Siempre se pensó en las masas pero se pensó en ellas más bien como un apoyo a la guerrilla, para que la guerrilla como tal pudiera quebrar a la Guardia Nacional, y no como se dio en la práctica: fue la guerrilla la que sirvió de apoyo a las masas para que éstas, a través de la insurrección desbarataran al enemigo.

Humberto Ortega, comandante del FSLN, ministro de Defensa del gobierno sandinista

El látigo de la contrarrevolución

La revolución, y más si falta una dirección revolucionaria con un plan consciente para llevar la lucha hasta el final, necesita a veces verse espoleada por el látigo de la contrarrevolución. El asesinato de Chamorro tendrá ese efecto. En lugar de atemorizar y acallar el ambiente de oposición a Somoza —como pretendía el régimen— provoca una auténtica explosión social. “La sublevación de febrero (1978) tuvo un carácter altamente espontáneo (…). El Frente Sandinista no condujo, no dirigió orgánicamente la lucha del pueblo en las acciones mismas, y en el inicio de éstas, más que una decisión de la vanguardia fue una acción vital de una comunidad que espontáneamente revalidaba su tradición de lucha”, explicará el comandante del FSLN, Humberto Ortega (C. M. Vilas, Perfiles de la revolución sandinista).

Lo mismo encontramos en los testimonios de muchos participantes en la lucha. “Yo empecé a participar después de la muerte de Pedro Joaquín. Antes los que participaron, pues, uno no los conocía (…) No había estas masas de ahora... todo esto. Esto empezó con la muerte de Pedro Joaquín. Ya, pues, era un agigantamiento, fue entonces cuando la gente ya no tenía miedo, una manifestación tras otra, hasta quemaron casas y fábricas y todo” (Vilas, Op. cit.).

La discreta oposición de la burguesía

“El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro —para acallar las denuncias de la corrupción somocista que efectuaba desde su diario— aceleró las cosas para la burguesía. El Consejo Superior de la Iniciativa Privada (COSIP) llamó a una huelga nacional para obtener de la dictadura el esclarecimiento del crimen, el objetivo real era más bien conseguir, a través de la paralización económica, la salida del dictador mediante su renuncia o por la vía de un golpe militar. El empresariado se adhirió ampliamente a la convocatoria y para asegurarse el imprescindible concurso de los trabajadores optó por pagar los salarios devengados durante el paro. Pero cuando después de tres semanas ni Somoza había renunciado ni el golpe militar había tenido lugar y el costo de la medida era ya gravoso la propia burguesía optó por dejarla sin efecto y normalizar su actividad” (Vilas, Op. cit.).

La actitud timorata de los empresarios contrasta vivamente con la de los trabajadores y campesinos cuya lucha contra Somoza había costado miles de vidas y se prolongaba desde hacía años. Tras no conseguir sacar a Somoza con el paro ni convencer a los militares ni al imperialismo de que lo hiciesen, entre muchos empresarios nicaragüenses que habían participado en el paro cundió el pánico. Las fugas de capitales aumentaron espectacularmente. Por otra parte, reflejando la presión existente por abajo y el intento de distintas figuras burguesas y pequeñoburguesas de situarse en el mapa político de cara al futuro, surgen nuevas organizaciones burguesas de oposición. En marzo de 1978 se funda el Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN), grupo burgués liderado por el presidente de la confederación de empresarios, Alfonso Robelo. Durante los dos años siguientes, Robelo sorprenderá a propios y extraños utilizando un lenguaje demagógico que habla de revolución nacional, justicia social, etc. El MDN representa el intento de un sector de la burguesía de buscar un recambio a Chamorro y competir con el FSLN, que cada vez más se convierte en un símbolo para las masas. Y no solamente para la clase obrera y los campesinos sino para amplios sectores de las capas medias que giran brusca y rápidamente a la izquierda.

