Se agudiza la polarización entre las clases y la lucha entre reformismo y revolución

 

 Se agudiza la polarización entre las clases y la lucha entre reformismo y revolución

El resultado del referéndum del 15 de febrero sobre la enmienda constitucional ha evidenciado la polarización entre revolución y contrarrevolución que existe en Venezuela: 6.300.000 personas (54,5% de los votantes) apoyaron el Sí  y 5.100.000 (45%) votaron No. La propia campaña electoral, como explicábamos en el anterior número de El Militante, estuvo enormemente polarizada.

La oposición contrarrevolucionaria lanzó una violenta ofensiva combinando sabotaje económico, manipulación mediática y desestabilización, utilizando a las bandas fascistas y las manifestaciones de los jóvenes contrarrevolucionarios de origen burgués y pequeñoburgués para provocar violencia en las calles y denunciar la supuesta “represión” gubernamental. Incluso utilizaron a los contrarrevolucionarios que existen en el aparato estatal para atacar a las bases revolucionarias, como vimos en el ataque perpetrado por efectivos de la Policía Regional del Estado Anzoátegui contra los trabajadores que mantienen ocupada la planta de Mitsubishi.

La correlación de fuerzas sigue siendo muy favorable

Pero lo más significativo de la batalla por la enmienda ha sido la magnífica respuesta de las bases revolucionarias. Aunque hay un profundo descontento contra la quinta columna burocrática que existe dentro del movimiento bolivariano y del aparato estatal, los millones de jóvenes, trabajadores y campesinos que constituyen la base del PSUV comprendieron que estábamos ante una nueva y crucial batalla en defensa de la revolución y se movilizaron masivamente. Este ambiente entre las masas refleja, en contra de lo que piensan tanto los reformistas como los sectarios ultraizquierdistas, un altísimo nivel de conciencia, especialmente en la clase obrera, y que la correlación de fuerzas sigue siendo enormemente favorable para poder expropiar a los capitalistas e instaurar una economía planificada democráticamente.
Chávez obtuvo el segundo mayor nivel de respaldo desde 1998, recuperando 2 millones de votos respecto al referéndum constitucional de 2007. Por otra parte, este apoyo sigue estando un millón de votos por debajo del conseguido en las presidenciales de 2006, cuando el llamamiento a construir el socialismo entusiasmó a 7.300.000 personas (63% de los votantes). Y ello con dos millones de votantes más inscritos. Esta tendencia refleja una amenaza para la revolución. Su causa —como ya explicamos en anteriores artículos— es que, tras diez años de revolución y dos hablando de socialismo, aunque ha habido avances importantes, siguen sin resolverse problemas fundamentales como la pobreza, el déficit habitacional (calculado en 1,8 millones de viviendas), las desigualdades, la inseguridad ciudadana, el burocratismo o la corrupción.

Lucha entre reformistas y revolucionarios

Los sectores más a la derecha del movimiento bolivariano, encabezados por el ex vicepresidente José Vicente Rangel, han lanzado la idea de abrir una negociación entre gobierno y oposición para “acabar con la polarización”. Esta idea ha sido tomada inmediatamente por los contrarrevolucionarios más inteligentes. Sin embargo, entre las bases chavistas existe un rechazo masivo a cualquier tipo de conciliación. Durante la celebración de la victoria del 15 de febrero las consignas más gritadas eran contra los gobernadores y alcaldes contrarrevolucionarios, pidiendo medidas contra la televisión golpista Globovisión y exigiendo “¡Limpieza!” dentro de las filas revolucionarias. Reflejando ese ambiente, uno de los miembros más conocidos y respetados por las bases de la dirección nacional del PSUV, Mario Silva, criticó duramente a Rangel y planteó “cero conciliación”. Silva llamó a profundizar la revolución y afirmó que son precisamente los mensajes conciliadores los que cansan y decepcionan a las bases.
Estas divisiones, aún incipientes, reflejan la lucha, por ahora soterrada, entre reformismo y revolución dentro del movimiento bolivariano. El que no se hayan expresado aún en el surgimiento de dos alas claramente diferenciadas se debe, además de a la enorme autoridad de Chávez, a que el crecimiento económico resultado de la renta petrolera permitía atenuar las contradicciones internas. Los reformistas del movimiento bolivariano estaban convencidos de que Venezuela podía hacer realidad la “economía mixta” que fracasó en Chile y Nicaragua, mejorando las condiciones de las masas, acometiendo algunas reformas sociales e incluso nacionalizando distintas empresas “estratégicas” pero manteniendo la propiedad capitalista de los medios de producción en sectores fundamentales.

Por un programa marxista para completar la revolución


Pero el espejismo del “socialismo petrolero” ha empezado a romperse ya. El presupuesto nacional para 2009, previsto sobre 60 dólares por barril, tendrá que ser revisado tras desplomarse el precio a 36 dólares. La industria y la construcción privadas están en contracción y el Producto Interior Bruto ha pasado de crecer un 10% en 2007 al 6% en 2008 y actualmente al 3,5%. Si no fuese por la inversión pública, la economía estaría ya en recesión.
Los capitalistas y burócratas intentarán cargar el peso de la crisis sobre los trabajadores y el pueblo. Pero el movimiento obrero ya está respondiendo y se movilizará aún más en los próximos meses. Lo que vemos en el sector del automóvil en Anzoátegui, donde los trabajadores de Mitsubishi, Vivex y Macusa han tomado las fábricas ante el intento de los empresarios de cargar la crisis sobre sus espaldas, es sólo el principio. La lucha de clases se agudizará en todos los sectores laborales. Ello incrementará aún más las contradicciones internas entre reformistas y revolucionarios en el interior del PSUV y del movimiento revolucionario. Chávez tendrá que elegir entre la derecha y la izquierda del movimiento.
(Viene de la contraportada)
En sus últimos discursos, Chávez ha rechazado la conciliación, insistió en que la crisis no recaerá sobre el pueblo y planteó que el socialismo debe modificar las estructuras económicas y socializar la producción. Poco después decidía intervenir el sector de producción de arroz ante los problemas de desabastecimiento. Estas medidas apuntan en el sentido contrario al que pretende la burocracia y han generado expectativas y entusiasmo en las bases. Para que éstas no se vean defraudadas deben extenderse, generalizarse y traducirse ya en medidas concretas que acaben con el poder de los capitalistas y burócratas.
La única manera de garantizar el avance de la revolución es basarse en la clase obrera, los campesinos y la juventud revolucionaria para expropiar a los capitalistas (estatizando la banca y las principales empresas bajo control obrero) y enfrentarse a la burocracia, desmantelando la actual estructura del estado y sustituyéndola por un estado revolucionario basado en la elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos y que ninguno cobre más que el salario de un trabajador cualificado. Si estas medidas no son abordadas con urgencia la base social de la revolución puede seguir erosionándose: sectores de las masas podrían caer en el escepticismo (como en parte ya ha empezado a ocurrir) y un sector de activistas, frustrado, podría girar hacia acciones ultraizquierdistas y desesperadas. Un escenario semejante representaría un grave peligro para la revolución. Pero nada de esto está decidido. La clave de la situación será la entrada en escena de la clase obrera. La revolución está en pleno desarrollo y hay tiempo todavía para que las ideas, programa y métodos del marxismo pueden ganar la mayoría dentro del PSUV y del movimiento bolivariano.

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