Sin lugar a dudas, en Ecuador se ha vivido una insurrección popular que ha puesto contra las cuerdas al régimen de Lenín Moreno. La batalla contra la agenda neoliberal se transformó en un auténtico levantamiento revolucionario.
En marzo de este año el presidente de Ecuador cerraba un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener un préstamo de hasta 10.000 millones de dólares (¡casi un 10% del PIB del país!). Las contrapartidas no tardaron en aparecer: el 1 de octubre Moreno presentaba el ya conocido Paquetazo, un plan salvaje de recortes sociales y medidas de austeridad, que incluía la eliminación del subsidio al precio de los carburantes hasta triplicarlos.
La respuesta de la población no se hizo esperar, y las protestas se extendieron rápidamente por todo el país. El contrataque de Lenín Moreno, declarando el estado de excepción, encendió la mecha de la insurrección sumando y uniendo al movimiento obrero, a los campesinos pobres y las comunidades indígenas, y dando lugar a una gran huelga general el 9 de octubre. El empuje de las masas fue tal que forzó a Moreno a trasladar la sede de Gobierno de Quito a Guayaquil, mientras la capital fue ocupada durante días por decenas de miles de campesinos y trabajadores.
Un duro ataque a la clase trabajadora
Las políticas capitalistas y neoliberales del FMI solo han sembrado pobreza extrema, precariedad, destrucción de la economía, miseria y desesperación entre la población de toda América Latina. Dentro de las medidas impuestas, la que más indignación provocó fue la retirada del subsidio a los combustibles. Y no es para menos. La red de transporte ferroviario y fluvial en Ecuador es sumamente escasa, tanto por la falta de inversión como por la accidentada cordillera de Los Andes y la densidad de la selva. El más mínimo incremento en el precio del carburante supone un alza en los precios de los productos de primera necesidad.
La reforma laboral también espoleó la furia de la población: planteaba que los contratos temporales (que afectan al 60% de la población activa) podrían renovarse con una rebaja salarial de hasta el 20%. Por su parte, los funcionarios públicos verían reducidas sus vacaciones pagadas de 30 a 15 días, y tendrían que aportar el sueldo de un día de trabajo en forma de impuesto extraordinario. Todo esto en un país donde el salario mínimo oficial apenas llega a los 400 dólares y el 35% de la población ingresa per cápita menos de 50 dólares al mes. De llevarse a cabo, estas medidas habrían supuesto un golpe sin precedentes a las condiciones de vida de la mayoría de la población, y sus consecuencias sociales serían catastróficas.
Las masas entran en acción
La pérdida del control por parte del estado fue extraordinariamente veloz. Lo que empezó con un paro de transportistas se transformó inmediatamente en un levantamiento generalizado por todo el país, que fue espoleado por el anuncio de la declaración del estado de excepción y el despliegue del ejército en las principales ciudades.
La dureza de la represión impulsada por el Gobierno se viralizó por las redes sociales. Se vieron persecuciones en moto a jóvenes manifestantes hasta aislarlos uno a uno para poder golpearles y detenerles indiscriminadamente. Heridos por disparos de balas de goma en la cabeza y zonas vitales. Incluso el lanzamiento de dos jóvenes por un puente por parte de elementos uniformados no identificados. La descripción de estos intentos de aplastar el movimiento usando las fuerzas represivas podría llenar páginas enteras. El saldo tras casi dos semanas de protestas fue de 7 muertos, alrededor de 600 heridos y más de un millar de detenidos.
Como ha ocurrido en muchas ocasiones a lo largo de la historia, el látigo de la represión no hizo más que encender la revolución. La huelga general convocada por el Frente Unitario de los Trabajadores (FUT), la mayor central obrera, y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) paralizó el país, bloqueando no solo carreteras, sino provincias enteras, y tomando la ciudad de Quito, la capital.
