60 millones de niños pobres, ¿dónde queda el “milagro chino”?

Wang Fuman, un niño de una aldea pobre de la provincia de Yunnan, se ha convertido en un fenómeno de Internet, siendo conocido como el “niño congelado”, tras aparecer fotografías suyas llegando al colegio con las mejillas rojas y el pelo congelado. Wang tiene que caminar nueve kilómetros diariamente para asistir a su escuela de primaria. El día que fue fotografiado por su profesor, fotografía que se ha hecho viral en las redes sociales, la temperatura era de 9 grados bajo cero.

El sufrimiento de Wang no es excepcional pero el caso ha desencadenado una intensa discusión sobre la pobreza en China, especialmente sobre la pobreza rural. El régimen chino y su amplia maquinaria de control de los medios de comunicación han dado su propia versión de la historia, incluso hablando de Wang como un símbolo del “gran esfuerzo y la fortaleza de la nación china”.  El gobierno señala que está haciendo todo lo posible para superar los problemas sociales heredados, pero en realidad es su propia agenda pro-capitalista la que ha creado una brutal desigualdad, condenando a la mayor parte de la China rural al estancamiento y el atraso.

Los recortes del gobierno provocaron el cierre entre 2000 y 2015 de tres cuartas partes de todas las escuelas de primaria rurales, más de 300.000. Los gobiernos locales, que soportan el 60% del gasto educativo, prefieren ahorrar dinero en educación y desviar dichos fondos a acuerdos inmobiliarios y proyectos de infraestructuras que incrementan el PIB local al tiempo que enriquecen a las elites capitalistas locales y a los funcionarios. Esta es la lógica del capitalismo, que los ricos se hagan aún más ricos, no pudiendo explicarse  sólo esta situación como consecuencia de la actuación de las administraciones locales corruptas, incluso aunque esto sea cierto.

Cierres masivos de escuelas

El cierre de escuelas en muchos pueblos ha obligado a los niños s a viajar largas distancias o ir a internados. Esto ha generado nuevos problemas como la masificación y autobuses escolares inseguros, más gastos para poder continuar estudiando que han supuesto un aumento de la tasa de abandono escolar, y también a un nuevo boom para el negocio de los internados. Éstos últimos a menudo están sucios, masificados, como los descritos en una novela de Dickens según Bloomberg News (6/4/15): “El hambre y la soledad son algo común”. La media de altura de los alumnos de los internados rurales es tres centímetros inferior a la del resto de alumnos.

A pesar de que la ley establece nueve años de educación gratuita, esto en la práctica no ocurre con muchos niños en el ámbito rural. Menos de la mitad terminan la educación primaria, comparado con el 90% en el caso de las ciudades chinas.

En los últimos 5 años los profesores chinos han protagonizado cientos de huelgas por los bajos salarios, atrasos en el pago de los mismos y por las pensiones. Según un artículo de China Labour Bolletin, ONG con sede en Hong Kong, “algunas de las protestas más grandes, mejor organizadas y más contundentes en China en los años recientes las han realizado los profesores”. Por supuesto, como ocurre con otros grupos en China, la ley les prohíbe formar auténticos sindicatos.

Los bajos salarios y las pensiones también han provocado un éxodo de profesores de las escuelas rurales, otro factor que alimenta el programa de cierre masivo de escuelas de los últimos quince años. Son numerosos los casos de estudiantes apiñados en un aula sin suficientes profesores y recursos.

La política de austeridad para mantener los beneficios empresariales y la falta de financiación han provocado una situación crítica en la educación en el campo. Desde los años noventa el objetivo del gobierno es destinar el 4% del PIB a educación (la media global es del 4,8%), pero muchas provincias y gobiernos locales aún no han alcanzado ese nivel.