Dos meses después, el MDN junto a la UDEL (que sigue aglutinando a la mayoría de los partidos burgueses de oposición, el PSN y sindicatos como la CTN socialcristiana, la CGT-i y la CUS, surgida de algunos movimientos cristianos de base) constituyen el Frente Amplio Opositor (FAO). El programa de gobierno del FAO plantea la reorganización del ejército burgués somocista, la separación de éste y la policía, la prohibición de que civiles puedan ser juzgados por tribunales militares, la derogación de las leyes represivas, la libre organización sindical y popular y elecciones libres. Además, el programa incluye la promesa de erradicar la corrupción y llevar a cabo una reforma agraria, pero sin especificar ni contenidos ni pasos concretos.

En un primer momento, los Doce se integran en el FAO en un intento de unificar todas las fuerzas de oposición a Somoza. Pero una vez más la burguesía se niega a reconocer al FSLN e intenta aguar aún más el programa opositor. Los Doce se retiran y crean junto al Frente Sandinista, el Movimiento del Pueblo Unido (MPU). El MPU significa, en la práctica, un giro a la izquierda por parte de los dirigentes sandinistas, reflejando la radicalización general existente entre las masas.

El MPU nace como un frente de organizaciones sindicales y políticas de izquierda que, en respuesta a la agenda política burguesa del FAO, defiende no reestructurar sino abolir el ejército somocista y sustituirlo por un ejército revolucionario. Un “Ejército Defensor de la Soberanía Nacional”, en homenaje al heroico ejército de Sandino. Además, el MPU plantea la confiscación y nacionalización de las propiedades somocistas, así como la estatización de los recursos naturales y las empresas que los explotan y del transporte aéreo, marítimo y colectivo urbano. La propuesta de reforma agraria plantea limitar la propiedad terrateniente y estatizar los latifundios ociosos. El programa del MPU incorpora asimismo distintas propuestas de reformas a la legislación laboral. Este programa está menos a la izquierda que el Programa Histórico del FSLN, propuesto en 1969 por Carlos Fonseca, y de lo que el movimiento necesita, pero sigue siendo un programa inaceptable para los burgueses del FAO.

El imperialismo, dividido

Ante el ascenso de la revolución en Nicaragua, que coincide además con un proceso de radicalización similar en el vecino El Salvador, incluso sectores del imperialismo y la burguesía que hasta ese momento habían apostado por Somoza como mal menor empiezan a buscar nuevas posibilidades.

En enero de 1977 había asumido el gobierno de EEUU el demócrata Jimmy Carter. Carter inicia su mandato intentando marcar distancias respecto a gobiernos anteriores y prometiendo diálogo y respeto hacia los derechos humanos en lugar de golpes de Estado y apoyo a dictaduras. Los sectores del imperialismo y la burguesía que ven con más temor la situación en Nicaragua (y en toda Centroamérica) y apuestan por buscar algún tipo de acuerdo entre todos los sectores de la burguesía nicaragüense para pactar una sucesión controlada de Somoza encontrarán en Carter un aliado.

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Jimmy Carter (derecha) en 1979

Sin embargo, pese a los intentos de Carter y otros sectores del imperialismo por forzar la búsqueda de un recambio a Somoza la posición que se impone, al menos hasta que ya resulta insostenible, sigue siendo la de apoyarse en éste y esperar acontecimientos. Como vemos hoy con Obama, una cosa son los deseos y promesas del inquilino de la Casa Blanca y otra cosa el margen de maniobra que la lucha de clases y los intereses del propio imperialismo le conceden.

Sectores de la burguesía estadounidense y de la superestructura imperialista (CIA, Pentágono, etc.) tienen vínculos muy estrechos con la camarilla somocista, incluso negocios e intereses comunes. Otro sector del imperialismo ha llegado a la conclusión de que es necesario dar un giro de 180 grados, romper abiertamente con Somoza y apoyarse en la oposición burguesa para intentar “salvar los muebles”. Estas divisiones se acentuarán de manera importante a lo largo de 1978 y todavía más durante los últimos meses del régimen: de enero a julio de 1979.

