Rosa Luxemburgo brilló con luz propia en el firmamento del marxismo. Fue una incansable oradora y su producción política abarcó todos los campos: artículos periodísticos de coyuntura, folletos de propaganda, materiales teóricos contra el reformismo, sobre la guerra imperialista, la cuestión nacional o la economía política. Rosa destacó sobre todo en la defensa del marxismo revolucionario frente a las tergiversaciones que del pensamiento socialista realizaron los dirigentes de la socialdemocracia alemana. No sólo Bernstein fue desenmascarado por Rosa Luxemburgo en un gran texto Reforma o revolución, también aquellos que se ocultaban tras un marchamo de teóricos marxistas, como Kautsky.

El estudio de la obra de Rosa Luxemburgo es una obligación para todos los trabajadores y jóvenes con conciencia de clase, para todos los activistas del movimiento obrero que luchamos por la transformación socialista de la sociedad. En las siguientes páginas intentaremos una mera aproximación, señalando los contornos más destacados de su pensamiento y de su acción revolucionaria anteriores a los grandes acontecimientos revolucionarios de 1918.

El grupo ‘Proletariado’

Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en Zamosc, una pequeña ciudad polaca, en el seno de una familia judía culta y abierta al mundo, cuyos vínculos con la asfixiante fe ortodoxa habían desaparecido hacía tiempo. Cuando tenía tres años, su familia se trasladó a Varsovia donde sufrió de forma directa la imposición rusificadora en la escuela. Como señala Paul Frölich3, es casi seguro que el régimen escolar de la oprimida Polonia la arrastró al camino de la lucha pues, poco tiempo después de abandonar el Liceo, Rosa militaba ya en el partido revolucionario Proletariado, fundado en 1882 por Ludwik Warynski.

En la década de 1880, el partido de oposición con más influencia en Rusia era el de La Voluntad de Pueblo (Naródnaya Volia), y su actividad terrorista influyó decisivamente a las jóvenes generaciones de revolucionarios polacos. Desde su fundación en 1882, y a pesar de su colaboración con los narodnikis rusos, el grupo Proletariado se había convertido en una activa tendencia revolucionaria y estaba por delante de Naródnaya Volia, tanto por una comprensión más clasista de la realidad del capitalismo ruso y polaco, como en su programa político, más avanzado. Proletariado despreciaba la posición nacionalista, demagógica e hipócrita de la nobleza y la pequeña burguesía polaca, interesada sólo en sus ganancias económicas. En cambio, veía a los trabajadores rusos como los principales aliados para conseguir la libertad de las masas oprimidas de Polonia. Tras liderar numerosas huelgas en 1883, Proletariado fue víctima de una feroz represión y cuatro de sus dirigentes más destacados fueron ajusticiados en la horca. En ese momento, cuando Proletariado se encontraba en su apogeo, Rosa Luxemburgo, con 15 años cumplidos y un expediente académico brillante, ya era una militante del partido.4

Entre 1888-1889 la segunda generación de militantes de Proletariado, entre los que se encontraba una Rosa Luxemburgo asimilada cada vez más a la actividad política, colaboraría con la Unión de Obreros Polacos fundada por Julian Marchlewski y Adolf Warszawski. En los años posteriores ambas organizaciones participarían activamente en la oleada huelguística de Varsovia y otras ciudades obreras del país, sufriendo una dura represión: los cuadros de la Unión Obrera tuvieron que exiliarse en Suiza, y numerosos militantes de Proletariado fueron arrestados y encarcelados. Rosa tuvo que huir de Polonia y refugiarse en Suiza, concretamente en Zurich, donde inició una fase importante de su joven militancia.

Leo Jogiches y la Socialdemocracia de Polonia

Rosa Luxemburgo llegó a Zurich a finales de 1889. Al año siguiente se inscribió en la facultad de filosofía, donde siguió cursos de ciencias naturales y matemáticas, y en 1892 también en la facultad de derecho. Estudió intensamente a los clásicos de la economía política, a Adam Smith, David Ricardo y, por supuesto, a Marx. Como militante de Proletariado pronto entró en contacto con los círculos políticos de la ciudad, especialmente con los militantes marxistas más jóvenes del exilio, polacos, lituanos y también rusos.

De aquellas primeras reuniones y relaciones, la más estimulante fue, sin duda, la trabazón con Leo Jogiches, el revolucionario lituano oriundo de una próspera familia judía de Vilna, que se convirtió para siempre en una de las figuras preeminentes en la vida de Rosa. En 1885 Jogiches había tratado de organizar a los obreros judíos de Vilna formando un círculo revolucionario, y fue arrestado varias veces por su labor militante antes de escapar a Suiza tras desertar del servicio militar ruso.

“Si bien su lengua y su cultura eran la rusa”, escribe Maria Seidemann, “pudo completar sus conocimientos de yiddish, hasta entonces muy limitados, y así entenderse con los obreros y contribuir de alguna manera a su educación política. Promovía la revolución entre los soldados y los jóvenes oficiales, siempre a riesgo de ser denunciado y arrestado. Su fuerte era la conspiración: organizaba huelgas, se servía de las rutas de contrabando para el transporte de escritos ilegales y para sacar a emigrantes del país. Pronto Levka se labró una reputación de leyenda no sólo entre los obreros, que lo admiraban como a su maestro, sino entre sus camaradas en la ilegalidad”.5

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"Leo Jogiches, el revolucionario lituano oriundo de una próspera familia judía de Vilna, que se convirtió para siempre en una de las figuras preeminentes en la vida de Rosa."

Tras establecerse en Zurich, la intención de Jogiches fue organizar una editorial revolucionaria que publicase a los clásicos del socialismo traducidos al ruso —Marx, Engels, August Babel y Wilheim Liebknecht—, material que debería pasarse clandestinamente a Polonia y Lituania a través de la red que el propio Jogiches estaba abriendo con la colaboración de militantes revolucionarios judíos.

“Jogiches se dirigió personalmente a Plejánov y le propuso actuar en colaboración”, escribe Nettl, “él aportaría el dinero y la técnica, y Plejánov su prestigio y sus derechos de autor. Cuando Plejánov preguntó con frialdad que bases para la colaboración tenía Jogiches en mente, el joven propuso tranquilamente un trato a medias y su interlocutor le mostró la puerta sin perdida de tiempo. Sus álgidas diferencias fueron confirmadas por carta. Jogiches no se dio por vencido. Decidió piratear algunos de los clásicos marxistas para traducirlos y distribuirlos en Rusia, y creó su propia empresa editorial para este fin, la Sotsialdemokraticheskaya Biblioteca. En vista de esto, Plejánov declaró la guerra abierta. La instantánea antipatía que Jogiches había despertado en él se convirtió en odio ruidoso y público (…) En una carta a Engels describió a Jogiches como ‘une miniatura ausgabe de Nechaieff’, una versión en miniatura del más temerario e imprudente discípulo anarquista de Bakunin (…)”.

Rosa Luxemburgo no tardaría en tomar partido:

“Rosa se enamoró de Leo Jogiches poco después de que se conocieran, y se vio envuelta de inmediato en lo más tupido de la lucha. Su relación era demasiado íntima para que existiera la menor posibilidad de que ella permaneciera neutral. En un principio trató de ejercer una influencia moderadora en Jogiches; para ella, Plejánov era primero y antes que nada el gran hombre, y Jogiches obstinado y tal vez poco razonable, renuente a apreciar la talla de su adversario. Pero el intento fue en vano; nadie logró jamás hacer cambiar de parecer a Jogiches por medio de la persuasión, y hacia 1894 ella también estaba dispuesta a dejar al ‘viejo’ con un palmo de narices cada vez que se presentaba la oportunidad.”6

La disputa con Plejánov aisló a Jogiches en el movimiento marxista ruso de la emigración y le creó grandes inconvenientes. A pesar de que insistió en su objetivo de publicar las obras marxistas fundamentales para conocimiento de los trabajadores de lengua rusa en Lituania y Polonia, la actitud beligerante de Plejánov, poniendo por encima de los intereses del movimiento los de su prestigio y vanidad personal, dieron al traste con la editorial que había puesto en marcha.

“Para la joven generación de marxistas en Rusia y en el extranjero, él era el gigante de su tiempo (…) Pero era también una persona susceptible y prejuiciada que nunca vacilaba en descargar todo el peso de su autoridad sobre sus adversarios, aun cuando la disputa fuese insignificante. Para los jóvenes entusiastas que lo habían admirado desde lejos, el primer encuentro con él era una experiencia estimulante y a la vez una desilusión, como testimoniaron, cada uno por su lado, Lenin, Mártov y Jogiches”.7

Al tiempo que Jogiches libraba esta batalla, Rosa Luxemburgo se enzarzó de pleno en otro combate político de mayor relieve. En los años posteriores a la salida de Rosa Luxemburgo, el movimiento socialista polaco se desarrolló bajo el auspicio y protección del SPD alemán, después de que en 1890 quedaran abolidas las leyes antisocialistas. En Berlín, un grupo de socialistas polacos en el exilio empezaron a editar un boletín semanal, Gazeta Robotnicza (La Gaceta Obrera) y el 17 de noviembre de 1892 fundaron el PPS (Polska Partia Socjalistycna, Partido Socialista Polaco). Todas las fracciones se adhirieron al nuevo partido. El programa de PPS fue el resultado de una transacción entre las diferentes tendencias que lo integraron: marxista de palabra, pero nacionalista y oportunista en la práctica. La actitud de Rosa Luxemburgo y sus camaradas hacia las ideas fue mucho más seria y rigurosa, y quisieron defender públicamente sus posiciones.

Los jóvenes seguidores de Rosa y Leo, a los que se habían sumado los militantes emigrados de la Asociación de Obreros Polacos, unieron sus esfuerzos con vistas a la creación de un genuino partido marxista de los trabajadores polacos. Julián Marchlewski jugó un importante papel en este proceso de confluencia:

“(…) Antes de huir a Suiza en 1893, y trabajando en fábricas y talleres, él mismo había participado en la etapa preparatoria de la fundación (naturalmente ilegal) de la Asociación de Trabajadores Polacos. Por esa razón era bien conocido entre los miembros que operaban en Polonia, y era, así, el más indicado para establecer la conexión con el grupo estudiantil de Zurich.”8

Rosa, Leo y Julián Marchlewski, empezaron a publicar, en julio de 1893, el periódico Sprawa Robotnicza (La Causa Obrera). La fecha elegida para el lanzamiento de la publicación no era casual; se trataba de hacerla aparecer justo antes de la celebración del Tercer Congreso de la Internacional Socialista en Zurich, del 6 al 12 de agosto.

El editorial del primer número era toda una declaración: lucha contra el capitalismo, solidaridad con la clase obrera rusa en su batalla contra el absolutismo, oposición a la colaboración de clases, defensa del internacionalismo proletario… Rosa Luxemburgo se convirtió en una animadora inagotable del nuevo periódico y, en 1894, ocupó la dirección del mismo bajo el seudónimo de R. Kruszynska. En la línea política de la publicación se perfilaba sin ambigüedad la hostilidad hacia la posición nacionalista del PPS.

En el congreso de la Internacional, como era de esperar, los jerifaltes del PPS se opusieron a aceptar a Rosa Luxemburgo como delegada, pero Rosa no se arrugó y tomó la palabra para defender la línea de La Causa Obrera. La impresión de sus palabras fueron descritas por el dirigente socialista belga, Emil Vandervelde:

“Rosa, que entonces tenía 23 años, era desconocida fuera de uno o dos grupos socialistas de Alemania y Polonia (…) pero sus adversarios se vieron en dificultades para defenderse de ella (…) Se levantó entre los delegados en el fondo de la sala y se subió a una silla para hacerse escuchar mejor. Pequeña y de aspecto frágil, con un vestido de verano que disimulaba muy eficazmente sus defectos físicos, abogó por su causa con tal magnetismo y palabras tan convincentes que se ganó de inmediato a la mayoría de los delegados quienes levantaron la mano a favor de la aceptación de su mandato.”9

La realidad no fue como describe Vandervelde: el congreso votó en contra del mandato de Rosa, con Plejánov interviniendo a favor del PPS haciendo patente su venganza contra la joven pareja. En cualquier caso sería la última vez que ocurriría un hecho semejante, pues Rosa Luxemburgo logró hacer valer su representatividad como dirigente de la tendencia marxista del socialismo polaco en los congresos internacionales posteriores.

La ruptura con el PPS, con su posición reformista y nacionalista, fue consumada definitivamente por Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches Julián Marchlewski y Adolf Warszawski con la formación de un nuevo partido: el SDKP, la Socialdemocracia del Reino de Polonia. El SDKP atrajo a todo un grupo de militantes revolucionarios que desempeñarían una labor destacada en la lucha de clases de Polonia, en la fundación del Partido Comunista Polaco (1918) y en la historia del Partido Bolchevique y la revolución rusa. Pero mucho antes de aquellos acontecimientos, ese pequeño núcleo revolucionario tuvo que sortear dificultades de todo tipo:

“En estos años iniciales de 1893 a 1895, Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches se hallaron casi totalmente aislados. La dirección del PPS había tendido un cordon sanitaire en torno a ellos, e incluso los simpatizantes se abstenían de acercárseles por temor a las represalias (…) Hacia 1894 ella se había convertido en la mujer espantajo del socialismo polaco”.10

La cuestión nacional

Rosa veía a la flamante organización del SDKP como una continuación de Proletariado. En su programa volvían a insistir en la activa colaboración con los revolucionarios rusos y en rechazar una hipotética liberación de Polonia al margen de la revolución rusa. El nacionalismo del PPS se había convertido, en palabras de Rosa, en “un espejismo utópico, una ilusión creada entre los obreros para desviarlos de su lucha de clases.”11

Se iniciaba así una larga controversia entorno a la cuestión nacional polaca, que implicó directamente también a la socialdemocracia alemana y rusa. La tesis de Rosa Luxemburgo partía de un punto concreto: la demanda de autodeterminación e independencia de Polonia había sufrido profundas transformaciones desde que Marx la considerara un poderoso factor revolucionario. La pequeña nobleza polaca, que había luchado contra el despotismo zarista y por las causas democráticas en las revoluciones y levantamientos desde 1848 hasta 1871, estaba influida por ideas que preconizaban la vuelta al pasado precapitalista. Su nacionalismo no podía ocultar un punto de vista reaccionario. Por otro lado, la burguesía de Polonia había dibujado sus contornos esenciales al calor del crecimiento del capitalismo ruso y, amparada por el gobierno de los zares, se aseguraba fabulosos negocios en el imperio. Tenía múltiples vínculos con el aparato del Estado zarista y había renunciado definitivamente a la unidad y la independencia de la nación.

