A finales de verano de 2008 la burguesía no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo: el conjunto del sistema financiero se desplomaba y la economía mundial entraba en la senda de una recesión de proporciones históricas. El pánico, la incertidumbre por el futuro y por las consecuencias políticas y sociales del hundimiento, se apoderaron de los centros de poder en todos los continentes.
A finales de verano de 2008 la burguesía no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo: el conjunto del sistema financiero se desplomaba y la economía mundial entraba en la senda de una recesión de proporciones históricas. El pánico, la incertidumbre por el futuro y por las consecuencias políticas y sociales del hundimiento, se apoderaron de los centros de poder en todos los continentes.
La crisis actual acabó bruscamente con los sueños de un crecimiento económico sostenido. Parecía imposible pero así ha sido. Pero no sólo eso: el tinglado ideológico de que el capitalismo era el mejor de los mundos posibles, los axiomas del fundamentalismo neoliberal con el que la burguesía sacaba pecho tras el colapso del estalinismo y seducía a los dirigentes reformistas del movimiento obrero, se han desmoronado, rápida y estrepitosamente. El fin de la historia no era tal, ni mucho menos.
La crisis está afectando duramente a la credibilidad y la estabilidad general del sistema, mientras el desconcierto y la desorientación dominan los foros internacionales y la política de los gobiernos. Es imposible fiarse de las previsiones: las correcciones de las perspectivas económicas que trazan los institutos económicos son constantes, hasta el punto que las recientes expectativas han dado paso a un horizonte lleno de dudas y desánimo por el futuro. No es para menos.

Las causas del hundimiento

La virulencia de la actual recesión se  explica,  dialécticamente,  por  el carácter  del boom económico precedente. El ciclo de acumulación capitalista que se desarrolló en las dos últimas décadas hunde sus raíces en factores derivados de la lucha de clases1 y en la gran expansión del comercio mundial, factores ambos que ayudaron al abaratamiento de los costes de producción y a contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. También jugaron un papel destacado la caída de los precios de las materias primas, las privatizaciones, así como la nueva tecnología de la información.
El desarrollo de la economía china fue otro factor de primera magnitud a la hora de contener la amenaza de recesión en Occidente a finales de la década de los ochenta del siglo pasado.2  Pero sobre todo, el boom económico se prolongó durante mucho más tiempo debido a la extrema desregulación del mercado financiero y al recurso generalizado del crédito, que además de sostener las actividades puramente especulativas, alimentó el consumo de la principal economía del planeta (EEUU) y la producción de una parte importante de las manufacturas mundiales.
Como hemos explicado en numerosas ocasiones, el crédito barato generó una espectacular burbuja bursátil e inmobiliaria que atrajo miles de millones de euros acumulados en años de explotación intensiva de la fuerza de trabajo, y que obtuvieron plusvalías muy altas sin tener que pasar por el doloroso proceso de la inversión productiva.3 Pero el crédito masivo que generó altos beneficios también dio luz verde a un endeudamiento privado y empresarial sin precedentes que se cubría con más deudas. Y estas deudas multimillonarias, gracias a la ingeniería financiera, se transformaron en "activos" que cotizaban al alza en las bolsas, hasta que todo el sistema estalló en verano de 2007 con los impagos masivos de las hipotecas subprime en EEUU.
Cuando el sistema financiero de  EEUU se vio afectado por el retroceso que estaba experimentando la economía real y el crecimiento del desempleo, el desplome de los grandes bancos de inversión, comprometidos como estaban hasta los tuétanos con la especulación inmobiliaria y bursátil, se precipitó. Esto tuvo efectos inmediatos provocando que la crisis de sobreproducción latente emergiera a la superficie con toda virulencia y empeorara aún más la situación insostenible del sistema financiero. Estalló entonces una crisis clásica del sistema capitalista, de sobreproducción de mercancías, bienes y servicios, precisamente, en el pico agudo del boom económico.4

