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Un vuelco histórico a la izquierda fruto de diez años de luchas contra la austeridad

Las pasadas elecciones del 7 de febrero han marcado un punto de inflexión en la situación política de la República de Irlanda. La movilización del voto de la juventud y la clase trabajadora ha asestado un duro golpe al Fine Gael (FG) y Fianna Fáil (FF), dando la victoria por primera vez en la historia al Sinn Féin (SF). Un fuerte varapalo para los dos partidos tradicionales de la derecha que durante más de noventa años se han alternado en el poder garantizando la gobernabilidad capitalista y el poder de la Iglesia católica.

Esta quiebra del régimen bipartidista y del duopolio conservador refleja el clima de rabia social contra las políticas de ajuste y recortes que estos gobiernos y la élite capitalista europea han aplicado tras el rescate financiero de la troika. Una década de austeridad salvaje que ha sacudido la conciencia de amplios sectores de la juventud, la clase trabajadora y las capas medias empobrecidas, para los que las cifras de crecimiento económico del “milagro irlandés” solo han traído más precariedad, desigualdad, la destrucción de los servicios públicos y una degradación lacerante en sus condiciones de vida. La pérdida de influencia de los dos grandes partidos burgueses, hegemónicos desde la independencia del país, ha revelado un profundo cuestionamiento del establishment y de las instituciones.

Polarización social y lucha de clases. Crisis histórica del Fianna Fáil y del Fine Gael.

Apenas unos días antes de los comicios, la prensa burguesa situaba al anterior primer ministro y candidato del Fine Gael, Leo Varadkar, como claro vencedor. Según este análisis, su imagen pública, favorecida por las negociaciones fronterizas del Brexit o por las tasas prácticamente de pleno empleo, le permitiría mantener su apoyo social garantizando la estabilidad política. Sin embargo, toda esta propaganda ha sido barrida por el incremento de participación en las zonas obreras, dibujando el parlamento más a la izquierda de la historia de Irlanda.

Detrás de los comentarios de los analistas burgueses que hablan del éxito del rescate financiero irlandés y de las cifras que sitúan a Irlanda como la economía que más crece de la eurozona, la recuperación del Tigre Celta se ha basado en un crecimiento sangrante de la desigualdad y de la brecha entre ricos y pobres. La economía de Irlanda se recuperó rápidamente atrayendo inversiones extranjeras gracias a uno de los Impuestos de Sociedades más bajos de Europa y a unas reformas laborales salvajes que han creado uno de los mercados de trabajo más precarios entre los países capitalistas desarrollados. Junto a un incremento exponencial de los beneficios empresariales, el resultado de esta receta ha sido un hundimiento en las condiciones de vida, con un 37% de pobreza infantil. Dublín, la quinta capital con más multimillonarios del mundo, sufre una alarmante crisis de vivienda que ha dejado a más de 10.000 personas sin hogar.

Desde el inicio de la crisis, cuyos efectos golpearon severamente a Irlanda, las luchas sociales contra la austeridad sacudieron el país con importantes huelgas de los trabajadores del sector público y grandes movilizaciones contra la agenda de recortes. Un buen ejemplo fue la lucha contra las tasas del agua, que acabó con la retirada de las mismas fruto de la presión en las calles. Sin embargo, los dirigentes sindicales firmaron con el Gobierno los acuerdos de “Croke Park” garantizando la paz social y desmovilizando a los sectores en lucha.

A pesar de todo, el movimiento que impulsó el referéndum del aborto, arrancando una victoria al Gobierno y a la poderosa Iglesia Católica, o distintas huelgas impuestas desde abajo como la de los pilotos de Ryanair o la de los 40.000 trabajadores del SNH que han tenido que enfrentar la estrategia de paz social de los dirigentes de la ICTU (central sindical irlandesa), muestran el potencial y la radicalización que se ha gestado entre amplias capas de la sociedad. El brusco giro electoral es consecuencia de todos estos acontecimientos de la lucha de clases, un combustible que ha socavado la aparente estabilidad política y social.

Los dos partidos tradicionales de la burguesía han obtenido el peor resultado de su historia, cayendo 7 puntos con respecto a las elecciones de 2016. Una tendencia a la baja que se viene desarrollando desde el estallido de la crisis económica de 2008 y que ha provocado su progresivo derrumbe. De acaparar entre ambas formaciones el 84% de los votos han pasado a obtener actualmente un 42% y 67 escaños conjuntamente, quedándose a 13 asientos de la mayoría absoluta. Por primera vez Fine Gael y Fianna Fáil no alcanzan conjuntamente la mayoría absoluta, un cambio profundo que demuestra las transformaciones decisivas que se han producido en la conciencia entre amplias capas de trabajadores y de la juventud.

Victoria del Sinn Féin y crecimiento de la izquierda parlamentaria

En contraste, y a pesar de la campaña salvaje de los medios de comunicación agitando el fantasma del IRA, el Sinn Féin pasa de un 14% de votos en 2016 a un 24,53%, convirtiéndose en el partido más votado, a pesar de no haber presentado candidatos en todas las circunscripciones. Frente a los más de 80 candidatos presentados por FG y FF, el Sinn Féin solo presentó 40, de los que 37 obtuvieron escaño. De haber presentado más candidatos quizás la victoria hubiera sido aún mayor. En Dublín, por ejemplo, el SF se sitúa como primera fuerza en 4 de las 5 circunscripciones electorales, gracias al peso mayor de la clase obrera y la juventud.