Considerando que el nacionalismo polaco perduraba sólo en los círculos intelectuales y entre las clases medias, y que esas mismas clases pequeñoburguesas habían dejado de ser un factor revolucionario, Rosa Luxemburgo rechazaba de plano la demanda de independencia de Polonia como una consigna ajena a los intereses de los trabajadores.

“Por consiguiente, cualesquiera aspiraciones nacionalistas por parte de los socialistas no harían más que encadenarlos irremediablemente a una burguesía de por si políticamente impotente (…) Lo más importante, sin embargo, era el hecho de que si las clases medias tuvieran finalmente que elegir entre la obtención del apoyo socialista a fin de ganar impulso para una campaña por la independencia de Polonia, o abandonar esta campaña a fin de cooperar con la autocracia contra el fantasma de la revolución social, siempre optarían por lo segundo.”12

Las posiciones de Rosa Luxemburgo respecto a la cuestión nacional polaca fueron plasmadas en un folleto, escrito en lengua polaca y publicado en París: La Polonia independiente y la cusa de los obreros (1895). El texto provocó la reacción inmediata de los elementos dirigentes del PPS, que hicieron todo lo posible para que se aprobara una declaración de apoyo a la independencia de Polonia en el Congreso de la Internacional, a celebrar en Londres en julio de 1896. Por supuesto, volvieron a contar con el apoyo activo de Plejánov y de otros prohombres del socialismo europeo. Rosa Luxemburgo, que contaba en aquel momento veintiséis años, no se amilanó. Volviendo a la carga, logró que Die Neue Zeit y Critica Sociale —órganos teóricos del SPD y del Partido Socialista Italiano— publicaran una serie de artículos con sus ideas sobre la cuestión nacional, en los que rebatía las posiciones del PPS.

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En la imagen Jozef Pilsudski a la derecha y Julián Marchlewski a la izquierda

La tormenta que se desató implicó a los teóricos más sobresalientes de la Internacional en aquellos momentos, incluido Kautsky. El director de la Neue Zeit, reconociendo la forma brillante y rigurosa en que Rosa exponía sus puntos de vista, criticó su posición por despreciar el potencial revolucionario, antizarista, de la independencia de Polonia. Por su parte, los mandarines del PPS rebajaron bastante más el nivel y la calificaron de “mujerzuela histérica y pendenciera”, para comentar sobre su artículo:

“Sólo lamentamos que una revista alemana seria haya caído en la trampa de la señorita Rosa, que en Suiza engatusa a la gente como si ella representara a alguien o algo en Polonia. El socialismo polaco no se han hundido lo bastante para que la señorita Rosa se crea con el derecho de hablar en su nombre.”13

En el Congreso de la Internacional la tormenta desatada entre las dos tendencias del socialismo polaco continuó , y no sólo por las divergencias respecto a la cuestión nacional. Por un lado, Josef Pilsudski al frente de la delegación del PPS y con el respaldo de los “honorables” hombres del aparato, se dedicó a descalificar y ningunear las posiciones de los marxistas polacos. Por otro, Rosa Luxemburgo a la cabeza del SDKP, irrumpiendo en el ambiente acomodaticio y rutinario de las “grandes vacas sagradas” del socialismo intencional, provocó la irritación general.

“ (…) Para la mayoría de los dirigentes de la Segunda Internacional, Rosa no era más que una joven pendenciera que insistía en utilizar su considerable intelecto14 contra cabezas más sabias y mejor dotadas. Víctor Adler, que encabezaba la delegación austriaca, veía su existencia y actividades con franca hostilidad, de la que nunca habría de desviarse un ápice. Consideraba que sus artículos eran inoportunos y faltos de tacto”.15

Recapitulando. Rosa Luxemburgo insistía en que colocando la independencia de Polonia como un eje del programa socialista, difícilmente se podría atraer a las masas proletarias. De hecho, Rosa cuestionaba que la clase trabajadora polaca pudiera crear un Estado polaco burgués contra la propia burguesía y contra la triple dominación extranjera que sufría Polonia (Rusia, Prusia y Austria). Si la clase obrera dispusiera de la fuerza necesaria para lograr esto, afirmaba Rosa Luxemburgo, también la tendría para la revolución socialista y esta sería la única solución a la cuestión nacional polaca admisible desde el punto de vista de los oprimidos. En su opinión, había que evitar a toda costa que el combate emprendido por la clase trabajadora resultase falseado y absorbido por las aspiraciones nacionalistas; el énfasis se debía poner en la lucha común de los trabajadores rusos y polacos por lo que la independencia nacional no podría ser un objetivo inmediato del proletariado.

Durante años, los socialdemócratas polacos (marxistas) mantuvieron una lucha encarnizada contra los dirigentes nacionalistas pequeñoburgueses del PPS, y en no pocas ocasiones contaron con la solidaridad explícita de Lenin:

Desear que estalle una guerra solamente para la liberación de Polonia supondría ser un nacionalista de la peor clase y anteponer los intereses de unos pocos polacos a los de cientos de millones de hombres que padecerían la guerra. Y así piensan, por ejemplo, los miembros del ala derecha del PPS que solamente son socialistas de labios afuera y respecto a los que los socialdemócratas polacos tienen mil veces razón. Establecer ahora la consigna de la independencia de Polonia, en la situación actual de las relaciones entre los estados imperialistas vecinos, supone verdaderamente ir tras de una utopía, caer en un nacionalismo minúsculo y olvidar los requisitos de la revolución europea e incluso de las revoluciones rusa y alemana”.16

Partiendo de una posición internacionalista y dejando clara la demarcación con el programa del nacionalismo pequeñoburgués, Rosa Luxemburgo llevaba hasta el extremo su posición. Esta forma de doblar el junco la arrastraba a olvidar que las demandas democráticas nacionales sí tenían, en la práctica, un poderoso atractivo revolucionario para las masas polacas, incluido el proletariado. En su polémica con Lenin, éste respondía a Rosa Luxemburgo concretamente: la defensa del derecho de autodeterminación de las naciones y nacionalidades oprimidas no obliga al partido del proletariado a realizar agitación a favor del separatismo o la independencia. En la cuestión nacional, como en el resto de las demandas democráticas, los marxistas se guían por los intereses del proletariado y la revolución, y no anteponen jamás una reivindicación democrática a estos intereses. La defensa del libre derecho de autodeterminación para Polonia, que Rosa Luxemburgo se negaba a incluir en el programa de la socialdemocracia polaca, lejos de perjudicar la causa del socialismo permitiría arrancar a las masas polacas o de cualquier nacionalidad oprimida por el yugo zarista, de la nefasta influencia de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalista que explotaba en su beneficio las ansias de liberación del proletariado y el campesino pobre. En la revolución de octubre se puso de manifiesto el enorme potencial revolucionario de esta consigna vinculada a la lucha por el poder obrero y la expropiación de la burguesía y los terratenientes.17

Rosa Luxemburgo se vio reforzada en la tarea de forjar una organización marxista en Polonia por la unidad con los socialdemócratas lituanos, liderados por Felix Dzerzhinski. Así nació la Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL).

“Los miembros dirigentes de SDKPiL” escribe Paul Nettl en su gran biografía sobre Rosa Luxemburgo, “eran personas de singular distinción y capacidad intelectual (…) Hombres como Dzerzhinski, Marchlewski, Hanecki y Unszlicht alcanzaron todos ellos posiciones de importancia en la Rusia bolchevique (…) encontraron papeles que desempeñar dentro del distinguido y pequeño círculo de los hommes de confiance de Lenin a los que podían confiárseles misiones especiales fuera de la rutina del partido”.18

Hacia 1900 el SDKPiL estaba presente en las principales ciudades industriales de Polonia y en la región carbonífera de Dabrowa.

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En la imagen August Bebel a la derecha y Wilhelm Liebknecht a la izquierda

En ese periodo se produjeron los primeros desencuentros con Jogiches. Rosa amaba profundamente a Leo, pero el revolucionario lituano no pudo reprimir un resentimiento injusto y unos celos enfermizos contra la independencia de criterio de Rosa. La relación se agrió inevitablemente, aunque el íntimo vínculo entre estos dos grandes revolucionarios, tormentoso y difícil, se mantuvo hasta el último momento. Tanto en la biografía de Paul Nettl, como en el magnífico libro de Maria Seidemann, se aborda pormenorizadamente esta ligazón, política y personal, llena de amargura y de momentos brillantes.

Rosa y Leo realizaron juntos una amplia andadura sentimental y política que les unió por encima de sus adversidades. Pero más allá de los errores y los sinsabores personales, no se puede dejar de resaltar la figura de Leo Jogiches, un gigante político, un revolucionario insobornable, duro y capaz, con talento excepcional para la organización y la conspiración. A pesar de su ruptura sentimental con Rosa, nunca dejo de tenderle su apoyo más leal e incondicional en los momentos difíciles, cuando ella estaba encerrada en la cárcel, en las semanas gloriosas de noviembre-diciembre de 1918 o en los últimos días de enero de 1919.

“En medio del desierto espiritual de la Primera Guerra Mundial, cuando muchas de las antiguas amistades quedaron brutalmente rotas, la resurrección de la antigua camaradería de Jogiches debe haber ayudado a ambos a sobrevivir (…) En forma conmovedora, Jogiches se encargó, dedicando a ello una parte valiosa de su tiempo, de que ella recibiera la alimentación adecuada a su estómago cada vez más delicado y nervioso. Durante los últimos meses de sus vidas, él estuvo constantemente a su lado, aconsejando, orientando, alentando (…) Después de que ella murió, él concentró los esfuerzos de sus propios últimos meses en la identificación y el castigo de los asesinos, y en asegurar la supervivencia de sus ideas.”19

Rosa ya contaba con un nombre en la socialdemocracia internacional cuando afloró intensamente la inquietud por trasladarse al país central del socialismo, donde existía la mayor organización partidaria y, por tanto, la plataforma más amplia y efectiva para dar a conocer sus ideas.

En Alemania. Los primeros combates contra el revisionismo

El 20 de mayo de 1898 Rosa Luxemburgo se trasladó a Berlín, capital prusiana y centro político de la socialdemocracia alemana. En poco tiempo entró en contacto personal y asiduo con sus dirigentes más destacados, con Clara Zetkin —a la que le uniría una estrecha amistad hasta su muerte—, August Babel, Franz Mehring, Karl Kautsky y su mujer Luise. Tras informar a la dirección del partido que había conseguido la nacionalidad alemana gracias a un matrimonio de conveniencia, se ofreció inmediatamente a realizar tareas militantes que no eran precisamente las más vistosas desde el punto de vista de su proyección pública. Propuso encargarse de la agitación entre los trabajadores polacos de Silesia en la inmediata campaña electoral, y de paso ganar posiciones contra el PPS. Como oradora y agitadora cosechó rápidamente un gran éxito durante su estancia en Silesia.

Apenas sin solución de continuidad se vio implicada en otra batalla, que en esta ocasión dejaría una impronta perdurable en la historia del socialismo contemporáneo. La polémica sobre el revisionismo empezó como tal en 1898, cuando Eduard Bernstein, figura destacada del socialismo alemán, secretario de Engels por algún tiempo, hombre afable y simpático, escribió una serie de artículos teóricos en los que hacia balance de la historia de la sociedad y su evolución en las últimas décadas. Publicados en Die Neue Zeit, el material de Bernstein abogaba por abandonar la concepción marxista de la revolución y sustituirla por la colaboración pacífica con las instituciones del capitalismo como la vía efectiva, y única, para lograr el socialismo. Las reformas sociales eran el camino. Los postulados de Bernstein, que Kautsky acogió como “sumamente atractivos”, encontraron un amplio eco en las filas del partido y los sindicatos.

Las ideas de Bernstein recibieron una respuesta contundente por parte de diferentes militantes socialdemócratas, entre los que destacaron Alexander Parvus y Rosa Luxembugo. La revolucionaria polaca plasmó sus consideraciones sobre el tema en cuestión en una serie de artículos publicados en el Leipziger Volkszeitung y que más tarde fueron editados en forma de libro con el nombre de Reforma social o revolución.20 Entretanto, la polémica se extendió al congreso del SPD celebrado en octubre de 1898.

