Somoza es un hijo de puta... ¡pero es nuestro hijo de puta!

Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos

El Bonaparte nicaragüense

La derrota del movimiento revolucionario liderado por Sandino y el establecimiento de la dictadura bonapartista de Somoza fueron las condiciones necesarias para la creación de un Estado burgués estable en Nicaragua. En realidad, la burguesía nicaragüense nunca había sido capaz de constituir un Estado burgués que funcionase con normalidad y garantizase la estabilidad del sistema. Somoza se basará en el ejército y la Guardia Nacional, de la que es jefe directo, así como en el control de la maquinaria del Partido Liberal Nacional (PLN) para concentrar todos los resortes del poder en su persona y elevarse por encima de las clases sociales y de los distintos estratos de la clase dominante, actuando como árbitro entre ellos. La oligarquía nicaragüense había encontrado su Bonaparte.

“El viejo Somoza, un hábil político, pudo mantenerse en el poder manteniendo un ojo vigilante sobre sus sucesivos rivales dentro del ejército y la policía, y eliminándolos; comprando y desacreditando a las figuras de la oposición política, haciendo pactos y alianzas con los partidos burgueses que se le oponían, e intercambiando entre sí períodos de terror y fases en las cuales se hacían algunas concesiones políticas que permitían el ejercicio de algunas libertades democráticas (…) siempre fue lo suficientemente hábil como para ganar un cierto manto de legitimidad para su régimen. Llamaba a elecciones y en ocasiones dejaba que títeres controlados por él tomaran la presidencia” (La creciente oposición al régimen de Somoza, F. Amador, en Nicaragua: ¿Reforma o revolución? p. 73).

La camarilla somocista gobernará en interés de la burguesía. Sin embargo, como ha ocurrido a lo largo de la historia con otros líderes bonapartistas —desde el propio Luis Napoleón Bonaparte en Francia a mediados del siglo XIX hasta Chiang Kai-shek en China en 1927— al hacerlo someterá a un feroz saqueo a la misma clase cuyos intereses, en última instancia, defiende. En determinados momentos los Somoza y sus compinches incluso castigarán, robarán, encarcelarán y hasta eliminarán físicamente a algunos miembros de la clase dominante.

La familia Somoza no sólo monopolizará el poder político en su propio beneficio sino que lo utilizará para convertirse en la más rica del país. En el momento en que Anastasio Somoza hijo debe abandonar el poder, a causa de la insurrección popular triunfante de 1979, el botín amasado por su familia produce asombro a cualquiera: “Somoza y su familia son dueños de la mayor parte del país. A través de siete grandes grupos (Debayle-Bonilla, Pallais-Debayle, Somoza-Abreu, Somoza-Debayle, Somoza-Portocarrero, Somoza-Urcuyo y Sevilla-Somoza) manejan trescientas sesenta y cuatro empresas monopolistas, que abarcan bancos, transporte aéreo, marítimo y terrestre, centros comerciales, centrales azucareras, agencias publicitarias, canteras, periódicos, destilerías y emisoras, y controlan la producción de textiles, cigarrillos, abonos, adoquines, clavos, hielo, cobre, cítricos, casas prefabricadas, cemento y varios renglones más” (Laura Restrepo, ¿Será Nicaragua una nueva Cuba?, Revista de América, Nº 7).

El escritor, y futuro vicepresidente del gobierno sandinista, Sergio Ramírez, escribió en 1975 un artículo titulado “Somoza de la A a la Z”. En el mismo, Ramírez elaboraba una lista por orden alfabético de todos los productos y negocios en los que participaba la familia Somoza. No quedó una letra sin rellenar. En la letra X aparecía el epígrafe propiedades desconocidas. “Y no dejaba de incluir la Sangre bajo la letra S, porque la Compañía Plasmaféresis, instalada en Managua, se la compraba a los indigentes y a los borrachines para fabricar plasma de exportación” (S. Ramírez, Adiós Muchachos, p.83).

