Los días 8 y 9 de enero la clase obrera de India protagonizó la que ha sido hasta ahora la mayor huelga de la historia. Más de 200 millones de trabajadores, sobre una población de 1.370 millones, respondieron al llamamiento de las principales organizaciones sindicales y paralizaron el país durante 48 horas, en demanda de unas condiciones dignas de trabajo y de vida y en contra de la reforma laboral que el gobierno aprobó unos días antes.
Esta huelga ha superado en amplitud a las anteriores huelgas generales de septiembre de 2015 y septiembre de 2016, las primeras que se convocaron contra las terribles consecuencias laborales y sociales de las medidas neoliberales aplicadas desde 1991. Desde esa fecha hasta 2017 el PIB per cápita anual de India se sextuplicó con creces, pasando de 318 dólares a 1.976, pero hasta ahora los trabajadores sólo han recibido una mínima parte del incremento general de la riqueza creada gracias a su esfuerzo.
La lucha de la clase obrera india contra el gran capital internacional
El éxito de esta huelga, y de las movilizaciones que con toda seguridad se producirán en un próximo futuro, no sólo tiene implicaciones para los trabajadores indios, sino que atañe muy directamente a la clase obrera de todo el mundo. Desde que el actual primer ministro Narendra Modi, líder del partido conservador Bharatiya Janata (BJP), alcanzó la jefatura de gobierno en 2014 la inversión extranjera se disparó, alcanzando cifras anuales que oscilan entre los 40.000 y los 60.000 millones de dólares.
Multinacionales de todo el mundo han escogido India para instalar sus fábricas, sus factorías de construcción de software y sus centros de servicios. El crecimiento de la inversión ha sido tan boyante que India ha sobrepasado a China en lo que respecta al aumento anual del PIB, y las grandes instituciones económicas internacionales señalan que su economía tomará el relevo de la china como motor del capitalismo mundial.
Pero este auge de la inversión y del crecimiento se basa casi exclusivamente en salarios de miseria y en una precarización creciente de la mano de obra. En India no existe salario mínimo (lo que el gobierno publica como “salario mínimo” no es más que una recomendación sin valor legal), y el gobierno de Modi ha ido aprobando leyes que restringen gravemente la negociación colectiva. La gota que colmó el vaso y desencadenó la inmediata convocatoria de la huelga fue la aprobación el 2 de enero de una nueva legislación laboral que permitirá a las empresas flexibilizar y precarizar aún más las condiciones de trabajo, y que impone nuevas trabas a la actividad sindical de los asalariados, eliminando derechos que estaban en vigor desde la aprobación de la Trade Unions Act del año 1926.
Con estas medidas anti obreras y con un programa de privatizaciones que está a punto de acabar con el antaño poderoso sector público de India, Modi quiere atraer inversiones extranjeras masivas al mismo tiempo que intenta abrir los mercados de los países más desarrollados a las inversiones de los gigantescos consorcios privados indios, empresas que, como Reliance Industries, Tata Group o Wipro, se cuentan entre las mayores del mundo.
La expansión capitalista multiplica la miseria
Los salarios de miseria y las condiciones laborales casi esclavistas han animado a muchas empresas europeas y norteamericanas, entre ellas Inditex, El Corte Inglés, Carrefour o Cortefiel, a trasladar a India gran parte de sus líneas de producción, y han favorecido que los principales capitalistas indios amasen fortunas ingentes y puedan permitirse dispendios tan escandalosos como el realizado hace un mes por Mukesh Ambani, propietario de Reliance Industries, que se gastó 100 millones de dólares en la boda de su hija.
Pero la contrapartida de esta obscena acumulación de riqueza en manos de un puñado de grandes potentados es que, al mantener a la inmensa mayoría de la población en la pobreza más extrema, carecen de un mercado interior suficiente para rentabilizar sus inversiones, y en consecuencia están obligados a acelerar la integración de la economía india en un mercado capitalista global aquejado desde hace una década por una grave crisis de sobreproducción. Para hacerse un hueco en ese mercado mundial saturado, el capitalismo indio está dispuesto a demoler incluso los mínimos avances laborales y sociales conquistados después de la lucha por la independencia contra el dominio colonial británico en 1947, extendiendo y generalizando la peor de las miserias.