Nettl describe la situación:

“La posición de Kautsky era equívoca. Empezaba a abrigar dudas en cuanto a si las formulaciones de Bernstein eran en realidad tan inofensivas como él había pensado en un principio. Si bien expresó enérgicamente su desacuerdo con Parvus, hizo claro que, en términos teóricos, no compartía las opiniones de Bernstein, aunque el congreso debería cuando menos estarle agradecido a éste por haber hecho posible una discusión animada y muchas meditaciones fructíferas. Esta trivialidad de Kautsky suscitó la indignación de Plejánov, que asistía al congreso como delegado fraternal. Rosa Luxemburgo habló dos veces en el congreso. No dirigió sus críticas a Bernstein, ausente en Inglaterra, sino a Heine, uno de sus partidarios más prominentes en Alemania”.21

Era evidente que la dirección del partido no se sentía cómoda en la lucha contra Bernstein. Quería dejar pasar la cuestión, que consideraba una “digresión teórica” bastante banal para consumo de los que se interesaban por estas minucias, pues en el día a día, como ocurría ya desde hacia bastante tiempo, el aparato de funcionarios sabía perfectamente lo que había que hacer y como conducirse. No en vano el oportunismo había ganado posiciones muy importantes.

Pero Rosa Luxemburgo no aceptó que una cuestión de tales consecuencias para el futuro de la socialdemocracia se ventilase de esta manera, y mucho menos propiciando la confusión y el equívoco. En una carta a Bebel el 31 de octubre fijó su posición, coherente y retadora:

“Me sorprende… que usted y el camarada Kautsky no aprovecharan el ambiente favorable en el congreso del partido para un debate resuelto e inmediato, y en lugar de ello alentaran a Bernstein a producir un nuevo folleto que sólo puede prolongar innecesariamente toda la discusión”.22

En el transcurso del año siguiente, Rosa ocupó diferentes posiciones de responsabilidad en periódicos del SPD y estrechó lazos de amistad con Kautsky y sobre todo con su mujer Luise.23 Llegó el nuevo congreso del partido, del 9 al 14 de octubre de 1899, y Bebel propuso a Rosa que se desplazase a Hanover para debatir un “plan de campaña bien definido”. Pero Rosa conocía los fines que perseguía ese tipo de ofrecimientos: “En cuanto todo esté bien arreglado, él y Kautsky se enfriarán rápidamente y me quitarán de la agenda. Conozco a estos amigos como los dedos de mi mano.”24 En el congreso, Rosa se centró en las cuestiones teóricas, confiada en las declaraciones formales que el Comité Ejecutivo había realizado contra las tesis de Bernstein. En la reunión también se produjo un hecho reseñable: Rosa contó con el apoyo del viejo Wilhelm Liebknecht a sus tesis contra el revisionismo, y ese respaldo casi la catapultó a la redacción del órgano central del SPD, Vorwärts. Pero Bebel, mucho más astuto, logro frustrar la operación.

Las maniobras entre bambalinas de aquellos años han sido olvidadas y sólo aparecen en los libros especializados. Pero no ocurrió lo mismo con la gran contribución que Rosa Luxemburgo realizó escribiendo contra el revisionismo. Los materiales de Bernstein fueron publicados bajo el título Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Como hemos señalado, la respuesta de Rosa Luxemburgo apareció a finales de 1899. Esta joya de la literatura socialista legó a su arsenal uno de sus trabajos más sobresalientes y situó a su autora como una de las más destacada teóricas marxistas de la historia.

Reforma o revolución

El texto de Rosa no fue el único material que intentó responder al revisionismo bernsteniano en aquella época. Tanto Karl Kautsky, a la sazón el jefe teórico de la socialdemocracia alemana, como Plejánov, el “padre” del marxismo ruso, escribieron sobre el libro de Bernstein. Kautsky lo hizo en forma de artículos que fueron publicados en la revista teórica del partido, Die Neue Zeit, y que se vertieron en el libro Eduard Bernstein y la socialdemocracia alemana, conocido en las traducciones castellanas con el nombre de La Doctrina Socialista.25 A pesar de la utilidad del material de Kauts-ky, de la profundidad de sus consideraciones respecto al método materialista, en sus páginas se revela la renuncia a un combate abierto contra las ideas revisionistas.

La falta de un pronunciamiento radical contra el reformismo advertían ya del espíritu con que Kautsky se enfrentaba a la tarea: el diletantismo intelectual. “Ocurre todos los días”, señala Kautsky en la introducción de su libro:

“Que un burgués demócrata se haga demócrata socialista, y la prensa burguesa no tiene razón para escandalizarse por ello. Cuando sucede lo contrario, la cosa varía completamente. ¿Se halla, en realidad, Bernstein en este caso? No es esta la ocasión para decirlo. Pero, evidentemente, tal es la idea que de su libro ha formado la prensa burguesa, regocijándose en lo infinito. ¡Una victoria después de tantas derrotas! ¡Un síntoma de que al menos uno de los pensadores de ese Partido Socialista orgulloso e invencible empieza a no saber qué pensar de su partido, mostrando que la incertidumbre y la duda han sustituido en él a la esperanza del triunfo! No hay palabras bastante elocuentes para dar tan regocijadora nueva. Esta actitud de nuestros adversarios ha logrado llamar la atención general de los miembros del Partido sobre el libro de Bernstein. Merecía ser tomado en consideración, tanto más cuanto que en el seno del Partido no había sido condenado por unanimidad (…)

“Esta diversidad de opiniones proviene de que, como veremos más tarde, Bernstein no ha presentado su punto de vista de un modo completamente claro y consecuente, y también, y muy principalmente, de que existen en nuestro propio partido corrientes muy opuestas en cuestiones de la más alta importancia. Esto no es una desgracia. En nuestro Partido, como en lo demás, ha habido siempre divergencias de naturaleza individual, local, profesional, teórica. Los jóvenes, más fogosos, piensan de distinto modo que los viejos, de sereno espíritu; el bávaro difiere del sajón, y éste del hamburgués; el minero del obrero de fábrica; éste, absorbido enteramente por el movimiento sindical o cooperativo, piensa en distinto modo que aquel que es en cuerpo y alma parlamentario y propagandista en las elecciones; el que ha ingresado en el socialismo siguiendo a Marx y Engels no piensa del mismo modo que aquel que ha venido a nosotros por Rodbertus, etc. Semejantes diferencias son, no sólo inevitables, sino necesarias”.26

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En la imagen Karl Kautsky a la derecha y Eduard Bernstein a la izquierda

En cuanto a Plejánov, su actitud fue más incisiva y mucho más resuelta. Su texto polémico principal lleva por título Cant contra Kant, o el legado espiritual del señor Bernstein.27 Plejánov plantea la cuestión en términos bastante más claros que Kautsky: “El señor Bernstein ha muerto para la escuela de Marx, a la que perteneció durante un tiempo”, y tras un amplio recorrido en defensa de la dialéctica materialista frente al idealismo metafísico en que chapotea la obra de Bernstein, de sus constantes invitaciones para regresar a Kant, Plejánov se pregunta:

“¿De qué manera ha podido ocupar en el curso de muchos años uno de los puestos teóricos más conspicuos dentro del partido? Habría que meditar sobre ello. Y no es fácil encontrar una respuesta que nos deje tranquilos (…) En verdad, Bernstein está mucho más cerca de los partidarios pequeñoburgueses de las ‘reformas sociales’ que de los socialdemócratas revolucionarios. A pesar de esto, sigue siendo un ‘camarada’ y nadie le ha pedido que se vaya del partido. Esto se explica, en parte, por una errónea actitud hacia la libertad de opinión, muy difundida a la sazón entre los socialdemócratas. Ellos dicen: ‘¿Cómo es posible expulsar a un hombre del partido por culpa de sus opiniones? Esto equivale a una persecución por herejía’.

“Las personas que razonan de este modo olvidan que la ‘libertad de opinión’ debe realizarse siempre a través de la libertad de asociación y de disolución, y que está última libertad no existe cuando un prejuicio fuerza a marchar juntas a personas que deberían estar separadas debido a sus divergencias. Este razonamiento erróneo explica de manera parcial el hecho de que el señor Bernstein no haya sido expulsado del Partido Socialdemócrata Alemán. No lo ha sido porque sus nuevos puntos de vista son compartidos por un número considerable de otros socialdemócratas. Por causas que no podemos analizar detenidamente en este artículo, el oportunismo ha ganado muchos seguidores en las filas de la socialdemocracia en varios países. Y en esta difusión del oportunismo radica el mayor peligro entre todos los que nos amenazan en la actualidad”.28

Sin menospreciar estas palabras de Plejánov, que dan en la diana del problema planteado, su obra no alcanzó la profundidad y la intensidad de Reforma o Revolución. El libro de Rosa Luxemburgo perdura hasta la actualidad como una de las exposiciones más sucintas, contundentes y rigurosas de la teoría marxista de la lucha de clases frente al reformismo gradualista y oportunista. Rosa Luxemburgo explica en este gran trabajo teórico que no existe contradicción alguna entre la lucha por las reformas y la defensa de una estrategia revolucionaria, y que el planteamiento de Bernstein, abandonando el análisis de clase de la sociedad capitalista por el punto de vista de la pequeña burguesía, sólo serviría para perpetuar el orden social del capital.

“A primera vista, el título de esta obra puede resultar sorprendente: Reforma o revolución”, escribe Rosa Luxemburgo en su introducción. “¿Puede la socialdemocracia estar en contra de las reformas? ¿Puede considerar como opuestos la revolución social, la transformación del orden establecido, su fin último, y las reformas sociales? Por supuesto que no. Para la socialdemocracia, la lucha cotidiana para conseguir instituciones democráticas y reformas sociales que mejoren, aún dentro del orden existente, la situación de los trabajadores constituye el único camino para orientar la lucha de clases proletaria y para trabajar por el fin último: la conquista del poder político y la abolición del sistema de trabajo asalariado. Para la socialdemocracia, existe un vínculo indisoluble entre reforma o revolución: la lucha por las reformas sociales es el medio, mientras que la lucha por la revolución social es el fin.”29

“La reforma y la revolución” escribe Rosa Luxemburgo “no son, por tanto, distintos métodos de progreso histórico que puedan elegirse libremente en el mostrador de la historia, como cuando se eligen salchichas calientes o frías, sino que son momentos distintos en el desarrollo de la sociedad de clases, que se condicionan y complementan entre sí y al mismo tiempo se excluyen mutuamente, como el Polo Norte y el Polo Sur o la burguesía y el proletariado. Todo ordenamiento jurídico no es más que un producto de la revolución. En la historia de las clases, la revolución es el acto político creador, mientras la legislación sólo expresa la pervivencia política de una sociedad. La reforma legal no posee impulso propio, independiente de la revolución, sino que en cada período histórico se mueve en la dirección marcada por el empujón de la última revolución y mientras ese impulso dure. O dicho más concretamente: sólo se mueve en el contexto del orden social establecido por la última revolución. Este es el punto crucial de la cuestión.

“Es absolutamente falso y completamente ahistórico considerar las reformas como una revolución ampliada y, a su vez, la revolución como una serie de reformas concentradas. La reforma y la revolución no se distinguen por su duración, sino por su esencia. Todo el secreto de los cambios históricos a través de la utilización del poder político reside precisamente en la transformación de cambios meramente cuantitativos en una cualidad nueva; dicho más concretamente, en la transición de un período histórico —un orden social— a otro.”30

Desde que el socialismo científico estableció su cuerpo teórico, sus críticos han clamado hasta el día de hoy contra el supuesto desprecio de los marxistas hacia las reformas. Esta objeción, que se utiliza para acusar a los revolucionarios de radicales, utópicos y poco prácticos, es una burda tergiversación. Los marxistas jamás rechazan la lucha por mejoras parciales en las condiciones de vida y de trabajo de las masas oprimidas, por reformas políticas que amplían los derechos democráticos. Los marxistas constituyen la avanzada más abnegada y consecuente en el combate por estos derechos políticos y sociales. ¿De que manera la clase obrera iba a ganar confianza en su capacidad y en su fuerza sino a través de las batallas cotidianas de la lucha de clases?

No obstante, a diferencia de los reformistas, los marxistas siempre explican la realidad con absoluta franqueza a los trabajadores. En primer lugar, las conquistas sociales son el producto de la movilización, en muchos casos de una lucha revolucionaria, y no la consecuencia de la habilidad negociadora de los mandos sindicales o de sus señorías parlamentarias. No se puede arrancar en la mesa de negociación lo que no se conquista en la calle a través de la acción. Pero hay más. Los marxistas entendemos la pelea por estas mejoras como parte de otra más amplia por la emancipación completa de los trabajadores, o lo que es lo mismo, por la transformación socialista de la sociedad. Aprovechamos las victorias y los avances para elevar la confianza de la clase en sus propias fuerzas y reforzar la conciencia socialista del movimiento.

A diferencia de los reformistas, los marxistas no nos engañamos sobre el carácter temporal de esas concesiones: la clase dominante buscará eliminarlas a la mínima oportunidad que tenga. Y es obvio que oportunidades habrá, pues la correlación de fuerzas no se puede mantener indefinidamente a favor del proletariado. Los reformistas, como buenos cretinos parlamentarios, se imaginan que es a través de las comisiones, subcomisiones, de los “controles” y de los acuerdos como se mejorara progresivamente la situación de los obreros hasta llegar felizmente a convencer a la burguesía de que un capitalismo más humano es mejor e incluso más rentable para sus intereses. Pero la experiencia se ha encargado de refutar este cuento de hadas.

Bernstein pretendía establecer una base “objetiva” para su revisión completa del marxismo. A la hora de justificar su nuevo credo teórico consideraba el desarrollo monopolista del capitalismo, con la aparición de los trust y los cartels, como una oportunidad para superar la anarquía de la producción, de la misma forma que las sociedades por acciones facilitarían, según su teoría, la democratización del capital. De esta manera el socialismo perdía su justificación científica, pues si el propio capital era capaz de superar sus contradicciones y garantizar el equilibrio en la producción ¿para que derrocar a la burguesía? Rosa Luxemburgo desenmascaró esta tesis. Al contrario de lo que pretendía Berstein, la tendencia monopolísta en el desarrollo del capitalismo lejos de suavizar sus contradicciones incrementaba exponencialmente la lucha por los mercados y la explotación de los ya existentes. El monopolio surge como una negación dialéctica de la libre competencia pero no acaba con la anarquía del capitalismo, derivada de la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación, y que periódicamente se expresa a través de crisis de sobreproducción.