Los gobiernos burgueses ‘amigos’ y la extensión de la revolución

Paralelamente, a lo largo de 1977 y sobre todo en 1978 y 1979 distintos gobiernos burgueses latinoamericanos comienzan a apostar también por un cambio de fachada en Nicaragua que evite el derrumbamiento de todo el edificio burgués. La extensión y radicalización de la lucha contra el somocismo y la sangrienta respuesta de éste, como ya ocurriera en los años 30 con la lucha de Sandino contra la ocupación estadounidense, despierta la solidaridad de millones de personas en todo el mundo y especialmente en América Latina.

Estamos además en un contexto internacional de recuperación de las luchas obreras y populares. Tras décadas de crecimiento económico el sistema capitalista mundial ha sufrido una grave recesión en 1973-74 cuyos efectos sobre las condiciones de vida de los trabajadores y campesinos están siendo devastadores. Las consecuencias políticas y sociales de la crisis económica no se hacen esperar. En 1974 había estallado la Revolución de los Claveles en Portugal; en 1975 muere el dictador Franco en el Estado español y se abre una situación prerrevolucionaria que sólo la política de colaboración de clases de los dirigentes del PSOE y del PCE conseguirá descarrilar; en muchos países europeos se experimenta un ascenso de las luchas obreras sin precedentes desde los años 30 y en las organizaciones de masas de la clase obrera surgen distintas corrientes de izquierda. En Suráfrica la clase obrera negra protagoniza la heroica lucha contra el apartheid y en Irán una revolución obrera clásica —que los errores de la izquierda y la demagogia reaccionaria de los mulás podrán después desviar— derriba al Sha.

La oleada revolucionaria que marcara el inicio de la década en Latinoamérica se había saldado con el aplastamiento sangriento de la revolución chilena y las derrotas de los procesos revolucionarios en Argentina, Uruguay, Perú o Bolivia. Aun así, la incapacidad del sistema para garantizar unas mínimas condiciones de vida a las masas crea inestabilidad permanente y nuevas oportunidades revolucionarias y movimientos de masas en diferentes países latinoamericanos y del Caribe.

En los propios Estados Unidos, Jimmy Carter había sido elegido prometiendo algunas medidas sociales contra la crisis económica y un cambio de estilo tras la derrota de Vietnam. Sin embargo, las promesas de 1976 de Carter se habían transformado ya en 1978 en descrédito y una creciente impopularidad. En la política interna, la necesidad de aplicar medidas que recuperen la tasa de beneficios capitalista le obliga a cargar el peso de la crisis sobre los trabajadores y desdecirse de muchas de sus promesas. En la política exterior enfrentará el ascenso revolucionario en Nicaragua y otros países centroamericanos, o en el propio Irán. Todas sus promesas de diálogo y “compromiso con los derechos humanos” se estrellarán contra el muro de la necesidad de los sectores decisivos de la clase dominante en EEUU de impedir que esas revoluciones en marcha puedan convertirse en ejemplo y referente mundial.

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Concentración en Venezuela de apoyo a la revolución nicaragüense

Las reuniones y movimientos diplomáticos del imperialismo estadounidense, de los gobiernos de países vecinos como Costa Rica o Panamá, de Venezuela, Colombia, México... e incluso de los dirigentes de la socialdemocracia europea serán constantes en los años 1978 y 1979 con el fin de intentar desactivar la situación revolucionaria en Nicaragua. Se trata de buscar algún tipo de acuerdo que permita o bien un gobierno de coalición entre sectores del somocismo y la oposición burguesa, o bien —cuando lo anterior ya resultase totalmente imposible porque el pueblo no lo aceptaría— una salida pactada de Somoza que posibilite sustituirlo por un gobierno confiable para la burguesía.

Pero el problema es que por más que lo intentan resulta imposible un acuerdo que pueda contentar a la vez a todos los sectores de la clase dominante y el imperialismo y a las masas. Las divisiones producidas en la burguesía nicaragüense, latinoamericana y mundial a finales de los años 70 se han dado en el seno de los explotadores en todas las revoluciones. Un sector cree que si no se cede en nada ante la presión de las masas el movimiento se puede radicalizar y desembocará en una revolución social. Otro que, si se cede, eso transmitirá una imagen de debilidad y animará al movimiento y desatará precisamente la revolución que se pretende impedir. El problema para la burguesía es que ambos tienen razón.