En el último año, a pesar del auge de la inversión y del crecimiento económico, se eliminaron 11 millones de puestos de trabajo, y la OIT estima que en 2019 serán 19 millones más. Esta dramática destrucción de empleo va acompañada de un hundimiento de los salarios reales debido a la escalada de los precios de los productos básicos. Es habitual en las ciudades indias que los trabajadores menos cualificados deban trabajar jornadas de 12 horas diarias por un sueldo mensual que oscila entre 90 y l30 euros, un importe que a duras penas permite sobrevivir.
La situación para el 66% de la población india que vive en zonas rurales es aún más horrible. Las tres cuartas partes de los hogares campesinos ingresan menos de 60 euros mensuales y necesitan recurrir al crédito de bancos o de usureros para subsistir. La desesperación de estas familias es tal que en los últimos años más de 300.000 campesinos se han suicidado para escapar del acoso de los acreedores.
El campesinado indio tiene una gran tradición de lucha y de rebeliones, muy vinculada en algunos estados a organizaciones guerrilleras de inspiración maoísta. En los últimos meses las protestas campesinas se han extendido por toda India, y las principales organizaciones campesinas se sumaron a la huelga general, sentando las bases de una alianza de trabajadores del campo y de la ciudad que podría poner en cuestión la dominación del sistema capitalista.
La burguesía india azuza el fundamentalismo y la opresión de las mujeres
Incapaces de impulsar el desarrollo económico y social de India, la burguesía utiliza el fundamentalismo religioso para intentar dividir y enfrentar a los trabajadores. El BJP tiene un largo historial como impulsor de la violencia sectaria, y el primer ministro Modi, cuando fue jefe de gobierno del estado de Gujarat, promovió abiertamente el enfrentamiento sectario entre hinduistas y musulmanes, provocando una masacre en la que murieron más de 2.000 personas y en la que participaron a plena luz del día efectivos de la policía del estado.
A pesar de su aparente “modernidad”, la burguesía india tiene que apoyarse en el sistema tradicional de castas y en lo más retrógrado de la tradición religiosa hinduista para mantener su dominio de clase. Uno de sus principales resortes en este terreno ha sido dar cobertura legal a los intentos de los sectores más reaccionarios de discriminar a las mujeres atribuyéndoles la condición de seres “impuros”.
Precisamente como protesta por estos intentos de consagrar legalmente la más abyecta discriminación de las mujeres, unos días antes de la huelga general alrededor de 5 millones de mujeres organizaron un muro humano de 620 kilómetros e hicieron retroceder al fundamentalismo. Sin duda, en India, como en el Estado español, Latinoamérica o Irlanda, la movilización de las mujeres trabajadoras va a jugar un papel decisivo para impulsar un movimiento de rebeldía que una a toda la clase trabajadora y los oprimidos por encima de las barreras artificiales del fundamentalismo religioso y del sistema de castas.
El gobierno de Modi en la cuerda floja. Los obreros y campesinos indios necesitan una alternativa socialista.
El éxito de la huelga general se ha producido cuando apenas faltan cuatro meses para las elecciones generales en India. Las últimas elecciones regionales han sido un fracaso para Modi y el BJP, que está sufriendo un intenso desgaste como consecuencia del ascenso de la movilización social.
De momento, el gran beneficiado por la caída electoral del BJP ha sido el Partido del Congreso, el partido nacionalista burgués de Nehru y de Gandhi, que gobernó India durante varias décadas y que fue el pionero de las privatizaciones y de la desregulación económica. El Congreso ha conseguido recuperar recientemente el control de tres estados, pero se ve debilitado por la competencia de otro partido de raíces religiosas y de casta, el Bahujan Samaj (BSP - Partido de la Sociedad Mayoritaria), que ha tenido un gran crecimiento en el estado de Uttar Pradesh que, con más de 200 millones de habitantes, es clave para ganar las elecciones.
Una alianza de oposición al BJP, liderada por el Partido del Congreso, se vislumbra como la posible alternativa vencedora. Pero este cambio en la cúpula del Estado no modificará en absoluto la situación de la inmensa mayoría de la población. La causa última de la miseria no son las políticas reaccionarias de Modi y el BJP, sino la crisis general del sistema capitalista, que en India está mostrando sus más espantosas consecuencias.
Por eso es un error que los dos grandes Partidos Comunistas de India sigan proponiendo el apoyo a una coalición liderada por el Partido del Congreso como “mal menor” frente al BJP. Apoyándose en el inmenso éxito de la huelga general es el momento de que los Partidos Comunistas rompan con su política de colaboración de clases, y propongan un programa revolucionario capaz de unir a este poderoso movimiento obrero con el campesinado para derrocar el régimen capitalista y abrir la senda para la transformación socialista de India.