El resultado de las elecciones legislativas del 24 septiembre en Alemania ha sido un terremoto político, con un corrimiento del voto hacia la derecha y abriendo una etapa de mayor inestabilidad política y social en la principal economía europea. Tanto la coalición de la CDU/CSU encabezada por Angela Merkel como el SPD han obtenido sus peores resultados desde 1949; a esto hay que sumar la entrada en el Bundestag por primera desde los años 30 del siglo pasado de la ultraderecha, Alianza por Alemania (AfD), como tercera fuerza. Los liberales del FDP vuelven al parlamento con el 10,7% del voto tras su salida en 2013.

La caída de la Gran Coalición

A pesar de la intensa propaganda de la prensa burguesa internacional, destacando la previsible victoria de la CDU como un ejemplo de la estabilidad y fortaleza de la política de Merkel y su gobierno, los resultados electorales han sacado a la luz un panorama muy distinto. Tras ocho años de Gran Coalición entre la derecha y la socialdemocracia, el descalabro de ambos partidos ha sido espectacular. Si en 2013, entre la CDU/CSU y el SPD obtenían el 67,2% de los votos (29,5 millones), en 2017 han obtenido un 53,5% (escasos 25 millones), una caída de 13,7 puntos porcentuales y la pérdida de más de 4,5 millones de electores.

A pesar de que, tras doce años en el gobierno, Merkel ha revalidado su posición, los resultados de la CDU/CSU han sido un verdadero batacazo, perdiendo casi 3 millones de votantes y 8,5 puntos porcentuales respecto a las elecciones de 2013. Si entonces conseguía el 41,5% de los sufragios (más de 18 millones), ahora se queda en el 33% y 15,3 millones de votos. Estos resultados van a dificultar a Merkel la formación de gobierno*, sea cual sea la combinación que cristalice, será un gobierno más débil y con mayores dificultades para llevar a cabo su agenda de recortes.

Por su parte, el SPD sigue en caída libre: con el 20,5% de los votos (poco más de 9,5 millones) pierde 1.714.000 respecto a sus ya escasos resultados de 2013 (25’7%). La socialdemocracia alemana sigue pagando el precio de su colaboración con la derecha y su programa de austeridad. De nada les ha servido colocar de candidato a Martin Schultz —expresidente del parlamento europeo y firme partidario de los ataques de la troika, especialmente en Grecia—, y tratar de realizar una campaña hablando demagógicamente de justicia social o criticando la Agenda 2010 (las contrarreformas en el mercado laboral, pensiones, sanidad..., impuestas por el gobierno del SPD en 2002). Su credibilidad tiende a cero. Es la misma crisis que sufre toda la socialdemocracia europea fruto de su fusión con las políticas capitalistas de los partidos burgueses.

El ascenso de la ultraderecha

Otro aspecto importante de estas elecciones es la irrupción en el parlamento de la extrema derecha por primera desde la Segunda Guerra Mundial. La AfD ha pasado del 4,7% de los votos (algo más de 2 millones) y no tener representación, a un 12,6% (casi 6 millones) y 94 escaños. Un impactante incremento de casi 8 puntos porcentuales y cerca de 4 millones de electores. Sin duda, esta formación ha recogido una parte del descontento con la política migratoria de Merkel (se calcula que cerca de un millón de votos provienen de la CDU), pero también han arrancado voto de la abstención, aglutinando un voto de protesta contra el establishment.

El eje principal de su campaña ha sido la lucha contra la inmigración. Hablan abiertamente de la expulsión de un millón de inmigrantes de Alemania, deportando a 200.000 personas al año. Defienden el cierre de fronteras, el fin de las reunificaciones familiares, la prohibición de construir mezquitas con fondos de países islámicos, de vestir el burka o de permitir que las niñas y mujeres lleven velo o pañuelo en escuelas o espacios públicos. Pero además de esta política xenófoba, la AfD también utiliza un discurso demagógico en los aspectos sociales, al estilo del Frente Nacional en Francia, defendiendo la salida del euro, y proponiendo una subida de impuestos para los más ricos. Con este programa han conseguido conectar con un sector de las capas medias empobrecidas y de los sectores más atrasados de la clase trabajadora, especialmente en los estados del este, donde es la segunda fuerza más votada con el 20,5% (10,7% en el oeste). No es casualidad. Según datos oficiales, el PIB en el oeste sigue siendo un 27% mayor que en el este, el paro es tres puntos más bajo (5,8% en el oeste, 8,5% en el este) y los salarios son también más bajos en el este, con una diferencia de unos 600 euros brutos mensuales.

Este voto es un reflejo de la crisis del capitalismo, incapaz de ofrecer ninguna salida a la inmensa mayoría de la población, y también es el fruto de la inacción y falta de una alternativa de izquierda consecuente.

Las contradicciones de Die Linke limitan su crecimiento

Die Linke, el Partido de la Izquierda, prácticamente ha repetido los resultados de hace cuatro años, pasando del 8,6% al 9,2% de los votos y un ligero crecimiento de poco más de medio millón de electores. Die Linke tiene dificultades para conectar con las aspiraciones de millones que ven la claudicación absoluta del SPD pero no encuentran una alternativa clara por la izquierda. Aunque una parte de Die Linke impulsa y participa de forma activa en las movilizaciones, allí donde gobiernan no ha habido ninguna mejora sustancial de las condiciones de vida de la gente. El predominio de la política institucional reformista frente a la lucha en la calle facilita, en última instancia, que Die Linke sea identificado por un sector de las masas como parte del establishment y no como una alternativa de lucha para las masas. Especialmente ocurre esto en la Alemania Oriental donde sufre una caída de voto, aunque siguen manteniendo un importante apoyo (17%). En el oeste, en cambio, ha aumentado su porcentaje de voto, con un 10% de media y superándolo ampliamente en algunas circunscripciones.

Las condiciones de vida de las masas en Alemania reflejan que bajo la relativa estabilidad que se ha vivido estos últimos años, se está gestando una crisis muy importante. Actualmente casi tres millones de niños viven gracias a la ayuda social, más de 600.000 viven en una pobreza absoluta, sin recibir siquiera una comida caliente al día. En la última década se ha desarrollado el fenómeno del trabajador pobre, fruto de la precariedad laboral que sufren más de tres millones y medio de trabajadores. Todo esto es peor en Alemania oriental, donde la mitad de los hogares reciben ayudas públicas. Estos datos son el combustible que alimenta el descontento y polarización social y política, que está de estos resultados electorales y que explica la profunda crisis que sufren los partidos que han sustentado durante décadas la estabilidad del capitalismo más potente de Europa.

* El SPD anunció la noche electoral que no repetirá gobierno de coalición.

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