de Spínola. En el gobierno también entran elementos de la derecha. La postura del PS y del PCP es moderar las reivindicaciones salariales, insistiendo en la delicada situación económica —el capitalismo portugués acusaba de forma aguda la crisis capitalista mundial iniciada en 1973— y apelando a ejercer “con prudencia” el derecho a huelga.
En agosto se aprueba una ley de huelga tremendamente restrictiva, que es vista como una agresión por los trabajadores, que sin esperar a ningún cambio legal venían ejerciendo ese derecho con entera libertad. Los trabajadores de los astilleros lisboetas de Lisnave, que jugaron un papel destacado en todo el proceso revolucionario, convocan una manifestación de protesta contra la ley. El PCP no puede convencer a la asamblea de trabajadores de que desistan de la convocatoria. El Gobierno Provisional la prohíbe y envía soldados a la puerta de la factoría, pero no sirve de nada. Los soldados acaban simpatizando con la lucha y abriendo el paso a una columna de 20.000 trabajadores. Este episodio plasma muy bien el ambiente creado tras el 25 de Abril.
Pese a los jarros de agua fría de los dirigentes del PCP y del PS, las luchas y el ambiente revolucionario no decrecen, y ya en un discurso pronunciado el 15 de mayo Spínola adelanta la línea propagandística que rodearía su primer plan golpista, de carácter palaciego: “Después de las primeras semanas de natural explosión emotiva, marcadas por algunos excesos perjudiciales para el clima de tranquilidad cívica cuya salvaguardia se impone, el país va a entrar en una fase de meditación reflexiva, para reconocer que la democracia no significa anarquía y que la confusión por medio de acciones desordenadas no contribuye de ninguna manera a la construcción del porvenir al que aspira el pueblo portugués”.
La apelación al “orden” frente a la “anarquía y el caos” económico —obviamente dirigida al movimiento obrero— es una constante en las declaraciones de Spínola. El 20 de mayo hay un acontecimiento que provoca una enorme conmoción en los trabajadores y en los propios militares del MFA: los dos máximos representantes de la dictadura tras la muerte de Salazar, Américo Thomaz, presidente de la República, y Marcello Caetano, primer ministro, “escapan” a Brasil sin el conocimiento de los partidos de la izquierda ni del MFA. Esto causa una enorme indignación popular.
El golpe palaciego del 7 de julio
Confiado por la actitud moderada de los dirigentes de los partidos de izquierda y creyendo poder manipular a su antojo el MFA, el 7 de julio, el primer ministro Da Palma, tras amagar con dimitir, presenta al Consejo de Ministros un plan que prevé la celebración de un referéndum en octubre para confirmar a Spínola como presidente, la ampliación de los poderes del primer ministro, el aplazamiento por dos años de las elecciones a la Asamblea Constituyente y un frenazo en las negociaciones con las colonias. La situación de la burguesía era tan débil que ni siquiera había organizado suficientemente sus propios partidos. Temía, como efectivamente se confirmaría en abril de 1975, que la izquierda barriera en las elecciones a la Asamblea Constituyente.
El plan de Da Palma tenía como objetivo descarrilar el proceso iniciado por el MFA, pero fracasó y obtuvo un resultado completamente contrapuesto al que la derecha deseaba: el MFA —cuya dirección, todavía no institucionalizada, era quien ostentaba realmente el poder y quien marcaba la pauta en el ejército— aumenta su participación directa en el gobierno y Vasco Gonçalves, el militar de mayor graduación del MFA y representante de su ala izquierda, es nombrado primer ministro del II Gobierno Provisional.
Por otro lado, el 8 de julio se crea el Comando Operacional del Continente (COPCON), encabezado por Otelo Saraiva de Carvalho. Sobre el carácter del COPCON son significativas las propias palabras de Otelo: “Constituido por jóvenes oficiales activos, profundamente integrados en el espíritu del Movimiento [de las Fuerzas Armadas], su misión es dinamizar operacionalmente a todas las fuerzas armadas. Una de mis misiones es que las tropas no se confinen a los muros de los cuarteles y que tengan una acción psicosocial cerca de la población”. El COPCON agrupaba a los sectores militares más progresistas e identificados con la izquierda, y cumplía un papel de orden interno, en sustitución de la policía, lo que evidenciaba la pérdida de control de la situación por parte de la burguesía. Bajo la amenaza de la reacción, el MFA había dado un paso hacia la izquierda. Una tendencia que profundizarían los dos intentos de golpe de Estado, esta vez mucho más serios, que Spínola iba a encabezar en los meses siguientes.
