La espiral descendente en la que se encuentra inmersa la economía mundial se asemeja a un remolino que arrastra todo a su paso, con los capitanes del capitalismo incapaces de controlar las fuerzas destructivas que ha desatado su sistema. El resquebrajamiento de la base material que sustenta la sociedad es tan profundo, que la inestabilidad sacude todos los ámbitos, político, social y militar. El equilibrio capitalista se ha roto inaugurando una nueva fase en las relaciones entre las clases y las potencias.

La espiral descendente en la que se encuentra inmersa la economía mundial se asemeja a un remolino que arrastra todo a su paso, con los capitanes del capitalismo incapaces de controlar las fuerzas destructivas que ha desatado su sistema. El resquebrajamiento de la base material que sustenta la sociedad es tan profundo, que la inestabilidad sacude todos los ámbitos, político, social y militar. El equilibrio capitalista se ha roto inaugurando una nueva fase en las relaciones entre las clases y las potencias.

Dos batallas se desarrollan en paralelo, retroalimentándose. Por una lado, la ofensiva sin cuartel de la burguesía contra las condiciones de vida, los derechos laborales y el futuro de la clase trabajadora, cuya resistencia a estos ataques adquiere la dimensión de una gigantesca ola que no cesa de crecer y que, a diferentes ritmos, amenaza con abrir una situación prerrevolucionaria en países clave. Por otro, la pugna entre las potencias imperialistas por el control del mercado mundial, cuyo grado de tensión ha desencadenado nuevas guerras en África y amenaza con un conflicto en el Pacífico.

‘Prosperidad’ amenazada

La prolongación de la crisis hace que procesos que venían desarrollándose en el pasado adquieran una nueva dimensión. Es el caso del crecimiento económico de China y la estrategia del gigante asiático por arrebatar al imperialismo estadounidense la supremacía mundial. Un objetivo que es tomado muy en serio por los círculos dirigentes de EEUU, que han decidido pasar a la acción.

A principios de este año, Leon Panetta, secretario de Defensa estadounidense, firmaba un artículo titulado ‘El reequilibrio de los EEUU hacia el Pacífico’1. El jefe de la fuerza militar más poderosa del planeta, tras afirmar que se había producido un “cambio histórico”, informaba de una “nueva estrategia de defensa para el siglo XXI” consistente en que para el año 2020 el 60% de la flota norteamericana se situaría en esta zona. “El centro global de gravedad está virando hacia la región de Asia-Pacífico, vinculando aún más estrechamente la prosperidad y la seguridad futuras de Estados Unidos a esta región en rápido crecimiento”, señala Panetta. Efectivamente, los movimientos de tropas son la traducción al lenguaje militar de los profundos cambios que se están produciendo en las relaciones económicas y políticas interimperialistas.
Lenin no se cansó de señalar que la plusvalía obtenida por la explotación de las colonias era uno de los apoyos fundamentales del capitalismo moderno. La rapiña de las riquezas del continente africano, de Asia y de

Latinoamérica era y es una cuestión estratégica para las naciones más desarrolladas que, en el actual contexto recesivo, se transforma en un factor de supervivencia. La preocupación de la administración Obama tiene sólidos precedentes históricos. En los albores del siglo XX, el desarrollo del capitalismo estadounidense entró en conflicto con el reparto del mundo impuesto por las viejas potencias europeas. La floreciente industria del otro lado del Atlántico necesitaba abundantes materias primas así como mercados en los que vender sus manufacturas. La Primera Guerra Mundial permitió a EEUU asentar su supremacía e imponer al viejo mundo sus condiciones. Se trató de un golpe brutal para la clase dominante europea, especialmente la británica, enfrentada a una reducción de sus áreas de influencia. Así interpretaba en 1921 la Internacional Comunista las perspectivas que abría esta nueva correlación de fuerzas mundial: “La nueva casta media, que según los reformistas representaba el núcleo de las fuerzas conservadoras se convierte más bien, durante la época de transición, en un factor revolucionario. La Europa capitalista, finalmente, ha perdido su situación económica predominante en el mundo. (…) su relativo equilibrio de clases se basaba en esa vasta dominación”. Lenin y Trotsky no se equivocaron. El empobrecimiento de la clase media y la polarización creciente de la sociedad europea, jugaron un papel destacado en la ola revolucionaria que sacudió el continente.