Un tirano a la medida

Si la burguesía en su conjunto y el imperialismo estadounidense toleraron a los gánsteres somocistas al frente del aparato estatal durante tanto tiempo no fue por casualidad. Por primera vez a lo largo de su historia, la burguesía nicaragüense consigue edificar un poder estatal que, con todas sus “peculiaridades” (nepotismo, corrupción, arbitrariedad, etc.), parece funcionar y garantizarles un grado de estabilidad hasta entonces desconocido.

El carácter despótico y corrupto del régimen somocista es, en última instancia, reflejo y producto del carácter igualmente degenerado y parásito del capitalismo nicaragüense. Pero al mismo tiempo es el único tipo de régimen que posibilita a la burguesía y al imperialismo someter a las masas a las condiciones de explotación que necesitan para mantener su tasa de ganancia. Si la familia Somoza no hubiese existido la burguesía de Nicaragua y el gobierno de los Estados Unidos habrían tenido que inventarla.

Algo similar ocurrió en los demás países centroamericanos, quizá con la excepción —al menos en parte y por un periodo— de Costa Rica. En un análisis realizado en 1980, el sociólogo estadounidense James Petras resume el tipo de desarrollo capitalista que se dio en Centroamérica desde los años 30 hasta la crisis capitalista mundial de los años 70:

“El desarrollo capitalista centroamericano se ha producido dentro de un contexto político, social y económico caracterizado por tres realidades de peso. Primera: la subsistencia de la clase dominante tradicional, que, aunque haya diversificado progresivamente sus propiedades y posesiones, ha seguido conservando un poder económico y político de base familiar. Segunda: la dominación mediante regímenes estatales policíacos o militares, ligados a la clase dominante a través de vínculos familiares o económicos y asociaciones con organismos militares y policiales del aparato imperialista norteamericano. Y tercera: la presencia de corporaciones multinacionales (sobre todo estadounidenses pero también, y cada vez más, europeo-occidentales y japonesas) coligadas con determinados sectores de la clase dominante tradicional y con organismos imperialistas norteamericanos de índole económica y política. Este triunvirato (…) ha servido de marco durante casi medio siglo a la expansión capitalista de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala” (J. Petras y M. Morley, “Expansión económica, crisis política e intervención norteamericana en Centroamérica”, en Capitalismo, Socialismo y Crisis mundial).

La creciente rapacidad y ambición de la camarilla somocista, sobre todo del último Somoza, produce choques con grupos de la burguesía que se ven desplazados del poder político y sienten disputada incluso una parte de sus posiciones económicas. Esto generará, a lo largo de los 43 años de régimen somocista, distintos momentos de tensión en el seno de la clase dominante e incluso enfrentamientos abiertos. Sin embargo, cada vez que estos choques amenazan con desbordar los cenáculos cerrados de la clase dirigente y provocar la entrada en escena de las masas, los sectores burgueses opuestos al clan Somoza serán los primeros en pisar el freno y buscar toda suerte de acuerdos con la mafia gubernamental. La experiencia de la insurrección de masas liderada por Sandino en los años 30 era una lección grabada a sangre y fuego en la memoria de los capitalistas. Ningún sector de la clase dominante estaba dispuesto a que algo semejante pudiera repetirse.

Y, sin embargo, el resultado de la prolongación de un régimen como el somocista durante varias décadas será precisamente ese que la clase dominante quiere evitar. Las masas irán acumulando una honda amargura y frustración que antes o después tenía que estallar. Como ha ocurrido en otros momentos a lo largo de la historia, la juventud y en parte la intelectualidad actúan como un cierto barómetro de la presión y malestar que se acumulan en la sociedad. Capas crecientes de jóvenes e intelectuales de origen pequeñoburgués, e incluso una parte de la juventud de origen burgués, hastiados de la podredumbre y corrupción somocistas, romperán con la clase dominante y mirarán hacia las organizaciones de izquierda buscando, una y otra vez, un camino revolucionario para intentar cambiar la sociedad.

