...Viento de libertad fue tu piloto
y brújula de pueblo te dio el norte,
cuántas manos tendidas esperándote,
cuántas mujeres, cuántos niños y hombres
al fin alzando juntos el futuro,
al fin transfigurados en sí mismos,
mientras la larga noche de la infamia
se pierde en el desprecio del olvido.
La viste desde el aire, ésta es Managua
de pie entre ruinas, bella en sus baldíos,
pobre como las armas combatientes,
rica como la sangre de sus hijos...
Julio Cortázar, Noticia para Viajeros
La ofensiva guerrillera derrotada de 1977
Somoza había respondido a las huelgas obreras del año 1973 y a la ofensiva militar lanzada por el FSLN en diciembre de 1974 extremando la represión. El régimen utilizó como excusa las acciones guerrilleras para decretar el estado de sitio, prohibir las huelgas y manifestaciones y acosar a los sindicatos y organizaciones populares. Esta represión logró paralizar la acción de masas pero sólo temporalmente. El movimiento obrero no sufrió una derrota decisiva y la extensión del estado de sitio tuvo el efecto de incrementar aún más el rechazo al régimen en el seno de la clase obrera, preparando una nueva contraofensiva más impetuosa y decidida durante los años siguientes. Desde mediados de 1976 asistimos a un nuevo ascenso de las luchas.
El ataque cardíaco que sufre el tirano en 1977 representa un nuevo punto de inflexión. La camarilla dirigente se ve obligada a abrir, de manera tan brusca como inesperada para ellos, el debate sucesorio. En el seno del imperialismo estadounidense, que hasta entonces había cerrado filas en torno a Somoza Debayle, también empiezan a oírse voces planteando la posibilidad de buscar un recambio. Esto agudiza las contradicciones en el seno de la clase dominante y envía a las masas un mensaje inequívoco: el régimen es cada vez más vulnerable.
En octubre de 1977 el FSLN lanza una nueva ofensiva militar. El plan sandinista parece ser el de aprovechar las divisiones del régimen, agudizadas por la enfermedad de Somoza, y el creciente descontento social, para mediante varias acciones militares audaces (en realidad un tanto desesperadas) desencadenar un movimiento insurreccional. Sin embargo, la acción resulta prematura. La ofensiva no logra sus objetivos militares y, salvo en algún caso en que la participación es más amplia, el llamamiento a la lucha insurreccional contra el régimen sólo es secundado por los sectores más avanzados. El régimen pasa al ataque. Somoza, ufano, proclama la derrota guerrillera e incluso intenta enviar al imperialismo el mensaje de que mantiene firmemente el control levantando el estado de sitio. Pero su euforia no es más que alegría de tísico.
Un factor que ayuda a que la ofensiva sandinista de octubre de 1977 sea derrotada es el rol divisionista y saboteador que desempeñarán los burgueses de la UDEL. Al mismo tiempo que el FSLN lanza su ofensiva y llama a las masas a la insurrección, la burguesía propone un gran diálogo nacional entre el gobierno y la oposición con la jerarquía de la Iglesia Católica como mediadora. Chamorro y el resto de dirigentes de la oposición burguesa antisomocista aceptan inmediatamente la propuesta. Esto crea inevitablemente confusión, en primer lugar entre los sectores de las masas más atrasados políticamente y temerosos de la represión.
El apoyo al diálogo por parte de la oposición burguesa en un momento en que los sandinistas llaman a la insurgencia no es casual. Esta traición les delata. El derrocamiento de Somoza por la acción directa de las masas podría convertir a Nicaragua en una nueva Cuba. Para la burguesía y el imperialismo esto representa un peligro mortal. El diálogo es una manera de ganar tiempo e intentar aislar y debilitar al FSLN, frenando el movimiento de las masas e intentando mantener la situación bajo control.
No obstante, la causa fundamental del fracaso de la ofensiva de octubre de 1977 es el hecho de que, pese a todo el malestar acumulado entre las masas, seguía faltando un programa y un plan de lucha capaces de conquistar el poder. El momento en que se llama a la lucha; quién lo hace y con qué métodos, táctica y objetivos; la experiencia anterior que ha vivido el movimiento y sobre todo la existencia de un plan de lucha y un programa correctos resulta decisivo. El plan sandinista, una vez más, tiene como eje central las acciones militares de la guerrilla y la movilización de las masas es concebida como un apoyo a éstas. Pero los trabajadores han comprendido, a través de las batallas de los años anteriores, que no basta con querer luchar y estar hartos del régimen para vencer; hace falta unificar en primer lugar al conjunto de la clase obrera y, al mismo tiempo, a ésta con el resto de los explotados.
