El espectacular desarrollo económico de China no sólo ha alimentado el crecimiento de la economía mundial en las dos décadas anteriores, sino que se convirtió en un arma ideológica en manos de la burguesía. En los últimos años, numerosos analistas económicos deslumbrados por las cifras de crecimiento de dos dígitos del PIB chino, no se arrugaron a la hora de afirmar que el joven capitalismo chino, a diferencia del norteamericano o europeo, poseía atributos especiales que evitarían el estallido de la crisis o la neutralizarían. Aparentemente, la economía de mercado había conseguido superar sus límites en China.

El espectacular desarrollo económico de China no sólo ha alimentado el crecimiento de la economía mundial en las dos décadas anteriores, sino que se convirtió en un arma ideológica en manos de la burguesía. En los últimos años, numerosos analistas económicos deslumbrados por las cifras de crecimiento de dos dígitos del PIB chino, no se arrugaron a la hora de afirmar que el joven capitalismo chino, a diferencia del norteamericano o europeo, poseía atributos especiales que evitarían el estallido de la crisis o la neutralizarían. Aparentemente, la economía de mercado había conseguido superar sus límites en China.

Sin embargo, el desarrollo explosivo de las fuerzas productivas en la denominada fábrica del mundo no tiene tanto que ver con la capacidad del capitalismo para superar sus contradicciones, como con unas condiciones políticas y económicas excepcionalmente favorables, tanto en el interior de China como a escala mundial. En primer lugar, las reformas procapitalistas se aplicaron en una economía fuertemente centralizada y bajo el firme control del Estado por parte de la burocracia estalinista del PCCh, que se benefició a su vez de una inversión masiva y continuada de capital extranjero. El panorama se completaba con una fuerza laboral superabundante gracias a la migración de millones de campesinos a la ciudad, extraordinariamente barata y carente de cualquier derecho. En estas condiciones la extracción de plusvalía se disparó, acelerando el crecimiento de los beneficios, tanto para los monopolios extranjeros como para los capitalistas nativos.

Sobreproducción, especulación e inflación

Pero finalmente, estas particulares condiciones de acumulación capitalista no han podido evitar la crisis. La economía china como productora de mercancías baratas se ha convertido en un vehículo de propagación de la sobreproducción en el mercado mundial y, a su vez, en víctima de la contracción que sufre la economía estadounidense y europea. Por primera vez, la economía china padece los síntomas de la sobreproducción y la sobreinversión de capitales.
La industria juguetera china, que supone el 70% del total de la producción mundial, se enfrenta al cierre del 50% de sus fábricas en 2008 por la caída de la demanda, fundamentalmente en EEUU1 y la UE. Por su parte, la industria del acero china ha procedido a una reducción drástica de su producción2. La caída de la demanda ha provocado un desplome de un 40% del precio de esta mercancía en octubre, inducida en buena parte por la contracción de la construcción, sector al que destinaba un 38% de su producción.
De hecho, el gigante asiático ha desarrollado también una burbuja inmobiliaria. El crecimiento de las infraestructuras necesarias para la producción, almacenaje y transporte de las mercancías que inundaban el mercado mundial, ha ido acompañado de un incremento del 100% en el precio de las viviendas de las principales ciudades chinas en los últimos seis años. Finalizado el boom constructor en torno a las Olimpiadas del pasado verano, la burbuja ha empezado a dar síntomas de debilidad: la caída de las ventas en zonas urbanas alcanzan ya más de un 35%, llegando al 50% en ciudades como Shangai. Al calor de estos procesos, el virus de la especulación infectó también a la bolsa china, cuyo ascenso y caída ha sido igual de frenético: un crecimiento del 70% en 2007 y un descenso de más de un 50% en lo que va de año. Este estrepitoso desplome está afectando severamente a las capas medias3, el sector de la población que concentra las esperanzas para elevar el consumo interno del país.
También la inflación se ha disparado, a pesar de las maquinaciones del gobierno por ocultar este hecho. Si en mayo de este año la inflación media rozaba el 8% según cifras oficiales, la cesta básica de la compra había subido un 23% a comparación del año pasado.

¿Conseguirán las medidas del gobierno mantener en pie la bicicleta?