Excluyendo el período de excepcional florecimiento capitalista que transcurre entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de 1973, un paréntesis y una anomalía en la historia del capitalismo cuyas causas económicas y políticas no tenemos espacio para desarrollar, el proceso de decadencia de Europa ha proseguido. Pero la diferencia cualitativa en la actualidad es que ese fenómeno se ha extendido al coloso estadounidense, cuyo músculo económico, aún siendo muy fuerte, está cuestionado por la profundidad de la crisis capitalista y la irrupción de otra potencia emergente: China. Sobre esta base, podemos comprender la creciente polarización política y social que vive EEUU, el significado de movimientos como “somos el 99%”, y la lucha sin cuartel por cada palmo del mercado mundial. En una fase de aguda recesión como la actual, los procesos políticos y económicos se interrelacionan y alimentan con fuerza, obligando a la clase dominante a buscar solución a sus problemas domésticos fuera de sus fronteras.

Un nuevo reparto liderado por China

Un ejemplo relevante de lo que señalamos se concreta en la reciente intervención militar del imperialismo francés en África. Francia ha visto reducida prácticamente a la mitad su cuota de mercado en las últimas dos décadas. En el caso de África, donde Francia tenía importantes intereses económicos y políticos, la penetración del capitalismo chino ha modificado la correlación de fuerzas: China se ha convertido en el socio comercial preferente del continente, desbancando al país galo y a los propios EEUU. Tras la cínica propaganda “humanitaria” que pretende justificar el despliegue de tropas imperialistas en Mali, en realidad se encuentra el puño que el capital francés enseña al régimen chino. En esta pugna, es interesante observar como EEUU, viejo competidor del imperialismo francés en África, no duda en apoyarlo hoy. El imperialismo norteamericano busca oponer resistencia al apabullante avance chino no sólo en África, también en América Latina y en el conjunto del mundo. Como se puede observar en el cuadro adjunto, los datos son muy elocuentes.

Algunas voces de la izquierda presentan al capitalismo chino como un factor progresista, llegando incluso a afirmar que esta nueva potencia no practica el mismo tipo de expolio que la burguesía europea y norteamericana. No compartimos esta posición. La nueva burguesía china, aunque se arrope con la bandera roja del PCCh, ha desmantelado la economía planificada, ha privatizado sectores estratégicos de la producción, ha suprimido el monopolio estatal del comercio exterior, ha legalizado la propiedad privada de los medios de producción y la acumulación de capital, provocando una desigualdad insultante que crece día a día a costa de una explotación de la clase obrera china semejante a la que sufría el proletariado europeo en el siglo XIX. Y, por supuesto, el régimen chino utiliza los mismos métodos que sus competidores imperialistas: abastecerse de materias primas a bajo coste a cambio de la compra de sus manufacturas elaboradas, imponiendo un intercambio desigual a las regiones que coloniza económicamente. Según la CEPAL, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe mantienen déficits comerciales con China y los que obtienen superávit (Brasil, Chile, Venezuela y Perú), lo consiguen gracias a las ventas de un reducido número de productos primarios.2 A todo ello, hay que sumar las graves denuncias por el maltrato y las humillaciones infringidas a trabajadores nativos por las empresas chinas radicadas en estos países.

Los aspirantes al trono de la supremacía mundial se enfrentan también a crecientes dificultades. Si bien es cierto que el PIB chino se desarrolla a una escala inimaginable para otras economías, no lo es menos que la crisis está marcando un antes y un después en sus tasas de crecimiento:

Lo mismo puede decirse respecto a su superávit comercial, que a pesar de la recuperación de 2012 sigue registrando una reducción de casi un tercio respecto a la situación previa a la recesión. China tiene cada vez más elementos en común con sus homólogos occidentales, como su exuberante burbuja inmobiliaria y financiera, el endeudamiento de las administraciones locales y la crisis de sobreproducción cada día más evidente. A todo ello se suma un factor decisivo que cada vez adquiere más peso en determinar los planes del régimen: el ascenso incontenible de la lucha de clases. La tasa de crecimiento anual de dos dígitos de los salarios en 2009/11 prueba el ímpetu con el que se desarrolla la acción del proletariado. El aliento del conflicto social empujará a la burguesía china a pelear aún con más decisión por el control de cuotas de mercado que le permitan apuntalar su economía doméstica.

