El 10 de marzo de 1952, Batista encabeza un golpe de estado abriendo un período de siete años de sangrienta represión. El 26 de julio de 1953, hace ahora 54 años, un grupo de aproximadamente 120 jóvenes, agrupados en torno a Fidel, asaltan el Cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, con el fin de desencadenar un movimiento social que propiciase el fin de la dictadura. Aunque acabó en la muerte y el fusilamiento de la mayoría de sus participantes, en muchos casos tras salvajes torturas, y en el encarcelamiento de los supervivientes (entre ellos Fidel y su hermano Raúl), el asalto tuvo un enorme papel propagandístico y la figura de Fidel pasó a ser muy conocida. La fuerte campaña internacional por la liberación de los encarcelados de Moncada, unido a la necesidad de la dictadura de Batista de dar una imagen de normalidad, propicia su liberación dos años después, tras la que Fidel se exilia a México y funda el Movimiento 26 de Julio.
Con todas las precauciones que hay que tomar cuando se hacen paralelismos históricos, el 26 de julio cubano, si lo situamos en el contexto del proceso histórico que desembocaría en la revolución, jugó un papel similar al levantamiento militar que Hugo Chávez protagonizó en Venezuela contra el odiado gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992. A pesar del fracaso del intento, igual que el asalto a Moncada, desde ese momento, la figura de Chávez se convierte en un referente para las masas. Tanto en la Cuba de los años cincuenta, como en la Venezuela de los noventa, los partidos burgueses de diferente pelaje estaban absolutamente desprestigiados ante las masas. En ambos países, el Partido Comunista estaba lastrado por la teoría de las dos etapas, que suponía una primera fase de alianza con esa misma burguesía, decrépita y sumisa al imperialismo, para hacer la revolución democrática. Como los propios acontecimientos históricos demostraron, incluso mucho antes de que las revoluciones cubana y venezolana revelasen signos de tipo socialista, la burguesía actuó con extrema hostilidad hacia ellas.
La victoria definitiva de la guerrilla en 1959, como la victoria electoral de Chávez en 1998, desataron una tremenda expectativa de cambio social en las masas, creando un clima de participación y efervescencia política que transformó por completo la situación. Ni Fidel en 1953, ni Hugo Chávez en 1992, podían imaginar la profundidad y la trascendencia política internacional que años después tendrían los acontecimientos políticos en ambos países.
La experiencia de 1959 a 1961, demostró que la lucha consecuente contra el imperialismo y por satisfacer las necesidades sociales más elementales, era incompatible con el capitalismo. Toda la experiencia venezolana desde 1998 demuestra lo mismo. Chávez ha resaltado en los últimos meses el rumbo socialista de la revolución, una revolución que tiene como tarea pendiente arrancar por completo los resortes de poder, económicos y políticos, que están aún en manos de la reacción. El triunfo del socialismo en Venezuela sería un espaldarazo tremendo a la revolución cubana. Sería el mejor homenaje a los héroes de Moncada. En esta lucha estamos.