La ONU indica que el 70% de los pobres del mundo son mujeres. Son las que sufren peores condiciones laborales: existe una diferencia salarial respecto a los hombres de aproximadamente el 30%; sufren el acoso sexual en el trabajo; el 80% de los contratos a tiempo parcial son de mujeres; padecen segregación ocupacional… Con la crisis económica mundial, llueve sobre mojado: son las mujeres, junto a los jóvenes e inmigrantes, las que más están sufriendo las consecuencias dramáticas del perverso sistema capitalista. Imaginad si juntamos los tres factores: mujer, joven e inmigrante.
La reforma laboral y la mujer trabajadora
Aunque insuficientes, se habían conseguido unos derechos que, ahora, tras la reforma laboral de 2012, o bien no se contemplarán en la ley (un botón de muestra es la supresión en el artículo 82.3 del Estatuto de los Trabajadores de la referencia a la igualdad retributiva entre hombres y mujeres) o bien se modifican in peius, es decir, a peor:
· Reducción de jornada por guardia de hijo menor. Hasta ahora se disponía de la posibilidad de ir acumulando el porcentaje diario de reducción de jornada laboral para poder ausentarse durante días enteros para conciliar la vida familiar y laboral. Ahora ya no es posible.
· Modificación de la jornada. Antes de la reforma, quienes estuvieran contratados a tiempo parcial (en una inmensa mayoría, mujeres) no podían hacer horas extras. Sin embargo, ahora no solo están permitidas sino que se considera “innecesaria” la obligación de preavisar por parte de la empresa. Es decir, el empresario puede modificar unilateralmente la jornada de trabajo.
· Lactancia. Se pasa de la posibilidad de que ambos progenitores se puedan acoger a este derecho simultáneamente, a que únicamente lo pueda disfrutar uno.
· Pensiones. A partir de enero de 2013 se verán pensiones contributivas por debajo de los 600 euros al mes. Se trata de aplicar una reducción media de hasta el 20% a la cuantía de las pensiones de jubilación cuando las reformas se apliquen totalmente en 2027. Y esto afectará especialmente a mujeres ya que tienen salarios más bajos y más contratos parciales.
Doble jornada
Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en 1884, señalaba que el origen del poder del hombre sobre la mujer está sustentado en la aparición de la propiedad privada: “el gobierno del hogar se transformó en servicio privado; la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social”. Si bien es cierto que, con el tiempo, las mujeres se han incorporado al mundo laboral (actualmente en el Estado español más de ocho millones de mujeres están trabajando, el 45% del empleo total), también lo es que siguen conservando todo el peso del cuidado del hogar y de la familia. Ni siquiera la máxima reivindicativa básica de los trabajadores de “8 horas de trabajo, 8 horas de sueño y 8 horas de descanso” es posible para las mujeres trabajadoras bajo el sistema capitalista. El trabajo doméstico ocupa el tiempo que podrían dedicar al descanso, a sí mismas, al entretenimiento o a la participación activa en la vida política y sindical.
Muchas de las medidas legales destinadas a armonizar la vida laboral y familiar son ineficaces o ahondan en el problema. Por ejemplo, cuando el trabajo a tiempo parcial se convierte en la vía para tratar de resolver el problema de la conciliación, realmente se está contribuyendo a la reproducción de las desigualdades de género en el trabajo. También pasa con la “discriminación positiva”, bajo un supuesto apoyo a la mujer, lo que se fomenta no es el reconocimiento de las aptitudes de esa mujer en cuestión, sino sólo su género, con lo que consigue lo contrario de lo que dice defender: se impulsa a la mujer “florero” que tiene que estar sólo por ser mujer y así transmitir una falsa imagen de igualdad.
El socialismo como única vía de emancipación
Las mujeres trabajadoras en el sistema capitalista son uno de los componentes principales del ejército de reserva de mano de obra que provee al capital de inagotable fuerza de trabajo siempre disponible, a bajo costo y elástica, que entra y sale intermitentemente del mercado laboral respondiendo a los intereses del capital. Pero la opresión de la mujer no solo juega un papel primordial como ejército industrial de reserva con unas diferencias salariales que regalan una tasa extra de plusvalía al capital sino que, además, en el trabajo doméstico la mujer trabajadora garantiza, por un lado, la reposición cotidiana de la energía del obrero aplicada al trabajo y, por otro lado, la reposición generacional, la reproducción de la fuerza de trabajo, un esfuerzo sin coste para el capitalista, aunque es fundamental para el mantenimiento de su sistema.
A pesar de los avances tecnológicos, de los electrodomésticos, la mujer sigue esclavizada en el hogar. La esencia del programa bolchevique para la emancipación de la mujer era su liberación final del trabajo doméstico por medio de la socialización de estas tareas (lavanderías públicas, comedores públicos, guarderías públicas, etc.). Lenin decía que “ningún Estado burgués, por más democrático, progresivo y republicano que sea, reconoce la entera igualdad de los derechos del hombre y de la mujer” (Lenin, Obras Escogidas).
Naturalmente no hacemos referencia a las mujeres burguesas que encomiendan todos los quehaceres domésticos, incluido el cuidado de los niños, a personas asalariadas; nada tienen que ver con la inmensa mayoría de las mujeres trabajadoras que deben ir a trabajar y ganar un salario. Las mujeres de la burguesía en primer lugar y sobre todo se benefician de la explotación de la clase obrera, ya sean hombres o mujeres, para garantizar su predominio en la sociedad. Es un grave error aislar la cuestión de la mujer de la cuestión de clase o llevar una lucha de “todas las mujeres” sin esa distinción, como hace el feminismo de las mujeres burguesas. La lucha por la emancipación de la mujer está inevitablemente unida a la lucha por la liberación social del conjunto de la clase trabajadora.