Millones de niños “abandonados a su suerte”

El “niño congelado” Wang es uno de los más de 60 millones de niños “abandonados a su suerte” en China, término utilizado para los niños rurales cuyos padres se ven obligados a emigrar a las ciudades más ricas en busca de trabajo, a veces a miles de kilómetros de distancia, y que solo regresan para ver a sus hijos una o dos veces al año. Estos niños son dejados bajo el cuidado de parientes o vecinos, o metidos en un internado. En algunos casos incluso no hay adultos que cuiden de ellos. ¿Dónde está el ‘Milagro Chino’ para los niños de Xi Jinping?

Un estudio de 2014 encargado por el gobierno provincial de Heilongjiang encontró que casi la mitad estos niños sufren depresión y ansiedad, comparado con el 30% de los niños que viven en las ciudades. Los estudios de las ONG en la provincia de Shaanxi han encontrado que abundan las enfermedades físicas, incluida la malnutrición, parásitos intestinales y anemia, concluyendo que muchos niños en el campo están “demasiado enfermos para estudiar”. Estas enfermedades son resultado directo de la pobreza y pueden provocar un daño irreversible en el cerebro  y en el desarrollo de su inteligencia.

Muchas comunidades rurales casi no tienen adultos en edad de trabajar, ya que todos han emigrado a las ciudades, lo que supone que se cargue sobre los ancianos y los niños el trabajo agrícola. El profesor de Wang Fuman también publicó fotos de sus manos encallecidas, ya que tiene que trabajar la tierra para ayudar a su abuela.

La dureza y el trauma emocional de estos niños “abandonados” contrasta enormemente con el modo de vida de la descendencia de la elite multimillonaria China, incluidos los hijos de los funcionarios ‘comunistas’. Muchos de estos jóvenes privilegiados son enviados a escuelas y universidades en el extranjero para conseguir la “mejor” educación, a pesar de la constante propaganda pública anti-occidental del régimen. Wang Sicong, por ejemplo, hijo del magnate inmobiliario multimillonario Wang Jianlin, ha estudiado sólo en el exterior, desde la escuela primaria hasta la universidad. Según un informe de la revista Foreign Policy (6/2/17), más del 80% de los funcionarios del gobierno tanto de las administraciones municipales como de gobiernos locales y del gobierno central envían a sus hijos a estudiar fuera.

280 millones de trabajadores chinos inmigrantes son carne de explotación

El sufrimiento de niños como Wang es la cruel contrapartida del llamado milagro económico Chino, construido sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de más de 280 millones de chinos inmigrantes superexplotados procedentes del interior pobre del país. Uno de cada tres trabajadores de la fuerza laboral en China son inmigrantes internos. El sistema hukou, que asigna de por vida el estatus “rural” o “urbano” a todos los niños al nacer, ha sido un mecanismo clave para segregar y someter a dichos trabajadores inmigrantes chinos a las formas más crudas de explotación.

Estos inmigrantes, con muy pocas excepciones, no estás autorizados a obtener el estatus permanente en las ciudades donde trabajan, en algunos casos incluso después de vivir allí durante tres décadas. No tienen derecho a enviar a sus hijos a las escuelas de la ciudad y tienen bloqueado el acceso al mercado inmobiliario, aunque de cualquier manera no podrían acceder a él fruto de los elevados precios de las viviendas y de sus bajos salarios. En 2014, sólo el 16,4 por ciento de los inmigrantes de otras provincias tenían una pensión y sólo el 18,2% tenía seguro médico, según el National Bureau of Statistics de China.

El vertiginoso desarrollo económico de China ha creado una de las brechas entre ricos y pobres más extremas del mundo. China tiene un 36% de los multimillonarios del mundo, más que cualquier otro país incluido EEUU. Por otro lado, según un estudio de la Universidad de Pekín, el 25% más pobre de las familias chinas (más de 340 millones de personas) sólo tienen el uno por ciento de la riqueza total del país.