‘Sálvese el que pueda’

La pugna entre las potencias no se limita a EEUU y China. El capitalismo japonés se enfrenta a una situación dramática. En 2012 tuvo un déficit comercial histórico, vive su tercer año consecutivo de caída en la producción industrial y soporta una deuda pública que amenaza con superar el 240% del PIB. En este escenario, las elecciones del pasado diciembre fueron ganadas por el derechista Shinzo Abe, que ha convertido sus primeros meses de gobierno en toda una declaración de intenciones devaluando en un 15% el yen frente al dólar y el euro, para hacer más competitivas sus exportaciones, y aprobando un plan de inyección en dos años de una masa monetaria equivalente al 30% del PIB. Esta medida, que provocará una nueva y profunda devaluación del yen, puede abrir una guerra de divisas de dimensión mundial. El argumento de las autoridades japonesas es bastante simple: si EEUU lo ha hecho para intentar paliar los efectos recesivos de la economía mundial en su PIB nacional, Japón también tiene derecho.3 La burguesía nipona está decidida a atemperar sus dificultades internas con una política agresiva en el exterior y, como correlato, el nuevo gobierno ha aprobado una partida presupuestaria extra en el gasto militar.

Todas las promesas de no reeditar las políticas proteccionistas que convirtieron el crack de 1929 en una depresión mundial se desvanecen al mismo ritmo que se aleja la perspectiva de la recuperación económica. En la actualidad la Organización Mundial del Comercio ha dejado de jugar ningún papel relevante, mientras se firman pactos entre bloques y potencias donde la idea del “sálvese el que pueda” es la clave: UE y EEUU negocian lo que podría constituir el mayor pacto comercial bilateral de la historia. En paralelo, Brasil, China, Rusia e India —los llamados BRICs—, pactan nuevos acuerdos e incluso la creación de un gran banco que haga frente al Banco Mundial y el FMI. Si dichas negociaciones no han llegado aún a buen puerto, el motivo no es otro que los intereses contradictorios que los futuros socios albergan a su vez entre ellos.

El conflicto de Corea

Toda esta pugna en el plano económico va inexorablemente acompañada de movimientos en el terreno militar. Además de movilizar su flota, EEUU está reconstruyendo las bases que abandonó en el Pacífico tras la Segunda Guerra Mundial y negocia la creación de otras nuevas. Una de las propuestas del nuevo primer ministro japonés es la supresión del carácter defensivo de las fuerzas armadas niponas establecida en la Constitución, para dar a su ejército la capacidad de intervenir en el exterior. Por su parte, el régimen chino, que lleva años modernizando las fuerzas armadas e incrementando su presupuesto militar, no permanece impasible. El nuevo presidente, Xi Jinping, defendió en su discurso de investidura el pasado marzo el “gran renacimiento de la nación china” y llamó a sus tropas a reforzar su capacidad para “ganar batallas”.

Las contradicciones interimperialistas están detrás de todas las guerras regionales en las que los países más débiles se convierten en escuderos de los más poderosos. No puede sorprendernos que en el Pacífico la tensión militar no cese de aumentar y vuelva a cristalizar en la península de Corea, donde según los medios de comunicación occidentales estamos ante la agresión de una belicosa Corea del Norte, aliada de China, contra la pacífica Corea del Sur, aliada de EEUU y las “democracias”. Al igual que en la primera y la segunda Guerra del Golfo, nos mienten.

Hay varios argumentos para demostrar el calculado cinismo de la propaganda burguesa. Se acusa a Corea del Norte de amenazar con “utilizar” armas nucleares, pero en todas las crónicas se oculta que el imperialismo estadounidense no solo controla el mayor arsenal de este tipo de armamento letal, sino que las utilizó contra el pueblo japonés causando la muerte de 220.000 personas en agosto de 1945. Por otra parte, no son tropas norcoreanas las que acechan las costas estadounidenses para realizar maniobras militares intimidatorias contra la población civil, por el contrario, son barcos de guerra estadounidenses los que se han desplazado a muchos miles de kilómetros de su casa para demostrar el poderío de su armamento ante las fronteras de Corea del Norte. Los mismos periodistas que nos relatan horrorizados las supuestas pruebas nucleares del régimen norcoreano a principios de febrero, nos ocultan que, antes de celebrarse dichos ensayos, EEUU ya había desplazado dos bombarderos nucleares a la región. Olvidan también divulgar que los movimientos del ejército norcoreano se desarrollan paralelamente a las maniobras conjuntas que EEUU y Corea del Sur empezaron el 1 de marzo y se prolongarán hasta el 30 de abril, que incluyen la participación de aviones B-52 con capacidad nuclear.

