A finales de julio concluirán las primarias —después de cinco intensos meses— con la nominación de los candidatos republicano y demócrata, que se enfrentarán en las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre.
Hillary Clinton será la candidata del Partido Demócrata tras un proceso electoral plagado de irregularidades y sospechas de fraude. El último caso se dio en las primarias de California, celebradas el 7 de junio, estado decisivo por el número de delegados en juego, y que inclinaría la mayoría hacia uno u otro candidato. Además de múltiples incidencias, como máquinas de votación rotas, censos incompletos y un largo etcétera, se dejaron sin contar casi 1,7 millones de votos. Aún así se declaró ganadora a Clinton, que consiguió la mayoría de delegados necesarios para su nominación.
Estas primarias han sido históricas, fundamentalmente por la candidatura y la campaña de Bernie Sanders. En más de una ocasión la prensa y el aparato del Partido Demócrata anunciaron su derrota, en cambio mantuvo posibilidades reales de victoria hasta el final. Ha ganado en 22 de los 51 estados, ha obtenido 1.870 delegados y le han votado unos 12 millones de personas, frente a los 15 millones de Clinton. Al principio de su campaña, Sanders anunció que no aceptaría ni un dólar de las grandes empresas, logrando más donativos individuales que cualquier otro precandidato en la historia norteamericana, más de 222 millones de dólares.
El movimiento de masas debe continuar
El 16 de junio Sanders hizo un discurso a sus simpatizantes a través de Internet que fue visto en directo por más de cien mil personas. Explicó que no suspendería su campaña ni cerraría filas con Clinton, como pretende el aparato demócrata. Sanders dijo que llegaría hasta el final, que estaría presente en la convención demócrata para denunciar la situación del partido y para garantizar que de esa reunión salga el programa político más progresista de la historia de los demócratas. Con este discurso dejaba claro que no se presentaría como candidato independiente, y que su voluntad es intentar transformar el Partido Demócrata para que sea más democrático y represente los intereses de los trabajadores. Una tarea complicada si tenemos en cuenta que el partido está unido por miles de lazos a las grandes empresas norteamericanas y controlado por elementos leales a la burguesía, que se encargan de aplicar su política con una cara más amable que los republicanos.
De hecho, el movimiento de masas generado durante la campaña han creado las condiciones más favorables de la reciente historia norteamericana para la formación de un partido obrero independiente. Muchos jóvenes y trabajadores han sacado esta conclusión y es un error intentar canalizar sus energías en intentar transformar el Partido Demócrata.
En dicha intervención dejó claro que la tarea más urgente es la derrota de Trump, pero el mensaje más importante fue el emplazamiento a sus millones de simpatizantes a que continuaran con la lucha para transformar el país. “Hemos iniciado el proceso arduo y largo de transformar Estados Unidos (...) Las elecciones van y vienen, pero las revoluciones sociales y políticas que quieren transformar nuestra sociedad no terminan nunca”. Insistió en la necesidad de desarrollar el movimiento y que el cambio no llega desde arriba sino por abajo, cuando millones de personas dicen basta ya.
El Partido Republicano en crisis
En el campo republicano, Donald Trump es, aparentemente, el candidato con más posibilidades de lograr la nominación en la convención de julio debido a la retirada de los otros competidores, pero a estas alturas no está nada claro. Desde hace años el Partido Republicano está inmerso en una profunda crisis, que se ha agudizado durante estas elecciones primarias. La campaña de Trump está totalmente paralizada y se refleja en su descenso en las encuestas de opinión y en la sequía de apoyos económicos. No recibe un solo dólar desde el 3 de mayo, y en la caja sólo tiene 1,3 millones de dólares. El declive de Trump en las encuestas no significa que la popularidad de Clinton se haya disparado, los dos candidatos son los más impopulares de los últimos cincuenta años.
Un grupo importante de delegados ha solicitado al partido que habilite el mecanismo que les permitiría votar según su conciencia en la convención. De esta manera no estarían obligados a votar a Trump, quien durante las últimas semanas se ha desatado con todo tipo de declaraciones xenófobas que han obligado a desmarcarse públicamente a muchos dirigentes republicanos. Cientos de delegados formalmente vinculados a Trump no le apoyan y no está claro que cuente con la mayoría necesaria para ser nominado. Además, en la convención la dirección del partido puede presentar otro candidato que no necesariamente ha tenido que pasar por las primarias, y ya se barajan algunos nombres. También cuenta con la oposición de otro sector de la extrema derecha del partido, como el Tea Party, no porque se opongan a sus ataques a los inmigrantes o al proteccionismo económico, sino por su indiferencia hacia los temas religiosos y lo que conlleva, oposición al aborto, defensa del creacionismo, etc. La dirección republicana y la burguesía están preocupadas ante la posibilidad de una escisión del partido, que arruinaría sus posibilidades de ganar en noviembre o de revalidar su mayoría en ambas cámaras.
La crisis de demócratas y republicanos subraya la crisis del sistema bipartidista con el que ha gobernado la burguesía norteamericana durante más de un siglo. Los resultados de ambas convenciones y de las elecciones de noviembre no van a detener el repunte de las luchas obreras del último año y medio, ni tampoco acabarán con el movimiento de masas que ha acompañado a Sanders durante toda la campaña. Con avances y retrocesos, se ha iniciado el camino que culminará con la formación de un partido de masas que represente los intereses de los jóvenes y trabajadores norteamericanos.