A pesar del clamoroso silencio, el desprecio y la manipulación informativa de los grandes medios de comunicación burgueses, la rebelión de la clase obrera francesa  contra el Gobierno de Emmanuel Macron y su reforma de las pensiones continúa con fuerza dos meses después, convirtiéndose ya en la huelga más larga de la historia del país. 

Caída de la popularidad y maniobras del Gobierno

Las jornadas de movilización general del 9 y el 11 de enero arrancaron el año reuniendo a centenares de miles de personas por todo el país e incorporando nuevos sectores a la lucha. El presidente Macron, enormemente debilitado y con un índice de popularidad que ha caído más de la mitad desde el inicio de su mandato –del 57% en junio de 2017 al actual 25%, según un sondeo publicado por el diario Le Figaro–, anunció el mismo día 11 estar dispuesto a ceder parcialmente, retirando de forma “provisional” uno de los ejes del ataque: la elevación a 64 años de la edad mínima de jubilación para cobrar el 100% de la pensión, dejándola en los 62 años actuales.

A la vez, a través de su primer ministro, Édouard Philippe, envió una carta a los agentes sociales en la que propone organizar una conferencia de financiación con Gobierno, patronal y sindicatos para encontrar una fórmula de financiación alternativa de las  pensiones que permita el “equilibrio del sistema de cara a  2027”, es decir: “decidir entre todos” cómo ahorrar 12.000 millones de euros sin bajar las pensiones ni mucho menos incrementar las cotizaciones patronales. Una mesa de diálogo hasta abril cuyas conclusiones puedan ser integradas en el trámite final de la aprobación parlamentaria de la ley, previsto para junio. 

De paso, de esta manera, pretende sortear las elecciones municipales de marzo, “rebajando” el conflicto social con el fin de evitar un resultado que puede ser estrepitoso para su formación, La República en Marcha.

Si bien este paso atrás de Macron es una prueba de la enorme fuerza del movimiento,  del desgaste de su Ejecutivo y una clara evidencia de que se puede ganar esta batalla, también es conveniente alertar de la maniobra dilatoria que se oculta detrás de la misma.  Su objetivo principal es tratar de desactivar la movilización, sacar a los trabajadores de la calle e implicar a los dirigentes sindicales, o por lo menos a una parte –el dirigente de la CFDT, Laurent Berger, ya ha aceptado desmarcándose de la huelga, así como UNSA–, en los recortes que se lleven a cabo, desprestigiándolos ante su propia base. Eso sí, si no hay acuerdo “el Gobierno afrontará sus responsabilidades”.

Así lo entienden los trabajadores que se mantienen firmes, y que cuentan con un impresionante respaldo social. En las últimas semanas nuevos sectores se han sumado a las movilizaciones: estibadores y portuarios, profesiones liberales, trabajadores del tratamiento de residuos, estudiantes, trabajadores del sector privado... apuntalando a aquellos sectores que resisten desde el primer día. Una trabajadora señalaba con claridad: “la gente no hace la huelga más larga desde Mayo del 68 para rendirse y retroceder. Irá hasta el final”; otra afirmaba: “No queremos ser la generación que sacrifique a la siguiente”; la caja de resistencia de la CGT alcanzaba en la tercera semana de enero los dos millones de euros y, según un sondeo de la empresa BVA, el 70% de la población francesa no solo apoya las huelgas, sino que considera que la lucha debe continuar.

El Consejo de Ministros aprueba la reforma, la clase obrera responde con la movilización

Las concesiones de Macron no solo no le están sirviendo para calmar la movilización, sino que están llenando de confianza en sus propias fuerzas a la clase obrera y la juventud francesa, reafirmándoles en sus métodos de lucha: la huelga general, las manifestaciones de masas, los comités de lucha... los únicos capaces de echar atrás los ataques de los capitalistas.

Así, el viernes 24 de enero, coincidiendo con la presentación de la ley en el Consejo de Ministros, la Intersindical –con CGT a la cabeza, que sigue exigiendo la retirada total de la contrarreforma– convocaba otra jornada de huelga y manifestaciones. Por más propaganda repitiendo machaconamente que no se puede doblegar al Gobierno para tratar desmoralizar a los huelguistas y por más que se esté incrementando duramente la represión policial, la respuesta ha sido contundente: alrededor de 1.300.000 personas salieron nuevamente por toda Francia, con cerca de 400.000 en París, la principal manifestación de esta séptima jornada de huelga general.

Por tercera vez la emblemática torre Eiffel ha permanecido cerrada, en el transporte, el sector que más está soportando el peso de la huelga, las alteraciones han vuelto después de varios días de relativa calma. Junto al transporte, que sigue a la vanguardia y dejó claro que “no estamos cansados, esta lucha sigue”, a los trabajadores de refinerías, puertos o de la principal empresa de energía del país, entre otros, en las calles se pudo ver una presencia masiva de estudiantes y juventud obrera, así como de profesores de secundaria (que protestan también por el nuevo y elitista método de evaluación en bachillerato). También se han puesto en huelga los bomberos o los abogados, que han hecho famosas las acciones tirando sus togas al suelo en señal de protesta y se han contagiado a otros ámbitos como la sanidad, la inspección laboral, la enseñanza…

Un elemento significativo de esta jornada fue la participación de trabajadores de la CFDT en las manifestaciones al grito de “Estamos aquí, estamos aquí, aunque Berger no quiera, la base está aquí”, dejando claro el rechazo a la política esquirola de sus dirigentes. Unos días antes, huelguistas de RATP (metro y transporte urbano de París) y SNCF (ferrocarriles) entraron en la sede central de la CFDT para advertir a Berger que “no negocien por nosotros” una muestra del ambiente existente.

Por una huelga general indefinida hasta echar a Macron

La determinación de los trabajadores está más que probada. Las protestas se suceden diariamente, la nueva jornada de huelgas del 29 de enero volvió a sacar grandes manifestaciones, que fueron seguidas de protestas los días 30 y 31 y continuarán el 6 de febrero. Pero los trabajadores no pueden seguir en huelga y manifestándose eternamente. Nos encontramos en un momento decisivo de la lucha.

Las condiciones para la victoria están dadas. Los dirigentes sindicales no pueden dar balones de oxígeno al Gobierno, se trata de hacer caer al Gobierno, y la dirección de la CGT tiene toda la responsabilidad de hacerlo. No es suficiente con llamar a “hacer más huelgas”. Se trata de poner encima de la mesa un plan de lucha coordinado, que aglutine y sea capaz de desplegar la inmensa fuerza que están demostrando los trabajadores en la acción, para ello hay que poner todos los medios y preparar ya una huelga indefinida total hasta echar a Macron.

Este plan tiene que incluir la organización y coordinación de comités en las fábricas, en todos los centros de trabajo y de estudio, en barrios y localidades, y la elaboración de una plataforma reivindicativa que incluya, junto al rechazo de la contrarreforma de pensiones, la reversión de todos los recortes y retrocesos en los derechos laborales, sociales y democráticos de los últimos años, que luche por el incremento de la inversión en la sanidad, educación y servicios públicos, que exija la renacionalización de todos los sectores privatizados y la nacionalización de los grandes monopolios y la banca para poder llevarlo a cabo.

Una victoria de la clase trabajadora francesa se convertiría rápidamente en un revulsivo para la clase obrera europea e internacional. ¡Sí se puede!

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