El papel del Estado en la crisis

Cuando se habla de crisis de liquidez para explicar lo que está ocurriendo, hay que responder que este tipo de argumentos no tienen nada que ver con la realidad. No es un problema de liquidez de capitales, que por otra parte han sido concedidos a manos llenas a la banca por el conjunto de los estados capitalistas, sino de la incapacidad del mercado mundial para absorber el exceso de mercancías, bienes y servicios, en un contexto de deudas masivas de la población y desempleo galopante.
Bajo el capitalismo, la inversión de capital sólo tiene sentido si ésta proporciona ganancias tangibles al capitalista. Cuando la capacidad productiva instalada está funcionando a mínimos históricos en EEUU, en la UE, en Japón; cuando la demanda interna se reduce drásticamente a consecuencia de las deudas multimillonarias, y el comercio mundial cae un 14% en 2009, ¿para que invertir en ampliar la producción, en construir nuevas fábricas, en contratar más trabajadores?
La envergadura de la crisis obligó a los gobiernos de las naciones más desarrolladas a adoptar medidas drásticas. Pero, a pesar de lo que digan los defensores del neokeynesianismo, los planes de salvamento público (cerca de 20 billones de dólares en estos dos años, equivalentes a un tercio del PIB mundial) han servido, esencialmente, para rescatar al sistema financiero a través de una masiva nacionalización de las pérdidas. Visto a la luz de los datos, es incuestionable que este drenaje salvaje de las finanzas públicas ha dado lugar a un nuevo proceso de acumulación capitalista donde el máximo beneficiario está siendo, por increíble que parezca, el mismo sistema financiero que precipitó la gran recesión y que obtuvo beneficios multimillonarios en el periodo precedente.
Estamos ante una paradoja que ilustra el carácter reaccionario del capitalismo. Si el Estado nacional se ha convertido en un armatoste que obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas y está completamente superado por la realidad del mercado mundial, no es menos cierto que ese mismo Estado nacional es esencial para garantizar los intereses capitalistas en momentos de crisis. La burguesía nacional necesita a su Estado para defenderse de los competidores extranjeros (proteccionismo), necesita al Estado para mantener la solvencia del capital financiero; necesita al Estado para amortiguar las graves consecuencias de los conflictos políticos y sociales que se derivan de la crisis... En palabras de Federico Engels: "El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una maquinaria esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas se apropie, tanto más se hace capitalista total...".5

Deuda pública: un negocio fabuloso para el capital financiero

El capital financiero, que domina con puño de hierro la economía de mercado, obligó al conjunto de la sociedad a penetrar en el corralito de las deudas hipotecarias. Sobre la base del endeudamiento masivo, público y privado, los grandes bancos y fondos de inversión se apropiaron de la plusvalía de cientos de millones de personas a lo largo y ancho del planeta. Como ahora es imposible continuar con el festín de la misma manera, el capital financiero se beneficia de plusvalías multimillonarias a través de los planes de salvamento público y, por alucinante que parezca, de financiar la gigantesca deuda pública que estos mismos planes de salvamento han generado.
Los datos son contundentes: el mercado mundial de derivados que movía en torno a 500.000 millones de dólares a mediados de 2007, se acercaba a los 600.000 millones en 2009. Así mismo, los 25 gestores más ricos de fondos de altos riesgos, en pleno pico de la crisis (2009), lograron unas ganancias globales de más de 25.000 millones de dólares, más del doble que el año anterior.
La deuda pública de los 30 países más avanzados del mundo alcanzará en promedio en 2010 el 100% de su PIB. En el caso de EEUU el pago de intereses de la deuda pública supone ya la cuarta partida de su presupuesto anual. Sólo en 2009, los títulos de obligaciones emitidos en Alemania alcanzaron la cifra de 1 billón 692.000 millones de euros. En el conjunto de la UE se emitieron en 2008 más de 650.000 millones de euros en deuda pública; en 2009 fueron más de 900.000 millones y en 2010, según estimaciones conservadoras, será de 1,1 billones. El conjunto de los estados de la UE tiene ya más de 8 billones de euros en deuda pública
La deuda pública se ha convertido en el gran negocio del momento. Mientras el Banco Central Europeo (BCE) por sus estatutos tiene prohibido comprar y tener deuda pública de los Estados miembros de la eurozona, el mismo BCE inunda el mercado financiero de miles de millones de euros que son facilitados a los bancos privados a tipos de interés ridículos. Estos mismos bancos dedican una parte muy considerable de esos capitales, no a la inversión productiva, no a ayudar a las PYMES o a conceder créditos al consumo, sino a la compra de deuda pública a tipos de interés muy rentable. Es una auténtica estafa que refleja perfectamente la lógica del capitalismo en su época de decadencia senil.
Pero ¿de dónde saldrán las multimillonarias retribuciones que recibirá la banca privada de colocar miles de millones de euros en la deuda pública? La respuesta es obvia: de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase trabajadora a través de los planes de austeridad.

