Hace 20 años mazos y martillos retumbaban en el centro de Berlín, destruyendo el Muro. Cada mazazo estimulaba en miles de alemanes orientales el odio hacia un régimen podrido y corrupto, el régimen estalinista, y sobre todo la ilusión en una vida mejor, con un mayor nivel de vida, con mayores comodidades y mayor libertad. Al mismo tiempo, cada martillazo impactaba sobre la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes de todo el mundo, agriando sus esperanzas de acabar con el capitalismo e imperialismo explotador y por encontrar una alternativa socialista.
Hace 20 años mazos y martillos retumbaban en el centro de Berlín, destruyendo el Muro. Cada mazazo estimulaba en miles de alemanes orientales el odio hacia un régimen podrido y corrupto, el régimen estalinista, y sobre todo la ilusión en una vida mejor, con un mayor nivel de vida, con mayores comodidades y mayor libertad. Al mismo tiempo, cada martillazo impactaba sobre la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes de todo el mundo, agriando sus esperanzas de acabar con el capitalismo e imperialismo explotador y por encontrar una alternativa socialista.
Durante esos vertiginosos meses y años, lo que cayó no fue el auténtico socialismo, sino un régimen monstruosamente burocrático y policiaco, que usurpaba y ensuciaba la limpia bandera del comunismo. Por otra parte, no se produjo el triunfo definitivo del capitalismo (‘el final de la historia', como pretenciosamente declaró Francis Fukuyama), sino que en términos históricos ese sistema continuó por la senda del declive, acumulando las cargas de dinamita que estos últimos años están explotando. Sin embargo, estas dos evidencias no lo eran para las masas. Incluso con independencia de que la inmensa mayoría de los trabajadores en Occidente no tuviesen ninguna simpatía por la burocracia sí veían en la URSS la prueba histórica de que era posible la existencia de una sociedad distinta y más justa que el capitalismo.
Por eso, la caída de los regímenes del Este tuvo un efecto desmoralizador puesto que implicaba la consolidación de la idea de que era imposible la existencia de cualquier modelo social alternativo al capitalismo.
Los dirigentes de los partidos de la izquierda, incluídos los que hablaban en nombre de la URSS, y sindicatos, no sólo no dieron una explicación correcta de este tremendo acontecimiento, sino que reaccionaron ante él profundizando su giro hacia la derecha y el abandono, incluso de palabra, de cualquier referencia al socialismo.
Estos factores, unido a la coincidencia en el tiempo, con el inicio de un boom económico en Occidente, alimentó la idea de que el capitalismo podía entrar en una senda ascendente continua.
Todos los análisis burgueses explican la caída de la URSS como una prueba de la superioridad del capitalismo sobre el socialismo. Sin embargo, la realidad es que el desarrollo económico y social que se produjo en la URSS, a pesar de la hostilidad militar y económica del capitalismo, no es igualable al de ningún otro país en la historia del capitalismo, ni siquiera con el Japón de la posguerra.
La usurpación estalinista de Octubre
La primera revolución comunista triunfante de la historia dio lugar a un estado obrero incipiente que tuvo que desarrollarse en condiciones muy adversas como su aislamiento, el atraso social y económico del que se partía, y el desgaste que supuso cuatro años de guerra imperialista y guerra civil.
La revolución rusa fue producto de la combinación de una amplia iniciativa de las masas obreras y campesinas con la existencia de un partido revolucionario, el Partido Bolchevique, con un programa, una táctica y estrategia marxista. En este sentido, la revolución no fue, como dicen muchos historiadores burgueses, un golpe de Estado, sino una revolución, donde la disyuntiva impuesta por los hechos era la toma del poder por parte de la clase obrera o la negra reacción capitalista.
Pero tomar el poder es sólo el primer paso para construir el socialismo.
En el caso de Rusia, se trataba de un país de enormes recursos pero con un retraso secular, que se expresaba en la debilidad numérica del proletariado. Las condiciones en que tuvo que desenvolverse la revolución fueron extremas. La clase obrera salió exhausta (y en gran parte aniquilada) de la masacre de la guerra mundial, de la intervención militar imperialista, de la guerra civil y del hambre y la miseria subsiguientes. Su única alternativa era resistir lo más posible, ganar tiempo, hasta que la extensión de la revolución por toda Europa, y en particular la revolución en Alemania (cuya clase obrera era la más fuerte del continente), acudieran en su ayuda. La necesidad de extender la revolución era absoluta y explícitamente asumida por Lenin y los cuadros del partido. Éste, contestando a la acusación de aventurerismo hecha por los mencheviques (que argumentaban que no era posible el socialismo en Rusia), decía en 1918: ‘Los acontecimientos históricos han demostrado a esos patriotas rusos que no atienden más que a los intereses inmediatos de su país, concebido a la antigua usanza, que la transformación de nuestra revolución rusa en una revolución socialista no fue una aventura sino una necesidad, ya que no hubo otra elección; el imperialismo anglo-francés y el norteamericano inevitablemente estrangularán la independencia y la libertad de Rusia, a menos que triunfe la revolución socialista mundial, el bolchevismo mundial'1.
