Un video de nueve minutos hecho por el New York Times podría costar quince años de prisión al activista por los derechos de la lengua tibetana, Tashi Wangchuk. Es la última víctima de una represión sin precedentes en la que cientos de disidentes y defensores de los derechos democráticos y sociales, han sido detenidos, secuestrados, ‘desaparecidos’, torturados, obligados a aparecer en ‘confesiones’ televisadas y en muchos casos castigados a severas condenas de cárcel como ejemplos disuasorios para otros que osen desafiar las políticas de Beijing.

Tashi de 32 años de edad es un comerciante de la prefectura tibetana de Yushu en la provincia de Qinghai. Fue detenido dos meses después de aparecer en un documental del periódico norteamericano. Estuvo retenido durante dos años en una detención secreta y luego el 4 de enero de este año fue condenado por “incitar al separatismo”. El vídeo (ver enlace más abajo) fue reproducido en el juicio de cuatro horas, según el consejo de defensa de Tashi Wangchuk, y fue la principal ‘prueba’ contra él. Falta que el tribunal dicte sentencia pero se teme que pudiera condenarle a quince años de prisión.

Los tribunales de China están bajo el férreo control del régimen y tienen una tasa de condenas del 99%, el 100% en el caso de juicios políticos como éste. Los observadores internacionales han condenado la detención y el juicio de Tashi Wangchuk, Amnistía Internacional lo ha calificado de “vergüenza” basada en “cargos descaradamente inventados”.

El caso también subraya el incremento de la opresión hacia los grupos de minorías étnicas en China. Tibetanos, musulmanes uigures y otras minorías incluidos los kazajos, que en su mayoría viven en Xinjiang, y que ahora se enfrentan a una represión feroz, a la discriminación por su característico aspecto físico, pérdida de derechos, represión y penurias económicas. Con la política del régimen actual este destino también se está extendiendo al “privilegiado” y nominalmente “autónomo” Hong Kong.

Desde que estallaron las protestas de masas en Tíbet en 2008, la represión del Estado en nombre de la lucha contra el “separatismo” y el “terrorismo” ha escalado hasta niveles sin precedentes. En esta corta entrevista de vídeo Tashi Wangchuk describe la vida de los tibetanos corrientes como “llena de presión y miedo”. Algunos hechos ilustran la angustia del pueblo tibetano bajo la política ultrarepresiva de China:

  • • Desde 2009 se han producido 140 autoinmolaciones, que son protestas desesperadas contra la represión.
  • • Hay más de 1.800 prisioneros políticos tibetanos, muchos en prisión por escribir o hablar.

 Ver vídeo de The New York Times, ‘A Tibetan’s Journey for Justice’

No es un revolucionario

Tashi claramente no es un revolucionario ni un defensor de la independencia tibetana. El periodista del New York Times Johan M. Kessel, que hizo la película de Tashi, dice que durante su reunión con el tibetano éste le dijo específicamente que no apoyaba la independencia. Como muchos otros que han sido objetivos de la represión de los últimos años, simplemente ha defendido la reforma dentro del sistema, no defiende un cambio político más radical o la caída de la dictadura.

La directora de Human Rights Watch China, Sophie Richardson, ha dicho que: “Todo lo que ha hecho Tashi Wangchuk es defender pacíficamente los derechos garantizados constitucionalmente. Si las autoridades chinas consideran que ‘incita el separatismo’ es difícil llevarles la contraria”.

Tashi fue a Beijing a defender la restauración de la enseñanza del idioma tibetano en las escuelas, que como otras muchas lenguas ha sido eliminada de todos los niveles educativos en favor del mandarín (putonghua), considerado el único lenguaje en la enseñanza. La lengua tibetana, mongola o turkic uigur, por ejemplo, se pueden estudiar como el inglés o el francés, es decir, idiomas “extranjeros”, pero ya no son idiomas del plan educativo.