Los crímenes del imperialismo

No es necesario insistir en que el régimen estalinista de Corea del Norte no tiene nada que ver con el socialismo. Es un Estado dirigido con mano de hierro por una casta militar-burocrática, que ha colocado a su frente a Kim Jong-un, hijo del anterior mandatario Kim Jong-il y nieto de Kim Il Sung. No existe ningún tipo de democracia socialista, ni de control obrero sobre las instituciones políticas y económicas, que son monopolizadas por una élite de funcionarios privilegiados. Dicho esto, la actitud de EEUU y el imperialismo no persigue, ni mucho menos, la libertad ni la prosperidad del pueblo de Corea.

La historia del pueblo coreano está llena de páginas de cruel opresión imperialista. La anexión de Corea por el imperio japonés en 1910 estableció un régimen brutal hasta 1945. Durante décadas, decenas de miles de coreanos fueron desplazados a la fuerza para trabajar en fábricas japonesas, y otros tantos reclutados en el ejército japonés para ser utilizados como carne de cañón. Miles de mujeres coreanas, convertidas en “mujeres de placer” del ejército nipón, fueron violadas sistemáticamente. La lengua coreana también fue prohibida.

La retirada del invasor japonés tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial desa-tó la lucha por la liberación nacional y social en la península de Corea, ayudada por la experiencia política de muchos coreanos que participaron en el ejército revolucionario campesino liderado por Mao en China. El establecimiento de numerosos comités populares en las principales ciudades de Corea, asustó al imperialismo estadounidense que, ante la posibilidad de una victoria revolucionaria, instaló sus tropas en el Sur del país con el objetivo de fortalecer a la contrarrevolución. Sus planes contaron con la colaboración del líder nacionalista Syngman Rhee, defensor de una partición del país antes de permitir una Corea unida bajo un régimen similar al de la Rusia estalinista. Con el beneplácito de Stalin, cuyas tropas habían llegado al norte de la península coreana desde Manchuria, el país fue dividido por el paralelo 38º. En el Norte, el comandante guerrillero Kim Il Sung, inspirándose en el modelo de la URSS, expropió a los terratenientes y estableció el control estatal de la industria aboliendo la propiedad privada capitalista. Quedó proclamada la República Popular Democrática de Corea.

La simpatía hacia el nuevo Estado obrero —a pesar de sus grandes deformaciones burocráticas— que nacía en el Norte creció rápidamente, provocando a finales de 1946 grandes levantamientos en las regiones del Sur. Las tropas de ocupación norteamericanas fueron las encargadas de salvaguardar la propiedad privada y los intereses de los terratenientes, la oligarquía y las potencias imperialistas a través de la represión sangrienta. Sin embargo, no consiguieron doblegar a los oprimidos, desencadenándose en 1948 una guerra de guerrillas en el Sur. Los hombres liderados por Kim Il Sung cruzaron el paralelo 38º en junio de 1950 en ayuda de la guerrilla surcoreana. Prueba de la simpatía que encontraron entre la población del Sur, fue el espectacular progreso inicial de las tropas del Partido del Trabajo (PT), que consiguieron dominar el 90% de la península en agosto de 1950. No era de extrañar, en muchas zonas el paso de ejército del Norte significó el inicio de una profunda reforma agraria y la liquidación de la propiedad terrateniente.

EEUU y sus aliados, con el apoyo de la ONU4, respondieron a este avance militar y a la insurrección popular que desencadenó, con un desembarco masivo de tropas. Los aviones estadounidenses bombardearon indiscriminadamente el Norte y partes del Sur de Corea, calcinando ciudades enteras con bombas incendiarias además de utilizar napalm contra la población civil. Todas las grandes ciudades y muchos de los centros urbanos del Norte fueron arrasados, así como las dos principales represas provocando gigantescas inundaciones y una larga lista de muertos y damnificados. Gracias a esta humanitaria intervención militar del imperialismo, Kim Il Sung se vio obligado a replegar sus tropas tras el paralelo.