‘Mejor morir peleando que morir de rodillas pidiendo clemencia’

En medio del proceso de radicalización de las masas, el Frente Amplio Opositor (FAO), encabezado por los dirigentes de los partidos burgueses de oposición, vuelve a convocar en septiembre de 1978 una huelga nacional. El objetivo es hacer una demostración de fuerza limitada que obligue a la dictadura a negociar su salida y fortalezca la posición del sector del imperialismo estadounidense y los gobiernos burgueses latinoamericanos que están proponiendo un recambio para Somoza. Dentro del FSLN las divisiones entre los partidarios de participar dentro del FAO supeditándose a la mayoría burguesa de éste —encabezados por el sector mayoritario, los “terceristas”— y aquellos que defienden la necesidad de que el FSLN lidere su propio frente de masas, continúan y sólo serán superadas cuando el propio movimiento insurreccional de las masas solucione el debate por la fuerza de los hechos.

Las masas toman la convocatoria del FAO con las dos manos pero desbordando tanto los objetivos conciliadores como el tipo de huelga controlada que querían los dirigentes burgueses. Todo se acelera. Los trabajadores del sector salud, más de 12.000 a escala nacional, llevaban varias semanas de huelga y se enfrentaban a la militarización de los hospitales por parte del gobierno. A finales de septiembre, es abortado un intento de golpe de Estado contra Somoza en el seno del ejército encabezado por el general Bernardino Larios. El FSLN llama a la insurrección y en varias ciudades se producen enfrentamientos masivos entre las masas y el ejército que culminan con la toma popular de varias de ellas. El régimen llega a responder incluso con bombardeos y ataques aéreos contra las zonas liberadas. Los trabajadores, los desempleados, etc., levantan barricadas y en no pocos casos se las arreglan para conseguir armas y construir desde la nada milicias populares precariamente armadas pero invencibles a causa del arma más poderosa de todas: su inquebrantable moral revolucionaria y fe en la victoria. En el ejército, ahora sí, empiezan a abrirse fisuras que el régimen ni puede ni sabe cómo cerrar.

Algunos testimonios recogidos en varias entrevistas a participantes en el estallido revolucionario dan idea de hasta qué punto las masas habían roto los diques de la inercia y el miedo y estaban dispuestas a llegar hasta el final, sin importarles las consecuencias. La consigna sandinista “¡Patria Libre, vencer o morir!”, inmortalizada por el cantautor Carlos Mejía Godoy en el Himno del Frente Sandinista, para centenares de miles de personas había dejado de ser una frase y se había convertido en carne de su carne y sangre de su sangre.

“Yo le decía a mi tía: Si a mí me permitieran pelear así (embarazada) yo peleo, porque de todos modos si me quedaba en la casa me mata una bala o un roquet o una bomba, pues, de todos modos me muero.” (…) “Yo entré al frente debido a que pensaba que íbamos a morir nosotros como pendejos.” (…) “Nos despedimos de nuestras esposas, hermanas y madres con lágrimas en los ojos pensando que ya no regresaríamos, pero pensando siempre que mejor morir peleando que morir de rodillas pidiendo clemencia” “Yo les dije a mis chavalos que mejor se metían en el frente porque si no, de todos modos la guardia me los mataba, por ser jóvenes no más, figúrese” (citados en Perfiles de la revolución sandinista).

Cuando un gobierno y un Estado, no importa el poder que haya acumulado en el pasado ni lo reaccionarios y degenerados que puedan ser sus cuadros dirigentes, se enfrentan a millones de personas que han sacado conclusiones como éstas sus días están contados.