Eso no sucedía en el pasado. Incluso durante los años de Mao, universalmente citados como la ‘edad oscura’ de la represión, esta política rígida sobre el idioma no se aplicaba. Y las políticas actuales del régimen chino no tienen nada que ver con el genuino marxismo o socialismo. Tomemos por ejemplo la posición extremadamente sensible y democrática de Lenin, líder de la Revolución Rusa, hacia la cuestión del idioma. Antes de la revolución él escribía:

“Por eso los marxistas rusos dicen que no debe haber un idioma oficial obligatorio, que la población debe disponer de escuelas en las que la enseñanza se imparta en todos los idiomas locales y que en la Constitución figure una ley fundamental que prohíba todos los privilegios de cualquier nación y toda la violación de derechos de una minoría nacional”. (¿Es necesario un idioma oficial obligatorio. V. I. Lenin. Enero 1914)

La pretensión del actual régimen chino de que sólo hace falta un único idioma oficial, el mandarín, para facilitar el desarrollo económico y la integración es falsa y es un punto de vista miope. Refleja una cruda mentalidad policial donde la coerción es la respuesta a cada uno de los problemas. Muchas sociedades desarrolladas económicamente funcionan con sistemas educativos y entornos empresariales multilingüísticos, desde Suiza a Singapur. Pero la política idiomática de Beijing forma parte de la agenda nacionalista de mantenimiento del control político desde el centro.

La fractura de China

En la década pasada, como aumentaban los temores de Beijing al malestar de masas y la ruptura de China, se ha extendido la aplicación de medidas represivas, especialmente en las regiones tibetanas y en las de mayoría musulmana como Xinjiang. Han reclutado a decenas de miles de policías auxiliares, han militarizado los establecimientos religiosos y creado un ‘estado paralelo’, totalmente opaco, que dispone de la última tecnología de vigilancia masiva. Estos métodos se están probando en regiones minoritarias para utilizarlos en el futuro contra la mayoría china han, contra trabajadores en huelga o manifestantes contra la contaminación.

La actual política idiomática del régimen contradice la Constitución china que incluye garantías de libertad para que las distintas etnias y nacionalidades puedan utilizar su propia lengua hablada y escrita. Estas cláusulas, como el resto de la Constitución (que también ‘garantiza’ los derechos democráticos y la libertad de expresión) son inútiles. Este es el punto central del presunto ‘crimen’ de Tashi Wangchuk que, como demuestra el documental del New York Times, fue a Beijing a pedir a las autoridades para defender las garantías constitucionales del idioma del pueblo tibetano.

Su juicio por “incitar al separatismo” envía un mensaje inequívoco pero quizás no el que pretende el régimen chino. Éste quiere proyectar una imagen de fuerza, de su decisión de aplastar a la oposición. Pero, voluntario o no, incluye otro mensaje, que es imposible perseguir la ‘reforma’ dentro del sistema autoritario chino. Si defiendes incluso las reformas más limitadas, especialmente si lo haces públicamente o avergüenzas a la dictadura al pedir un cambio de su propia Constitución, serás castigado con la misma malicia que si defendieras la revolución. De esta manera la dictadura sólo deja un camino abierto a los que quieren y necesitan un cambio, el camino de la revolución.

Más que crear ‘estabilidad’, la represión sin precedentes de las regiones con minorías étnicas, está sembrando una mezcla explosiva de desilusión, miedo y rabia, convirtiendo al régimen chino en el promotor más poderoso de las demandas de independencia nacional, como ha sucedido en Hong Kong. Con estas políticas, el dominio de China no se fortalece, a largo plazo se socava. La inútil misión de Tashi Wangchuk en Beijing y la reacción del régimen le han convertido en un héroe entre la juventud tibetana. Pero ¿la generación más joven comparte su creencia de que es posible lograr que Beijing ‘escuche’ argumentos razonables?

Sólo construyendo organizaciones de la clase obrera que unan a los oprimidos de todas las étnicas en la lucha común es posible derrotar la represión y el domino arbitrario de un régimen dictatorial. Eso es parte de la lucha global contra la grotesca desigualdad, la opresión nacional, la destrucción del medio ambiente, la guerra y la ocupación extranjera. Estos horrores nacen de la naturaleza del capitalismo global que es el principal pilar de apoyo del actual régimen estalinista en China.

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