Es necesario preparar el ataque y diseñar una estrategia que al mismo tiempo que muestre que se puede dividir y neutralizar al enemigo, en primer lugar el ejército, permita al propio movimiento desarrollar toda su fuerza potencial. Elegir unos ejes de agitación y consignas correctas, dotarse de un método que permita superar el obstáculo que representa la dirección burguesa de la UDEL, ganar a los sectores más atrasados de las masas que puedan mantener todavía ilusiones en ella, y en definitiva, agrupar a todo el movimiento en torno a una propuesta concreta para luchar por el poder. Una lucha a medias, con objetivos parciales —o no del todo definidos— puede significar miles de muertos.
El ejército
Las fuerzas armadas —a estas alturas el principal y casi único punto de apoyo del régimen somocista— no presentan todavía divisiones abiertas en su seno. El ejército tiende a ser la última línea de seguridad del sistema capitalista. El ejército somocista era, además, la niña mimada del tirano. Somoza repartía periódicamente todo tipo de prebendas y cargos entre los oficiales, especialmente los de la Guardia Nacional, para ganar su favor. Estos formaban parte de la camarilla somocista y participaban como socios en muchas de sus empresas y negocios, tanto legales como ilegales.
Desde su creación en los años treinta, la Guardia Nacional en particular era un cuerpo totalmente separado de las masas. Sus miembros vivían en urbanizaciones especiales, separados del resto de la población, y tenían acceso a privilegios y condiciones de vida impensables para el ciudadano común. Además de todo tipo de prebendas legales, la Guardia Nacional gozaba de total impunidad y era uno de los principales centros de extorsión, nepotismo y corrupción del régimen.
El único modo de quebrar el poder del ejército era presentando a la base campesina de éste un programa claro, que les diese las tierras, que ofreciese empleo, vivienda digna y en última instancia una vida diferente. Un programa que vinculase todo esto a la lucha por una Asamblea Constituyente en la que los campesinos, obreros y soldados decidiesen el sistema político y económico que debía regir el país. Junto a ello, había que impulsar el desarrollo de organismos que, empezando como instrumentos para unificar y coordinar la lucha desde abajo, pudiesen transformarse en la base del poder obrero y popular. Este punto era fundamental: llamar a los obreros y campesinos a organizarse en comités en cada barrio, centro de trabajo, etc., que les permitiera empezar a sentirse “nuevo poder”. En cuanto estos comités mostrasen su poder se contagiaría inevitablemente a los cuarteles.
Para ello el FSLN debía dar un giro tanto a su estrategia como a su programa. Debía plantear que la lucha contra el régimen no podía basarse en pequeños comandos sino en las masas organizadas, en milicias obreras y campesinas dirigidas por comités y asambleas populares. A la vez, resultaba imprescindible abandonar la perspectiva de lograr un cambio de régimen sin abolir el Estado burgués y el capitalismo y defender, junto a la expropiación de todos los latifundios para repartir la tierra a los campesinos, la estatización bajo control obrero y popular de la banca y las grandes empresas con el fin de planificar democráticamente la economía y resolver los problemas de la población.
Un programa en estas líneas nunca sería aceptado por los burgueses de UDEL pero en cambio electrizaría a las masas y les daría un objetivo claro; en particular dinamitaría al ejército somocista, dividiéndolo en líneas de clase. Este programa y un llamado a conformar un frente único de todas las fuerzas revolucionarias: el propio FSLN, los sindicatos y los partidos de izquierda; hubiese aislado en poco tiempo a la camarilla somocista y a la oposición burguesa y permitido tomar el poder ya en 1977. Pero eran precisamente este programa y estrategia marxistas lo que faltaba. El heroísmo de los sandinistas y de las masas por sí sólo no era suficiente en esta etapa para llegar al poder.
¿Pacto con la burguesía?
El primer efecto de la derrota de la ofensiva de septiembre y octubre de 1977 fue agudizar temporalmente las tensiones, divisiones y desorientación en las filas del FSLN. Muchos dirigentes sandinistas, sobre todo de la corriente “tercerista”, en lugar de sacar la conclusión de que el error fue lanzar la ofensiva sin preparación suficiente, sin basarse en las masas como elemento principal, armándolas y presentándoles un plan de acción y programa que permitiese ganar, concluyen que el problema fue quedar aislados del resto de fuerzas opositoras y buscan con más ahínco una alianza con la UDEL.