Desgraciadamente la revolución en Alemania y el resto del continente fracasó. La extensión de Octubre se aplazó por un periodo de tiempo. Mientras tanto, de forma al principio imperceptible, la correlación de fuerzas interna en Rusia fue cambiando. La desmoralización de sectores importantes de la clase obrera ante años de hambre y aislamiento internacional, sin perspectivas de cambio a corto plazo, el cada vez mayor peso de los kulaks (campesinos acomodados) y otros sectores proclives a la restauración capitalista, y la regresión en condiciones de vida previamente conquistadas (como la jornada laboral de 8 horas) y incluso su disminución numérica llevaron a un proceso de independización creciente del Estado con respecto a la clase obrera. El Estado soviético desde el principio tuvo que echar mano, incluso, de funcionarios y oficiales zaristas, aunque, eso sí, bajo control de los sóviets. Tan pronto como en 1922, Lenin escribe: "Poniéndonos la mano en el pecho, debemos confesar (...): el aparato que reclamamos como nuestro en realidad aún no tiene nada en común con nosotros y constituye un batiburrillo burgués y zarista que no ha habido posibilidad alguna de transformar en cinco años sin la ayuda de otros países y en unos momentos en que predominaban los compromisos militares y la lucha contra la hambruna"2. Lenin dedicó una parte importante de sus energías, a pesar de su larga convalecencia, y hasta su muerte en 1924, a luchar contra las tendencias burocráticas en el seno del Estado y del Partido Comunista. Estas tendencias oscilaban entre el proletariado y los sectores sociales proclives al capitalismo. Una casta de funcionarios, cada vez más independiente del control soviético, nutrida con todo tipo de arribistas, revolucionarios frustrados y pequeñoburgueses, y representada por Stalin y su teoría del socialismo en un solo país, expropió los frutos de Octubre a los trabajadores y campesinos. La contrarrevolución estalinista revertió muchas conquistas, en el plano social y cultural, puso en grave peligro el régimen con la colectivización forzosa, y lanzó al movimiento revolucionario internacional a una y otra derrota con su política aventurera y oportunista. Todo esto no hubiera podido hacerlo sin machacar cualquier atisbo de democracia obrera, cualquier recuerdo de la política leninista, y cualquier sector o dirigente que recordara a la exangüe clase obrera la única salida para la revolución: la extensión internacional, y la profundización de la democracia obrera. Ésta es la razón de la saña con la que Stalin persiguió a Trotsky y a la Oposición de Izquierdas. De hecho, la consolidación definitiva de la burocracia se produjo sólo después y a través del exterminio de todo aquello y aquellos que estaban ligados de algún modo a las tradiciones de Octubre.
Sin embargo, la reacción estalinista nunca llegó al punto de acabar con la conquista más importante de revolución: la nacionalización y planificación de las fuerzas productivas. Ésta era la base de su prestigio y poder, y esto es la base de la contradicción fundamental entre la URSS y el mundo capitalista. Para millones de personas en el mundo, la existencia de un gran país desarrollando sus fuerzas productivas de forma gigantesca, sin la enorme carga de la apropiación privada de la plusvalía, no podía ser más que un estímulo para la lucha socialista. Ningún acuerdo o intento de acuerdo entre imperialistas y burócratas soviéticos (y ha habido muchos) podía soslayar este hecho.
El ‘milagro' de la economía planificada
‘Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses', dice Trotsky, ‘el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad'. Esto lo escribe en 1937, cuando en medio de la crisis que aflige al mundo capitalista, y que va a llevar a la Segunda Guerra Mundial, la URSS se ha recobrado económicamente y avanza imparable. De 1925 a 1935 la producción de la industria pesada aumentó un 900%; en 1925 la Unión era el undécimo país en generación de electricidad, mientras en 1935 era el tercero; en extracción de hulla, pasó del décimo lugar al cuarto; en producción de acero, del sexto al cuarto; y en producción de tractores, en 1935, es el primer país del mundo. Mientras la economía francesa y estadounidense bajan un 30 y 25%, respectivamente, y el militarismo y bandidaje de Japón le lleva a la cúspide en el ranking capitalista, con un 40% de crecimiento, la producción soviética crece ¡un 250%!
