El 7 de septiembre las masas hondureñas protagonizaban una nueva jornada
de lucha contra el reaccionario gobierno de Porfirio Lobo. Con
manifestaciones masivas, convocadas por la Confederación Unitaria de
Trabajadores de Honduras (CUTH) y por el Frente Nacional de Resistencia
Popular (FNRP), que se extendieron por todos los departamentos del país,
la clase obrera y el conjunto de las masas volvieron a desafiar el
poder de la oligarquía y el imperialismo.
El 7 de septiembre las masas hondureñas protagonizaban una nueva jornada de lucha contra el reaccionario gobierno de Porfirio Lobo. Con manifestaciones masivas, convocadas por la Confederación Unitaria de Trabajadores de Honduras (CUTH) y por el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), que se extendieron por todos los departamentos del país, la clase obrera y el conjunto de las masas volvieron a desafiar el poder de la oligarquía y el imperialismo.
Las principales capitales de departamento y el corazón industrial del país han sido sacudidas por la acción organizada del movimiento de masas. El paro nacional tuvo especial significado en ciudades como San Pedro Sula, El Progreso, La Ceiba, Colón, Comayagua, Catacamas, Tela o Danlí. En la capital Tegucigalpa, las manifestaciones llegaron a las inmediaciones de la Universidad Nacional Autónoma, militarizada desde el 5 de septiembre.
El movimiento no se detiene ante la represión salvaje del Estado burgués y su dueño imperialista. La jornada del 7 es sólo el último jalón de la lucha revolucionaria de las masas por transformar sus vidas. La resistencia del movimiento a los ataques del capitalismo tiene un carácter cada vez más ofensivo. Algo que puede verse en el cuerpo de las reivindicaciones fundamentales de la lucha. Junto a demandas para paliar la represión y la sangría de recortes (rechazo de las leyes que promueven el trabajo temporal y por horas, eliminación de la ley público-privada, la cual destruye en la práctica la educación pública) se exigen otras que buscan recuperar el terreno perdido. La consigna central de la lucha en estos momentos es la del incremento del salario mínimo adecuándolo a la carestía de la vida. De la misma forma, se demanda un aumento salarial de los trabajadores públicos. El gobierno, de forma desesperada, intenta engañar al movimiento arrojándole migajas, ofertó que se cobrase parte del salario en bonos y un aumento salarial por debajo de las demandas de los trabajadores. La respuesta de los sindicatos ha sido rechazarlo ya que "menoscaba los intereses de los trabajadores".
Esta movilización se ha visto catapultada por el ascenso de las luchas en el último mes. Sin duda, una jornada de movilizaciones que implica un punto de inflexión en el movimiento ha sido la del 18 de agosto. Convocada por el FNRP y las centrales obreras, en defensa del aumento del salario y contra la última contrarreforma laboral, consiguió movilizar a más de 200.000 trabajadores, estudiantes y campesinos.
Otro momento decisivo en el avance de la resistencia revolucionaria ha sido la lucha de los profesores de educación infantil y secundaria. El movimiento ha adquirido tal fuerza que el gobierno ha tenido que paralizar la ley que privatiza la enseñanza.
El enfrentamiento enconado entre clases también ha hecho su aparición en el campo. El 26 de agosto las organizaciones de campesinos pobres salían a la calle para reclamar que no se derogue el decreto 18-2008. Esto supondría el fin del reparto de tierras entre el campesinado pobre para pasar otra vez a las manos de los terratenientes.
La clase trabajadora y el conjunto de las masas seguirán luchando. La clave es que el movimiento se dote del programa capaz de llevarlas hasta la victoria.
Las principales capitales de departamento y el corazón industrial del país han sido sacudidas por la acción organizada del movimiento de masas. El paro nacional tuvo especial significado en ciudades como San Pedro Sula, El Progreso, La Ceiba, Colón, Comayagua, Catacamas, Tela o Danlí. En la capital Tegucigalpa, las manifestaciones llegaron a las inmediaciones de la Universidad Nacional Autónoma, militarizada desde el 5 de septiembre.
El movimiento no se detiene ante la represión salvaje del Estado burgués y su dueño imperialista. La jornada del 7 es sólo el último jalón de la lucha revolucionaria de las masas por transformar sus vidas. La resistencia del movimiento a los ataques del capitalismo tiene un carácter cada vez más ofensivo. Algo que puede verse en el cuerpo de las reivindicaciones fundamentales de la lucha. Junto a demandas para paliar la represión y la sangría de recortes (rechazo de las leyes que promueven el trabajo temporal y por horas, eliminación de la ley público-privada, la cual destruye en la práctica la educación pública) se exigen otras que buscan recuperar el terreno perdido. La consigna central de la lucha en estos momentos es la del incremento del salario mínimo adecuándolo a la carestía de la vida. De la misma forma, se demanda un aumento salarial de los trabajadores públicos. El gobierno, de forma desesperada, intenta engañar al movimiento arrojándole migajas, ofertó que se cobrase parte del salario en bonos y un aumento salarial por debajo de las demandas de los trabajadores. La respuesta de los sindicatos ha sido rechazarlo ya que "menoscaba los intereses de los trabajadores".
Esta movilización se ha visto catapultada por el ascenso de las luchas en el último mes. Sin duda, una jornada de movilizaciones que implica un punto de inflexión en el movimiento ha sido la del 18 de agosto. Convocada por el FNRP y las centrales obreras, en defensa del aumento del salario y contra la última contrarreforma laboral, consiguió movilizar a más de 200.000 trabajadores, estudiantes y campesinos.
Otro momento decisivo en el avance de la resistencia revolucionaria ha sido la lucha de los profesores de educación infantil y secundaria. El movimiento ha adquirido tal fuerza que el gobierno ha tenido que paralizar la ley que privatiza la enseñanza.
El enfrentamiento enconado entre clases también ha hecho su aparición en el campo. El 26 de agosto las organizaciones de campesinos pobres salían a la calle para reclamar que no se derogue el decreto 18-2008. Esto supondría el fin del reparto de tierras entre el campesinado pobre para pasar otra vez a las manos de los terratenientes.
La clase trabajadora y el conjunto de las masas seguirán luchando. La clave es que el movimiento se dote del programa capaz de llevarlas hasta la victoria.