El reciente triunfo de Hollande en las elecciones presidenciales francesas, unido al llamamiento de Obama en la cumbre del G-8 de mayo a reorientar la política económica de la Unión Europea hacia un mayor crecimiento, han facilitado a la socialdemocracia europea un clavo ardiendo al que agarrarse para intentar demostrar que tienen una alternativa a la crisis. Pero ¿representa realmente el “Plan de Crecimiento” de Hollande una alternativa a las políticas de ajuste fiscal que se están llevando a cabo en toda Europa?
La propuesta de crecimiento económico de Hollande
El verdadero alcance de la política de “crecimiento” de Hollande se comprueba en su manifiesto electoral Mis 60 compromisos para Francia.
La medida estrella del programa es el incremento en 25.000 millones de euros, distribuidos a lo largo de cinco años, del gasto capaz de estimular el crecimiento económico. Asociado a este estímulo, se propone la creación de 60.000 empleos en la enseñanza pública y de 150.000 puestos de trabajo para jóvenes, así como un conjunto de medidas de estímulo con financiación pública a la contratación de jóvenes y a la inversión de las empresas, capaces de revitalizar de forma sólida la economía francesa.
Por supuesto, la creación de empleo en la enseñanza pública y para los jóvenes es algo muy positivo. La cuestión es si eso realmente va a materializarse. Los programas de gasto público, las ayudas a las empresas, o las bonificaciones por contratación de jóvenes ya se ensayaron en los primeros años de la crisis sin otro resultado que transferir fondos públicos a manos privadas. Recordemos, en el Estado español, el Plan E de Zapatero, o las cuantiosas ayudas y desgravaciones fiscales concedidas a las empresas en nombre de la “economía sostenible”.
El verdadero alcance de las políticas expansivas puede verificarse en Japón, donde los planes de estímulo se han sucedido uno tras otro desde que explotó su burbuja inmobiliaria y bursátil en 1990, sin más resultado que levantar temporalmente la economía durante el tiempo que dura el plan, para recaer en un crecimiento casi nulo cuando se disipan sus efectos.
Entre 1991 y 2000 Japón aprobó diez planes de estímulo económico por un importe total de 3,84 billones de euros, equivalentes al 116% de su PIB, al tiempo que mantenía sus tipos de interés en el 0% (el plan quinquenal de Hollande equivale a sólo el 1,28% del PIB anual francés). El importe de estos planes fue aplicado por bancos y empresas para sanear sus balances y cubrir pérdidas, pero la economía no se recuperó, porque las inyecciones de dinero público, por masivas que sean, no pueden sustituir la demanda solvente de bienes de equipo y de consumo que la crisis de sobreproducción ha hecho disminuir drásticamente.
Y además, los planes de estímulo no suavizaron el coste de la crisis para los trabajadores japoneses. Los despidos masivos, la pérdida de la vivienda, la reducción drástica del valor de los fondos de pensiones, etc., han abierto en Japón un período de crisis social que se prolonga hasta hoy.
¿Qué ocurre con los recortes aprobados por Sarkozy?
Pero aunque no haya razón alguna para depositar esperanzas en el efecto expansivo de estos planes, sería razonable pensar que esta propuesta de revitalización de la economía iría acompañada de, al menos, una suspensión del plan de recortes puesto en marcha por Sarkozy. Pero lejos de eso, Hollande se ha comprometido a mantener prácticamente en su integridad los planes de recorte. El único cambio que propone se reduce a aplazar un año la consecución de un déficit público estructural del 0%, es decir, alcanzar el equilibrio presupuestario en 2017, en lugar de en 2016 como proponía Sarkozy. Por lo demás, se mantiene el compromiso de reducción del déficit al 3% en 2013 (pág. 11 del Manifiesto), asociado a la prevista reducción del gasto público que, como el propio Manifiesto se encarga de resaltar en su página 40, será una “cifra comparable a la anunciada por la mayoría saliente”.
Entonces, ¿cómo conseguirá Hollande el milagro de recortar e incrementar simultáneamente el gasto del Estado? Sus propuestas fundamentales son un fuerte aumento de la presión fiscal sobre las grandes fortunas y las grandes empresas, y la creación de un impuesto sobre las transacciones financieras. Con estas medidas, Hollande espera recaudar 29.000 millones de euros (pág. 41), que financiarían sobradamente sus políticas expansivas. Por supuesto, estas medidas tienen un claro sentido progresista y las apoyamos, aunque son insuficientes. Sus cálculos sobre el montante total de desgravaciones fiscales a las grandes fortunas aprobadas en el pasado por la derecha francesa se basan, en gran parte, en datos correspondientes a los años de boom capitalista, cuando la economía crecía a buen ritmo y bancos y empresas veían crecer sus beneficios en ratios de dos dígitos. Sus planes de recaudación fiscal parten de la hipótesis (pág. 40) de que la economía francesa empiece a crecer sólidamente desde este mismo año hasta que su PIB se expanda a una velocidad de crucero del 2,5%, a pesar de que el crecimiento francés de los dos últimos trimestres (0,1% y 0,0%) apunta a una vuelta a la recesión. Otra cuestión es la falta de previsión de medidas ante los clásicos movimientos que realizan las grandes fortunas para escapar de los impuestos: la huída de capitales y la desviación de beneficios de sus empresas a otros países con fiscalidades más benignas. Sin la nacionalización de la banca y las grandes empresas es imposible organizar la economía a favor de la mayoría.
El posible giro en la política económica europea
Uno de los puntos fuertes de los defensores de un “plan de crecimiento” es la de un Plan Marshall para Europa. Al margen de las enormes dificultades para financiar un plan de esa magnitud, las condiciones actuales no tienen nada que ver con la Europa de 1946, destruida por la guerra y necesitada de una completa reconstrucción de sus ciudades y de su infraestructura productiva. En la actual crisis de sobreproducción no es precisamente capacidad productiva lo que falta. Lo que realmente falta (desde el punto de vista capitalista, se entiende) es la posibilidad de invertir rentablemente las gigantescas cantidades de capital acumuladas en los años de boom, y que hoy circulan improductivamente por los circuitos financieros de todo el mundo a la caza de oportunidades de fáciles ganancias especulativas. Y, como ya se ha explicado respecto a Japón, es posible que los estímulos vuelvan a poner en funcionamiento la capacidad productiva ociosa, pero bajo ningún concepto van a promover una inversión duradera en bienes de equipo o desarrollo de capital humano cuando la perspectiva es que una vez agotado el estímulo la economía vuelva al estancamiento.
Choque de intereses nacionales
El debate en curso en la cúpula del mundo capitalista no es una controversia entre “progresistas” y “conservadores” (de hecho, hasta el momento el Partido Socialdemócrata Alemán ha apoyado las medidas de Merkel) sino el choque de intereses entre distintos sectores de la burguesía mundial, que intentan imponer sus intereses particulares ante la prolongación de la crisis, ante el agravamiento de las tensiones monetarias en la zona euro, y ante el aumento de la resistencia social ante las políticas de ajuste, que ha tenido en Grecia su máximo exponente, pero que poco a poco se extiende por todo el mundo capitalista.
El escaso valor del programa de Hollande como alternativa a la crisis no tiene por qué significar que la actual política monetaria de la zona euro vaya a prolongarse indefinidamente. La gravedad de la crisis política en Grecia y la gigantesca crisis bancaria en el Estado español podrían llevar, con independencia de lo que diga Hollande, a una obligada relajación en los ritmos del ajuste fiscal, a un incremento de las políticas expansivas del BCE o incluso, en un momento determinado, a la emisión de eurobonos que, todos sitúan, de momento, en un indefinido “largo plazo”.
En todo caso, un cambio de estas características no variará el objetivo central de la burguesía en esta crisis: que la factura la pague la clase obrera y por tanto no constituye ninguna alternativa para los trabajadores. Es paradójico que los que presentan el “plan de crecimiento” como algo progresista tengan a Obama como referencia. De hecho, aunque el presidente de EEUU se presente en las cumbres mundiales como el campeón de las políticas de estímulo al crecimiento, los recortes sociales avanzan a un ritmo muy parecido al de Europa, y su proclamada recuperación es sumamente frágil. Sólo a base de enormes planes de estímulo, en gran parte posibles por el papel del dólar como divisa de reserva mundial, ha podido EEUU obtener unas mínimas tasas de crecimiento, totalmente insuficientes para atajar el problema del aumento del desempleo. Para sostener su recuperación EEUU necesita del tirón de las importaciones europeas, y de ahí su presión a Merkel y los dirigentes europeos para que adopten sin demora políticas de estímulo.