El papel del estalinismo

El principal partido de la izquierda nicaragüense hasta los años setenta fue el Partido Socialista de Nicaragua (PSN), fundado en los años cuarenta. El PSN estaba controlado por la burocracia estalinista de la URSS. Pero, atado a la teoría estalinista de “las dos etapas” y a la búsqueda de alianzas con la inexistente burguesía progresista, el PSN nunca conseguirá convertirse en un punto de referencia para las masas.

A partir de 1935, la dirección de la Komintern abandona la política ultraizquierdista del “tercer periodo”, que sólo había servido para desprestigiar y aislar a los partidos comunistas. Pero en su lugar, lejos de adoptar una estrategia correcta, Stalin y sus agentes al frente de la Internacional (Dimitrov, Mólotov...) deciden pasar del ultraizquierdismo al oportunismo más extremo resucitando la teoría menchevique de “las dos etapas” y adoptando la estrategia de los llamados Frentes Populares.

Según los nuevos planteamientos era necesario renunciar por todo un periodo histórico a la lucha por la expropiación de los capitalistas y la construcción del socialismo en aras de un acuerdo con los sectores “patrióticos”, “democráticos” o “progresistas” de la burguesía. La revolución, antes de poder entrar en la etapa de la lucha por el socialismo, debía pasar obligatoriamente por una larga etapa de liberación nacional y desarrollo capitalista. Sólo tras décadas de capitalismo y democracia burguesa, en un futuro indeterminado pero en todo caso lejano, se podría plantear la lucha por el socialismo. Esta orientación, en realidad, era resultado del intento de Stalin y la burocracia rusa de tranquilizar a la burguesía francesa, estadounidense y británica sacrificando la revolución mundial en aras de sus intereses burocráticos. Su resultado más inmediato fue la trágica derrota de la revolución española e impedir la toma del poder en Francia y otros países.

La política de alianzas con las llamadas burguesías democráticas fue aplicada de un modo aún más grosero si cabe durante la segunda guerra mundial y culminó con la decisión por parte de Stalin de disolver la Internacional Comunista en 1943 para contentar a sus entonces aliados —y pocos años después enemigos— Churchill, primer ministro británico, y Roosevelt, presidente de los EEUU. La burocracia estalinista terminaba así de sacrificar el objetivo de la revolución mundial, al que Lenin había supeditado toda su lucha, en el altar de sus bastardos intereses de casta y en pos de un único objetivo: mantener como fuese su control del poder.

En Nicaragua el resultado de esta política de colaboración de clase impuesta desde Moscú es, nada más y nada menos, el apoyo de los estalinistas nicaragüenses a Somoza en las elecciones presidenciales de 1944. Éste, como agente cínico y servil de los EEUU que era, había sido el primer gobernante americano en declarar la guerra a las potencias del Eje tras el ataque a Pearl Harbor, adelantándose incluso 24 horas al propio Roosevelt.

El PSN en ese momento goza de gran prestigio a causa de aparecer vinculado a la resistencia del pueblo soviético contra el nazismo y al punto de referencia que seguía representando para los trabajadores de todo el mundo la revolución rusa, especialmente en los países más atrasados. “Somoza reconoció el carácter conciliador del Partido Socialista Nicaragüense (PSN), el recientemente fundado partido comunista local. Utilizando esto, logró ganar el apoyo del naciente movimiento obrero por medio de algunas concesiones, como la aprobación de un código laboral que contemplaba el derecho de organización y huelga, así como el derecho a un salario mínimo. Con el apoyo del PSN, Somoza logró una gran votación en las elecciones e inmediatamente después ilegalizó a los comunistas” (F. Amador, La creciente oposición al régimen de Somoza, p.74).

La izquierda en Nicaragua

Escaldado tras esta experiencia, el PSN, se opondrá a partir de los años 50 y 60 a Somoza, pero —siguiendo las directrices de la burocracia estalinista— seguirá renunciando a defender una política socialista y buscará una y otra vez distintas alianzas con los sectores supuestamente progresistas y antisomocistas de la burguesía.