La pobreza se mantiene particularmente en el campo, que aún es el hogar del 43 por ciento de la población (590 millones de 1.300 millones), pero también existe en las ciudades y especialmente en muchas de las nuevas urbes, consecuencia del programa permanente de urbanización impulsado por el gobierno. El gobierno planea para el año 2020 trasladar a las ciudades a 100 millones de personas de las zonas rurales, partiendo de la premisa de que los habitantes de las ciudades tienen una renta per cápita más elevada que sus equivalentes en el campo.

Pero en muchos casos este proceso de urbanización ha desarraigado a campesinos pobres que podían sobrevivir de alguna manera con lo que cultivaban, y los han derivado a nuevos proyectos urbanos donde los precios son mucho más altos y donde carecen de una economía local viable. Lo que espera a muchas de estas familias recolocadas a menudo es el desempleo o un empleo precario, lo que ha supuesto cambiar una forma de pobreza (rural) por otra (urbana).

El principal motor del programa de urbanización del régimen es la necesidad de llenar docenas de ciudades fantasmas que se han extendido consecuencia del frenético boom de la construcción y las infraestructuras durante la última década, y tratar así de evitar el colapso del mercado inmobiliario. En ningún caso existe una preocupación por mejorar la vida de los más pobres.

En el XIX Congreso del Partido “Comunista” Chino (PCCh) celebrado en octubre, el presidente Xi Jining destacó las políticas contra la pobreza como un aspecto clave en su próximo mandato de cinco años y su mantra sobre el “milagro Chino”. Prometió erradicar la pobreza para 2021, año en que el PCCh celebrará su centenario. El régimen da cifras impresionantes, aunque cuestionables, para demostrar sus conquistas en este terreno. Según datos oficiales, en China sólo 43 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza, aunque esta cifra es consecuencia de medir la pobreza con un nivel extremadamente bajo de ingresos, 2.300 yuanes (350 dólares) anuales. Algunos se han burlado de esta metodología, calificándola como un mecanismo de “antipobreza digital”, ya que al mover a su gusto dicha línea de pobreza el Gobierno por supuesto puede obtener maravillosos resultados desde el punto de vista propagandístico, pero que nada tienen que ver con cambiar las condiciones económicas de decenas de millones de familias pobres.

Una guerra contra la “población con bajos ingresos”

El pasado noviembre,  un incendio mortal en un distrito de inmigrantes de Beijing fue aprovechado por el gobierno de la capital para comenzar una campaña de desahucios y demoliciones de viviendas de inmigrantes apelando a la “seguridad contra los incendios”. Se dijo a decenas de miles de personas que debían abandonar Beijing expulsándoles de sus casas casi sin avisar, en medio de un clima de heladas, sin alternativa de alojamiento y sin compensación ni ayuda alguna. Muchos perdieron sus pertenencias  en esos desalojos forzosos, utilizando la policía excavadoras y maquinaria pesada e incluso amenazando a las ONGs  y grupos de voluntarios que intentaban suministrar alimentos y alojamiento a las personas desahuciadas. Esta inmensa campaña de “limpieza social” llevada a cabo con métodos brutales generó una enorme reacción a través de las redes sociales. Que gobierno y medios de comunicación pretendieran vendernos que estas medidas tenían como objetivo “la población con bajos ingresos” acrecentó la campaña de críticas contra el gobierno.

Los desalojos masivos en Beijing, y operaciones parecidas aunque más pequeñas en otras ciudades, son parte de una estrategia clara de cara limpiar los distritos más viejos y pobres en favor de un nuevo desarrollo en beneficio de sectores más adinerados, impulsando su gentrificación, y generando aún más beneficios en favor de las inmobiliarias e incrementando los ingresos del gobierno.

Los inmigrantes se instalan en estos distritos superpoblados, inseguros y con minúsculos espacios para vivir, los únicos accesibles en ciudades tan caras como Beijing donde el coste de la vivienda está entre los más altos del mundo. La guerra a esta “población con bajos ingresos” ha mostrado la verdadera cara de las autoridades de la ciudad: arrogante, avariciosa y con un desprecio de clase absoluto hacia los pobres.

