Durante años, y con especial incidencia tras la debacle económica desatada por la crisis de las subprime, China se convirtió en un refugio para los defensores del sistema capitalista, y para los nostálgicos del estalinismo. El avance chino se reivindicó como una prueba de la vitalidad del capitalismo para los economistas burgueses, y desde cierta izquierda como ejemplo de “socialismo de mercado”. Parecía que China desarrollaba las fuerzas productivas con un vigor que recordaba a la etapa histórica en que la burguesía era una clase joven con una larga vida por delante. Es más, se llegó a afirmar que China convertiría en realidad el gran sueño capitalista: inmunidad frente a las crisis. Tal era la confianza, que muchos pronosticaron que este coloso sería capaz de sostener el conjunto de la economía mundial.
Las medidas anticrisis aplicadas por el régimen entre 2008 y 2009 parecían dar la razón a todos estos “teóricos”. Tras una destrucción masiva de empleo durante el primer año de recesión, se recuperaron millones de puestos de trabajo y el PIB remontó. Pero sin infravalorar los efectos de las medidas gubernamentales, era necesario no perder de vista el material inflamable que la restauración capitalista y la crisis mundial estaban acumulando en los cimientos de la economía china. Sólo así era posible establecer una perspectiva a más largo plazo. Gracias a esta metodología, se podía prever que una vez agotado el impulso de la inversión estatal, el problema de fondo que amenazaba el futuro de China, la crisis de sobreproducción, saldría a la superficie. Es más, a la larga, los planes de estímulo no harían otra cosa que agravar problemas estructurales.
Año PIB
2007 14,2
2008 9,6
2009 9,2
2010 10,4
2011 9,3
2012 7,7
2013 7,6
Las mismas viejas recetas
Tras una breve curva ascendente, el crecimiento económico chino lleva dos años por debajo del 8%. Es cierto que el superávit comercial, que llegó a perder casi la mitad de su volumen, se ha recuperado parcialmente, pero ello no ha impedido la reaparición de los síntomas de sobreproducción. La industria del acero y del cemento, por ejemplo, funciona al 72% de su capacidad. Para hacernos una idea de la dimensión de este fenómeno, el plan gubernamental para eliminar líneas de producción afecta a la minería, metalurgia (incluyendo acero, cobre y plomo), papel, vidrio, cemento, etc.
El dragón asiático está reproduciendo un desarrollo económico que, en sus líneas generales, repite a escala superior y de manera dialéctica, las fases que acabaron provocando la crisis en EEUU y en Europa. La causa de que la burguesía china no pueda evitar caer en la misma dinámica no es otra que la imposibilidad de orillar indefinidamente las crisis de sobreproducción.
Las ingentes cantidades de capital que se han inyectado para mantener el ritmo de crecimiento de la economía han provocado una gigantesca deuda. El stock total de crédito en China ha alcanzado el 220% del PIB, creciendo de los 9 billones de dólares en 2008 hasta los 23 billones en 2012. La agencia calificadora Fitch calcula que la llamada banca en la sombra, que acumula casi 6 billones de dólares en activos, copia muchas de las prácticas que llevaron a la crisis de las “hipotecas basura”. China se adentra en un círculo vicioso en el que se utiliza una proporción cada vez mayor de los nuevos créditos para atender las deudas existentes en vez de destinarlos a nuevas inversiones. Esta dinámica se ve reforzada por la deuda total de los gobiernos locales, que muchos situaron en torno a los 3,3 billones de dólares en 2013.
Consciente de esta situación, el régimen está intentando contener el crecimiento del crédito pero, de momento, ha fracasado. En los meses de junio y diciembre de 2013 se produjeron dos importantes crisis de liquidez debido a grandes subidas en las tasas de los créditos interbancarios. En términos más coloquiales, los intereses que se cobran los bancos por prestarse dinero entre sí se dispararon por la desconfianza acerca de la capacidad real para devolver ese dinero. En ambos casos, los mandatarios chinos permanecieron sin intervenir durante los primeros momentos, con la esperanza de que se produjera un ajuste controlado que contuviera el crecimiento exponencial del endeudamiento. Pero, finalmente, y en ambas ocasiones, ante el riesgo de que la crisis de liquidez se prolongara poniendo al descubierto los créditos impagables, ordenaron una nueva inyección monetaria del Banco Central.
¿Hacia un capitalismo más clásico?