Este proceso fue sangrientamente cortado por el intento de invasión nazi. La responsabilidad de la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial recae en gran parte sobre la URSS, sobre las enormes reservas que la planificación económica tenía y el titánico esfuerzo de los pueblos soviéticos por defenderla. Y el precio fundamental también lo pagó la Unión: 27 millones de muertos y una economía devastada. Sin embargo, una vez más, el oso soviético volvió a levantarse con fuerza. Desde final de la guerra hasta los años 70 el progreso económico fue impresionante; entre 1945 y 1979 el PIB creció ¡un 400%!, una media anual de un 11,4%. La economía planificada, aun con la traba de la burocracia, fue capaz de convertir un país similar en muchos aspectos a la India, en 1917, en la segunda potencia mundial. El país con más científicos (el 25% del mundo), con mayor producción de petróleo, acero, cemento, tractores. Un país que, pudiendo disponer colectivamente de su plusvalía, fue capaz, no sólo de crecer, sino de garantizar mejoras sociales amplias en todos los aspectos fundamentales: vivienda, alimentación, trabajo, sanidad, cultura... Hay que tener en cuenta que esa progresión, a diferencia de en los países capitalistas, fue posible sin recesiones, sin inflación, y, sobre todo, sin la existencia de ese fenómeno que pretenden presentar como inevitable, pero que sólo lo es en el capitalismo: el paro. La carne y los productos lácteos mantuvieron el mismo precio desde 1962 hasta la perestroika; el pan, el azúcar y otros alimentos básicos, desde 1955. El alquiler de vivienda no superaba el 6% del salario. Toda una serie de conquistas para los trabajadores impensables incluso en los países económicamente más avanzados del capitalismo. También China y el resto de países del Este europeo pasaron por este proceso; es incomparable la situación de extremo atraso y mayoría campesina en Yugoslavia, Rumanía o Bulgaria -por no hablar del Asia Central o Mongolia-, antes de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo de estos países a lo largo de los años 50, 60 y 70. Pero este progreso no se hizo gracias a la burocracia, sino a pesar de ella. La traba de los burócratas no es tanto sus privilegios legales e ilegales (que crecían a la par del crecimiento económico, y también en el periodo de declive de la URSS, en la medida que se independizaba más y más de la clase obrera y del recuerdo de Octubre). Es su propio papel en la producción: papel de retraso, de despilfarro, de descontrol. A diferencia de la economía capitalista, cuyo motor es la plusvalía, el estímulo de la economía socialista es el aumento del nivel de vida de las masas, y esto sólo puede ser guía y motor de la producción y de todos los aspectos de la sociedad con el control directo de los interesados, es decir, con el control obrero, con una genuina democracia soviética. El socialismo es tan imposible sin democracia obrera como el capitalismo sin mercado. Debido al carácter privado de la apropiación de una riqueza que sin embargo es generada socialmente, el capitalismo tiene una naturaleza caótica, con todas las implicaciones destructivas que ello conlleva, sobre todo para los sectores más débiles de la sociedad. Sin embargo, pese a su anarquía, a sus crisis, el capitalismo funciona y lo hace a través de las brutales correcciones del mercado. Sin embargo, en el régimen estalinista -en términos marxistas, de bonapartismo proletario-, si los burócratas de una empresa no hacen bien su trabajo, despilfarran, o retrasan, la producción, no existe ningún mecanismo corrector para removerlos, mucho menos para mejorar la calidad del trabajo o decidir qué, cómo y para qué necesidades sociales producir. El único elemento corrector posible en una economía planificada es la democracia obrera, la participación consciente y masiva de los trabajadores en todos los ámbitos de la vida económica, social y política.
La burocracia, traba absoluta al desarrollo de la URSS
Mientras la economía parte de un nivel muy bajo y de lo que se trata es de cubrir necesidades básicas para todos, es relativamente fácil organizar la producción. En este caso el control burocrático, aun teniendo un coste, no es un obstáculo absoluto al desarrollo de las fuerzas productivas.
Sin embargo, llegado a un nivel alto de sofistificación, el lastre burocrático es un freno absoluto. Un puñado de dirigentes (y eran millones en la URSS, pero no dejaba de ser una minoría de la población), incluso si cuentan con la mejor voluntad, no pueden decidir correctamente en una sociedad de economía compleja, que precisa de bienes de consumo de calidad, y donde surgen continuamente nuevas necesidades. A partir de finales de los 70, y de forma acelerada en los 80, la economía soviética, aun creciendo, fue rebajando su porcentaje a índices más propios de una economía capitalista en estancamiento (aumentos de entre 0 y 3%), lo que también tuvo su efecto en el progreso de las condiciones materiales de las masas, y fue socavando de forma paulatina la base social de apoyo al régimen. Ya en los 60 entre el 30 y el 50% de la producción se despilfarraba por la mala gestión, el robo o la corrupción. En 1983 el 20% de los pozos petrolíferos estaban fuera de funcionamiento, por falta de mantenimiento, mala gestión o escasez de mano de obra; es un ejemplo muy gráfico de la traba burocrática y del desperdicio que suponía. En parte, la ineficacia oficial fue superada por el papel del mercado negro, que fue desarrollándose hasta el punto de convertirse en un elemento imprescindible para el funcionamiento habitual; aquí también participaban muchos burócratas, especialmente directores de fábrica.
La ‘perestroika'
"Debido a la negligencia en el control y a toda una serie de razones adicionales, han aparecido grupos de gente con una mentalidad propietaria diferenciada y una actitud desdeñosa hacia la sociedad. Los trabajadores han planteado legítimamente la cuestión de acabar con este estado de cosas. Se considera necesario llevar a cabo en el futuro inmediato medidas adicionales contra estos parásitos, saqueadores de la propiedad socialista" (The Times, 26/6/86). Con discursos como éstos, guiñando el ojo a los obreros, Gorbachov pretendía basarse en ellos para paliar el colapso del régimen, tomando medidas contra los burócratas más corrompidos. Pero reformar desde arriba era imposible, el crujido del monstruoso régimen usurpador de Octubre sólo podía llevar a la revolución política (es decir, a la insurrección obrera para restituir la democracia obrera) o al retorno al capitalismo.