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Rosa Luxemburgo, en el centro, y Plejánov, a la derecha, en 1904

En Reforma o revolución Rosa Luxemburgo respondió a esta visión de Bernstein, que Kautsky retomó años más tarde con su teoría del superimperialismo.

“En general puede decirse que las alianzas empresariales, al igual que el crédito, son fases determinadas del desarrollo capitalista, que en última instancia sólo aumentan la anarquía del mundo capitalista y manifiestan y hacen madurar sus contradicciones internas. Al intensificar la lucha entre productores y consumidores, como podemos observar especialmente en Estados Unidos, los cárteles agudizan la contradicción entre el modo de producción y el modo de distribución. Agudizan asimismo la contradicción entre el modo de producción y el modo de apropiación, por cuanto enfrentan de la forma más brutal al proletariado con la omnipotencia del capital organizado y, de esta manera, agudizan la contradicción entre capital y trabajo. Agudizan, por último, la contradicción entre el carácter internacional de la economía mundial capitalista y el carácter nacional del Estado capitalista, dado que siempre van acompañados por una guerra arancelaria general, lo que agrava las diferencias entre los diversos países capitalistas. A todo esto hay que añadir el efecto directo y altamente revolucionario de los cárteles sobre la concentración de la producción, el progreso técnico, etc.

“Por tanto, desde el punto de vista de sus efectos finales sobre la economía capitalista, los cárteles y los trusts no sirven como ‘medios de adaptación’. Al contrario, aumentan la anarquía de la producción, estimulan contradicciones y aceleran la llegada de un declive general del capitalismo”.31

Parlamentarismo, Estado, dialéctica

En la primera década del siglo XX Alemania era ya un país capitalista avanzado dominado por el capital monopolista. La industria minera era cosa del gran conglomerado empresarial dirigido por Fritz Thyssen, que para 1913 controlaba el 87% de la producción hullera, y poseía a la vez altos hornos, laminadoras y fábricas metalúrgicas. Por su parte, la familia Krupp empleaba en la primera década del siglo XX más de 70.000 trabajadores. En 1902, había transformado sus fábricas de Hessen en un espacio con sus propias calles, su propia fuerza de policía, bomberos y leyes de tránsito. Contaban con 150 kilómetros de ferrocarril, 60 edificios de fábricas diferentes, 8.500 máquinas de herramientas, siete estaciones eléctricas, 140 kilómetros de cable subterráneo y 46 kilómetros en superficie; y empleaba en sus instalaciones a más de 41.000 trabajadores.

El mismo carácter monopolista existía en la industria química (la producción se repartía entre la Badische Anilin, que empleaba más de 10.000 operarios en Ludwigshaten, y la IG. Farben). La industria de componentes y manufacturas eléctricas estaba bajo el control de Siemens y la AEG (que ocupaba en la región de Berlín a 70.000 obreros en diez fábricas). El transporte marítimo de personas y mercancías estaba dominado en un 40% por la Hamburg Amerika Linie y la Norddeutcher Lloyd. A su vez, el capital financiero, determinante en la actividad de estas industrias, se concentraba en cinco grandes bancos.

“Los magnates, los Kirdorf, Thyssen, Krupp, Hugenberg, Stinnes, von Siemens, Rathenau, Ballin, Helfferich” escribe Pierre Broué, “son la cima de una capa muy delgada, unos setenta y cinco mil cabezas de familia, representando doscientas o doscientas cincuenta mil personas, que podemos considerar, con Sombart, como la burguesía rica, con ingresos anuales superiores a 12.500 marcos. Con la mediana burguesía, seiscientas cincuenta mil cabezas de familia, de dos millones a dos millones y medio de personas, con un ingreso de 5.000 a 12.000 marcos, estas clases superiores, clases dirigentes, no constituyen más que el 4 o 5% de la población”32

Alemania, sin duda, se había convertido en una gran potencia. En 1913 alcanzó el primer lugar como productor mundial de hierro y el segundo de hulla, situándose también como líder de la fabricación química. La extracción a gran escala de materias primas y la creación de grandes empresas manufactureras, la catapultó a la vanguardia tecnológica. El sector financiero, con larga tradición, se robusteció con este crecimiento industrial explosivo.

Pero a pesar de este formidable avance, el capital alemán se colocó en una situación desventajosa en la carrera colonial que libraban las grandes potencias europeas. En 1913 las exportaciones alemanas representaban un volumen de 22,5 millones de marcos, el doble que Francia y el 85% de Gran Bretaña y, sin embargo, Alemania carecía de un Imperio digno de tal nombre para satisfacer sus necesidades de materias primas, mercados, rutas comerciales y mano de obra barata. El imperialismo alemán y su hermano gemelo, el militarismo, no tardarían en exigir su parte alícuota en el dominio del mundo.

Partiendo de esta realidad, la posibilidad de justificar una alianza con una burguesía nacional, “progresista”, interesada en llevar a cabo la revolución democrática, estaba fuera de lugar. La burguesía alemana era reaccionaria, imperialista y militarista por formación y trayectoria histórica, pero esta obviedad no fue impedimento para que Bernstein y sus seguidores insistieran en la posibilidad de transformar democrática y pacíficamente la sociedad. Tan sólo había que basarse en los mecanismos del parlamentarismo, el Estado, los sindicatos y las cooperativas.

En Reforma y Revolución, Rosa Luxemburgo desmontó este parámetro fundamental del revisionismo:

“¿Cuál es la vía que, partiendo de la ‘teoría de la adaptación del capitalismo’ lleva a esa sociedad? Bernstein sólo ha contestado a esta pregunta indirectamente. El intento de responderla de modo más detallado en un sentido bernsteiniano lo ha hecho Konrad Schmidt. Según él, ‘la lucha sindical y la lucha política por las reformas sociales irán introduciendo un control social cada vez más extenso sobre las condiciones de la producción’ y, a través de la legislación, ‘irán reduciendo progresivamente a los capitalistas a la función de administradores, por medio de la merma de sus derechos’, hasta que finalmente ‘se despoje al capitalista, que habrá ido viendo cómo su propiedad iba desvalorizándose, también de la dirección y administración de la empresa’, implantándose así finalmente la empresa social. Así pues, los medios para la implantación paulatina del socialismo son los sindicatos, las reformas sociales y también, como añade Bernstein, la democratización política del Estado”.

“A fin de comenzar con los sindicatos” señala Rosa Luxemburgo, “su función más importante —que nadie ha sabido mostrar mejor que el propio Bernstein en el año 1891, en Neue Zeit— consiste en proporcionar a los trabajadores un instrumento para realizar la ley capitalista del salario, es decir, la venta de su fuerza de trabajo a precio de mercado. Los sindicatos permiten al proletariado aprovecharse en cada momento de la coyuntura del mercado. Pero los factores de la coyuntura misma —la demanda de fuerza de trabajo (determinada por el desarrollo de la producción), la oferta de fuerza de trabajo (originada por la proletarización de las capas medias y la reproducción natural de la clase obrera) y, finalmente, el momentáneo nivel de productividad del trabajo— quedan fuera de la esfera de influencia del sindicato. Los sindicatos, por tanto, no pueden abolir la ley capitalista del salario. En las circunstancias más favorables pueden reducir la explotación capitalista hasta los límites ‘normales’ de un momento dado, pero no pueden eliminarla, ni siquiera gradualmente (…).”33

Rosa continua su explicación:

“Konrad Schmidt comete el mismo error de perspectiva histórica con relación a las reformas sociales, de las que espera que ‘junto con los sindicatos, impongan a la clase capitalista las condiciones bajo las cuales podrá emplear la fuerza de trabajo’. Interpretar así la reforma social lleva a Bernstein a considerar la legislación laboral como un trozo de ‘control social’ y, por tanto, un trozo de socialismo. Igualmente, Konrad Schmidt siempre habla de ‘control social’ cuando se refiere a las leyes de protección de los trabajadores, y una vez que ha transformado tan felizmente el Estado en sociedad, añade, seguro de sí mismo, es decir, la clase obrera ascendente’, de forma que, a través de esta operación, las inofensivas medidas de protección del trabajador promulgadas por el Senado alemán se transforman en medidas socialistas transicionales supuestamente promulgadas por el proletariado.

“La deformación resulta evidente. El Estado actual no es la ‘sociedad’ que representa a la ‘clase obrera ascendente’, sino el representante de la sociedad capitalista, es decir, es un Estado de clase. Por este motivo, las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de ‘control social’ —esto es, el control de una sociedad libre sobre el proceso de su propio trabajo—, sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista. Es decir, las ‘reformas sociales’ encontrarán sus límites naturales en el interés del capital”.34

Apartando las brumas para ir al fondo del asunto, Rosa traza un análisis marxista de la naturaleza del Estado y las posibilidades de su utilización para conquistar el socialismo. Una serie de pasajes del texto de Rosa muestran, de manera rotunda, los puntos de confluencia entre ella y Lenin en un asunto tan decisivo como éste, y fueron escritos diecisiete años antes de El Estado y la revolución:

“El Estado actual es, ante todo, una organización de la clase capitalista dominante y si ejerce diversas funciones de interés general en beneficio del desarrollo social es únicamente en la medida en que dicho desarrollo coincide en general con los intereses de la clase dominante. La legislación laboral, por ejemplo, se promulga tanto en beneficio inmediato de la clase capitalista como de la sociedad en general. Pero esta armonía solamente dura hasta un cierto momento del desarrollo capitalista. Cuando éste alcanza cierto punto, los intereses de la burguesía como clase y las necesidades del progreso económico comienzan a separarse, incluso en sentido capitalista. (…).

“(…) Las instituciones, aunque democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante. (…) Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua. De este modo, siguiendo las concepciones políticas del revisionismo se llega a la misma conclusión que estudiando sus teorías económicas: no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo, no busca la supresión del sistema de trabajo asalariado, sino la disminución de la explotación. En resumen, no busca la supresión del capitalismo, sino la atenuación de sus abusos (…) La necesidad de la conquista del poder político por parte del proletariado siempre estuvo fuera de toda duda para Marx y Engels. Quedó reservado para Bernstein el honor de considerar el gallinero del parlamentarismo burgués como el órgano destinado a realizar el cambio social más imponente de la historia: la transformación de la sociedad capitalista en otra socialista”.35

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Carlos Marx, Federico Engels y V. I. Lenin

Rosa Luxemburgo dedica la parte final de su libro a refutar el desdén con el que Bernstein se refiere a la dialéctica materialista, un atributo que siempre distingue a los revisionistas del marxismo. Una década antes de que Lenin escribiera Materialismo y empirocriticismo, y treinta ocho años antes de que Trotsky hiciera algo semejante en su obra En defensa del Marxismo y Su moral y la nuestra, Rosa Luxemburgo subrayó la importancia del materialismo dialéctico como piedra angular de la doctrina revolucionaria del proletariado:

“A primera vista su doctrina, compuesta con las migajas de todos los sistemas posibles, parece carecer por completo de prejuicios. Bernstein (…) cree defender una ciencia humana general, abstracta, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. Pero como la sociedad real se compone de clases que tienen intereses, propósitos y concepciones diametralmente opuestos, por el momento resulta ser pura fantasía, un autoengaño, hablar de una ciencia humana general de las cuestiones sociales, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. La ciencia, la democracia y la moral que Bernstein cree humanas y universales no son más que la ciencia, la democracia y la moral dominante, es decir, la ciencia, la democracia y la moral burguesas (…)

“Por último, al dirigir sus dardos más afilados contra la dialéctica, ¿qué hace sino combatir el pensamiento específico del proletariado consciente en su lucha por la emancipación? Es decir, intentar romper la espada que ha ayudado al proletariado a desgarrar las tinieblas de su porvenir histórico, intentar mellar el arma intelectual con cuya ayuda el proletariado, aun continuando materialmente bajo el yugo burgués, es capaz de vencer a la burguesía, al demostrarle el carácter transitorio del actual orden social y la inevitabilidad de su victoria, el arma intelectual que ya está haciendo la revolución en el mundo del pensamiento. Despidiéndose de la dialéctica y montándose en el columpio intelectual del ‘por un lado... y por el otro’, ‘sí, pero no’, ‘aunque... sin embargo’, ‘más o menos’, Bernstein cae en el esquema de pensamiento históricamente limitado de la burguesía en decadencia, esquema que es fiel reflejo intelectual de su existencia social y su actuación política (…)

“El libro de Bernstein es de gran importancia histórica para el movimiento obrero alemán e internacional porque es el primer intento de dotar de una base teórica a las corrientes oportunistas en la socialdemocracia. ¿Qué es, a primera vista, lo más característico de todas estas corrientes? La hostilidad hacia la teoría. Esto es completamente natural, puesto que nuestra teoría, es decir, los fundamentos del socialismo científico, establece límites muy definidos para la actividad práctica, tanto respecto a los fines como a los medios de lucha a emplear, y también respecto al modo de luchar. Por eso es natural que todos aquellos que únicamente buscan éxitos pragmáticos manifiesten la natural aspiración a tener las manos libres, o sea, a hacer independiente la práctica de la teoría”.36

Huelga de masas, partido y sindicato

El debate sobre el papel de la huelga de masas en la estrategia de la socialdemocracia europea estalló con la revolución rusa de 1905, pero sus primeras escaramuzas se remontan a la última década del siglo XIX. En mayo de 1891, una gran huelga obrera, con más de 100.000 trabajadores en lucha en demanda de reformas en el sistema electoral, había sacudido la sociedad belga. Un nuevo movimiento huelguístico, en abril de 1893, en el que participaron cerca del cuarto de millón de trabajadores, logró arrancar el sufragio universal, pero todavía injusto, con privilegios para las clases adineradas y cultas. En 1899, los trabajadores belgas volvieron a la carga exigiendo una completa revisión de la constitución.

