Durante dos días miles de personas, principalmente de las clases bajas y medias, trabajadores, jóvenes, desfilaron con banderas, carteles, flores, consignas y llanto frente al ataúd de Néstor Kirchner. La demostración de dolor no era fingida ni la gran mayoría de quienes asistieron a dar su último adiós al ex presidente habían sido llevados allí por maquinarias políticas. Muchos se sorprendieron por aquella espontánea y masiva muestra de afecto popular hacia quien era, hasta el día anterior, el principal blanco de los ataques de los sectores más reaccionarios de la burguesía argentina, empezando por estos últimos.
Para tratar de comprender esta situación hay que retroceder nueve años y ubicarse en la Argentina de 2001, cuando el sistema capitalista en ese país colapsó, como consecuencia de las políticas económicas neoliberales llevadas a cabo en la década de los 90 por Carlos Menem, un representante del ala de derechas del peronismo, que generaron al final de su mandato una pobreza que abarcaba al 30% de la población, un desempleo de 13,8%, una gran desigualdad social y un país endeudado y quebrado. Menem fue sucedido por el radical Fernando De La Rúa, el cual llegó con promesas de cambio pero, al final, mantuvo la misma receta neoliberal y al mismo ministro de economía, Domingo Cavallo. Como era previsible, el modelo hizo colapsar al sistema y en diciembre de 2001, en medio de una caída del PIB de 14% en los dos años de gobierno, un desempleo de 18,3%, una pobreza cercana al 50% y una indigencia de 12,2%. Las masas estallaron ante la gota que rebasó el vaso: la restricción a los retiros bancarios, el famoso corralito, que afectaba, principalmente, a los pequeños ahorradores.
El ‘Argentinazo'
Durante dos días, el 19 y 20 de diciembre de ese año, las masas tomaron las calles, tras varios días de saqueos de supermercados y al grito de: "¡Qué se vayan todos!", protagonizaron una insurrección popular, conocida como el Argentinazo, que hizo trastabillar al régimen de la burguesía. Mientras el aparato represor del Estado burgués reprimía al pueblo en el marco del estado de sitio, la gente se organizaba en asambleas barriales que en muchos casos se constituyeron en instancias de doble poder, planteando programas alternativos de gobierno, nacionalización de empresas y el control obrero. Sólo la ausencia de una dirección revolucionaria le impidió a las masas y a los trabajadores hacerse con el poder; aún así lograron que De La Rúa renunciara a la presidencia de la República. La burguesía debió hacer malabares para mantenerse al frente del Estado. En los 14 días que fueron del 20 de diciembre de 2001 al 2 de enero de 2002 se sucedieron cinco presidentes, demostrando su división interna y su debilidad. Finalmente, sería Eduardo Duhalde, otro representante de la derecha peronista, quien se encargaría provisionalmente del gobierno por casi un año y medio. La breve gestión de Duhalde se desarrollaría en medio de la inestabilidad social y económica y con las masas manteniéndose en las calles. En esta situación desesperada la burguesía recurrió a una de sus fórmulas favoritas para salir del atolladero: la realización de un proceso electoral para elegir un nuevo gobierno.
La victoria electoral de Kichner
El triunfador de dichas elecciones resultó ser Néstor Kichner, un representante del ala progresista del peronismo, que basó su programa en el abandono del neoliberalismo económico, el impulso al"capitalismo nacional", y el rescate de la "justicia social" y el "equilibrio interclasista". En sus cuatro años de gobierno aprovechó los ingresos provenientes de los altos precios de las materias primas agrícolas para lograr tasas de crecimiento cercanas al 10% anual, el desempleo se redujo del 20% al 9%, la tasa de pobreza disminuyó de casi un 50% a un 27%, los salarios reales aumentaron en un 70%, se reformó la seguridad social extendiéndola a los desempleados y al sector informal. Se incrementó 5 veces la inversión en obras públicas, sobre todo en vivienda e infraestructuras. El gasto público creció un 30%, y se anularon las leyes que impedían juzgar a los represores de la dictadura, entre otras medidas. Esta política le deparó la simpatía y el apoyo de un sector de las masas que hasta ese momento había estado olvidado de las políticas de los últimos gobiernos de la burguesía. Esto permitió que su esposa, Cristina Fernández, ganara cómodamente las elecciones de 2007, e igualmente le granjearon la animadversión de la oligarquía, que lo atacó sin tregua desde los medios de comunicación.
Néstor Kirchner no fue un revolucionario, ni creemos que en su proyecto hubiese estado planteado alguna vez el serlo, simplemente cumplió su papel en la historia, en 2003 fue el hombre que salvó a la burguesía de su colapso político, pero también fue el hombre que, posteriormente, con sus tímidas reformas, le devolvió la esperanza a un sector importante de las masas, trabajadores y jóvenes incluidos, y estimuló su participación política. Sin embargo, la respuesta a las necesidades de estos sectores sociales no se encuentra en el kirchnerismo, un modelo reformista e interclasista que no se plantea superar al capitalismo, sino en la construcción de una opción política que tenga como objetivo el socialismo y le otorgue a la clase obrera el papel de principal sujeto histórico en dicha tarea.