Paralelamente a la ofensiva de octubre, los dirigentes del FSLN y en especial los “terceristas” habían anunciado la formación del llamado Grupo de los Doce. Se trata de doce personalidades de origen burgués y pequeñoburgués que salen públicamente apoyando las posiciones del FSLN. En este grupo, junto a militantes clandestinos del FSLN como el escritor Sergio Ramírez, participan algunos empresarios, pero incluso estos actúan más a título individual que como representantes de un sector decisivo de la clase dominante.
Con el Grupo de los Doce, los dirigentes sandinistas intentaban presentar una especie de gobierno en la sombra y competir en su propio terreno con la UDEL, enviando a la pequeña burguesía e incluso a la burguesía —así como a esos sectores del imperialismo que empezaban a marcar distancias respecto a Somoza— el mensaje de que el Frente no tenía intención de establecer ningún régimen comunista y estaba dispuesto a formar un gobierno plural con representación de la burguesía antisomocista.
Los planes para buscar a través del Grupo de los Doce un acercamiento a la oposición burguesa y suavizar de ese modo la imagen radical del FSLN se intensifican. Aunque, como suele ocurrir en todas las revoluciones, puede más el pánico de los burgueses a lo que representa el FSLN que todas las promesas y llamados a la tranquilidad y la unidad de las fuerzas democráticas de los Doce. La UDEL y la confederación de empresarios, COSEP, se niegan a reconocer al Frente Sandinista y marcan distancias públicamente respecto a su programa y acciones. En realidad, la alianza del FSLN con los Doce será más una alianza con la sombra de la burguesía que con ésta como tal.
Los sectores decisivos de la burguesía ven con temor a los sandinistas y con más temor aún a las masas que les apoyan. Y no se equivocan. Sólo a partir de mediados de 1978, y sobre todo en 1979, cuando ya se enfrentan a la insurrección abierta e imparable de las masas, los partidos de oposición burguesa se verán obligados a reconocer al FSLN y ofrecerle “el abrazo del oso”: una coalición con el fin de frenar la revolución y ganar tiempo para poder evitar que la insurrección contra Somoza culmine en una revolución social que les arrebate el poder.
El fracaso del Diálogo Nacional
Como no podía ser de otro modo, el Diálogo Nacional es una gran estafa. El régimen somocista sólo quería el “diálogo” para ganar tiempo y debilitar el movimiento de masas. La aceptación de esta farsa por la UDEL le vino como anillo al dedo a Somoza para poder conseguir, al menos momentáneamente, este objetivo. Somoza y su camarilla se niegan a ceder en ningún punto decisivo y en particular en el que se ha convertido en más importante e irrenunciable para el pueblo: su salida del poder.
El fracaso del Diálogo Nacional obliga a la UDEL a incrementar sus críticas al régimen. Desde las páginas de su periódico, Chamorro denuncia todas las pequeñas y grandes corruptelas de la mafia somocista. Esto ayuda a terminar de desvelar ante las masas la podredumbre del régimen y las reafirma en la necesidad de acabar con él a toda costa. Pero incluso una oposición más radical en palabras ya no es suficiente. Chamorro y el resto de dirigentes de la UDEL deben buscar públicamente un acercamiento al sandinismo para no verse desbordados por las bases populares. Éstas han visto como mientras los sandinistas luchaban (y morían) contra Somoza, ellos se sentaban a la mesa a dialogar para nada.
La derrota de la ofensiva del FSLN de 1977 en otro contexto podría haber supuesto la derrota de la revolución. Pero el malestar en Nicaragua era tan profundo, la movilización revolucionaria de las masas y el odio a la barbarie somocista había llegado tan lejos, que la represión en lugar de hacer desistir al movimiento de salir nuevamente a la lucha provocó que éste se replegase sobre sí mismo temporalmente pero esperando el momento propicio para devolverle golpe por golpe a la tiranía. La ocasión de hacerlo no tardaría mucho en presentarse. La bomba de rabia e indignación en que habían convertido a Nicaragua 43 años de robo, represión e injusticia estaba a punto de estallar y sólo necesitaba un detonante para hacerlo. Ese detonante será, precisamente, el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro.