Cuando el jueves 21 de julio la Cumbre Europea llegaba a un acuerdo sobre el segundo plan de rescate de Grecia los medios de comunicación se saturaron de palabras optimistas, calificándolo de “paso de gigante”, “avance decisivo” y afirmando que dicho acuerdo marcaba un “antes y un después” en la Unión Europea (veáse el suplemento Inversión del periódico Cinco Días del 23 y 24 de julio). No pasó ni siquiera un día laborable para que los hechos se llevaran por delante todo este espumarajo periodístico y el “después” volviera a ser exactamente igual que el “antes”, o peor. Efectivamente, el lunes 25 de julio la prima de riesgo de la deuda española e italiana volvía al mismo nivel alarmante que el miércoles de la semana anterior.
Nueva fase de la crisis
El acuerdo no ha podido detener la nueva fase en la que ha entrado la llamada crisis de la deuda, afectando ya de lleno a la economía española e italiana que, conjuntamente, representan el 28% del PIB de la zona euro. Los intereses por la deuda a 10 años giran en torno al 6% en ambos casos. Esta sangría de presupuestos públicos en beneficio del capital financiero, unida a una situación de estancamiento económico sin perspectiva de mejora y un altísimo nivel de endeudamiento, tanto público como privado, encarrila a las dos principales economías del sur de Europa por la misma senda por la que antes han pasado Grecia, Irlanda y Portugal. Sin embargo, las consecuencias de una situación de impago por parte del Estado español o Italia, o la simple perspectiva de que esto pueda suceder, aunque sea parcialmente, tendrá implicaciones mucho más graves (y constituyen un foco de inestabilidad mucho más intenso) para la economía europea y mundial. Se da, además, un proceso acumulativo de problemas ya que las consecuencias desestabilizadoras del default en el que, en la práctica, se encuentran Grecia, Irlanda y Portugal todavía no se han manifestado con plenitud.
Al igual que el aprobado hace 14 meses, el nuevo plan es presentando por los capitalistas como una medida de “solidaridad” para “salvar” Grecia. En realidad, tanto el anterior como el nuevo, son planes para salvar los intereses de la banca privada europea, que detenta la mayoría de la deuda griega. Para la inmensa mayoría de la sociedad griega este “salvamento” implica un empobrecimiento brutal y un retroceso social de décadas. La clase obrera del resto de países también salen perdiendo ya que el dinero del rescate es costeado con el recorte de los gastos sociales.
El cuento de la “quita privada”
La prensa burguesa ha destacado mucho la cuestión de la “quita” privada, como si en esta ocasión los “líderes europeos” hubieran optado por “castigar” a la banca, obligándola a financiar parte del nuevo rescate. Este planteamiento es un engaño descarado. La realidad es la contraria. Grecia está en una situación de quiebra de facto así que es inevitable que se produzca una suspensión de pagos en los próximos años, aunque sea parcial. De hecho, la actual reestructuración de la deuda es exactamente esto. No han sido los gobiernos sino el propio mercado el que ha impuesto una “quita” al valor de los bonos griegos. Antes de la aprobación del nuevo rescate los bonos griegos a 5 años se vendían en el mercado secundario aproximadamente al 50% de su valor nominal (“Afeitado apurado”, El País, 24 de julio). Con el nuevo plan de rescate los bancos podrán renovar estos bonos con un descuento tan sólo del 21%, es decir, ¡con un valor un 30% más favorable que si tuvieran que deshacerse de ellos en el mercado! Así que, en vez de que una “quita” al sector privado lo que hay es una nueva quita a las arcas públicas. No es extraño que los bancos acepten esta “quita” voluntariamente. En todo momento los intereses de la banca están siendo preservados. Hay un continuo proceso de socialización de pérdidas y de privatización de beneficios. En los últimos años el Banco Central Europeo (BCE) se ha convertido en un gigantesco “banco malo” acumulando 450.000 millones de euros en bonos basura, con escaso o nulo valor en el mercado, que los bancos privados han depositado a cambio de liquidez. Este tremendo agujero ya está siendo tapado con recortes sociales, que irán cada vez a más.
Un parche bastante endeble
Desde el punto de vista de la estabilidad financiera de la zona euro el plan tampoco resolverá nada. El segundo plan de rescate prevé inyectar otros 109.000 millones a Grecia (de los cuales 20.000 irán directamente a los bancos privados griegos), aunque hay muchos interrogantes sobre su materialización: todavía se tiene que aprobar en los parlamentos de cada uno de los países que participan, una parte del fondo depende del dinero obtenido por privatizaciones, otra depende del precio de recompra de la deuda griega por el propio estado griego, etc. Además, se estima que el intercambio de la deuda existente por deuda a más largo plazo restará sólo 13.500 millones de euros a la deuda griega, una cantidad irrisoria si se tiene en cuenta el monto total, de unos 350.000 millones (“Europa ve su salvación pero ¿quiere salvarse?”, La Vanguardia, 26 de julio). En todo caso, la reestructuración de la deuda griega, no es una solución al problema sino un nuevo aplazamiento. Tarde o temprano se volverá a llegar al mismo punto, ya que el problema está en la economía real y la economía griega está quebrada de facto.
La reestructuración de la deuda ha empujado hacia arriba los intereses de la deuda española e italiana ya que el capital financiero está “descontando” una futura reestructuración de dichas deudas que, en todo caso, cuando llegue, tendrá efectos demoledores y hasta cierto punto imprevisibles en el futuro de la Unión Europea y en el conjunto de la economía mundial. Es muy sintomático que Deutsche Bank haya hecho público recientemente que había reducido un 53% su exposición a la deuda española en el primer semestre de este año y nada menos que un 87,5% su exposición a la deuda italiana (El País, 27 de julio). Eso es una advertencia de Alemania a los mercados, una señal clara de que a partir de ahora, quien quiera comprar bonos de los países periféricos, que asuma las consecuencias de un eventual impago. También es una forma de decir que la única deuda segura es la suya, abaratando así sus costes de financiación. La burguesía alemana está dispuesta a salvar su propia banca, pero no a ser el “pagador en última instancia” de los bancos de los demás.