Estos acontecimientos centraron inmediatamente el interés de Rosa Luxemburgo, que escribió dos artículos al respecto en Die Neue Zeit: El experimento belga y La tercera vez acerca del experimento belga (abril y mayo de 1902). Ambos trabajos constituyeron toda una declaración a favor de la huelga de masas como herramienta fundamental en el combate político y económico de la clase obrera, y como elemento táctico de la socialdemocracia en su lucha por el poder.

La discusión volvió a reproducirse, en un plano muy superior, en el año 1905, cuando la revolución colocó contra la pared al régimen autocrático zarista. En el corazón del Estado más contrarrevolucionario del momento, las masas oprimidas se levantaron con las armas en la mano tras meses de luchas y huelgas generales. Aunque fracasaron, su formidable movimiento alumbró los sóviets y situó los debates teóricos que habían recorrido la socialdemocracia rusa durante años, y en la que destacados dirigentes del partido alemán habían participado, ante la realidad práctica de la lucha de clases. Ahora podían entenderse con una nueva luz gracias a los acontecimientos revolucionarios.

Hay que recordar que a principios del siglo XX, la autoridad moral de la socialdemocracia alemana era indiscutible en las filas de la Segunda Internacional. Hombres como Kauts-ky ejercían una poderosa influencia en todo el movimiento marxista, incluyendo los cuadros dirigentes del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso). Pero detrás de esta aparente homogeneidad se desarrollaba un sordo combate entre los defensores del marxismo revolucionario y aquellos que abogaban por una revisión fundamental de sus principios teóricos, tácticos y estratégicos. La controversia, que afectaba tanto a los socialdemócratas rusos como a los alemanes, y alcanzó su punto culminante durante la revolución rusa de 1917 y la alemana de 1918, estaba presente ya en 1905.

En vísperas de la primera revolución rusa, la mayoría de los dirigentes del SPD apoyaban la idea de que los marxistas rusos debían limitarse a secundar a la burguesía liberal en sus demandas democráticas contra el régimen zarista. Su razonamiento era la consecuencia práctica de un esquema muy arraigado en el cuerpo teórico del movimiento socialdemócrata: Rusia, como país capitalista atrasado y con una fuerte base campesina, debía realizar su propia revolución burguesa para integrarse en el ciclo del capitalismo moderno. El papel dirigente en dicha revolución le correspondía a la burguesa liberal, mientras el joven proletariado ruso tenía que resignarse, como aliado subordinado, a proporcionar las fuerzas combatientes pero sin exceder el marco de las reivindicaciones democrático burguesas. Este esquema consideraba que solo después del triunfo de la república burguesa y de un periodo prolongado (e indefinido) de ascenso económico, el proletariado podría agrupar las fuerzas suficientes para librar la lucha decisiva contra el régimen capitalista. Eran las mismas ideas que guiaron a los dirigentes mencheviques en 1905 y en 1917, a la socialdemocracia alemana en su traición a la revolución de 1919, y al estalinismo contra la revolución española en 1931-1939.

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Barricadas en la revolución rusa de 1905

Por diferentes vías, Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, polemizaron y lucharon contra estas fórmulas con las que los teóricos “oficiales” de la Segunda Internacional justificaron su política de colaboración de clases, y que cristalizaría en la deserción social patriota durante la Primera Guerra Mundial. Los futuros dirigentes de la Tercera Internacional estudiaron con rigor las condiciones materiales del desarrollo capitalista en Rusia, así como su estructura de clases.

El capitalismo ruso había surgido a través de condiciones históricas complejas, sobre la base de un desarrollo desigual y combinado que integraba elementos extremadamente atrasados, incluso feudales, como en el caso de la explotación de la tierra, con otros muy avanzados, como la alta concentración del proletariado en grandes fábricas. Esta visión materialista de las relaciones de clase reconocía también el carácter dependiente de la burguesía rusa. Dependiente del capital exterior, que jugaba un papel crucial en la industria, el comercio y el sector financiero, y dependiente de la propia autocracia zarista, con la que mantenía espléndidos negocios y vínculos familiares. La burguesía rusa, en los aspectos esenciales, formaba un bloque de poder con el régimen autocrático. La opinión de Rosa Luxemburgo coincidía plenamente con la de Trotsky y la de Lenin: el carácter contrarrevolucionario de la burguesía y su incapacidad para liderar la revolución democrática contra el absolutismo estaban fuera de discusión.

En 1905, la revolución rusa sacudió al proletariado alemán. Por todo el país se realizaron mítines en solidaridad con los obreros rusos y colectas para sostener su lucha, Rindiendo tributo a la insurrección obrera de los obreros de Petersburgo y Moscú, en 1906 Rosa Luxemburgo escribió Huelga de masas, partido y sindicato.37 “Con esa obra”, escribiría más tarde Karl Radek, “empieza la separación del movimiento comunista de la socialdemocracia en Alemania.”38 Rosa, que se desplazó a Varsovia para intervenir en la lucha revolucionaria y fue por ello encarcelada durante cinco meses,39 se basó en las enseñanzas de la revolución rusa de 1905 para golpear con crudeza las posiciones de la cúpula del partido socialdemócrata y de los sindicatos alemanes; a estos últimos los acusó de ser el más peligroso vehículo de transmisión del revisionismo en el movimiento obrero.
Los burócratas del movimiento sindical, subordinando la acción de la clase obrera al estrecho horizonte de la lucha salarial, habían renunciado en la práctica a la huelga general como método de combate contra la burguesía, como escuela de aprendizaje, de cohesión y de fortalecimiento de la conciencia socialista de los trabajadores. La crítica a la postura aventurera de los anarquistas —que pensaban que con la mera declaración de huelga general era posible subvertir el orden capitalista haciendo innecesaria la participación política del proletariado y mucho menos la existencia de un partido revolucionario de masas— no podía ser excusa, en opinión de Rosa Luxemburgo, para dejar de denunciar la pasividad y adaptación al medio capitalista de que daban muestras los dirigentes reformistas de los sindicatos.

“...La actitud de la socialdemocracia frente a la huelga de masas” señala Rosa Luxemburgo al comienzo del libro, “esta construida para ser utilizada contra la teoría anarquista de la huelga general, es decir, contra la teoría de la huelga general como medio para desencadenar la revolución social, en contraposición a la lucha cotidiana de la clase obrera; y se agota en el simple dilema: o bien el proletariado en su conjunto no dispone todavía de una poderosa organización ni de arcas bien repletas, y entonces no puede realizar la huelga general o bien este se encuentra suficientemente organizado, y entonces no tiene necesidad de la huelga general (…) Pues bien, la revolución rusa ha sometido a revisión profunda la argumentación que acabamos de exponer. Por primera vez en la historia de la lucha de clases ha hecho posible la grandiosa realización de la idea de la huelga de masas y —como explicaremos más adelante— hasta de la huelga general, inaugurando una nueva época en el desarrollo del movimiento obrero”.40

Partiendo de la dinámica viva de la revolución de 1905, igual que Marx con la Comuna de Paris, Rosa Luxemburgo fustiga tanto la posición de los dirigentes sindicales que niegan la posibilidad de la huelga general, como la postura de sus críticos en la cúpula del partido que consideraban la huelga como una acción que sería preestablecida desde la dirección cuando está considerase la idoneidad de las condiciones: “...La huelga de masas no se ‘hace artificialmente’, no se ‘decreta’ en el aire, no se ‘propaga’, sino que es un fenómeno histórico que surge en determinados momentos de las mismas circunstancias sociales y con necesidad histórica”.41

En otras palabras, la huelga general es una de las expresiones más radicales de las contradicciones entre las clases y surge del más amplio descontento de las masas. En la huelga general la clase obrera se identifica como clase, las capas más rezagadas entran en contacto con la vanguardia, los axiomas de la sociedad burguesa se ponen en cuestión y los trabajadores comprueban su poder en la sociedad. Todo el potencial revolucionario de la clase, su creatividad, su voluntad de superar las dificultades se pone de manifiesto en la huelga general, un terreno fecundo para la explicación del programa marxista, en la que los trabajadores pueden generalizar más fácilmente su experiencia.

La huelga general también pone de manifiesto que no existe una muralla infranqueable entre las demandas económicas y las reivindicaciones políticas. La revolución rusa de 1905 fue un ejemplo paradigmático: de peticiones piadosas al zar para la mejora de las condiciones espantosas de los obreros de San Petersburgo se pasó, a través de la experiencia de la represión del domingo sangriento, a demandas políticas revolucionarias; de manifestaciones encabezadas por el cura Gapón, a la exigencia del fin de la autocracia, asamblea constituyente, sufragio universal, a la creación de órganos de poder obrero, los sóviets, y a la insurrección armada.

“...Los acontecimientos de Rusia nos muestran la huelga de masas como inseparable de la revolución. La historia de la huelga de masas en Rusia es la historia de la revolución rusa (...) Sólo en los periodos revolucionarios, en los que los cimientos y los muros de la sociedad de clases se agrietan y resquebrajan, cualquier acción política del proletariado puede arrancar de la indiferencia, en pocas horas, a las capas del proletariado hasta entonces pasivas, lo que se manifiesta, naturalmente, a través de una batalla económica tormentosa. Repentinamente electrizados por la acción política, los obreros reaccionan de inmediato en el campo que les es más próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica. (...) Es así como la revolución crea las condiciones sociales en las que es posible esta transformación directa de la lucha económica en la política y de la política en la económica, que encuentra su expresión en la huelga de masas.”42

Efectivamente, la relación entre la huelga general y la revolución es muy estrecha; en todas las revoluciones sociales profundas la huelga general y las huelgas de masas han jugado un papel relevante. Fue el caso de 1905 y 1917 en Rusia, de Alemania en 1918-1920, desde febrero a junio de 1936 en España, o en Mayo de 1968 en Francia, por citar unos cuantos ejemplos.

Entre los muchos aspectos sobresalientes de este gran libro, sorprende la frescura de la crítica de Rosa Luxemburgo al conservadurismo de la dirección sindical. Algunos de sus párrafos parecen describir la actual degeneración de los dirigentes reformistas de los sindicatos de masas:

“(…) Los sindicatos, al igual que las demás organizaciones de lucha del proletariado, no pueden mantenerse, a la larga, sino por medio de la lucha, y una lucha que no sea solamente una pequeña guerra de ratas y de sapos en las aguas estancadas del periodo burgués parlamentario, sino un periodo revolucionario de violentas luchas de masas. La concepción mecánica, burocrática y esteriotipada sólo quiere ver en la lucha el producto de la organización a un cierto nivel de fuerza. Por el contrario, el vivo desarrollo dialéctico ve en la organización un producto de la lucha (...)

“La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la natural restricción de horizontes que va ligada a las luchas económicas fragmentadas en periodos de calma, concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras. Y ambas cosas se manifiestan en toda una serie de tendencias que pueden llegar a ser altamente funestas para el futuro del movimiento sindical. En ellas se cuenta, ante todo, la sobreestimación de la organización que, de medio para conseguir un fin llega a convertirse paulatinamente en un fin en si mismo, en el más preciado bien en aras del cual han de subordinarse los intereses de la lucha. De ahí se explica también esa necesidad, abiertamente confesada, que lleva a retroceder ante grandes riesgos y ante supuestos peligros para la existencia de los sindicatos, ante la inseguridad de las grandes acciones de masas (...) Y finalmente, a costa de ocultar las limitaciones objetivas que tiene la lucha sindical en el orden social burgués, se llega a una aversión directa contra toda crítica teórica que llame la atención sobre esas limitaciones en relación con los objetivos finales del movimiento obrero”.43

Contra el menchevismo

La intervención de Rosa Luxemburgo en la revolución de 1905, y el estudio de sus lecciones, tuvo también otros efectos. Después de una intensa polémica44 con Lenin tras la celebración del II Congreso de POSDR (1903) y la división de la socialdemocracia rusa entre bolcheviques y mencheviques, los acontecimientos revolucionarios de 1905 colocaron esas divergencias en un plano diferente.