A pesar de que el régimen de capitalismo de Estado confiere a la burguesía china un incontestable dominio sobre la banca y la industria, las leyes del mercado tienen un peso decisivo dentro de las fronteras de China. La intervención estatal en esta fase de descenso no puede impedir los mismos fenómenos que se han dado en otros países. Los dirigentes del PCCh, que pilotan la consolidación del régimen capitalista, parecen empezar a desconfiar de la eficacia del control estatal, e inclinarse hacia un modelo de capitalismo más clásico, en el que el sector privado asuma aún mayor protagonismo. Este hecho quedó reflejado en las decisiones del Tercer Plenario del XVIII Comité Central del PCCh celebrado en noviembre. Entre las medidas adoptadas destacan la apertura a la inversión privada en la banca, en el sector energético, el de las infraestructuras y el de las telecomunicaciones. En el caso del sector bancario, se facilitará también la entrada de capitales extranjeros en entidades pequeñas y medianas. También se decidió profundizar aún más en la liberalización de los precios, limitando el control que el Estado aún ejerce sobre los combustibles y la electricidad. Las consecuencias prácticas de todas estas medidas serán como saltar de la sartén al fuego.
Las grandes cifras macroeconómicas no son el único quebradero de cabeza de los capitalistas chinos. El malestar social provocado por el enorme aumento de las desigualdades acapara buena parte de sus preocupaciones. Junto a las reformas económicas se anunciaron algunos cambios relacionados con derechos de los ciudadanos con el objetivo de insuflar algo de esperanza entre la clase obrera (desaparición de los campos de reeducación, en realidad campos de trabajo esclavo, o la flexibilización de la política del hijo único en determinadas supuestos). Todos recordamos que los trabajadores chinos saltaron a las páginas de la prensa occidental por la masividad y contundencia de sus movilizaciones en 2011 y 2012. El ascenso de la lucha de clase continúa: el año pasado el número de huelgas se incrementó un 7% respecto a 2012. Uno de los problemas más acuciantes del régimen es que los sindicatos oficiales, a pesar de ser los únicos legales y contar con el apoyo estatal, son incapaces de frenar el desarrollo de reivindicaciones que demandan una representación real y democrática en las fábricas.
Un imperialismo cada vez más voraz
Bajo el capitalismo, existe una estrecha y frágil relación entre la estabilidad social interna y la intervención en el mercado mundial. Como el resto de los países más desarrollados, hoy menos que nunca China pueden renunciar a la explotación de las naciones menos avanzadas. Necesita materias primas para abastecer a bajo precio su industria, necesita penetrar en nuevos mercados y mantener su dominio en otros para dar salida a sus mercancías. El rearme militar en Asia, que tiene por protagonistas a China y EEUU, no se debe a que los capitalistas desconozcan los riesgos que implica este conflicto. Es la respuesta de las diferentes burguesías nacionales a la crisis de sobreproducción.
Tras un lustro de crisis de la economía mundial, el gigante chino se enfrenta a numerosos problemas y suma algunas dificultades extras respecto a sus competidores. China concentra el 22% de la población mundial, pero sólo el 6% de las reservas de agua y el 7% de las tierras cultivables. Esta realidad ha empujado a la burguesía china a lo más alto del podium de la depredación imperialista. Hace unos meses salió a la luz el contrato que se está negociando en Ucrania: la constitución de este país ha sido modificada para poder vender a China en los próximos años el 9% de su superficie, 29.000 km2 equivalentes a la extensión de Galicia. La factura de las relaciones económicas con China supone además un severo golpe al desarrollo industrial de los países en los que interviene con más intensidad. Según CEPAL, de los 250.000 millones de dólares que supuso el intercambio comercial entre América Latina y China en 2012, más del 80% de las divisas ingresadas por los países americanos correspondieron a cinco materias primas, mientras los ingresos chinos provinieron en más de un 90% de manufacturas.
Tras las banderas rojas, se esconde una ambiciosa burguesía que utiliza el Estado heredado del régimen estalinista para reforzar las relaciones de producción y propiedad capitalista. A finales del mes de enero de 2014, se hizo público el uso masivo de paraísos fiscales por parte de familiares de los mandatarios del PCCh para sacar miles de millones de dólares del país. Entre ellos, destacan el cuñado de Xi Jinping, actual presidente; el hijo y el yerno del anterior primer ministro, Wen Jiabao; y la hija de su antecesor, Li Peng. La hiriente desigualdad social que en EEUU y en Europa ha crecido al calor del boom y de la crisis, ha espoleado la conciencia y la lucha obrera hasta niveles que solo encuentran parangón con periodos históricos que anunciaban el estallido de la revolución. En la nueva China capitalista las cosas no serán distintas.