Fortaleza del movimiento y debilidad de la burguesía: una auténtica situación prerrevolucionaria
Si bien Quito ha sido el escenario de movilizaciones masivas y de la ocupación de la Asamblea Nacional por parte de los manifestantes durante unas horas, en las provincias de Pastaza, Napo, Morona Santiago y Azuay la ocupación de las sedes de Gobernación fue permanente, y hubo conatos de Asambleas Populares Autónomas en donde, según diferentes informaciones, participaron miles de personas. En otras tantas provincias, el acceso fue controlado por consejos de campesinos pobres e indígenas. La radicalización del movimiento fue tal que, en respuesta al estado de excepción, la CONAIE proclamó el suyo propio en estas regiones, llegando a frenar el avance de las fuerzas represivas e incluso a detener y desarmar a decenas de efectivos.
Por su parte, el Gobierno se mantuvo atrincherado en Guayaquil. La elección de esta ciudad, tradicionalmente conservadora, no fue casual: es la segunda en importancia y el principal puerto del país, cuenta con una amplia capa de pequeña burguesía blanca ligada al comercio, beneficiaria del Paquetazo y que mostró su disponibilidad a defender al Gobierno movilizándose en la “defensa de la paz y la libertad”. No obstante, estas manifestaciones fueron un fracaso absoluto, reuniendo a unos pocos cientos. Esto refleja la enorme debilidad del Ejecutivo de Lenín Moreno y de la clase dominante ecuatoriana. Es más, el aislamiento internacional de Moreno es otro indicativo de esto. Salvo el golpista venezolano Juan Guaidó, y Pedro Sánchez, han sido muy pocas las voces en defensa del Gobierno ecuatoriano, que llegó a estar al borde del precipicio. Según el periódico de la burguesía ecuatoriana El Universo, numerosos diputados de la Asamblea Nacional valoraron forzar la salida de Moreno.
Por otro lado, el expresidente Rafael Correa mostró un apoyo tímido al levantamiento, que no encontró eco en el movimiento, llegando al punto de que amplios sectores del movimiento campesino e indígena se desvincularon directamente de Correa. Aunque en las ciudades y el campo muchos simpatizantes correístas participaron activamente en las movilizaciones, el aparato agrupado en torno a su partido, Fuerza Compromiso Social, mostró un miedo enorme a no poder controlar la movilización y que esta se volviera en su contra. De hecho, el expresidente solo pudo agrupar a unos cuantos jóvenes universitarios alrededor del periódico en internet La Kolmena, que fuera de las redes sociales no jugó ningún papel real en los sucesos.
Con una pérdida de apoyo creciente entre las masas, Correa llamó al anticipo electoral a la vez que insinuó su intención de presentarse. Lejos de generar simpatía, las masas reaccionaron a su anuncio con escepticismo. En medio de la crisis orgánica del capitalismo mundial, la guerra comercial, y la caída del precio del petróleo, sin cuestionarse los fundamentos del sistema capitalista no habría ninguna diferencia entre la gestión de Lenín Moreno y un nuevo Gobierno de Correa.
En la misma línea, es importante señalar que aunque Moreno y sus acólitos hicieron tremendos esfuerzos por señalar al Gobierno de Venezuela como instigador y director de las protestas, Nicolás Maduro y su gabinete, mostró un apoyo netamente simbólico a las movilizaciones para guardarse las espaldas de cara a la base chavista honesta y luchadora. De hecho, no tuvieron ningún interés en que la situación en Ecuador se mantuviera fuera de control y llegara más lejos. Un proceso revolucionario en el continente puede suponer un catalizador para reactivar la organización y lucha de la clase trabajadora venezolana, que no olvida como las conquistas sociales y económicas de la Revolución Bolivariana han sido socavadas por el aparato burocrático del PSUV. El actual Gobierno Maduro tiene una estrategia centrada en defender los privilegios y negocios de la casta de burócratas, arribistas y militares a la que representa, garantizar los acuerdos a los que han llegado con el imperialismo chino, y no extender una revolución social que les puede afectar directamente.
Una victoria incompleta: ¡la toma del poder era posible!