Mijail Gorbachov fue elegido en 1985, tras las muertes sucesivas de sus antecesores Breznev (en 1982), Andrópov y Chernenko. La élite burocrática se decidió por él, entre otras cosas, porque la elección de alguien de 54 años (joven, desde el punto de vista de la gerontocracia imperante), podía dar sensación de aire fresco y renovación al régimen. Sin embargo, Mijaíl fue mucho más lejos de lo que pretendían sus electores, y desde luego él mismo.
La táctica de Gorbachov fue insuflar un soplo de vida a un enfermo terminal. Intentar crear esperanza en que el régimen era reformable, controlando a la burocracia, y en que él iba a volver a implantar los principios leninistas. Con el objetivo de atraer a los desencantados impulsó la glásnost (apertura), que implicaba: abrir las páginas de los diarios a las críticas hacia los desastres provocados por los burócratas o hacia lacras como la mala calidad de las viviendas, el alcoholismo o el mercado negro; establecer medidas controladas de elección desde abajo; la apertura de archivos secretos de la época de Stalin, que aun cuando la desestalinización de Kruschev fueron mantenidos como secretos de Estado; un proceso de descentralización hacia las repúblicas soviéticas; etc. A la vez que tomaba esas medidas e insinuaba en su discurso volver a Octubre, intentaba aumentar la productividad exprimiendo más a los trabajadores, bien con denuncias del absentismo, el robo o el sabotaje (el palo), bien con incentivos a los más productivos (el viejo stajanovismo estalinista: la zanahoria).
No era la primera vez que se tomaban ese tipo de medidas. Inevitablemente, la cúpula burocrática debía apoyarse en una capa de aparatchiks para oponerse a otra; y, a veces, también, debía apoyarse en sectores de la clase obrera (sólo temporalmente y hasta cierto punto, sin perder nunca el control) para golpear a la capa más envilecida de los burócratas, que podía poner en riesgo todo el sistema. Adular a la clase obrera y poner en la picota a varios corruptos, o reprimir a la clase obrera, o ambas cosas a la vez, siempre tenía un objetivo: mantener el régimen burocrático. Esta oscilación entre diferentes capas y clases es la esencia del bonapartismo, sea burgués o proletario. Por otra parte, medidas de mayor centralización o de mayor descentralización, buscando siempre el aumento de la productividad, también se habían ido alternando en la evolución económica del régimen.
La burocracia no es reformable
Sin embargo, ahora las cosas eran distintas, como tendría que comprobar Gorbachov. El nivel de colapso económico y social no tenía precedentes. Las tensiones acumuladas durante tanto tiempo, en un periodo de estancamiento, sólo podían aflorar, más temprano que tarde. Y la espoleta fue precisamente las medidas que tomó Gorbachov para evitarlo. La perestroika, al abrir una rendija para soltar agua de forma controlada, provocó la ruptura de toda la presa. Otro factor también marcaba la diferencia: la clase obrera no era el 20% de la población como en los 30; era el 70%. Tenía fuerza, y una vez intuida la debilidad de la burocracia no era tan fácil controlarla...
La perestroika no cumplió sus objetivos. Era imposible aumentar la productividad cuando la producción chocaba una y otra vez con maquinaria obsoleta, mala gestión y sabotaje de los propios directivos, primeros responsables del latrocinio dirigido al mercado negro. Más allá de unos momentáneos éxitos, la política gorbachoviana fue una pesadilla para la clase obrera. A cinco años de la elección de Gorbachov, nada menos que 70 millones de personas, un 25% de la población, vivía en la pobreza Soviet Weekly (8-XI-90). Diez días después Pravda escribe: "La situación sigue empeorando. La producción cae y se rompen los vínculos de suministro económico. Las tendencias separatistas son más fuertes cada día. El mercado de consumo es un desastre. El déficit presupuestario (...) ha alcanzado niveles críticos. El comportamiento antisocial y el crimen han aumentado. La vida cada vez es más difícil, los incentivos para el trabajo se han debilitado, la fe en el futuro está colapsando. La economía está en una situación altamente peligrosa".
El descontento era mayor por el hecho de que la gente sabía que la escasez era artificial. De 1986 a 1990, 13.000 tipos de productos distintos habían desaparecido de las estanterías, con destino al mercado negro. El 22 de agosto de 1990 hubo disturbios en Chelyabinsk por la escasez de alimentos en las tiendas; la multitud obligó a retirarse a la policía. Posteriormente, la Administración tuvo que admitir la existencia de un almacén secreto con manjares en la sede del Partido Comunista local. Este incidente reflejaba que las masas empezaban a perder el miedo a las fuerzas represivas, y que el malestar estaba llegando a un punto de ruptura. Frente al callejón sin salida del régimen, cada vez se extendió con más fuerza, entre un sector de la burocracia, una idea: la de la restauración capitalista. Estaban impresionados con las tasas de crecimiento del capitalismo europeo, a finales de los 80. Otro sector (incluido Gorbachov) todavía no renunciaba a la economía planificada, si bien apostaba por medidas procapitalistas para incentivar la productividad, o incluso soñaba con la idea quimérica de una economía mixta, con aspectos socialistas y capitalistas. A su vez, un tercer sector proponía la vuelta a medidas de centralización y represión; estas medidas podrían haber dado un respiro al régimen, pero muy temporal. Realmente sólo existía la alternativa del capitalismo puro y duro... y la de la revolución política.
¿Era posible volver a Octubre?
Teóricamente el retorno a una democracia obrera era posible. Pero sólo la clase obrera podía hacer bandera de esta alternativa. Hubiera arrastrado con ella incluso a sectores de la burocracia, especialmente de la baja burocracia. Pero la casta burocrática de entonces eran hijos y nietos de los que vivieron Octubre, no mantenían vínculo ninguno con la revolución, y sus vástagos eran tan snobs, parásitos y superficiales como los hijos de papá burgueses. Esos burócratas, por propia iniciativa, nunca hubieran abrazado la idea de ‘volver a Lenin', se imaginaban mucho más como nuevos propietarios o nuevos administradores de sus propias empresas, previamente privatizadas, que como humildes servidores de los trabajadores.
La clase obrera no se mantuvo impasible ante los ataques a su nivel de vida. Una oleada de huelgas recorrió la Unión Soviética, a la cabeza de ella los mineros de las cuencas del Donbás y el Kuzbás. En Meshdurechensk 12.000 mineros huelguistas tomaron el control de la ciudad, exigiendo aumentos salariales, más vacaciones, etc., a la vez que la independencia económica de sus minas. Los 100.000 mineros huelguistas del Kuzbás reivindicaban la abolición de los privilegios de los funcionarios y una nueva Constitución. Estas luchas con reivindicaciones confusas reflejaban precisamente eso, la mezcla de descontento y confusión, la falta de alternativa clara para la mayoría de los trabajadores. Se puede decir que en general no existían grandes ilusiones en el capitalismo, entre ellos, aunque también hay que decir que después de 65 años de control asfixiante, policiaco, y de represión, todo en nombre del ‘paraíso socialista' y de Marx y Lenin, la limpia bandera del comunismo había sido suficientemente ensuciada para amplias masas (especialmente los jóvenes, de los cuales sólo el 15-20% declaraba confiar en el socialismo). Aun así, frente al colapso económico, el 40% de los encuestados prefería una mayor centralización económica frente a un 25% que quería medidas de mercado.
La clase obrera luchó en parte, sí, pero no hubo ningún movimiento independiente del proletariado, con sus propias banderas. Los trabajadores aprenden de la experiencia, y la experiencia del estalinismo (y más exactamente del período de declive del régimen burocrático), de lo que se autodenominaba socialismo, no era muy halagüeña. Esto determinó el resultado final, ante la ausencia de ningún partido revolucionario que luchara por la rehabilitación de las ideas socialistas, por la abolición de los privilegios de la burocracia y por la recuperación de los cuatro puntos de Lenin4, armando ideológicamente a la clase obrera y preparándola para un enfrentamiento frontal, en un determinado momento, con la burocracia. Una URSS auténticamente socialista, con la fuerza de una superpotencia mundial, y la mayor clase proletaria del mundo, se hubiera repuesto rápidamente del colapso y, lo más importante, hubiera electrizado a toda la población mundial.
Pero, huérfanos de ningún partido leninista, moviéndose a tientas, los trabajadores soviéticos sabían lo que no querían, pero no sabían qué querían. Mientras, un sector importante de la burocracia, cada vez de forma más evidente, y temiendo una explosión social, caminaba a marchas forzadas hacia el capitalismo, aunque sin atreverse a dar el salto definitivo. En 1989 Gorbachov reconocía el peligro de ‘motines en la calle'; su gobierno daba bandazos, sin saber cómo parar el colapso. El Gosplan (la agencia central de planificación) avisaba de que la producción podía caer ¡entre un 30 y un 70%! Como explica Ted Grant5: "ante la ausencia de un movimiento independiente de los trabajadores, toda la lucha se dio entre alas rivales de la burocracia. El conflicto sólo se podía resolver mediante la confrontación abierta. Ya que las alas opuestas de la burocracia estaban bastante igualadas, una solución bonapartista era la única posible. Así, el callejón sin salida de la burocracia llevó directamente al intento de golpe de Estado de 1991".
El golpe no fue fruto de una planificación minuciosa, implicando a la casta militar, el KGB y todos los burócratas descontentos. Muy al contrario, fue una tentativa desesperada, acuciada por la ratificación, el día siguiente, del Tratado de la Unión, que debilitaba los vínculos entre el centro y la periferia. La actuación pusilánime de los golpistas, reflejo de la falta de confianza de una casta históricamente desahuciada, fue decisiva en el fracaso del putsch. Frente a ella, un sector decidido a abrazar el capitalismo, con Yeltsin a la cabeza, estaba mucho más dispuesto a defender sus intereses. Aun así, no estaba decidido de antemano el resultado final. Y es que cuando las masas (y especialmente las obreras) se mantienen al margen (y ése fue el caso), un pequeño grupo puede imponerse frente a otro, si muestra más determinación.
El fracaso del golpe aceleró todos los procesos. Gorbachov se convirtió en rehén político de Yeltsin, hasta su discreta dimisión. Los burócratas de las repúblicas soviéticas, que habían abrazado convenientemente el nacionalismo, aprovecharon la debilidad del centro para proclamar su independencia. Y Yeltsin aplicó la terapia de shock a la nueva Rusia. En los siguientes años los acontecimientos enseñaron a muchos obreros qué significa capitalismo. En 1996 el PIB ruso era un 47% más bajo que el de 1989. Una hecatombe. El 2 de enero de 1992 el Gobierno abolió el control estatal de precios, lo que provocó que algunos aumentaran hasta un 350%. La privatización y reestructuración masivas, la eliminación de los subsidios sociales y otros derechos conquistados, y la presión del imperialismo para abrir las puertas de par en par a los productos y a la inversión extranjera, provocaron que el porcentaje de pobreza escalara hasta el 90%. Pensiones de miseria, salarios no pagados, paro masivo, desahucio de viviendas (antes propiedad de empresas estatales), lacras de todo tipo se abalanzaron sobre los pueblos exsoviéticos. A ello hay que sumar los conflictos nacionales. Las dramáticas consecuencias de la restauración capitalista llevaron a la mayoría parlamentaria del Partido Comunista y sus aliados en 19956, a la aguda crisis económica de finales de los 90 y a la dimisión de Yeltsin.
Luchas antiestalinistas en el Este europeo
El colapso del régimen burocrático de la URSS tuvo un efecto multiplicado en el resto de la Europa del Este. Hacía ya tiempo que sin el respaldo del hermano mayor ruso, los burócratas checos, polacos o húngaros hubieran sido incapaces de mantenerse en el poder. La perestroika transmitió debilidad, creando inseguridad en las castas estalinistas de estos países.
De Polonia a Rumanía, la implantación de repúblicas populares (regímenes estalinistas a imagen de la URSS de la época) tras el fracaso nazi y la desaparición del capitalismo (más por ineptitud y debilidad de la escasa burguesía que no había huido con los nazis, y por el prestigio del Ejército Rojo, que por la voluntad de los estalinistas) fueron acogidas con entusiasmo por las masas. Décadas de planificación económica, a pesar del lastre burocrático y de la utopía reaccionaria de construir el socialismo en cada país, cambiaron la fisonomía de estos países. Sin embargo, es convenientemente escondido por la burguesía que la lucha por el genuino socialismo, contra el estalinismo, fue desarrollado una y otra vez por sectores importantes de los obreros, y en determinados momentos por las masas. Las huelgas y movilizaciones en la RDA y Polonia en los 50; la maravillosa insurrección húngara de 1956 (cuando auténticos Consejos Obreros llegaron a tener el control del país), aplastada por los tanques rusos; la resistencia masiva a la invasión soviética de Checoslovaquia, en 1968; el movimiento de los obreros polacos en 1970 y 1976; y la masiva movilización obrera dirigida por Solidarnosc en Polonia, en 1980. El proletariado polaco estuvo cerca de derrocar el régimen burocrático. Este movimiento revolucionado fue traicionado por la dirección de Solidarnosc dominada por Lech Walesa, los asesores reformistas y los intelectuales católicos. Posterioremente el movimiento fue manipulado al servicio de los intereses imperialistas.
También es convenientemente olvidado que los primeros movimientos de las masas que llevaron a la caída del Muro, no pretendían la reinstauración capitalista, sino reformas democráticas o incluso una genuina democracia socialista. De forma confusa e incipiente, los primeros en movilizarse buscaban una alternativa al capitalismo y al régimen mal llamado socialista. Donde el proceso llegó más lejos fue en Rumanía, en 1989, ya que fue el único caso en que el régimen cayó por insurrección popular. Los trabajadores acabaron con sorprendente facilidad con las estructuras estalinistas de Ceaucescu, vencieron la única resistencia existente (la de la odiada Securitate, la policía política), y sustituyeron el Estado por elementos incipientes de poder obrero, los comités del Frente de Salvación Nacional. Durante un periodo las masas rumanas no se movieron hacia el capitalismo, sino hacia el auténtico socialismo, pero una vez más fueron traicionadas por sus dirigentes, que en público abjuraban del libre mercado y en el día a día preparaban el terreno para implantarlo. Páginas de gloria y drama sepultadas por toneladas de basura propagandística burguesa.