Esta política errática le impide aglutinar a la clase obrera y a los campesinos tras su bandera. Estos errores unidos a los choques que se producen a nivel internacional entre la burocracia rusa y las burocracias china, albanesa, etc., darán como resultado varias escisiones del partido y el surgimiento de otros pequeños partidos que se declaran marxistas. Los que alcanzan mayor repercusión son el Partido Comunista de Nicaragua (PC de N) y el Movimiento Autónomo Proletario Marxista-Leninista (MAP-ML). Aunque estos partidos utilizan en diferentes momentos un discurso y consignas más radicales que el PSN y logran agrupar a algunos activistas obreros y estudiantiles radicalizados tampoco lograrán convertirse en una alternativa para las masas. La causa de ello es que siguen atados a las mismas políticas estalinistas basadas en la teoría de las dos etapas, y esto les impide dotarse de un programa y unos métodos que respondan a las necesidades de las masas. Junto a ello, especialmente los dirigentes del PC, harán gala de una extraordinaria mezcla de sectarismo y oportunismo que les llevará en varias ocasiones a aliarse con sectores burgueses contra otros partidos de izquierda.

Como explicábamos anteriormente, en ocasiones en que la lucha de la clase obrera se ve bloqueada por ausencia de dirección, los estudiantes y la intelectualidad pueden expresar el malestar acumulado. Al no encontrar los jóvenes un camino claro en los partidos de izquierda para sus anhelos de cambio, será inevitable que muchos activistas intenten todo tipo de atajos y acciones heroicas pero a menudo desesperadas.

En 1956 el poeta Rigoberto López, militante del Partido Liberal Independiente (opositor al Partido Liberal Nacional somocista) se inmola para poder asesinar al dictador en una fiesta. La forma del atentado recuerda mucho a los que se producían en la Rusia zarista. Tras la muerte de Anastasio Somoza García el poder pasa a su hijo mayor, Luis Somoza Debayle, y tras la muerte de éste, en 1967, a otro hijo: Anastasio Somoza Debayle. Este último gobernará con la misma mano de hierro, nepotismo y violencia que su padre, aunque con menos astucia, hasta ser derrocado por la revolución.

En 1962 un grupo de jóvenes revolucionarios, muchos de ellos ex militantes del PSN, que han participado tanto en las luchas estudiantiles y populares de los años anteriores como en los distintos intentos de conformar partidos o alianzas de izquierda, hartos de no ver una lucha seria contra el régimen somocista e inspirados por el ejemplo victorioso de la revolución cubana y el referente histórico que representaba la lucha de Sandino, deciden organizar un movimiento guerrillero: el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

El Programa Histórico del Frente Sandinista

En el Programa Histórico del FSLN, escrito en 1969 por su fundador y principal dirigente, Carlos Fonseca Amador, se enuncia un programa bastante avanzado. En el terreno económico el FSLN plantea que: “Expropiará los latifundios, fábricas, empresas, edificios, medios de transporte y demás bienes usurpados por la familia Somoza”, así como los “usurpados por políticos y militares y todo tipo de cómplices que se han valido de la corrupción administrativa del régimen actual”. Además el programa plantea la nacionalización de “todas las compañías extranjeras que se dediquen a la explotación de los recursos minerales, forestales, marítimos y de otra índole” y “el control obrero en la gestión administrativa de las empresas y demás bienes expropiados y nacionalizados”, así como la nacionalización “del sistema bancario, el cual estará al servicio exclusivo del desarrollo del país”.

También se defiende el desconocimiento de la deuda externa, el “control estatal sobre el comercio exterior” y la expropiación y liquidación del latifundio mediante una reforma agraria que “entregará gratuitamente la tierra a los campesinos de acuerdo con el principio de que la tierra debe pertenecer al que la trabaja”. “La enseñanza será gratuita en todos los niveles y obligatoria en algunos” y el gobierno “obrero y campesino (…) nacionalizará los centros de enseñanza privados”. Junto a toda otra serie de medidas como la jornada de 8 horas, la abolición de la prostitución, la prohibición de los despidos, un salario mínimo digno, etc., el programa también defiende la histórica consigna revolucionaria por la que batallaron Morazán, Farabundo Martí o el propio Sandino: “la unificación popular centroamericana”.

Marxismo Hoy
Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 18. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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