Los 33 mineros atrapados en una mina chilena han sido fuente de sorpresa. Y no nos referimos al accidente en sí, nada sorprendente porque es la consecuencia lógica de la avaricia de unos propietarios que pretenden gastar lo menos posible en seguridad porque lo más importante para ellos son sus beneficios, rasgo que los dueños de la mina San José comparten con el resto de los capitalistas del mundo. Ni tampoco nos referimos a la existencia de connivencia entre los propietarios y la administración pública, que, después de clausurar la mina por incumplir la normativa de seguridad tras la muerte de un trabajador, autorizó su reapertura sin que la empresa hubiese tomado las medidas que esa misma administración le había puesto como condición para ello. Ni siquiera nos referimos a que todos los mineros consiguiesen sobrevivir. No, nos referimos al estupor causado por el hecho de que los mineros atrapados se habían organizado bajo tierra para sobrevivir. Pero, ¿hay realmente tanto de qué sorprenderse?

Tras el accidente, los mineros encerrados organizaron turnos para estar atentos a cualquier indicio de rescate y para hacer limpieza, establecieron las zonas para comer y para hacer sus necesidades, recogieron el agua que se filtraba por la montaña, iluminaron la estancia usando las baterías de las camionetas de mineral y racionaron la comida existente en el refugio subterráneo, que repartían entre todos de forma igualitaria. Hasta los expertos de la NASA que están allí para asesorar están impresionados por "la disciplina espontánea seguida por los mineros". Y por si todo esto fuese poco, cuando por fin se pudo hablar con ellos ¡su primera preocupación no fue cuándo los sacaban de allí, sino si el resto de sus compañeros de turno estaban sanos y salvos! ¡Increíble!

¿Por qué tanta sorpresa en el gobierno chileno, en los medios de comunicación, entre los tertulianos creadores de "opinión pública"? Porque, para todos esos biempensantes, lo "natural" habría sido que los encerrados se hubiesen despedazado entre sí para intentar aumentar su posibilidad individual de sobrevivir. Que, en vez de eso, cooperasen les rompió los esquemas, no les cabe en la cabeza.

Había que buscarle una explicación a tanto milagro. Los curas, como siempre arrimando el ascua a su sardina, lo achacaron a la intervención divina, cosa que, obviamente, a los ateos se nos indigesta un poco. Los servidores de la clase dominante son un poco más finos: todo se debió a que los mineros "tenían un líder". Pero esta explicación es igual de "sobrenatural" porque responde a los prejuicios ideológicos de la burguesía.

Las ideas no son neutrales

El principal medio que tiene la burguesía para mantener su dominación no es la represión, sino la ideología. Utiliza todo su poder para imbuir al conjunto de la sociedad con sus valores de clase, con aquellos valores que le convienen para que no haya cambios fundamentales en la sociedad. Para la burguesía, el bien individual es superior al bien común porque el beneficio lo justifica todo. Por eso propagan el individualismo, el aprovecharse del prójimo, el abuso sobre los débiles, la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno, la ley del más fuerte... Y también, que el que no sigue esos esquemas es tonto, pierde "oportunidades", hace el ridículo, etc. Sí, lo admitimos, la cooperación de 33 personas en una situación tan extremadamente precaria es "antinatural"... pero solamente desde los esquemas ideológicos burgueses. La sorpresa de todos esos individuos fue una sorpresa de clase.

La burguesía concibe la sociedad como una empresa: el propietario da las órdenes y todos los demás obedecen. Para la burguesía, este es el orden natural de las cosas. Por eso ve la historia como el resultado de los actos de las "grandes personalidades": reyes y aristócratas, papas y obispos, grandes capitalistas y hombres de Estado. Para la burguesía, la solución a los problemas depende de un salvador individual, un "hombre fuerte", un caudillo que marque lo que hay que hacer, incluso a sangre y fuego si hay "recalcitrantes" que no lo quieran entender.

Los burgueses tienen tan interiorizado este esquema, les parece tan normal esa obediencia debida, que se la aplican a ellos mismos. Todos en el PP encuentran de lo más normal que sea Rajoy, y sólo él, quien decida, en nombre de todo el partido, quién es y quién no es candidato en las elecciones. Este procedimiento responde al mismo esquema que refleja un famoso lema de la CEDA, el principal partido de la derecha española durante la Segunda República: "Todo el poder para el jefe" (y ya sabemos adónde llevó la cosa).

La historia ha interiorizado esta obediencia debida en el código genético de la burguesía española, una clase parasitaria que se acostumbró durante cuatrocientos años a vivir de la explotación de los campesinos españoles y de los indios y los esclavos negros de las colonias de ultramar, y después, cuando se quedó sin imperio, de la sobreexplotación de la naciente clase obrera de su propio país, siempre con la inestimable ayuda de dos ejércitos, el militar y el eclesial. Por eso al PP le resulta tan difícil estar en la oposición: no soportan no mandar. Ese "todo vale" que caracteriza la actuación del PP como oposición es un reflejo de la inmadurez política de la burguesía española como clase, equivalente, en el plano personal, a la inmadurez del hijo de papá al que siempre le cumplieron todos los caprichos y que, de repente, se encuentra con alguien que le dice que no. Su frustración e ira pueden alcanzar niveles patológicos.

Pero el papel social no sólo imbuye de ideología a la burguesía, también a la clase obrera le ocurre lo mismo, sólo que los valores son distintos porque su papel en la producción es el opuesto al de los burgueses.

Conciencia de clase y producción

La producción capitalista (sobre todo en grandes fábricas, minas, siderurgias, astilleros, ferrocarriles...) le trasmite al trabajador la idea de que el individuo es completamente impotente, que el esfuerzo aislado no sirve para nada, que el trabajo individual sólo es productivo cuando se inserta en el proceso colectivo de la producción y que, por tanto, el papel del individuo sólo es relevante enmarcado en una organización. Estos esquemas y hábitos psicológicos se trasladan a la vida del trabajador. El obrero comprende que él solo es impotente ante el patrón, que sólo uniéndose a los que tienen sus mismos intereses podrá hacer valer su fuerza, que para defender sus intereses individuales tiene que ponerse de acuerdo con sus compañeros para actuar al unísono..., todo lo cual acaba por llevar inevitablemente a la organización sindical o política. Por eso, por mucha presión ideológica que ejerza, la burguesía no puede eliminar la lucha de clases porque está en la naturaleza de su sistema: la producción social y la explotación capitalista son los factores que generan la conciencia de clase entre los trabajadores. Por eso nada ni nadie puede hacer desaparecer el deseo inconsciente de la clase obrera por transformar la sociedad, por eso la clase obrera es la única clase que puede dirigir una revolución socialista.

Una vez que el ciclo de la lucha de clases se pone en marcha, la experiencia les confirma a los trabajadores esos valores y hábitos asimilados de forma inconsciente. Así, de las agrupaciones gremiales se pasó a los sindicatos de empresa, de éstos a las federaciones sindicales locales, y de éstas a los sindicatos de clase a nivel nacional e internacional. Cada experiencia de lucha sindical y política contra la burguesía refuerza más y más esos valores ideológicos: la unión, la solidaridad, la necesidad de la organización, de decidir entre todos y actuar unidos, etc. Por eso los trabajadores podemos creer firmemente en una causa, pero tendemos a desconfiar de los "salvadores". Por eso a muchos trabajadores no nos ha sorprendido nada lo que hicieron los 33 mineros atrapados en esa mina chilena ni que su primera preocupación fueran sus compañeros.

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