‘Nosotros somos el pueblo'
En cuanto a Alemania Oriental, poca gente sabe que el movimiento que acabó con la caída del Muro se inició con una manifestación en Leipzig (el 15 de enero de 1989) en conmemoración del asesinato de la dirigente comunista alemana Rosa Luxemburgo; fue un intento de arrebatar a la burocracia este icono de la revolución, cuyas ideas tanto chocaban con el régimen. La represión subsiguiente acabó con 190 personas en la cárcel. Es seis meses después cuando comienza el éxodo a Alemania Occidental, vía Hungría o Checoslovaquia; el fenómeno es importante, refleja el colapso de las expectativas de miles de familias, la dificultad de cambiar las cosas desde dentro, pero todavía esta salida individual es bastante minoritaria. A partir de setiembre, y mientras continúa el goteo de cientos de alemanes orientales, otro sector de las masas busca la alternativa de la lucha. Las movilizaciones de los lunes en Leipzig, en principio espontáneas, empezaron el 4 de setiembre, y se extendieron por Dresde, Karl-Marx-Stadt (actualmente Chemnitz), Magdeburgo, Rostock... al grito de "Wir sind das volk" (Nosotros somos el pueblo). La oleada culminó con la mayor manifestación de la historia de la RDA, en Berlín Este, con entre medio millón y un millón de personas, el 4 de noviembre; dos días después una multitud similar se reúne en Leipzig. Este movimiento pide amnistía a los presos políticos, elecciones libres, libertad de viajar, y reformas democráticas; a la vez, jaleaba el nombre de Gorbachov. Fue un movimiento confuso, como no podía ser de otra forma, y la mayor confusión residía en la cabeza de sus dirigentes, los párrocos e intelectuales del Neues Forum (Nuevo Forum), si bien es evidente que ni uno ni otros demandaban la restauración capitalista. Pero la falta de alternativas tiene un precio, y las masas ponen sus expectativas, a corto plazo, en la posibilidad de mejorar sus vidas, bien emigrando al Oeste, bien con la ayuda de la RFA. No hay que olvidar que Alemania no es cualquier país capitalista, sino el tercero más fuerte del mundo (en ese momento), y que el capitalismo europeo está inmerso en una etapa de crecimiento económico que inevitablemente creó ilusiones en el sistema en un sector, incluso, de la clase obrera.
Sólo cinco días después de la manifestación histórica de Berlín Este, la cúpula burocrática, suspendida en el vacío y ante el desentendimiento de Moscú, corta por lo sano: abre las fronteras. Una multitud entusiasmada participa de la fiesta frente al Muro e intenta demolerlo con sus propios medios. Sin embargo, no será hasta el 20 de noviembre (once días después de la caída del Muro) cuando, en una manifestación en Leipzig, se escucha, por primera vez, la consigna de la unificación alemana. El resto es bien conocido.
La burguesía alemana (con la alarma de la francesa y de Thatcher, que temen el nuevo expansionismo germano) apuesta por la unificación mediante absorción (incluir Alemania Oriental en la RFA), estimula las ilusiones en el capitalismo con una promesa que luego tuvo un alto precio (el cambio del marco oriental por occidental a la tasa de 1:1), y gana las elecciones pluripartidistas en la RDA de marzo de 1990. Su coalición Alianza por Alemania alcanza el 48,15%, mientras el antiguo Partido Comunista (ya excomunista) todavía mantiene un 16%, el SPD obtiene un 22% y los dirigentes del movimiento (el Nuevo Forum) sacan un exiguo 3%. Estos datos reflejan cómo la mayor parte de las masas abrazan la ilusión de un capitalismo donde puedan mejorar sus vidas, pero a la vez un 40% (la suma de votos de SPD, el ex PC y el Partido Campesino), de alguna forma, todavía confía en algún tipo de socialismo o alguna forma de integrar los dos sistemas. El fracaso del Nuevo Forum se explica por el carácter amorfo de su ideología, su falta de alternativas; la misma razón que les alzó como dirigentes del movimiento -también confuso- les hundió en la insignificancia política cuando eran necesarias alternativas claras.
Las celebraciones por la unificación duraron semanas, pero el descenso a los infiernos bastantes años. En primer lugar, la equivalencia artificial entre los dos marcos provoca la quiebra del aparato productivo germano-oriental. La riqueza súbitamente adquirida por los ossies (alemanes orientales) es sólo aparente; de golpe la economía germanooccidental, mil veces más productiva, invade con sus productos de calidad, y a precios competitivos, la antigua RDA, llevando a la ruina su producción y al paro a sus trabajadores. Por otra parte, la tristemente conocida como Treuhand (la Treuhandanstalt, o Agencia Fiduciaria) se constituye el mismo año 1990 para cumplir la ‘privatización de la propiedad socializada' prevista en el Tratado de Unificación de las dos Alemanias. Esta agencia procede, en los siguientes cinco años, a privatizar, sanear o cerrar las empresas y servicios germanoorientales. Uno de sus principios era la restitución a los antiguos propietarios, a ser posible en especie, del patrimonio estatal. En octubre de 1994 la Treuhand ha realizado 80.000 privatizaciones, incluyendo 4.300 restituciones a los antiguos patronos, y ha cerrado 3.600 empresas. Con todo este esfuerzo (para el trabajador) se pretendía cubrir los costes de la unificación, sin embargo de los 600.000 millones de marcos previstos por la agencia sólo se recaudó una décima parte. Toda una economía a precio de saldo. Otra fuente prevista de financiación, la inversión privada, falló, con lo que los fondos públicos se han erigido en principal sostén económico del proceso de restauración capitalista, alimentando el déficit y lastrando la economía germana hasta el día de hoy. Hasta tal punto que a partir de 1995 el Gobierno burgués de Köhl recortó subvenciones y gastos sociales y aumentó los impuestos. Recortes que continuó el socialdemócrata Schröeder con su plan Hartz IV y que motivó la recuperación de las movilizaciones de los lunes en Leipzig y en otras ciudades.