En este contexto la economía china se enfrenta a la amenaza de un crecimiento explosivo del desempleo. Si bien no es fácil disponer de estadísticas, lo que sí podemos afirmar es que miles de empresas ya han echado el cierre. El parón de la economía está siendo tan brusco que de un crecimiento del PIB de un 11,9% el año pasado, se ha pasado a un discreto 9% en septiembre y una previsión para 2009 que oscila entre el 8,5 y el 7,5%. A diferencia de Europa o EEUU, crecer por debajo del 8% significa para China condiciones económicas y sociales propias de una profunda recesión. De hecho, es habitual que se establezcan símiles entre el crecimiento chino y la estabilidad de una bicicleta. Un vehículo de tres o cuatro ruedas puede ir a baja velocidad e incluso permanecer detenido sin venirse abajo, sin embargo, una bicicleta precisará alcanzar una determinada velocidad para mantener la estabilidad y evitar su caída.
Los dirigentes del PCCh, conscientes de los peligros que entraña la actual situación, han anunciado diferentes medidas para hacerle frente. Por un lado, han aprobado una ambiciosa reforma de la propiedad de la tierra en China que amplía legalmente el tiempo de alquiler y usufructo de la tierra, lo que provocará una concentración de la misma en manos de terratenientes y empresas monopolistas del sector agroalimentario. Por otro, ha anunciado un plan de inversión de 488.000 millones de euros para acometer grandes obras públicas que ayuden a mantener el empleo y la demanda en la construcción y los sectores que de ella dependen. También han recortado drásticamente los tipos de interés para animar el consumo y la inversión. Si bien es cierto que dinero no falta en las arcas del Estado chino4 y no se puede descartar que estas actuaciones puedan tener algunos efectos beneficiosos sobre la economía a corto plazo, no podemos compartir la perspectiva de que estas medidas, por sí solas, evitarán la crisis. Recordemos la reciente experiencia del coloso económico japonés. El Estado nipón, intentando combatir la parálisis prolongada de su economía durante la década de los 90, invirtió 440.000 millones de dólares entre 1998 y 2003, y llegó incluso a establecer tipos de interés cero, que en la práctica eran negativos teniendo en cuenta la inflación. Tras una breve y prácticamente imperceptible recuperación, que fue alimentada en buena parte gracias al incremento de sus exportaciones a China, se encuentra nuevamente en recesión.
No olvidemos que la economía del dragón asiático depende casi un 60% de sus exportaciones5, una gran diferencia con EEUU, cuyo consumo interno supone un 70% del PIB frente al 40% chino. China produce para exportar y si las exportaciones siguen acelerando su caída, un porcentaje considerable de sus fábricas no tendrán mercados en los que vender su producción y cerrarán. De hecho, las esperanzas de que China pudiera sustituir a EEUU como locomotora de la economía, absorbiendo una parte importante de la producción mundial, se están esfumando. A pesar de estas tres décadas de vertiginoso crecimiento, el consumo estadounidense cuadruplica el de China e India juntos.
Las complicaciones no acaban aquí. La integración de la economía china en el mercado mundial se ha realizado con todas sus consecuencias, incluida la obligación de soportar una competencia despiadada. En el último período también se ha registrado una pérdida de la competitividad de las manufacturas chinas, alimentada por la devaluación del dólar frente al yuan6, el aumento del precio de las materias primas7 y la competencia de mano de obra más barata8 en países como Vietnam9, Sri Lanka o India.

El proletariado más numeroso el planeta estira sus músculos

Elevar el consumo interno del país parece una solución simple y obvia, sin embargo no es tan fácil hacerlo como decirlo. En lo que respecta a las capas medias, las informaciones disponibles aseguran que la bajada de las ventas de viviendas, coches y en sectores como las aerolíneas se deben a un retraimiento del consumo en esta franja social. Por otra parte, el poder adquisitivo del proletariado se ve lastrado no sólo por el aumento del desempleo, también por una inflación galopante y la necesidad de pagar una educación y sanidad privadas. El campesinado, que sigue siendo el sector más numeroso de la población10, percibe una renta media que es tan solo una tercera parte de la urbana. La crisis económica reducirá drásticamente sus posibilidades de luchar por una vida mejor emigrando a la ciudad. Según cifras del Ministerio de Trabajo, cada año se incorporan al mercado laboral veinte millones de trabajadores, pero en las zonas urbanas solamente se pueden crear doce millones de puestos anuales.
La crisis de sobreproducción en China es también una receta acabada para una explosión de la lucha de clases. Esta realidad está siendo reflejada con angustia por la prensa burguesa en las últimas semanas. No sólo estamos ante un aumento de las luchas obreras y campesinas, sino que estas reflejan un grado de combatividad y dureza extraordinario. La reforma procapitalista en el campo ha provocado ya una sucesión de levantamientos agrarios que amenaza con contagiar a las ciudades. No es tan excepcional que manifestaciones obreras y campesinas finalicen con ocupaciones de edificios gubernamentales o privados, ni que miles de huelguistas hagan frente con armas rudimentarias a la salvaje represión policial y del ejército.
La clase obrera china ha sido rejuvenecida y fortalecida con la afluencia de 200 millones de campesinos, convertidos en modernos proletarios. Hombres y mujeres que han sido arrancados de sus miserables condiciones de vida en el campo para soportar en las ciudades las más crueles técnicas de explotación capitalista, amparadas por la burocracia estalinista que se ha reconvertido en la nueva clase burguesa. La conciencia de la clase obrera china está siendo forjada de forma violenta y dramática, proporcionando un terreno fértil para las ideas revolucionarias. Un pueblo, que más tarde o más temprano, revivirá con orgullo su glorioso pasado revolucionario.

NOTAS

1. En EEUU, el mayor consumidor de mercancías del mundo, el 75% de los juguetes vendidos son made in China
2. Baosteel, la mayor acería del mundo, ha anunciado un recorte de su producción del 20% y Ma Steel, otra gran acería china, un 30%.
3. Entre un 7% y un 12% de la población según las diferentes fuentes.
4. Aparte de un abultado superávit comercial, China cuenta con divisas extranjeras por valor de dos billones de dólares, siendo en la actualidad el mayor acreedor del mundo. También es cierto, que tras el estallido de la crisis financiera muchos empiezan a preguntarse hasta qué punto están intoxicados los abundantes activos chinos procedentes de EEUU.
5. De hecho, su dependencia de las exportaciones se ha disparado al calor del crecimiento económico. Según The Economist el consumo interno pasó de ser un 47% del PIB en 1990 a un 36% en 2006.
6. Desde 2005 el yuan se ha apreciado un 17% respecto al dólar norteamericano.
7. China importa un 50% del petróleo y los metales ferruginosos que consume.
8. Todos los analistas coinciden en que se ha producido un aumento generalizado de los salarios en China, el PCCh lo cifra en una subida media del 15% en 2008.
9. Según estadísticas de la CNN el salario mensual promedio en China es de 132 dólares frente a 65 en Vietnam.
10. Actualmente, más del 55% de la población china vive en el campo.

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