Los últimos movimientos de la burguesía

En febrero de 1979 el FSLN lanza la idea de crear el Frente Patriótico Nacional (FPN), que incluye, además de al propio Frente Sandinista, al MPU y a Los Doce, a algunos partidos burgueses desgajados del FAO, así como a la Confederación de Trabajadores de Nicaragua (CTN) y a una agrupación sindical de extrema izquierda: el Frente Obrero. El FPN se declara en contra de cualquier injerencia extranjera, en clara referencia a la negociación auspiciada por el gobierno de los EEUU entre la dictadura y los dirigentes burgueses de UDEL, MDN, etc., que se mantienen agrupados en el FAO.

Finalmente, la burguesía nicaragüense no tiene más remedio que aceptar el hecho incontrovertible de que el movimiento insurreccional de las masas les ha desbordado y los únicos que pueden encauzar esta insurrección son los dirigentes sandinistas. Tras varios años negándose a aceptar al FSLN en cualquier negociación o frente opositor no sólo abren negociaciones con sus dirigentes sino que aceptan constituir un frente común y les reconocen como una fuerza legítima de oposición. Los gobiernos burgueses “amigos” del continente también reconocen al FSLN como organización beligerante, lo cual significa que ciudadanos de estos países pueden organizar actos de solidaridad con el mismo, participar en sus actividades, apoyarle económica y políticamente, etc.

El presidente estadounidense da su apoyo públicamente a las negociaciones para buscar una salida pacífica y democrática en Nicaragua, al mismo tiempo que el Departamento de Estado hace preparativos para una posible intervención militar. En junio de 1979, un mes antes de la toma del poder por parte del FSLN, el gobierno estadounidense propone en la OEA la creación de una fuerza americana que intervenga militarmente en Nicaragua. Evidentemente, el objetivo es evitar la toma del poder por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Pero la presión popular en los distintos países latinoamericanos a favor de los sandinistas es tal que, pese a todas las maniobras y presiones imperialistas, la propuesta será desestimada.

Como muchas veces hemos explicado los marxistas, el imperialismo no es un demiurgo capaz de hacer su voluntad y aplastar a cualquiera que se le enfrente. Su poder tiene límites. El más importante de ellos es el movimiento revolucionario de las masas. En este caso, las masas en Nicaragua —una vez despertadas a la lucha y convencidas de que era posible una vida diferente— estaban dispuestas a todo. Además, su movimiento contaba con las simpatías y el apoyo activo de los oprimidos en todo el mundo, empezando por los países vecinos. En los propios Estados Unidos el ambiente que predominaba entre las masas era el de rechazar nuevas aventuras militares ya que el trauma de la derrota en Vietnam estaba todavía muy reciente.

Un tsunami de pueblo

Los jóvenes, campesinos y trabajadores nicaragüenses —como hoy vemos en Honduras— contra viento y marea, sin programa y enfrentando la represión del aparato del Estado, se habían mantenido en la calle durante meses sin que nada ni nadie fuese capaz de hacerles bajar la cabeza. Cada vez más, la represión se convertía en su contrario: en lugar de atemorizar a las masas y dispersar su lucha las radicaliza y cohesiona, incrementando su odio al régimen.

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Dos de los comandantes que dirigieron la toma del Palacio Nacional, Dora María Téllez y Walter Ferreti

La represión al finalizar una misa por Pedro Joaquín Chamorro en los pueblos de Monimbó y Masaya, y una movilización con motivo del 45 aniversario del asesinato de Sandino, respectivamente, inician lo que ya no puede ser considerado como la ofensiva de un grupo guerrillero sino como una auténtica insurrección popular armada que, en la práctica, tiende a fusionar e incluso someter las acciones guerrilleras a la acción directa de las propias masas en lucha por el poder.