“(…) En 1905, a medida que se desarrollaba la política menchevique, Rosa fue criticando cada vez más la nueva Iskra menchevique (…) Cuando Rosa llegó a Varsovia y discutió de los acontecimientos en San Petersburgo y Moscú con sus colegas, halló una actitud muy diferente [a tiempos pasados]. Las críticas a la deplorable tendencia a sobrestimar el liberalismo ruso, que ya había ocasionado algunas pendencias, pequeñas pero vivas, con los mencheviques en 1905, se habían vuelto ahora algo parecido a condenar la pusilanimidad menchevique en San Petersburgo y admirar correspondientemente al sóviet bolchevique de Moscú. Las cosas parecían muy distintas desde Varsovia que desde Berlín. Los bolcheviques por lo menos habían intentado la insurrección armada, y los socialdemócratas polacos se habían empeñado también en dar este paso esencial. Rosa Luxemburgo comunicó las nuevas del diciembre moscovita a los lectores polacos con simpatía y entusiasmo. Más significativo aún fue que los polacos aceptaran la versión del emisario de Lenin, que pasaba por Varsovia camino de Berlín, les diera de los sucesos de Moscú y San Petersburgo.”45

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Lenin, en el centro, junto a Mártov y otros miembros de la Unión de Lucha por la Emancipación de la clase obrera. San Petersburgo, 1897

La sacudida revolucionaria unió a Rosa Luxemburgo y a Lenin. Ambos rechazaban la opinión menchevique de que el proletariado debía subordinarse a la burguesía liberal, y estimaban que en la lucha contra el absolutismo zarista la clase obrera era el único actor revolucionario consecuente. En su balance de la lucha de 1905 Rosa planteó su posición sin ambigüedad:

“La primera tarea de la revolución rusa consiste en acabar con el absolutismo e instaurar un moderno Estado de derecho, parlamentario y burgués. Desde el punto de vista formal, se trata exactamente de la misma tarea con la que se enfrentaba la revolución de marzo [de 1848] en Alemania y con la que se enfrentaba la gran revolución de fines del siglo XVIII en Francia. Pero las circunstancias y el medio histórico en que tuvieron lugar esas revoluciones, análogas desde un punto de vista formal, son completamente diferentes a las circunstancias y al medio histórico de la Rusia actual. Lo fundamental es el hecho de que entre aquellas revoluciones burguesas del occidente y la actual revolución burguesa en el oriente ha transcurrido todo un ciclo de desarrollo capitalista. Y este desarrollo no se produjo sólo en los países de Europa occidental, sino también en la Rusia absolutista. La gran industria —con todas sus consecuencias, la moderna división de clases, los fuertes contrastes sociales, la vida moderna en las grandes ciudades y el proletariado moderno— domina en Rusia (…)

“De ahí resulta esta situación histórica contradictoria y extraña (…) No es la burguesía actualmente el elemento revolucionario dirigente, como en las anteriores revoluciones de occidente, en las que la masa proletaria, disuelta en la pequeña burguesía, actuaba como masa de maniobra, sino por el contrario, ahora es el proletariado con conciencia de clase el elemento dirigente e impulsor (…) el proletariado ruso está llamado a desempeñar el papel dirigente de la revolución burguesa (…) la lucha del proletariado se dirige simultáneamente, y con la misma fuerza, contra el absolutismo y contra la explotación capitalista”.46

Rosa Luxemburgo y Lenin tuvieron la oportunidad de tejer un contacto mucho más estrecho que les acercó en otras cuestiones políticas de peso. Cuando Rosa llegó a Finlandia en la segunda mitad de agosto de 1905 tras ser expulsada de Polonia, se encontró con los líderes bolcheviques refugiados tras la derrota de la revolución.

“Rosa pasaba buena parte del tiempo con Lenin y el círculo bolchevique que lo rodeaba. Sólo una vez lo había visto en persona anteriormente, en 1901 y en Munich, por los buenos oficios de Parvus (…) Ahora al fin, después de polémicas y antipatías de lejos, se conocieron bien. Noche tras noche estaba ella en el piso bajo que ocupaba Lenin en casa de la familia Leiteisen en Kuokkala y hablaba largamente de la revolución rusa con Lenin, Zinóviev, Kámenev y Bogdánov. E hizo profunda impresión en ellos (…) En aquel tiempo nació una simpatía personal entre Lenin y Rosa Luxemburgo —basada como todas las amistades de Lenin en el respeto intelectual mutuo—; duró seis años, hasta que las diferencias de partido la ahogaron una vez más en la espuma de las polémicas. Y aún entonces, siempre sobrevivió a las hostilidades renovadas una chispa de simpatía personal.”47

Lo importante de todo ello, y no es casualidad que este hecho apenas sea citado por todos los que pintan a una Rosa Luxemburgo henchida de antileninismo, fue que la experiencia viva de la revolución acercó decisivamente a los marxistas polacos y los bolcheviques. “El SKPDiL”, escribe Paul Nettl:

“Decidió que los bolcheviques se habían distinguido como los activistas de la revolución rusa y por eso se convertían en los aliados naturales de los polacos, igualmente activos. En el cuarto congreso, o de la unidad, del POSDR en Estocolmo, en abril de 1906, los bolcheviques recibieron a los polacos maravillosamente. A su vez estos ayudaron a los bolcheviques a obtener mayoría en varias cuestiones importantes ante el congreso. Representantes del SKPDiL, los únicos polacos admitidos en el congreso, se unieron al Comité Central del partido ruso. Informalmente se creó entonces un curioso paralelogramo: por una parte, el SKDPiL, y los bolcheviques; por otra los mencheviques y la izquierda del PPS, aunque éstos estaban fuera del movimiento ruso”.48

Los militantes polacos trabajaron estrechamente con los bolcheviques, y especialmente con Lenin que los tuvo como colaboradores muy cercanos. Después del congreso de Estocolmo, Warszawski se incorporó al comité de redacción de la revista bolchevique Sotsial-Demokrat, y también ocupó un puesto junto con Dzerzhinski en el CC del POSDR como representantes del SKPDiL. A su vez, Jogiches, Marchlewski y otros dos dirigentes del partido polaco se convertían en miembros suplentes del CC.49

Los contactos de Rosa Luxemburgo con Lenin, mientras coincidieron en Finlandia, dieron sus frutos prácticos durante el congreso de la Segunda Internacional, celebrado en Stuttgart, del 18 al 24 de agosto de 1907. Rosa presentó a Lenin a su íntima amiga Clara Zetkin: “¡Fíjate bien en él! Es Lenin. ¡Mira esa cabeza terca y voluntariosa! Un verdadero cráneo de campesino ruso con rasgos ligeramente asiáticos. Ese cráneo tiene la intención de derribar muros. Quizá sucumba en el intento. Pero nunca dará el brazo a torcer.”50 Debatió mucho con Lenin sobre las cuestiones principistas puestas a examen, hasta el punto de que la revolucionaria polaca y el líder bolchevique establecieron un frente único para defender una posición de clase e internacionalista sobre el problema de la guerra.

Lenin cedió a Rosa la palabra para que ella expusiera la postura común de ambos. La resolución aprobada, con la oposición pública de Bebel, incluía la aportación de Lenin y Rosa que la endurecía considerablemente. Su parte final reza así:

“En caso de declaración de guerra, las clases trabajadoras de los países implicados así como sus representantes parlamentarios deberán movilizar todas sus fuerzas para evitar el comienzo de las hostilidades, con el apoyo de la actividad coordinadora de la Oficina Internacional, con la aplicación de los medios que les parecieran más eficaces, medios que variarán evidentemente, según la gravedad de la lucha de clases y en función de la situación política general. En el caso que la guerra estallase a su pesar, estarán obligadas a actuar para conseguir un final rápido de las hostilidades y a intentar con todas sus fuerzas explotar la crisis económica y política provocada por la guerra a fin de levantar al pueblo y acelerar, de este modo, la abolición de la dominación de la clase capitalista.”

Krupskaya escribiría en sus memorias sobre Lenin: “Desde Stuttgart, Rosa Luxemburgo y Vladimir Ilich habían intimado mucho”.

Por último, reseñar aunque sea brevemente un asunto que también ha producido mucha literatura, especialmente después del triunfo de la reacción estalinista en Rusia. En diciembre de 1908 se celebró en Praga, en la semiclandestinidad, el sexto congreso del SKPDiL. Aunque Rosa no asistió al congreso, por evitar permanecer durante mucho tiempo en un mismo espacio con Jogiches, escribió un amplio artículo que sería presentado como informe del Comité Central. En la reunión, las reservas sobre la insurrección armada que los marxistas polacos habían manifestado en Estocolmo en 1906, sobre todo para no dar argumentos que pudieran ser utilizados a favor de la línea terrorista de Pilsudki (PPS), desaparecieron. Estaba claro que el proletariado sólo podría imponer su programa y derrocar el capitalismo mediante la insurrección armada.

Pero lo verdaderamente importante de este congreso fue que Jogiches, en la introducción de las tesis que había preparado con Rosa, sostuvo como concepción estratégica para la revolución rusa la fórmula de dictadura del proletariado apoyada por el campesinado:

“Dicen los bolcheviques que los intereses del proletariado y del campesinado están de acuerdo en la revolución. Siendo consecuentes con esta idea habría que tender, al menos por algún tiempo, a un partido proletario-burgués. Pero en este caso y en una determinada fase de la revolución, la ‘dictadura del proletariado y del campesinado’ podría convertirse en un arma contra el proletariado y la revolución. Los bolcheviques son superiores a los mencheviques porque tienen el sentido de los hechos históricos y porque han demostrado que no son ningunos doctrinarios, ya que tienen en cuenta la enorme fuerza potencial del campesinado. El error de los bolcheviques reside en que sólo ven el lado revolucionario de los campesinos. En este aspecto son la antítesis de los mencheviques que fundamentan su esquema de revolución burguesa contemplando solamente el lado reaccionario de los campesinos (…) Pero la historia no sabe de esquemas doctrinarios (…) Estamos positivamente a favor de la dictadura del proletariado que se apoye en el campesino. No cabe duda de que las posturas de Parvus y de Trotsky están muy próximas a la de nuestro partido. Pero no estamos a favor de la revolución permanente que no construye su táctica sobre la revolución rusa, sino sobre sus consecuencias en el extranjero. Es imposible fundamentar una táctica en combinaciones que actualmente no estamos en condiciones de evaluar. Estos horóscopos suelen pecar de subjetivismo.”51

Hay que señalar que la posición de Lenin en 1905 no le supuso ninguna dificultad para abordar las tareas de la revolución en 1917. Ciertamente tuvo que pelear, y duro, contra la teoría de la “dictadura democrático revolucionaria de obreros y campesinos” que el mismo había establecido como marco general para la revolución rusa, y a la que los “viejos bolcheviques” se agarraban para justificar su postración ante los mencheviques en marzo de 1917. Las Tesis de abril52 dieron cumplida cuenta de ellos y de sus posiciones, además de provocar un viraje decisivo para el Partido Bolchevique. Las tesis leninistas sobre la revolución socialista en 1917 enlazaron sin mayor problema con las ideas de Trotsky y de Rosa Luxemburgo, porque la dialéctica del proceso revolucionario, de una rápida transición de la fase democrática de la revolución a la socialista, estaba ya presente en el pensamiento de Lenin desde hacía bastante tiempo.

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Alexander Parvus, León Trotsky y Leo Deutsch

En su gigantesca obra sobre la revolución bolchevique, E.H. Carr señala esta importante cuestión:

“Aunque la disputa entre bolcheviques y mencheviques pareciera girar en torno a cuestiones esotéricas de doctrina marxista, en realidad planteaba cuestiones fundamentales para la historia de la revolución rusa. Los mencheviques, al aferrarse a la primitiva secuencia marxista según la cual la revolución democrático-burguesa debería preceder a la revolución socialista-proletaria, nunca aceptaron la hipótesis de Lenin, enunciada ya en 1898, de la existencia de un vínculo indisoluble entre ambas (…) Para Lenin las dos etapas formaban parte de una especie de proceso continuo”.53

Fue precisamente en el transcurso de la revolución de 1905, y en un breve texto titulado La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino, cuando Lenin hizo suya la célebre fórmula de Marx en el Mensaje del Comité Central de la Liga de los Comunistas:

“De la revolución democrática comenzaremos a pasar inmediatamente, y precisamente en la medida de nuestras fuerzas —las fuerzas del proletariado con conciencia de clase y organizado— a iniciar la transición hacia la revolución socialista. Somos partidarios de la revolución ininterrumpida. No nos quedaremos a mitad de camino (…) ayudaremos con todas nuestras fuerzas a todo el campesinado a hacer la revolución democrática, para que a nosotros, el partido del proletariado, nos sea más fácil pasar lo antes posible a un objetivo nuevo y superior: la revolución socialista (el subrayado es de Lenin).”54

“La revolución es algo magnífico y todo lo demás es pura tontería”

Alejada de los círculos de poder dentro de la socialdemocracia alemana, Rosa Luxemburgo se agarró a la revolución rusa de 1905, a la huelga general y al ejemplo de la insurrección obrera para afilar aún más su intransigencia en cuestiones de principios y despreciar cualquier tipo de transacción con el aparato. Al volver de Finlandia, la organización del SPD en Hamburgo le había encargado el folleto sobre la experiencia rusa, que se publicaría con el nombre de Huelga de masas, partido y sindicato. Pero nada más ponerse manos a la obra, la sección local y la propia Rosa recibieron presiones brutales desde la dirección, que para nada quería ver alterada su estupenda relación con los mandarines sindicales.

Ese fue el contexto en que se celebró el Congreso del SPD, del 23 al 29 de septiembre de 1906. Parecía que las aguas agitadas volvían a su cauce rutinario después de la derrota de 1905. “(…) ‘La breve floración de mayo del nuevo espíritu revolucionario ha terminado y el partido volverá a dedicarse con todo su poder a la explotación y expansión positivas de su fuerza potencial’, escribió el órgano de los revisionistas con evidente alivio.”55 Pero Rosa no era tan conformista y, como había hecho ya anteriormente, intervino activamente para defender su punto de vista sobre la revolución rusa pasada y fustigar una vez más a los dirigentes de los sindicatos y, en consecuencia, a los del partido.