El gobierno prometió reformar el sistema hukou, pero en vez de acabar con el mismo han introducido el “hukou 2.0”, que sólo implica modificaciones pero que continúa manteniendo el sistema de controles legales sobre los movimientos de los pobres. Con estas reformas, las ciudades menos desarrolladas y menos atractivas  de “nivel 3 y 4” sufrirán una cierta relajación de las restricciones del sistema hukou de cara a poder absorber cierta inmigración del campo, pero los controles de migración  para las ciudades más ricas de “nivel 1 y 2” se estrecharán poniéndose límites a la “población con bajos ingresos”.

La propaganda del régimen desvía la atención apelando a la caridad

Por otro lado, el caso del pequeño Wang ha desencadenado otro intenso debate en las redes sociales, ya que el régimen y su maquinaria propagandística han intentado hacerse con el control de la historia centrándose los medios del estado en difundir noticias sobre donaciones caritativas a la familia de Wang, a su escuela y a sus compañeros. Un empresario incluso ha ofrecido al padre de Wang, trabajador de la construcción, un empleo más cercano a su casa para que pueda vivir con Wang y su hermana.

Las empresas estatales y la Juventud Comunista (una institución del estado que nada tiene que ver con una organización comunista juvenil real) han dado publicidad a dichos donativos de dinero, ropa de invierno y equipamiento de calefacción. Miles de individuos en toda China, conmovidos por la historia de Wang, han hecho donativos individuales generosos, recogiéndose  más de 2,2 millones de yuanes.

Esto refleja los buenos sentimientos de una parte de la población china, pero la caridad no es la respuesta al azote de la pobreza. La pobreza es parte del sistema, y el sistema sólo se puede cambiar con la acción política de masas. Y además es muy cuestionable cuántos de dichos donativos realmente llegarán a la familia de Wang o realmente serán utilizados para aliviar la pobreza.

Las agencias y compañías del gobierno se han aprovechado rápidamente de esta oleada caritativa despertada por el caso Wang, pudiendo desarrollar una campaña de relaciones públicas muy barata. Para ricas instituciones del estado como la Juventud Comunista los donativos a la escuela de Wang son migajas, y una ganga en términos de la publicidad que generan. Dichos fondos están constituidos además por dinero público y deberían destinarse a educación y otros servicios sociales como un derecho, y no como meros actos de “caridad”. Actuando así, el gobierno espera ocultar su papel en la implementación de políticas antiobreras que han empobrecido aún más a los pobres y enriquecido aún más a los ricos, lo que incluye el enorme derroche de fondos públicos en proyectos de infraestructuras faraónicos, a menudo en beneficio de sus amiguetes  capitalistas.

El gobierno y sus distintas agencias ofrecen “caridad”, una gota en el océano comparada con la inmensa pobreza que aún existe en China. Pero la clase trabajadora tiene derecho a exigir una financiación adecuada del sistema educativo, salarios más elevados para los profesores y que se ponga fin a los cierres de escuelas, junto a un programa de estímulo de la infraestructura rural bajo el control democrático de los propios trabajadores.

La terrible explotación de los trabajadores inmigrantes chinos y el azote de 60 millones de niños “abandonados a su suerte” deben terminar. Esto requiere la abolición inmediata del sistema hukou y aumentar masivamente el gasto del gobierno en sanidad, educación y pensiones para crear un estado de bienestar igualitario y moderno, y servicios públicos para todos los ciudadanos. Al mismo tiempo se deben  imponer impuestos más elevados sobre la clase parasitaria de multimillonarios, incluyendo la expropiación de las millones de casas vacías que hay en las ciudades chinas y que deben ser destinadas a cubrir las necesidades públicas. Las políticas socialistas, poniendo la economía bajo el control democrático de la clase obrera para terminar con la explotación capitalista, son la única salida para erradicar la pobreza.

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