Argelia celebró el 12 de junio las primeras elecciones parlamentarias desde que la movilización revolucionaria de las masas obligó a Abdelaziz Buteflika a abandonar su cargo en 2019.

Esta cita electoral, impuesta por el presidente Abdelmadjid Tebboune, forma parte de los intentos de la clase dominante de apuntalar la legitimidad del régimen y poner un punto y final al movimiento hirak.

Teniendo en cuenta que sus dos maniobras anteriores fracasaron por completo —las presidenciales de 2019, respondidas con un boicot masivo y movilizaciones multitudinarias, y el referéndum constitucional del 1 de noviembre de 2020 para revisar la carta magna, en el que participó un irrisorio 23,84% de la población— estas últimas elecciones legislativas eran una prueba crucial para el régimen y los militares. Una prueba que ha vuelto a demostrar la crisis política y la inestabilidad que sacude al país y lo lejos que está la burguesía de estabilizar la situación.

Una nueva farsa de la oligarquía

Toda la maquinaria política, económica y mediática ha presentado estos comicios como “el final de una transición” hacia la democracia. Tebboune habló de las elecciones como una partida entre “la nueva Argelia” y el movimiento hirak. Las mentiras contra este movimiento han resonado en todos los periódicos y televisiones durante la campaña electoral, hablando de las protestas como “un magma contrarrevolucionario” o el perro faldero de “potencias extranjeras”. Además, dos días antes de la votación, las autoridades modificaron el Código Penal para expandir la definición de “terrorismo” y crear una lista de entidades consideradas por el Gobierno como organizaciones terroristas.

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Estas elecciones, impuestas por el presidente Abdelmadjid Tebboune, forman parte de los intentos de la clase dominante de apuntalar la legitimidad del régimen y poner un punto y final al movimiento hirak.

Se prohibieron las manifestaciones durante la semana electoral, tal y como denuncia el Comité en Defensa de los Detenidos del Hirak, miles de personas fueron detenidas y cientos de ellas condenadas a prisión. Ni las descalificaciones ni la represión consiguieron doblegar la determinación de las masas de boicotear abiertamente esta farsa perpetrada por el régimen. Esta fuerza ha sido clave para que ninguno de los partidos de la izquierda se presentara a la cita electoral.

La participación, la más baja de la historia del país (un 23,03%), ha vuelto a demostrar que la clase obrera y la juventud argelina no tienen ninguna confianza en unas instituciones corruptas y controladas por la misma élite política y militar que usurpa el poder desde hace décadas.

Las primeras horas del 12 de junio anticiparon el resultado del día: a las 10h de la mañana menos de un 4% había ido a votar y a las 16h, un 14%. La situación era tan desfavorable para el régimen que incluso retrasaron una hora el cierre de los colegios electorales. De los 24 millones de habitantes llamados a las urnas, se contaron 5,6 millones de papeletas, de las cuales un millón eran votos nulos.

Donde más lejos llegó el boicot fue en la región norteña de la Cabilia, el bastión de la oposición y de mayoría berebere. Los datos hablan por sí solos: en Bejaia la participación ha sido del 0,79% y en Tizi Uzú del 0,62%. En esta zona, los pocos carteles electorales que habían sido colocados fueron tachados con la palabra “boicot”.

"En la Cabilia, la mayoría de los colegios electorales no han abierto y los pocos que lo han hecho ha sido a escondidas, solo para funcionarios y la administración local". Así lo explicaba el representante de la Liga Argelina de Defensa de los Derechos Humanos.

La “victoria” del Frente de Liberación Nacional (FLN) —que controlan la política argelina desde la independencia de Francia en 1962— es más que cuestionable: consiguen 105 escaños frente a los 78 de las candidaturas independientes (que se colocan como segunda fuerza en el Parlamento) pero pierden 69 diputados respecto a las anteriores elecciones. La ilegitimidad del nuevo gobierno es tan evidente, que el propio presidente ha tenido que salir a defender los resultados con estas palabras: “La tasa de participación no me interesa […] Tendrán la legitimidad necesaria porque fueron elegidos por el pueblo”. Más claro, agua. El nerviosismo de los rais incrementa a medida que las maniobras institucionales se les comienzan a agotar.

La fuerza de las masas ha vuelto a asestar un duro golpe a un régimen que no consigue ponerse en pie. La experiencia de estos últimos dos años, que se ha traducido en el rechazo unánime a la vía muerta del parlamentarismo y el juego institucional para tratar de descabezar el movimiento en las calles[1], no ha pasado en vano.

Todo el poder para el pueblo

Durante más de cincuenta semanas consecutivas, todos los martes y todos los viernes, millones de personas tomaron las calles de la geografía argelina para barrer el yugo de la pobreza y la corrupción. El hirak recogió la rabia generalizada contra la “banda” —la cúpula de militares, capitalistas y terratenientes que controlan la sociedad— y provocó una verdadera crisis revolucionaria en el país.

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Durante más de cincuenta semanas consecutivas, todos los martes y todos los viernes, millones de personas tomaron las calles de la geografía argelina para barrer el yugo de la pobreza y la corrupción.

Esta rebelión popular sólo pudo ser cortada por la irrupción de la pandemia. Las movilizaciones cesaron, pero las causas de este levantamiento social no desaparecieron. Se han quedado latiendo bajo la superficie y, ahora, han vuelto a resurgir con fuerza.

El 16 de febrero de 2021, para conmemorar los dos años desde la primera manifestación en Bejaia, miles de personas volvieron a las calles. Desde ese momento, las protestas de los viernes retomaron su dinámica. Cada semana, en Argel, Azefún, en la Cabilia, Orán o Constantina, las consignas “estado civil, no militar” o “liberad a los detenidos” han resonado por las ciudades.

A este segundo capítulo del hirak se ha sumado un movimiento huelguístico muy importante de amplios sectores: los sanitarios, trabajadores postales del Algérie Poste, el profesorado (convocados por 14 sindicatos educativos), en sector del taxi, bomberos, estudiantes, huelgas de hambre de los presos políticos… El movimiento obrero, muy golpeado por una gestión infame de la pandemia, la devaluación del dinar argelino y unas condiciones de vida cada día más asfixiantes, ha vuelto a levantar su puño.

Los levantamientos masivos de una población empobrecida son, antes o después, inevitables. En Argelia, las masas han retomado la movilización y, con los métodos de la clase trabajadora, continúan cavando la tumba de un régimen moribundo. El hirak ha demostrado su valentía y su coraje. Ahora debe armarse con un programa de lucha contundente para garantizar que toda la determinación de los pobres, trabajadores y jóvenes triunfa; un programa revolucionario e internacionalista, que vincule la consigna de una transición democrática real que termine con el poder del régimen y la cúpula del Ejército a la lucha por expropiar a los capitalistas, por nacionalizar la banca y la tierra, por el poder obrero y el socialismo. No hay tiempo que perder.

 

[1] En un artículo del Institute for Security Studies se puede leer: “para la inmensa mayoría [de los argelinos], las elecciones no han logrado generar cambios positivos en su vida diaria durante años, sino que han sido un medio para que los que están al frente [de Argelia] sigan en el poder”.

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