A pesar de su implicación evidente en la maniobra de julio, Spínola mantuvo su puesto de presidente, siendo el cabeza de turcoDa Palma, que no era más que un peón suyo. Desde su posición, preparó el terreno para un nuevo golpe el 28 de septiembre.
Segundo intento de la reacción: la ‘mayoría silenciosa’
En su segundo intentona para acabar con la revolución, la reacción quiso dotar de una base de masas al golpe, intentando agrupar lo que llamaba la “mayoría silenciosa”. Spínola seguía apelando a la lucha contra el “caos y la anarquía”. En septiembre, se reparten decenas de miles de panfletos y se pegan miles de carteles en Lisboa convocando a una manifestación en “homenaje al general Spínola” y “contra los extremismos”, en un clásico mensaje bonapartista; en ellos, cínicamente, se pedía “un firme apoyo al cumplimiento del programa de las Fuerzas Armadas”. El cartel no llevaba firma y en él aparecía un rostro en cuya boca está la expresión “mayoría silenciosa”. Desde avionetas particulares se lanzan panfletos sobre Lisboa, Coimbra y otros puntos del país.
Ante la evidencia del carácter reaccionario de la maniobra, los periódicos —fuertemente sometidos a la presión de sus trabajadores y cuya redacciones habían sido limpiadas de elementos fascistas ligados a la dictadura— se negaron a publicar el anuncio de la manifestación.
El 26 de septiembre se celebra una corrida en la plaza de toros lisboeta de Campo Pequeno, que en realidad es un acto organizado por Spínola para darse un baño de masas y reforzar la convocatoria del 28. Tres cuartas partes de las entradas habían sido distribuidas entre sectores reaccionarios, y mientras el presidente es aplaudido calurosamente, el primer ministro Vasco Gonçalves es abucheado. Los gritos en la plaza contra el MFA y el proceso de descolonización van subiendo de tono. Uno de los picadores exhibe en el centro de la plaza un cartel de convocatoria de la manifestación de la “mayoría silenciosa”, lo que enardece a los asistentes, que empiezan a gritar “ultramar”, “ultramar”, en oposición a la independencia de las colonias, así como “muerte a Álvaro Cunhal”.
Las masas sienten el peligro y el carácter reaccionario de la manifestación del 28 de septiembre. La alarma se dispara cuando se conoce que los manifestantes reaccionarios, que vendrían en camiones y autobuses de todos los rincones de Portugal, especialmente del norte, irían armados. La respuesta de los trabajadores lisboetas es realmente heroica e impresionante. En la noche del día 27, los piquetes populares, con una participación significativa de militantes del PCP, la Intersindical y otros grupos de izquierda, empiezan a cortar con barricadas todas las vías de acceso a Lisboa. La consigna que corre de boca en boca es “no pasarán, el fascismo y la reacción no pasarán”. Una de los acontecimientos que estaba muy presente en el ambiente aquellos días era el golpe militar de Pinochet en Chile un año antes. Los trabajadores no querían de ninguna manera que Portugal se convirtiera en el Chile de Europa.
Las masas aplastan a la reacción
La maravillosa respuesta de las masas para frenar a la reacción se dio a pesar de las vacilaciones de la dirección del MFA, que no impulsó las barricadas. Como reconoce el propio Otelo recordando la noche del 27 al 28, “había recibido llamadas insistentes de mucha gente hablándome de las barricadas. Pensé para mí: ‘¡ya está, el pueblo tomando la iniciativa en nuestro lugar!’. Éramos nosotros los que deberíamos estar allí, y allí está nuestro buen pueblo tomando postura” (Manuel Leguineche: La revolución rota).
En Oporto, más de 100.000 trabajadores, soldados y marineros se manifiestan al grito de “Portugal no será el Chile de Europa”.
En el libro de Álvaro Cunhal La revolución portuguesa. El pasado y el futuro se describen así los acontecimientos: “La operación contrarrevolucionaria fue aplastada por las masas popularesestrechamente asociadas a los oficiales, sargentos, soldados ymarineros fieles al 25 de Abril y a la causa de la libertad.
“De norte a sur del país, el pueblo se levantó con firmeza, con coraje y confianza. A la llamada del PCP y de otras organizaciones políticas de izquierdas (...), de los sindicatos, de las organizaciones unitarias (...) y juveniles (...), las masas populares protagonizaron poderosas acciones de vigilancia, establecieron barricadas por todas partes, controlaron la circulación e impidieron, literalmente, la realización de la ‘marcha sobre Lisboa’.