El capitalismo triunfante, lejos de garantizar ‘paisajes florecientes', como dijo Köhl, ha sido y es una pesadilla para la clase obrera. En un solo año, 1990, la producción cayó un 18,5%, y hasta 1996 no recupera el nivel que tenía en 1989. En los cinco años de actuación de la Treuhand, se pierde un tercio de los puestos de trabajo. El paro pasa de prácticamente el 0% al 17%. "El proceso de convergencia parece estancado, cuando el PIB oriental representa el 60% del occidental. La brecha económica entre el Este y el Oeste, lejos de cerrarse, se ha ampliado y no se vislumbra un cambio de tendencia a corto plazo"7; aunque estas palabras son de 2000, son más actuales ahora.
¿Qué queda de las ilusiones que derribaron el Muro? Tan pronto como en 1992, la juventud germanooriental (el sector de la población menos apegado al estalinismo) declara, en un 41%, estar contra el capitalismo. Siete años después el 43% de los jóvenes piensa que se vivía mejor en la RDA.
Toda la población de Europa Oriental fue sometida a tratamiento de ‘shock'; de hecho, una de las primeras medidas procapitalistas fue la libertad de precios, bonita expresión que significa la eliminación del control de los precios de los productos básicos, y su multiplicación en función de lo que dictara el mercado (es decir, los especuladores y los monopolios de Europa Occidental). Las empresas fueron revendidas a bajo precio o, en la mayoría de los casos, cerradas; el paro masivo y la inflación impactaron sobre varias generaciones que nunca habían disfrutado de esas experiencias capitalistas; los beneficios sociales de todo tipo se perdieron; nacionalidades que convivían, aun con tensiones, se separaron debilitándose mutuamente (checos y eslovacos), e incluso a través de guerras y exterminio (Yugoslavia)... Toda esta experiencia no ha pasado en balde.
Consecuencias políticas
Las consecuencias políticas de la caída del estalinismo fueron sísmicas. El imperialismo USA se sintió fuerte y por primera vez desde Vietnam intervino militarmente a gran escala (la primera guerra de Iraq). La burguesía y sus títeres reformistas (con el inestimable apoyo de tantos excomunistas, convertidos en feroces anticomunistas) intentaron cobrar el precio de Octubre sobre los lomos de los trabajadores. Fue su venganza hacia el terror que despertó en ellos la emancipación socialista de la clase obrera rusa, y sus ecos en todo el mundo. A la vez, aplastaron con todo el peso de su maquinaria propagandística cualquier voz crítica con el capitalismo, sustituyéndola por loas a su propio sistema. Esto tuvo un efecto, especialmente entre la pequeña burguesía, pero también sobre nuestra clase. Hay que decir que pocos grupos fueron capaces de soportar la presión, de no perder la confianza en la revolución, y de contestar con teoría marxista a los prejuicios extendidos por los propios dirigentes de la izquierda; desde luego, la Corriente Marxista Internacional El Militante está entre ellos.
Hoy las tornas han cambiado. Una idea recorre el mundo: el capitalismo está en crisis. Mil oportunidades surgen (en América Latina, especialmente) y surgirán para acabar con este sistema caduco. [socialismo] La correlación de fuerzas para ello es la más favorable de la historia. La clase obrera mundial es más poderosa que nunca. El gran lastre del estalinismo (esa fuerza contrarrevolucionaria disfrazada con la máscara de Octubre) apenas subsiste. Armados con el genuino programa del marxismo podremos hacer realidad el viejo sueño que los obreros y campesinos rusos intentaron pero no pudieron culminar: una sociedad socialista, la democracia más profunda que puede haber, donde decidir por nosotros mismos nuestras vidas, sin el peso muerto de la propiedad privada.
NOTAS
1. Citado en Rusia. De la revolución a la contrarrevolución, de Ted Grant; pág. 137. 1997, Fundación Federico Engels.
2. Lenin, Contribución al problema de las naciones sobre la ‘autonomización' (Obras completas, vol. 45). Énfasis del autor. Citado en la o.c. de Ted Grant; pág. 115.
3. Trotsky, La revolución traicionada, pág. 45; 2001, Fundación Federico Engels.
4. Los cuatro puntos de Lenin, explicados en su libro El Estado y la revolución, son las medidas que un régimen de democracia obrera debe garantizar, y que la Comuna de París llevó a cabo: todos los cargos elegibles y revocables en cualquier momento; ningún cargo cobrará más que el sueldo medio de un obrero cualificado; progresivamente se implantará la rotación de cargos; y el armamento del pueblo, en vez de un ejército como cuerpo especializado. Trotsky, haciéndose eco de la reivindicación asumida por los trabajadores alemanes en revolución, añadió el punto de la libertad de partidos políticos que acepten el régimen de democracia proletaria.
5. O.c.; pág. 373.
6. Este resultado reflejaba el descontento con la restauración capitalista. Desgraciadamente, las ideas de la dirección del PC no eran las de Lenin y Trotsky, sino una mescolanza reaccionaria de lo peor del estalinismo con los prejuicios granrusos más peligrosos, sin atreverse a la vez a cuestionar el proceso de restauración.
7. José Ramón Díez Espinosa, Diez años de unidad alemana. Reconstrucción económica e integración nacional de los länder orientales. 2000, Universidad de Valladolid.