La situación de la banca española sigue siendo extremadamente delicada ya que está encubriendo mediante la reestructuración de la deuda de las promotoras inmobiliarias e incluso de una parte del crédito hipotecario una situación de quiebra real. La reciente nacionalización de la CAM, con una inyección de 2.800 millones a cargo de fondos públicos para su saneamiento y posterior privatización, está inaugurando una nueva sangría de recursos públicos para salvar los intereses del sector financiero. Como hemos señalado insistentemente, el sector financiero español es una auténtica bomba de relojería y puede convertirse en el epicentro de una nueva oleada de turbulencias y pánico financiero en Europa y en todo el mundo. La factura de la crisis es gigantesca y la burguesía quiere cargarla en la cuenta de la clase obrera.
Turbulencias crecientes
Por supuesto que la crisis de la deuda se ha convertido en un gran negocio para el sector financiero, que está sacando provecho de todas las contradicciones generadas por la crisis de su propio sistema. En el caso de Unión Europea, las acuciantes necesidades de financiación de los países más débiles, unido a la seguridad de que, llegado el momento, estos serían “rescatados”, ha convertido la deuda en un suculento objeto de especulación. El problema para la burguesía es que esta dinámica tiene un límite a partir del cual se pone en peligro la propia estabilidad de la UE e incluso del sistema capitalista en su conjunto.
Como hemos señalado, la entrada de Italia y el Estado español por la senda del rescate y la reestructuración tendría efectos imprevisibles en la UE, ya que son economías demasiado grandes para ser rescatadas. Se repite mucho en la prensa burguesa la idea de que “Europa se ha construido a base de crisis” para dar a entender que saldrá fortalecida también de ésta. Con este último acuerdo se ha vuelto a resaltar la apuesta de todos los países por el mantenimiento de la UE. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los avances en el proceso de unificación europeo en el último medio siglo se produjeron en un contexto de crecimiento y optimismo generalizado en el futuro. Todo esto ha cambiado radicalmente con la crisis mundial. El proceso se ha quedado a medio camino y ahora, tanto la vuelta atrás como el avance hacia un “gobierno del euro”, en forma de un dominio más descarado de la burguesía alemana, en su condición de potencia económica, de gran prestamista de la eurozona y garante del euro, no estará exento de enormes tensiones nacionales y de inestabilidad social y política en cada uno de los países.
Hacia una situación revolucionaria en Europa
Una muestra de la preocupación y ansiedad que sufre la burguesía fue el editorial de El País titulado “Italia y España se acercan al abismo”, publicado el 12 de julio: “Durante años, las crisis financieras y las suspensiones de pagos de países se han asociado con Latinoamérica, con el Sureste asiático, con el mundo en desarrollo. Durante generaciones, los países emergentes estuvieron aquejados de crisis monetarias, quiebras bancarias, colapsos financieros y demás desgracias económicas conocidas por el hombre moderno. Esos episodios de pánico solían producirse en verano, cuando las manadas de especuladores tienen más capacidad de influencia sobre los mercados. Es verano y la crisis arrecia, pero esto no es América Latina ni Asia: Europa es la nueva frontera del miedo”.
Realmente la “frontera del miedo” se extiende más allá de Europa. La simple posibilidad de una suspensión de pagos de EEUU, más allá de que ésta tenga como desencadenante la crisis política y de que puedan finalmente llegar a un acuerdo in extremis entre republicanos y demócratas, es un indicativo de que todos los órganos del sistema capitalista están enfermos, incluyendo su órgano principal. En tres décadas la deuda pública de EEUU aumentó 17 veces, llegando a los actuales 14,1 billones de dólares. La deuda pública y privada asciende a 76 billones de dólares, una cantidad superior al PIB mundial. Con el inicio de la crisis hace cuatro años el sistema capitalista en su conjunto ha entrado en una espiral descendente y todas las contradicciones acumuladas durante décadas saltan a la superficie una tras otra, empujando la crisis a nuevas “fases” y con enormes consecuencias sociales y políticas. Y lo hacen, como no podía ser de otra manera, de forma violenta, sorpresiva y aparentemente accidental.
Efectivamente, la crisis de la deuda en América Latina de los 90 fue el preámbulo de un prolongado proceso de crisis social y de irrupción de las masas en la escena política, que aún perdura. En el curso político que ahora cerramos se han producido rebeliones de masas en varios países de Europa, destacadamente en Francia y Grecia. En los últimos meses las manifestaciones de masas en el Estado español a raíz del movimiento 15-M son el preámbulo de un otoño muy caliente, en el que se producirá la plena entrada de la clase obrera y la juventud en el escenario político, mediante la lucha y una creciente participación en la vida política. Estamos en los primeros escarceos de un largo proceso de revolución y contrarrevolución en Europa. La disyuntiva está clara: la expropiación completa de las palancas fundamentales de la economía, quitándolas de la minoría de parásitos que nos gobierna y poniéndolas en manos de la clase obrera y al servicio de la inmensa mayoría de la sociedad, o la destrucción completa de todas las conquistas sociales del último medio siglo. Tenemos la fuerza para lo primero. Ahora urge que a la voluntad de lucha de nuestra clase se una un programa y una estrategia consciente para la transformación socialista de la sociedad. ¡Únete a la Corriente Marxista Revolucionaria!