En 1907 se convocaron elecciones al Reichstag, y el SPD sufrió una severa derrota, pasando de 81 escaños a 43. Las conclusiones del resultado cosechado no se hicieron esperar: el partido giró más a la derecha. Rosa Luxemburgo, que había participado activamente en la campaña electoral y se había manifestado una vez más como la brillante oradora que era, no dejó de rebelarse ante las nuevas circunstancias. Escribiendo a Clara Zetkin abordó la situación con franqueza:

“Desde mi vuelta de Rusia me siento bastante aislada… Advierto la mezquindad y vacilación de nuestro régimen de partido más clara y dolorosamente que nunca (…) La verdad lisa y llana es que August [Bebel], y los otros tanto más, se han entregado de lleno al parlamento y al parlamentarismo, y siempre que sucede algo que trasciende los límites de la acción parlamentaria se sienten perdidos, y peor aún que perdidos, porque entonces hacen cuanto pueden para obligar al movimiento a volver al carril parlamentario, y motejan furiosamente de ‘enemigo del pueblo’ a quienquiera se atreve a ir más allá de los límites de ellos. Me parece que las masas organizadas en el partido están cansadas de parlamentarismo y recibirían con gusto una nueva línea en la táctica del partido, pero los dirigentes de éste y más aún el estrato superior de editores oportunistas, diputados y dirigentes sindicales son como un incubo. Debemos protestar vigorosamente contra este estancamiento general, pero es evidente que de hacerlo nos enfrentaríamos a los oportunistas, así como a los dirigentes del partido y a August. Mientras se trataba de defendernos contra Bernstein y sus amigos, August y Cia estaban encantados de nuestra ayuda, porque no les llegaba la camisa al cuello. Pero si se trata de lanzar una ofensiva contra el oportunismo, August y los otros están con Ede [Bernstein], Vollmar y David contra nosotros. Así veo yo las cosas, pero lo principal es llevar alta la cabeza y no emocionarse demasiado. Nuestra labor habrá de durar años.”56

Fueron años duros. Los dirigentes derechistas de los sindicatos ejercían una influencia notable sobre el comité ejecutivo del partido, mientras este escoraba cínicamente su discurso hacia posiciones cada vez más nacionalistas para competir con la derecha parlamentaria. En ese momento aparecieron públicamente figuras que estarían llamadas a jugar un papel importante en los acontecimientos posteriores, como Gustav Noske, que hizo su primera intervención destacada en el congreso del SPD en Essen, en 1907. En el plano personal también fueron tiempos amargos para Rosa: su relación con Jogiches se rompió y la herida tardaría mucho en cicatrizar. En esas condiciones de reflujo político tras la derrota revolucionaria de 1905, de ascenso del revisionismo, de dificultades personales, Rosa se ancló a la teoría marxista.

Desde 1906 funcionaba en el SPD una Escuela Central de formación de cuadros en Berlín. Obviamente, para la dirección del partido no se trataba más que una plataforma académica, como muy bien señala Nettl: “El comité ejecutivo estaba encantado de que se propagara la revolución teórica en una escuela con tal de que no se preconizara en la práctica.”57 En la escuela participaron los dirigentes más prominentes del ala izquierda del partido, como Franz Mehring y Clara Zetkin que integraron su comisión de dirección, y Hilferding y Pannekoek que enseñaron en sus aulas. Tras la amenaza de la policía de expulsar a estos dos últimos del país (por su condición de extranjeros, austriaco y holandés respectivamente), Rosa Luxemburgo fue invitada por Kautsky a integrarse. Fue la única mujer profesora de la escuela y pronto destacó por su profundidad, ganando una gran reputación entre los que asistían a sus clases. En siete cursos pasaron 203 estudiantes, y como señala Nettl:

“Era una maestra natural y entusiasta, y aclaraba las cuestiones más complicadas del marxismo con ejemplos e ilustraciones vivas (…) Tomaba especial empeño con cada uno de los alumnos y estaba dispuesta si era necesario a darle enseñanza particular después de las horas de clase (…) En 1911, Mehring se retiró de la enseñanza activa por razones de salud y Rosa se encargaría también de parte de su curso sobre historia del socialismo. La escuela tuvo a Rosa física y mentalmente ocupada hasta la guerra”.58

Los frutos de las enseñanzas y estudios de Rosa Luxemburgo en este periodo se plasmaron posteriormente en dos libros importantes: Introducción a la economía política y La acumulación del capital, textos que abrieron un extenso debate sobre el imperialismo y la acumulación ampliada en el que también participarían Lenin, Kautsky o Hilderfing.

Antes de que estallara la guerra, el terreno de combate práctico más importante para Rosa Luxemburgo fue la lucha pro sufragio universal en Prusia, que se desarrolló a lo largo de 1910, y que planteó otra cuestión de mayor envergadura: ¿Podía la socialdemocracia alemana aliarse con la burguesía liberal para forzar un cambio en la legislación electoral? La disyuntiva sobre la colaboración de clases, que seguía siendo negada formalmente desde las cumbres teóricas del partido, pronto estallaría con crudeza.

Cuando el 4 de febrero de 1910 el gobierno prusiano presentó su anteproyecto de reforma electoral nadie quedó contento, pero sobre todo el SPD reaccionó con virulencia. Inmediatamente las manifestaciones se sucedieron en Berlín, cada vez más concurridas, mientras los obreros empezaban su propio ciclo huelguístico, en las minas y en la construcción principalmente. Rosa se sumergió en el torrente tomando incesantemente la palabra en decenas de mítines que la llevaron a numerosas ciudades. Pero Rosa enfocaba la lucha pro sufragio de una manera revolucionaria, marxista, muy diferente a lo que pretendían los dirigentes del partido. Su posición era más que clara: para arrancar el sufragio a los junkers prusianos había que estimular el desarrollo de las huelgas de masas todo lo que fuera posible, y colocar la demanda de la república democrática como el eje central de la agitación. Volvía a levantar la bandera de 1905: la realización de las reivindicaciones democráticas, propias de la revolución burguesa que habían quedado frustradas en 1848 por la traición de la burguesía alemana, y que en 1905 fueron derrotadas en Rusia por el mismo motivo, sólo podían ser llevadas a cabo de forma resuelta por el proletariado movilizado de manera revolucionaria.

Estas ideas eran desgranadas en todas sus participaciones públicas, pero cuando trató de explicarlas a un público más vasto, a través de un artículo que llevaba por título Was welter? (¿Y después qué?), el Vorwärts se negó en redondo a publicarlo, devolviéndoselo con el siguiente comentario:

“Sentimos tener que devolverle su artículo porque, en virtud de un acuerdo entre el comité ejecutivo del partido, la comisión ejecutiva de la organización provincial prusiana [del SPD] y el jefe de redacción, la cuestión de la huelga de masas no se debe tratar en el Vorwärts por el momento.”59

Ante la negativa, Rosa envió el artículo a Die Neue Zeit. “Kautsky tomó el artículo y dijo que era ‘muy interesante y muy importante’, pero se reservó también el derecho de estar en desacuerdo con sus conclusiones y le anunció que así lo haría saber a su debido tiempo, por estar entonces muy ocupado. De cualquier modo, se negó rotundamente a publicar la parte relativa a la agitación a favor de una república.”60 En realidad Kautsky no publicó el artículo, encendiendo la mecha de una ruptura definitiva que se venía rumiando desde hacía tiempo.

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Vorwärts, periódico publicado por el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Fundado en 1876, órgano central del SPD durante muchas décadas.

La reacción de Rosa Luxemburgo dio rienda suelta a todas las frustraciones que se habían acumulado en los años anteriores, cuando soportaba la manera diplomática y gentil con que se conducía Kautsky en su lucha particular contra el revisionismo, en las concesiones constantes a los jerifaltes de los sindicatos, en su pusilanimidad comedida para no molestar a las altas esferas del aparato, que día tras día arrastraban al partido por la senda del cretinismo parlamentario y el reformismo. Rosa no se arredró y público su artículo en otro periódico. Al texto le adjuntó un resumen de la situación general, tal como ella la veía:

“El comité ejecutivo del partido y la comisión general [de los sindicatos] ya han estudiado la cuestión de la huelga de masas y tras largas negociaciones [el partido] hubo de rendirse a la posición de los dirigentes sindicales. En vista de esto, el comité ejecutivo cree naturalmente que tiene que replegar velas, y si pudiera salirse con la suya, llegaría hasta prohibir toda discusión de la huelga de masas. Por esta razón considero urgentemente necesario llevar el asunto ante las más alejadas masas del partido. Las masas deben decidir. Nuestra obligación por otra parte es proporcionarles todos los pros y los contras, las bases para la argumentación”.61

Ante el embate, Kautsky respondió ideando una táctica “sutil”, propia del método cobarde que le era tan querido. Tomando como ejemplo al general romano Fabio Cunctator que derrotó a Aníbal, recreó una versión moderna de la estrategia del desgaste y preconizó que se mantuviera la agitación callejera, pero sólo hasta un punto determinado que en ningún caso supusiera un choque fundamental con el Estado. Por supuesto, había que renunciar a la huelga de masas. El objetivo era conseguir la mayoría en el Reichstag, y todo lo que desviara al partido de ese fin había que rechazarlo con energía. Sólo así se podría culminar “la revolución” y transformar completamente el sistema electoral. El albacea teórico de Engels mostraba a las claras hasta donde había sido capaz de descender. Las diferencias entre él y los revisionistas agazapados en el aparato se habían difuminado casi por completo; en todo caso, los jefes reformistas actuaban de manera más coherente y acabarían llevando sus opiniones hasta las últimas consecuencias.

La reacción de Rosa Luxemburgo ante las ocurrencias de Kautsky fue contundente. En ese momento se consumó la ruptura con él para regocijo de los enemigos de Rosa dentro del SPD, sobre todo de Bebel, y en la Internacional, donde Victor Adler no cabía de excitación ante la posibilidad de aislar a la “venenosa bribona”, como la calificaba con desprecio. Rosa Luxemburgo también recibió en ese momento la desafección de Franz Mehring que apoyó a Kautsky, pero en cambio obtuvo el apoyo de otros cuadros que constituirían parte del núcleo central de la izquierda internacionalista alemana: Clara Zetkin, Antón Pannekoek y Marchlewski.

En cuanto a los bolcheviques, no se pronunciaron abiertamente, si bien es cierto que Lenin seguía considerando a Kautsky como la referencia de la ortodoxia marxista. La posición de Trotsky era todavía más inclinada que la de Lenin a prestar apoyo a Kautsky, si tomamos en consideración la carta que envió a éste último el 21 de julio de 1910:

“(…) Según mi amigo Kámenev, que acaba de venir a verme de París, los bolcheviques, o más exactamente Lenin (es el único que habla por ellos), opinan que usted está muy acertado en su juicio en cuanto a la situación política actual, pero que la índole de la agitación que Luxembugo está haciendo podría ser muy útil e importante para Alemania. Con el fin de poder aprobarlo a usted sin restricciones sugiere Lenin que plantee usted en el próximo congreso de su partido una moción que pida fuerte agitación y señale el carácter inevitable de la lucha revolucionaria [futura]. En todo caso yo no he visto un solo camarada —aun entre los bolcheviques— que se declare abiertamente a favor de la Luxemburgo. Por lo que hace a mi humilde persona, creo que el factor táctico que gobierna en la Luxemburgo es su noble impaciencia. Es una cualidad muy hermosa, pero sería una tontería erigirla en principio rector del partido alemán]. Ese es el método típicamente ruso”.62

La ruptura se profundizó en los meses siguientes. La postración nacionalista del aparato del partido, ante la crisis militar desatada cuando el Alto Mando alemán envió un crucero a Agadir (Marruecos), en julio de 1911, presagiaba ya lo que sería su comportamiento durante la futura guerra mundial. El enfrentamiento interimperialista entre Francia y Alemania colocó a Rosa frente a los defensores de los “sagrados intereses nacionales” exigiendo “exponer a las masas el miserable trasfondo y los sucios intereses capitalistas implicados”. Su internacionalismo, real, concreto, manifiestamente desafiante, era una contundente denuncia frente al oportunismo electoralista: “El verdadero objetivo de las elecciones al Reichstag es permitirnos difundir la educación socialista, pero esto no puede hacerse si reducimos el círculo de nuestras críticas excluyendo los grandes problemas internacionales, [mientras deberíamos] propagar la condena del capitalismo a todos los rincones del mundo”.

La dirección del SPD, con Bebel y Kautsky a la cabeza, decidieron pasar a la ofensiva contra Rosa, pero carentes de argumentos sólidos encubrieron su oportunismo con ataques personales, con descalificaciones y acusaciones de “indiscreción”, “deslealtad” y “ruptura de la disciplina del partido”. Toda la basura que unos años después verterían Ebert y Scheidemann contra los internacionalistas alemanes tenía poderosos precedentes en el comportamiento de aquellos que presumían de “cuidar el legado teórico de Marx y Engels”. En el posterior congreso de la Internacional en Jena, estas cuestiones se ventilaron públicamente, con una Rosa Luxemburgo dispuesta a defender intransigentemente el punto de vista del marxismo revolucionario sobre el imperialismo y el militarismo.

Nunca antes Rosa se había sentido tan “perfectamente sola” y tan convencida. Ni nunca antes la idea a la que siempre recurría en los momentos de mayor dificultad se presentaba más útil para su tarea: “La revolución es algo magnífico y todo lo demás es pura tontería”.

La oposición de izquierdas del SPD

Las elecciones al Reichstag de finales de enero de 1912 parecían confirmar los pronósticos de Kautsky: el SPD se convirtió en la primera fuerza política de Alemania, pasando de 43 a 110 parlamentarios y de 3.250.000 votos a 4.250.000, duplicando en votos al Zentrum católico, que aún así obtuvo 91 escaños gracias a las manipuladas leyes electorales. En las esferas dirigentes del partido el júbilo no se podía disimular. Los revisionistas, sus aliados en la cúpula sindical, los periodistas de confianza, todos veían un horizonte limpio de convulsiones revolucionarias; al fin y al cabo, el gran proyecto de un cambio pacífico y ordenado, sin traumas, para alcanzar mayores cotas de dignidad y bienestar casi se podía tocar con la mano. La fuerza en el parlamento otorgaría al SPD la capacidad para inclinar la balanza del lado de la justicia social de una vez por todas. Pronto despertarían de su placido sueño para sumergirse en una pesadilla de sangre, obuses y destrucción.