Tras esta victoria, las tropas imperialistas decidieron avanzar hacia el Norte para aplastar las fuerzas guerrilleras coreanas y asestar también un duro castigo a los comunistas chinos, que desde 1949 se encontraban en el poder. Mao respondió con contundencia y envió tropas que, junto al ejército de Kim Il Sung, empujaron en duros combates a los agresores nuevamente tras el paralelo 38º. Las fuerzas armadas del Sur, bajo el control del imperialismo norteamericano, realizaron ejecuciones en masa de prisioneros en su retirada: la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Corea del Sur para investigar estas matanzas, calcula que ejecutaron entre 100.000 y 200.000 personas. Finalmente, el frente se estabilizó en torno al paralelo y, tras largas negociaciones, en julio de 1953 la guerra concluyó con un armisticio. El recuento de víctimas oscila entre los dos y tres millones de seres humanos según las fuentes, la gran mayoría masacrados por las bombas de EEUU y sus aliados precediendo a lo que poco tiempo después ocurriría en Vietnam

China y Corea del Norte

china-norcorea-120413Conociendo esta parte de la historia, conscientemente censurada por la prensa occidental, podemos entender la auténtica naturaleza de clase de los intereses que hay en juego. Durante décadas, el imperialismo estadounidense ha dejado claro que mantener la propiedad capitalista y sus intereses geoestratégicos bien vale la sangre de millones de campesinos y trabajadores. Esa es la clave de la hostilidad de EEUU hacia el régimen norcoreano. Sus lágrimas de cocodrilo en pro de la libertad no pueden engañarnos. Pero además, la Península de Corea se ha transformado también en el escenario descarnado del enfrentamiento entre EEUU y China, cuya influencia sobre el régimen norcoreano es trascendental.

El innegable derecho al bienestar y la libertad del pueblo norcoreano nunca vendrá de la mano del imperialismo, pero tampoco de una casta burocrático-militar. Tal y como Marx afirmaba, la emancipación de la clase obrera es obra de la propia clase obrera. El régimen estalinista del PT, no sólo niega una genuina democracia obrera a su pueblo, pone en riesgo además la extraordinaria conquista de la propiedad nacionalizada. Este Estado obrero monstruosamente deformado se encuentra encadenado a los intereses de una potencia capitalista, China, que provee a Corea del Norte de la mitad de sus alimentos, más de dos terceras partes de los bienes de consumo y el 90% del combustible. Es importante subrayar que la “generosidad” de los líderes chinos, convertidos ya en parte del gran capital, nada tiene que ver con la defensa del socialismo, sino con el carácter estratégico de esta pequeña parcela de territorio en la pugna con las potencias que pretenden contener el avance de sus intereses.

Aunque ni EEUU ni China parecen interesados por el momento en el estallido de una guerra en el Pacífico, no cabe duda de que existen todos los ingredientes para aumentar la inestabilidad política, social y militar de forma explosiva. Todavía es pronto para establecer una perspectiva totalmente cerrada y afirmar quién saldrá victorioso en esta lucha por la supremacía del mundo, pero es evidente que asistimos a cambios decisivos en la historia del capitalismo que tendrán grandes implicaciones en la lucha de clases.

NOTAS

1. El País, 7 de enero de 2013.
2. El 49,9% de las exportaciones brasileñas a China es mineral de hierro, el 60,7% de las chilenas es cobre, el 62,2% de las venezolanas es petróleo y el 31,4% de las peruanas mineral de cobre. Por el contrario, las exportaciones chinas a estos países son tejidos, vehículos automotores, buques, accesorios para vehículos, máquinas digitales, receptores de TV, etc.
3. El País publicaba al respecto el 7 de abril: “Basta compararlo con lo que han hecho otros bancos centrales en este tiempo. Según los cálculos de Estefanía Ponte, de Cortal Consors, la Reserva Federal de EEUU ha aumentado su balance un 233% desde 2007, lo que situaba a finales de febrero la base monetaria de la Reserva en el equivalente a 2,11 billones de euros”.
4 El entonces presidente de EEUU, Truman, redobló su apoyo militar a los contrarrevolucionarios del Sur enviando la 7ª flota bajo el mando del general Douglas Mac Arthur. El Consejo de Seguridad de la ONU condenó a los comunistas del Norte y mandó tropas de 15 países para que se sumaran a las de EEUU: Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Francia, Canadá, Sudáfrica, Turquía, Tailandia, Grecia, Holanda, Etiopía, Colombia, Filipinas, Bélgica y Luxemburgo.

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