Ante esta situación insostenible, y tras varios días suplicando el diálogo con los dirigentes de las movilizaciones, el presidente Lenín Moreno anunció después de una breve reunión con miembros de la CONAIE la derogación del decreto 883, el famoso Paquetazo, aunque no hubo ninguna dimisión ni destitución en su equipo de Gobierno. A su vez, esta medida fue acompañada por una serie de promesas de inversión social. De manera inmediata, las direcciones de la CONAIE y FUT llamaron a la desmovilización y el orden volvió a Quito tan rápido como desapareció, en medio de cierta perplejidad por parte de las masas que se levantaron y resistieron heroicamente.
Sin lugar a dudas, el paso atrás del Gobierno y el FMI es una victoria espectacular, que ha sido fruto única y exclusivamente de la lucha combativa del pueblo ecuatoriano, que demuestra cuál es la única manera de frenar los ataques a la clase trabajadora. El pánico de la burguesía a perderlo a todo ha hecho que cedan una parte. Si bien pueden tomar otras formas, las medidas y recortes para satisfacer al FMI volverán más pronto que tarde, además de nuevas jugadas para impedir un nuevo levantamiento. La primera se ha producido este 23 de octubre, con el anuncio por parte del Ministerio de Justicia de procesar a Jaime Vargas, dirigente de la CONAIE, por las protestas.
La debilidad del estado y la fuerza de las masas en acción volvieron a poner el debate del poder encima de la mesa. Mediante la vía de los hechos, las asambleas de campesinos, indígenas y trabajadores estaban demostrando, a lo largo de todo el país, como una revolución socialista no solo es factible, sino que es una posibilidad realizable a día de hoy.
La guardia indígena impuso el orden revolucionario en la ciudad frenando todo tipo de saqueos y provocaciones. Las asambleas populares detuvieron y juzgaron a agentes armados implicados en la represión salvaje hacia la población, a la vez que gestionaban la distribución de alimentos y medicamentos en los campamentos que había distribuidos por toda la ciudad de Quito. En la práctica, aunque de forma confusa y breve, la población dirigió una gran parte del país, superando al estado capitalista.
La dirección del Frente Unitario de Trabajadores y de la CONAIE se limitaron a exigir la retirada de las medidas de Lenín Moreno y la dimisión de algunos altos cargos implicados con la represión. Tampoco fueron pocos los dirigentes que apelaron a que una delegación de la ONU interviniera para frenar la represión y que se “respetaran” los derechos humanos.
La consigna más repetida en los días de la ocupación de Quito no fue otra que “Fuera Lenín”. La posibilidad de echar al conjunto del Gobierno fue una realidad incontestable. Pero no solo eso. Así como surgieron de manera espontánea embriones de organismos de doble poder en las provincias de mayor población indígena y campesina, tal y como hemos explicado, la viabilidad de consolidarlos y extenderlos al movimiento obrero y coordinarlos por todo el país estaba ahí. Esta habría sido la única manera de asegurar, no solo el freno al Paquetazo, sino también, la aplicación de un programa socialista para romper con el capitalismo y la dependencia imperialista, y unificar a las masas: educación pública gratuita y de calidad; trabajo digno, estable y seguro para todos y todas, con salarios decentes; derogación de todas las contrarreformas laborales; nacionalización de la banca, los monopolios y los latifundios bajo control obrero y campesino; plenos derechos económicos, sociales y políticos a las comunidades indígenas; suspensión de los acuerdos con el FMI y anulación de la deuda contraída por el Estado con los poderes imperialistas
Sin lugar a dudas, los 12 días de protestas quedarán grabados a fuego en la conciencia colectiva de las masas ecuatorianas y de toda la región. Millones de personas hemos visto con total simpatía y entusiasmo el levantamiento del pueblo luchador del Ecuador, que ha coincidido con las explosiones sociales de masas en Iraq, Líbano, Hong-Kong, Argentina, Uruguay, Catalunya, etc. Así como el sistema se tambalea, es urgente construir un partido revolucionario consecuente capaz de llevar hasta el final la batalla.
¡Por la Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina!
¡Únete a Izquierda Revolucionaria Internacional!