En aquel ambiente de euforia, Rosa Luxemburgo no hizo más que profundizar su oposición a unos dirigentes colmados de autosatisfacción y embebidos de una arrogancia incomparable. Los resultados electorales, inevitablemente, afianzaron la degeneración reformista y burocrática del SPD, precipitando su extensión a todas las esferas de la vida partidaria. En el momento en que se discutían las alianzas electorales para elegir los diputados que necesitaban de segunda vuelta, la dirección del SPD se lanzó a cortejar a los burgueses agrupados en el Partido Liberal y en el Progresista. Rosa Luxemburgo ya había advertido contra este tipo de alianzas un año antes “Estos dos partidos atacan a la izquierda y adulan servilmente a la derecha, y los pocos dirigentes que conservan algo de conciencia liberal hacen desesperados intentos (…) por sacar la carreta del liberalismo del pantano de la reacción.”63

Las posiciones teóricas se tenían que trasladar inevitablemente a la práctica política, como así sucedió. Cuando en 1912 el SPD se convirtió en el partido con más diputados en el Reichstag, el progreso del revisionismo en sus filas, especialmente en el aparato dirigente y en el grupo parlamentario, era incuestionable. Rosa Luxemburgo estaba en un minoría clara, en una situación de marginación política respecto a las cumbres de la organización. Y esa posición se la labró con perseverancia y de frente, jamás regateo enfrentarse a los que pervertían y traicionaban la doctrina socialista en nombre del “pragmatismo”. Su denuncia de la política de colaboración de clases de la socialdemocracia francesa, después de que Millerand se integrara en un gobierno burgués, fue la palanca para golpear a los colaboracionistas en las filas del SPD:

“(…) Vista así, la entrada de un socialista en un gobierno burgués debe considerarse un experimento que sólo puede perjudicar a la lucha de clases. En la sociedad burguesa, la socialdemocracia está limitada por definición al papel de partido oposicionistas, y sólo puede ser partido en el poder sobre las ruinas de la sociedad burguesa.”64

Con la postura de Rosa se agruparon muchos de los que ya habían estado a su lado en la ruptura con Kautsky, y esta vez se añadió Franz Mehring. Excluido burocráticamente del comité de redacción de Die Neue Zeit por su director (Kautsky), selló con Rosa una reconciliación que les uniría en los grandes combates que estaban por llegar y que perduraría hasta la muerte de ambos.

La fuerza de los votos produjo la autoafirmación del grupo parlamentario, que sí ya funcionaba de hecho como un ente autónomo, ahora dictaría la política a seguir en los hechos. En esas condiciones, el ala izquierda del SPD vivió aún más la marginación y la exclusión de las tribunas, los periódicos y las agrupaciones. En ese momento, las reflexiones de Rosa Luxemburgo acerca el carácter del partido y su evolución, y la necesidad de agrupar a la oposición de izquierdas se fueron dibujando con mayor claridad.

En diciembre de 1913, después de comprobar que la mayoría de los periódicos en los que había colaborado le cerraban las puertas (especialmente doloroso fue el caso del Leipziger Volkszeitung), Rosa Luxemburgo decidió dar un paso de envergadura junto a Mehring y su camarada polaco Marchlewski, fundando la Sozialdemokratische Korrespondenz (La Correspondencia Socialdemócrata), el órgano de la oposición de izquierdas del SPD, precursor de Die Internationale, y entorno al cual se organizaría el embrión de la futura Spartakusbund (Liga Espartaquista). Pero antes de que el nuevo periódico fuera impreso, Rosa Luxemburgo ya había dado una muestra clara de como iba a conducirse ante los terribles acontecimientos que llegarían muy pronto.

El 26 de septiembre de 1913 tuvo lugar, en una localidad cercana a Frankfurt, un mitin de Rosa Luxemburgo en el que por dos horas denunció las maniobras de los capitalistas y el Alto Estado Mayor en la preparación de la nueva guerra imperialista (ya se había tenido la experiencia de la crisis marroquí de 1911 y las dos guerras balcánicas de 1912 y 1913). En uno de los momentos más intensos del acto, Rosa “…tocó la cuestión de si nos dejaríamos arrastrar sin remedio a una guerra. A los clamores que en toda la sala se oyeron de ¡Nunca!, parece ser que ella dijo: ‘Si creen ellos que vamos a alzar las armas asesinas contra nuestros hermanos franceses u otros, debemos gritarles que no lo haremos”.65 Esta última frase fue utilizada por las autoridades de Frankfurt para enjuiciar a Rosa por propaganda contra el ejército, en un proceso que tuvo lugar el 20 de febrero de 1914. Rosa fue condenada a un año de prisión, pero la ejecución de la sentencia fue retrasada gracias a diferentes apelaciones, hasta que el tribunal superior del Reich la confirmó el 20 de octubre de 1914, cuando la guerra ya había comenzado.

En la sala de la vista, Rosa Luxemburgo pronunció una de los discursos66 más importantes de toda su vida. Denunciando el militarismo alemán y su ansia expansionista, defendió brillantemente el punto de vista de la clase obrera en contra de la guerra. Después del proceso, Rosa se embarcó en una gira de actos públicos acompañada de su abogado Paul Levi. El éxito de convocatoria fue tremendo y las intervenciones de Rosa muy celebradas por los obreros socialdemócratas que asistían a sus mítines, mientras los portavoces de la derecha protestaban enérgicamente contra ella y exigían acciones contundentes a las autoridades para poner fin a su osadía.
En el transcurso de los siguientes meses al proceso de Frankfurt, desde el Ministerio del Interior prusiano se dieron instrucciones para que todos los discursos de Rosa se recogieran taquigráficamente y fueran reunidos metódicamente, para después ser utilizados como actas de acusación. Y así fue, Rosa fue de nuevo encausada por el ministro de la Guerra quién solicitó que se la procesara “en nombre del cuerpo de jefes y oficiales del ejército alemán”.67 El juicio se vio del 29 de junio al 3 de julio de 1914 en Berlín.

Con la guerra en su apogeo, y la actividad de Rosa Luxemburgo en alza, la sentencia del juicio de Frankfurt, que se podía cumplir en cualquier momento, se hizo firme en las circunstancias que más interesaban a los militares alemanes, a los capitalistas y al aparato del SPD. A principios de 1915 Rosa Luxemburgo fue encarcelada.

En aquellos días frenéticos las posiciones de Rosa destacaban en el panorama de la izquierda alemana; paso a paso iba logrando el apoyo de más militantes, y se sentía confiada y decidida. Estableció una base firme entre la organización socialdemócrata del distrito cuarto de Berlín, en Nieder, desde donde se inició la publicación de las Cartas de Espartaco, su plataforma de propaganda política más importante de aquel periodo. La semilla de la Liga Espartaquista estaba sembrada, a fuerza de golpes y combates contra el muro del orden capitalista es cierto, pero como toda siembra realizada con principios firmes dio una gran cosecha.

 

NOTAS

1. Este trabajo forma parte de otro más amplio, que la Fundación Federico Engels editará en formato de libro en el mes de mayo con el título Bajo la bandera de la rebelión: Rosa Luxemburgo y la revolución alemana. Por motivos de espacio no hemos podido incluir en la revista el Glosario de nombres propios, términos políticos y organizaciones que sí aparecerá en el libro.

2. Clara Zetkin, ‘Rosa Luxemburgo’. Publicado en inglés en la revista The Communist International, No. 5, 1 de septiembre de 1919, www.marxists.org/espanol/zetkin/1919/sep/01.htm.

3. Paul Frölich, Vida y obra de Rosa Luxemburgo, Editorial Fundamentos, Madrid 1976.

4. Paul Nettl, Rosa Luxemburgo, Ediciones Era, México, 1974, p. 60.

5. Maria Seidemann, Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches, Muchnik Editores, Barcelona 2002, p. 27.

6. Ambas citas en Nettl, op. cit., p. 69.

7. Ibíd., p. 68.

8. Maria Seidemann, op. cit., p. 51.

9. Nettl, op. cit., p. 73.

10. Ibíd., p. 82

11. Citado en Nettl, op. cit., p. 78

12. Ibíd., p. 86

13. Maria Seidemann, op. cit., p. 61

14. En 1897 Rosa Luxemburgo presentaría su tesis a la Universidad de Zurich para conseguir el doctorado en Derecho. Su trabajo se tituló El desarrollo industrial de Polonia. Este texto junto con sus primeros escritos sobre la cuestión nacional, fueron editados en castellano por la editorial Pasado y Presente, México, 1979

15. Nettl, op. cit., p. 91

16. Citado por Frölich, op. cit., p. 64

17. Los textos más relevantes de Lenin en su polémica con Rosa Luxemburgo y que fijan las posiciones de los bolcheviques al respecto son: ‘Notas críticas sobre el problema nacional’ (octubre - diciembre 1913), ‘La autonomía cultural nacional’ (noviembre 1913), ‘Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación’ (primavera 1914), ‘Balance de la discusión sobre la autodeterminación’ (1916) y ‘La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación’ (1916), todos ellos incluidos en el libro de la Fundación Federico Engels: V. I. Lenin, La cuestión nacional, Madrid, abril 2014. En cuanto a Rosa Luxemburgo, se puede consultar La cuestión nacional y la autonomía, Cuadernos de Pasado Presente, México 1979; en este volumen se incluye el trabajo que Rosa publicó entre agosto y diciembre de 1908 y junio y septiembre de 1909 en la revista polaca Przeglad Socjaldemokratyczny de Cracovia.

18. Nettl, op. cit., p.36

19. Ibíd., p. 39

20. Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, Fundación Federico Engels, Madrid 2002

21. Nettl, op. cit., p. 133

22. Ibíd., p. 135

23. La correspondencia entre Rosa Luxemburgo y los Kautsky ha sido publicada en castellano: Rosa Luxemburgo, Cartas a Karl y Luise Kautsky, Galba Edicions, Barcelona 1975

24. Citada en Nettl, op. cit., p. 147

25. La primera edición en castellano de este libro de Kautsky fue publicada por Pablo Iglesias y Juan A. Mella en 1909

26. Karl Kautsky, La doctrina socialista, Bernstein y la socialdemocracia alemana, Ed. Fontamara, Barcelona 1975, pp. 13-14

27. J. Plejánov, Cant contra Kant, Fundación Federico Engels, Madrid 2007

28. J. Plejánov, op. cit., p. 102

29. Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, p. 22

30. Ibíd., p. 81.

31. Ibíd., p. 35

32. Pierre Broué, La revolución alemana, A. Redondo Editor, Barcelona 1973, pp. 20-21

33. Ambas citas en Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, pp. 41-42

34. Ibíd., p. 47

35. Ibíd., pp. 51-76-77

36. Ibíd., pp. 91-94

37. Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicato, Fundación Federico Engels, Madrid 2003

38. Citado por Nettl, op. cit., p. 254

39. Paul Nettl señala que durante la revolución de 1905, en Polonia el PPS sufrió una grave crisis y Pilsudski perdió bastante influencia. Así mismo, el SKPDiL ganó “miles de nuevos reclutas o por lo menos partidarios, gentes que acababan de arrebatar y arrastrar al proceso revolucionario acontecimientos que el partido no había hecho ni dirigido”. Nettl habla de 30.000 miembros para febrero de 1906 (Nettl, pp. 270-272-281)

40. Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicato, p. 20

41. Ibíd., p. 26

42. Ibíd., p. 59

43. Ibíd., p. 97

44. Nos referimos a la obra de Rosa Luxemburgo ‘Problemas de organización de la socialdemocracia rusa’, en Obras Escogidas, Editorial Ayuso, Madrid, 1978

45. Nettl, op. cit., pp. 294-295

46. Rosa Luxemburgo. Huelga de masas…, p. 79

47. Nettl, op. cit., pp 296-297.

48. Ibíd., p.296

49. Un extenso análisis de las relaciones entre los marxistas polacos del SKPDiL y los bolcheviques, y concretamente con Lenin, se puede consultar en el capítulo de la obra de Nettl ‘Polacos y rusos 1907-1914’. En él se amplía la información sobre los sucesivos encuentros y desencuentros de Jogiches, Rosa Luxemburgo y Lenin, además de la ruptura interna del SKPDiL.

50. Citado en Maria Seidemann, op. cit., p. 19

51. Citado en Paul Frölich, op. cit., p. 186. León Trotsky desarrolló ampliamente sus tesis sobre la revolución permanente a partir del estudio de la revolución de 1905, sintetizado en el libro Balance y Perspectivas. 1905, Fundación Federico Engels, Madrid, 2005. Es seguro que Lenin no leyó ese texto cuando se publicó.

52. V. I. Lenin, Las Tesis de abril, Fundación Federico Engels, Madrid, 1988

53. Todas las citas en E.H. Carr, La revolución bolchevique 1917-1923, Vol I. La conquista y organización del poder, Alianza Editorial, Madrid, 1979, pp. 58-59 72.

54. V. I. Lenin, ‘La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino’, septiembre de 1905, en Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, 1982, p 233

55. Nettl, op. cit., p. 302

56. Carta de comienzos de 1907, citada en Nettl, op. cit., p. 309

57. Ibíd., p. 318

58. Ibíd., p. 320

59. Ibíd. p. 342

60. Ibíd. p. 343

61. Ibíd., p. 345

62. Ibíd., p. 352.

63. Ibíd., p. 365

64. Ibíd., p. 187

65. Ibíd., p. 385

66. Rosa Luxemburgo, ‘Discurso ante la sala de lo criminal de Frankfurt’, publicado en Obras Escogidas, Ediciones Era, México 1981, Vol II, p. 352, con el título de ‘El militarismo, la guerra y la clase obrera’

67. Nettl, op. cit., p. 387

Marxismo Hoy
Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 21. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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