“La clase obrera jugó un papel decisivo en la derrota de la reacción (...) En los medios de transporte, los trabajadores establecieron una estrecha vigilancia. Los ferroviarios estaban preparados para parar los trenes que transportaban manifestantes y los conductores de autobús se negaron a conducir los autobuses.
“De los 550 autobuses que, desde el norte, debían llevar gratuitamente manifestantes hasta Lisboa, solamente dos se atrevieron a pasar las barricadas.
“Cuando el COPCON declaró la anulación de la manifestación, ésta ya no tenía la más mínima posibilidad de realizarse (...).
“Las barricadas, las concentraciones, las manifestaciones del 27 y el 28 de septiembre constituyeron un verdadero levantamiento popular de masas contra la reacción, que se saldó con una rotunda victoria que, consolidando las libertades, imprimió un ritmo aún más veloz al proceso revolucionario”.
De nada había servido el llamamiento radiofónico, a las 3 de la madrugada, de Sanches Osório, militar del MFA y ministro spinolista del I Gobierno Provisional, diciendo que “con el fin de salvaguardar la paz y la tranquilidad entre los portugueses, esas barricadas deben ser levantadas inmediatamente, permitiendo así el tránsito de vehículos”. Como diría al día siguiente la prensa, en reconocimiento del papel que jugaron las barricadas, “felizmente, la orden no se cumplió”. Es más, las fuerzas militares que se acercaron a los piquetes, en vez de disolverlos, colaboraron con ellos, les entregaron armas...; el nexo entre la base del ejército y la clase obrera establecido el 25 de Abril era muy fuerte. Las barricadas no se disuelven hasta bastante después, cuando ya es muy palpable que el golpe ha fracasado, y tras reiterados llamamientos del MFA y de Otelo.
Desde luego que el golpe no era ninguna broma. Los golpistas utilizaron las fuerzas menos fieles a la Revolución, como la Guardia Nacional Republicana y la Policía de Seguridad Pública (PSP), para tomar las radios la noche del 27 al 28; había planes para asesinar a Vasco Gonçalves con un rifle con mira telescópica desde una ventana frente a su casa; los piquetes requisaron muchas armas (636 escopetas de caza, 88 pistolas...). En un intento de descabezar y neutralizar al COPCON, Spínola le tendió una trampa a Otelo, que, en la práctica, estuvo retenido buena parte de la noche.
Si el golpe hubiera triunfado, la reacción no habría dudado en ahogar la revolución en un baño de sangre, asesinando a los principales cabecillas del MFA y a los dirigentes obreros.
Pero, una vez más, la reacción fracasó. Y también, una vez más, el látigo de la reacción impulsó la revolución hacia delante. La derecha destapó por primera vez con claridad sus planes y la clase obrera los derrotó, lo que hace que se sienta más fuerte y con más confianza en sí misma. ¡A cada intento de la burguesía de retomar el control de su ejército, éste se le escapaba todavía más de las manos! Tal era el ambiente en la sociedad y en la base del ejército.
En las fábricas, la lucha estaba adquiriendo un carácter más radical. Por lo general, los empresarios habían respondido a la primera oleada huelguística inmediatamente posterior al 25 de abril haciendo concesiones. Pero después, en paralelo a la ofensiva política de Spínola contra la “anarquía”, endurecieron sus posturas, con despidos, cierres patronales, represalias y sabotaje económico. A esta ofensiva patronal, enmarcada en un agravamiento de la crisis económica, los trabajadores responden a partir de septiembre con una nueva oleada de huelgas, en la que el control obrero y las ocupaciones de fábricas adquieren un mayor protagonismo.
El 3 de enero de 1975, la asamblea general del sindicato de los bancarios, reunida en Lisboa, aprueba una moción proponiéndole al gobierno nacionalizar la banca para “defender los intereses del pueblo portugués contra el imperialismo, los monopolios y los latifundistas”. En enero también se produce una multitudinaria manifestación a favor de la unidad sindical, impulsada por la Intersindical. El 7 de febrero, otra multitudinaria manifestación, impulsada por las Comisiones de Trabajadores, recorre Lisboa contra el desempleo y las amenazadoras maniobras navales de la OTAN frente a las costas portuguesas. La dirección del Partido Socialista defiende su ilegalización, pero las tropas que se envían para impedir su celebración acaban confraternizando con los trabajadores. También en febrero es el momento álgido del movimiento de ocupaciones de tierras, sobre todo en el Alentejo. En este mes se celebra la I Conferencia de los Trabajadores Agrarios del Sur, bajo el eslogan: “Liquidación de los latifundios, la tierra para quien la trabaja”.