Una victoria basada en un programa enfocado en subir los impuestos a grandes fortunas y multinacionales para hacer frente al problema de la vivienda, en acabar con la precariedad laboral y en poner fin a la privatización del servicio nacional de salud.

Por otro lado, la juventud ha tenido un peso decisivo en estos resultados, y en el giro a la izquierda que en general se ha producido, al ser uno de los sectores más castigados por la extensión de la precariedad y el colapso de los servicios públicos, y por su papel en primera línea en la movilización contra la derecha y la reaccionaria jerarquía eclesiástica en el referéndum por la legalización del aborto. Entre los jóvenes, el Sinn Féin ha cosechado un 32% de apoyo, frente al 16% del Fine Gael y el 14% del Fianna Fáil.

Otro reflejo de este giro a la izquierda es el ascenso del Partido Verde, que pasa del 2,7% de los votos al 7,13%, aupado como en otros países por las movilizaciones contra el cambio climático. Por otro lado, la candidatura Solidaridad-La Gente Por Delante de los Beneficios, formada por diversos partidos de la extrema izquierda, y que irrumpió con fuerza en 2016, retrocede del 3,9% al 2,63%, perdiendo un diputado y 27.000 votos. Un voto que se ha canalizado a través del SF como un voto útil y radical de cara a golpear a la derecha.

Al mismo tiempo, el Partido Laborista, el que fue principal partido de la izquierda irlandesa, continúa hundiéndose: pasa del 6,6% de los votos al 4,38%. En 2011 obtuvo casi el 20% de los sufragios, pero su colaboración con la agenda neoliberal del Gobierno del FG en el 2011, en plena hecatombe económica, ha supuesto su progresiva desaparición.

El voto conjunto de las diferentes formaciones de izquierdas ha pasado del 30 al 40% del electorado, alcanzando un récord histórico. Un reflejo del profundo giro a la izquierda que se ha producido en la sociedad irlandesa desde la crisis económica.

Otro elemento significativo es el apoyo a la consigna por la reunificación de Irlanda. Una encuesta publicada recientemente muestra que el 51% de los votantes de Irlanda del Norte y más del 60% de los votantes en el Sur respaldan la unificación. Con un Brexit bajo el mandato reaccionario de los tories, y en un contexto de crisis social y crecimiento de la polarización política y social, la cuestión nacional irlandesa amenaza con volver a emerger como un factor de desestabilización para el capitalismo y de radicalización especialmente entre la juventud. La cuestión nacional está en el ADN de la lucha de clases en Irlanda, y por tanto no puede obviarse o verse como un elemento secundario o accidental.

¡Solo una alternativa socialista podrá poner fin a la austeridad!

Tras las elecciones la clase dominante se encuentra ante un escenario complicado, apareciendo, como en otros países, el fantasma de la ingobernabilidad y de la repetición electoral. Los cálculos para asegurar un Gobierno con capacidad de mantener su agenda de contrarreformas y recortes presupuestarios se complican. Las dificultades de estos días para la negociación de investidura son una buena muestra de la crisis política que enfrenta la burguesía.

Por un lado, la aritmética parlamentaria imposibilita al FF y FG formar un Gobierno de coalición. Al mismo tiempo ya han manifestado su rechazo rotundo a abrir cualquier diálogo con el SF. Un pacto sostenido con otras fuerzas como los laboristas, los socialdemócratas o diputados independientes conformarían un Gobierno débil que aceleraría la propia crisis que atraviesan la derecha y la institucionalidad burguesa, impulsando aún más al Sinn Féin.

El SF tiene la responsabilidad y una enorme oportunidad de romper con las políticas de austeridad. Sin embargo, eso solo será posible rompiendo con la lógica del sistema, y rechazando cualquier diálogo o acuerdo con los dos partidos responsables de la crisis social que padece el país, el FF y el FG. El intento del SF de aparecer como una fuerza responsable y abierta a dialogar con ambos partidos es un error y refleja las limitaciones de las políticas reformistas. Su éxito ha sido fruto de haber colocado los problemas de la clase trabajadora en el debate político, pero ahora es necesario mantener una política coherente, en este caso en la oposición, de cara a hacer efectivas las demandas de la clase obrera y la juventud: vivienda digna y asequible, defensa de la sanidad pública, acabar con la precariedad laboral, etc. Satisfacer las aspiraciones que se han expresado en este vuelco electoral histórico a la izquierda solo será posible con un programa que enfrente al verdadero poder detrás de todos los gobiernos burgueses, el poder de la banca y las grandes multinacionales, y hacerlo basándose en la movilización de la clase obrera y la juventud.

Si algo ha quedado claro es que una situación de estabilidad y paz social está completamente descartada. El horizonte de una nueva recesión en la economía mundial dibuja un futuro de grandes convulsiones que afectarán de lleno a Irlanda. Las elecciones han sacado a la luz el potencial existente para levantar una alternativa anticapitalista y socialista que gane la confianza de las masas. Esa es la tarea más urgente del momento.


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