La toma del Palacio Nacional por el FSLN en octubre de 1978 ante las cámaras de TV obligando a la dictadura a liberar a varios presos políticos envía un nuevo mensaje de fuerza y confianza a todo el movimiento y muestra hasta qué punto el régimen somocista es ya una fruta podrida a punto de caer. La acción guerrillera dirigida por el famoso comandante Cero del FSLN, Edén Pastora, da el pistoletazo de salida a la ofensiva definitiva de las masas animando decenas de insurrecciones espontáneas en distintos pueblos y ciudades. “La acción del palacio (…) llevó a insurrecciones parciales espontáneas como la de Matagalpa y ésta a su vez motivó aún más a las masas, lo que las llevó a prácticamente un desbordamiento natural. Ante esa situación nosotros dijimos: si dejamos el movimiento solo, sin conducción, el enemigo lo va a masacrar y va ser difícil recuperar después el ánimo, la moral de lucha para más adelante, hay que ponerse al frente de esa decisión...” (Humberto Ortega, en C. M. Vilas, Perfiles de la revolución sandinista).

Varios testimonios recogidos por Carlos M. Vilas en septiembre de 1980 en las ciudades de Matagalpa y Managua muestran cómo muchos jóvenes salen a la lucha tanto en septiembre de 1978 como en junio y julio de 1979 reclamándose del FSLN pero sin tener en realidad vinculación orgánica con el Frente e incluso sin conocer a ningún miembro del mismo. Una anécdota relatada por ese mismo autor en su libro es reveladora del ambiente existente. Tan pronto como se supo de la insurrección en Monimbó, el FSLN destacó a varios de sus cuadros para consolidar el movimiento. Estos cuadros lograron atravesar el cerco que la Guardia Nacional había tendido, pero fueron detectados por las patrullas de autodefensa que la propia población había creado y hechos prisioneros. Sólo fueron puestos en libertad y pudieron reintegrarse a la lucha política cuando la población confirmó que efectivamente eran miembros del FSLN y no infiltrados. La anécdota, además de mostrar cómo se autoorganizaban las masas en lucha, refleja el imparable avance y extensión de la insurrección desde abajo, como un tsunami imparable de pueblo en marcha.

La insurrección fue sobre todo urbana. Sus protagonistas principales fueron los jóvenes: estudiantes, desempleados, proletarios y semiproletarios; esas masas a las que el capitalismo negaba cualquier futuro y únicamente ofrecía un presente de barbarie y degradación, esas masas que —expulsadas del campo durante las décadas anteriores— se hacinaban en los barrios de Managua y otras grandes ciudades. Un estudio realizado en 1981 sobre una lista de participantes en los últimos meses de lucha contra la dictadura somocista arroja un cuadro bastante aproximado de la composición de clase de la insurrección: estudiantes, el 29%; gentes de oficio (artesanos, transportistas, mecánicos, carpinteros, zapateros, fontaneros, hojalateros, etc.), el 22%; obreros y jornaleros, 16%; empleados y oficinistas, 16%; técnicos, profesionales y maestros, 7%; pequeños comerciantes o buhoneros, 5%; campesinos y agricultores, 4,5%.

La victoria

Como muestran las citas y datos que anteriormente hemos dado, lo que ocurrió en Nicaragua en 1979 no fue —como a veces se ha intentado presentar— la toma del poder por parte de un grupo de activistas guerrilleros al margen de las masas sino un pueblo entero en acción, derribando en unas semanas el aparato estatal cuidadosamente construido durante décadas por la clase dominante, y haciéndose cargo del poder. La intervención directa de los jóvenes, los trabajadores y los campesinos destruyó totalmente el aparato del Estado burgués y las masas tomaron el poder poniendo al frente del gobierno a los únicos dirigentes que en virtud de su honestidad y su lucha durante décadas habían ganado su respeto y reconocimiento: los líderes de la guerrilla.

Sin la entrada en escena de las masas, la guerrilla —dividida y con sólo 500 efectivos en 1975 y no más de 1.500 poco antes de tomar el poder— habría sido masacrada. Como reconoce el comandante del FSLN Humberto Ortega en la cita con la que abrimos este capítulo: “La verdad es que siempre se pensó en las masas pero se pensó en ellas más bien como un apoyo a la guerrilla, para que la guerrilla como tal pudiera quebrar a la Guardia Nacional, y no como se dio en la práctica: fue la guerrilla la que sirvió de apoyo a las masas para que éstas, a través de la insurrección desbarataran al enemigo” (Humberto Ortega, citado por Vilas).

Los testimonios de los participantes en la insurrección señalan la misma idea: “La lucha de nosotros era la lucha de todo el pueblo. Sólo creíamos en el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Nosotros nunca vimos combatiendo a esos burgueses que ahora dicen que son de los Derechos Humanos. Nosotros nunca vimos a nadie más que a nuestros hijos, que eran y son el frente”.

“Para ese entonces ya sabíamos que andaba por aquí el Frente Sandinista, pero había quienes nos imaginábamos que iban a venir aquí en columnas o algo así. Fue hasta después que nos dimos cuenta de que el Frente éramos nosotros, que ellos iban a orientar pero que éramos nosotros al lado de ellos los que teníamos que luchar. Ese día comenzamos a participar todos en la lucha. Me acuerdo que nos pusimos todos a alzar barricadas para que no entrara la guardia, pero el problema era que no teníamos armas, pero eso no importaba. Nosotros decíamos: ‘O triunfamos o nos matan a todos”.

El 10 de junio el FSLN llama a la huelga general. Ésta se convertirá en una gigantesca demostración de fuerza. La caída del régimen era sólo cuestión de tiempo y ya estaba claro para todo el mundo que la única organización reconocida por las masas y con capacidad real para constituir un gobierno alternativo era el FSLN. El día antes, 9 de junio, la dirigencia sandinista había presentado lo que ya podía ser considerado como un programa de gobierno, “El Programa de Reconstrucción Nacional”, y proclamado un nuevo gobierno: la Junta de Gobierno para la Reconstrucción Nacional (JGRN).

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Una imagen de la victoria de la revolución de 1979 y del reencuentro de muchos de los muchachos del FSLN con sus familias

Los partidos burgueses de oposición comprenden su derrota y no sólo se ven obligados a reconocer a la JGRN sandinista como nuevo gobierno sino que dos de sus principales representantes formarán parte de la misma y varios serán ministros. El 24 de junio el Frente Amplio Opositor (FAO) da su apoyo y reconocimiento público a la JGRN. Tres días más tarde lo hace la confederación empresarial.

Durante todo el mes de julio de 1979, la movilización revolucionaria de las masas en la calle se encargará de arrasar, uno tras otro, los últimos obstáculos que la camarilla somocista y la oposición burguesa intentan colocar en su camino. A última hora, cuando ya no le queda otro remedio, hasta el imperialismo USA acepta formar un gobierno de transición con presencia de los hasta entonces denostados guerrilleros sandinistas. El plan de Carter y del embajador William Bowlder es constituir una junta formada por comandantes del FSLN, miembros de la oposición burguesa a Somoza y mandos del ejército somocista. El objetivo, dejar la situación política del país lo más atada posible, maniatar a los sandinistas y paralizar la acción de las masas.

Inicialmente todos aceptan, pero el plan que tan cuidadosamente habían tejido Carter y su emisario (reflejando la debilidad objetiva en que se encuentra la burguesía) se rompe antes de ser anunciado. El sustituto de Somoza, Urcuyo Maliaño, se niega a entregar el poder. El Frente Sandinista intensifica el llamado a la insurrección y el nuevo representante de la camarilla palaciego-militar somocista no dura ni 48 horas en el gobierno antes de salir corriendo del país. El 19 de julio, en un ambiente electrizante de fiesta, los comandantes del FSLN entran en las calles de Managua y son recibidos por una marea humana desbordante de júbilo. La revolución ha triunfado.

Uno de los aparatos represivos más sanguinarios de la historia latinoamericana y que se había mostrado más inconmovible quedó absolutamente paralizado, convertido en un juguete roto por la acción revolucionaria de las masas. Lo que dos paros empresariales e incluso decenas de ofensivas militares de la guerrilla no habían logrado lo consiguió la lucha de los obreros, campesinos y jóvenes nicaragüenses. Esta lección quedará grabada a sangre y fuego en la conciencia de las masas.

Marxismo Hoy
Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 18. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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