La bancarrota griega

El crecimiento de la deuda pública y privada ha tenido también otros efectos dramáticos. Aunque los planes multimillonarios para salvar el sistema financiero y estimular la demanda no han logrado sacar a la economía mundial de la recesión, sí han situado a ciertos países al borde de la bancarrota... de la bancarrota desde el punto de vista capitalista.
La virtual suspensión de pagos de las finanzas griegas ha llevado a la Unión Europea, o más exactamente a Francia y Alemania, a "auxiliar" al gobierno de Papandreu,. Pero la razón de fondo de esta ayuda es la fuerte implicación de la banca europea en la deuda griega (en torno a 800.000 millones de euros para los bancos franceses, británicos y alemanes);  es decir, de lo que se trata es de seguir garantizando el negocio parasitario de la gran banca. En cualquier caso, la "ayuda" propuesta sólo supone una nueva línea de créditos si Grecia no encuentra la financiación suficiente en los mercados, y para garantizarla, el gobierno de Papandreu ha tenido que pasar por las horcas caudinas de la "austeridad", lanzar un recorte salvaje del gasto público, de los salarios del conjunto de la clase obrera, de privatizaciones masivas, de ataques a la jubilación y las pensiones.
La crisis griega ha desatado también la euforia de los fondos de inversión, es decir los grandes especuladores, que se han lanzado al degüello de las finanzas públicas del país. El martes 6 de abril, el Estado griego tuvo que pagar un 7% de intereses por su deuda pública a 10 años. Esto significa que una parte importante del dinero que se obtendrá del recorte del gasto público será consumido en pagar intereses a los grandes banqueros y especuladores. Pero incluso esto ha sido insuficiente. El 22 de abril Grecia sufrió otro duro batacazo, al conocerse que sus cifras de déficit público son mayores de lo esperado (hasta llegar al 13,6% del PIB). Inmediatamente, la noticia provocó una caída de los valores de la deuda griega y un encarecimiento de su financiación: los intereses de los bonos de deuda griega a 10 años se situaron en el 8,78%, es decir, 5,73 puntos porcentuales más de interés que lo que se paga por los bonos alemanes. Al día siguiente, el 23 de abril, el primer ministro Papandreu tenía que salir públicamente implorando la ayuda de la UE y del FMI.
La envergadura de la crisis griega ha hecho saltar las alarmas en Portugal, Irlanda y, por supuesto, el Estado español. El riesgo de que algo semejante ocurra en estos países es evidente. La deuda privada del Estado español representa el 225% del PIB; si le sumamos el 55% que supone la deuda pública, la deuda total equivale al 280% del PIB. Esto significa que cada año la economía española necesita refinanciar ¡600.000 millones de euros! En la actualidad los créditos morosos, como consecuencia de la recesión, se han disparado y se acercan ya a la peligrosa cifra de 100.000 millones de euros según datos del Banco de España.
El sector inmobiliario, que tiene comprometidos más de 440.000 millones de euros (casi al 50% del PIB), es una amenaza a la estabilidad del sistema financiero español. Los bancos por su parte, han incorporado a sus balances muchas de estas deudas incobrables, adquiriendo constructoras y un vasto parque inmobiliario que no encuentra, ni encontrará, comprador a corto y medio plazo. El premio Nóbel de economía, Paul Krugman, describía crudamente la situación en un artículo titulado Anatomía de un desastre: "Buena parte de la cobertura mediática de los problemas de la eurozona se ha centrado en Grecia, lo que es comprensible: Grecia está contra las cuerdas, más que cualquier otro país. Pero la economía griega es muy pequeña. De hecho, en términos económicos, el corazón de la crisis está en España, que es un país mucho más grande". 
Los históricos acontecimientos de Grecia tendrán importantes consecuencias políticas. En primer lugar han puesto de relieve los graves problemas de la unificación económica europea. En los años de boom la integración de estas economías nacionales divergentes fue más lejos de lo previsible, espoleada por la fuerte competencia de EEUU y el bloque asiático (Japón y China). Es ahora, en el marco de una recesión brutal, cuando todas las contradicciones derivadas del proceso de la unión monetaria estallan de manera descontrolada. Pero sobre todo, la crisis griega también ha colocado al conjunto de la economía capitalista delante de un espejo. La sacudida de movilizaciones obreras, huelgas generales y cuestionamiento del capitalismo puede extenderse a otros países con problemas similares. No ha hecho falta esperar a la recuperación económica para asistir a un poderoso movimiento de los trabajadores y la juventud griega, que continúa con un proceso de luchas iniciado años atrás.

¿Recuperación económica o recaída en la recesión?

Los datos sobre la recuperación de las economías más fuertes -EEUU, la eurozona, Japón...- muestran unas perspectivas inciertas; la sobreproducción sigue afectando a todos los sectores clave, y la inversión en capital fijo sigue sufriendo caídas importantes y sostenidas. Por otra parte, el consumo sigue y seguirá muy deprimido a causa de la montaña de deudas y el desempleo de masas, que lejos de descender sigue creciendo con fuerza en las economías más industrializadas. Incluso la posibilidad de nuevas quiebras financieras y bancarias están en el orden del día. Los efectos de la crisis son múltiples. No sólo afectan a la estabilidad económica del sistema en su conjunto, también agudizan la lucha interimperialista por los mercados. Las relaciones internacionales están siendo sacudidas por una nueva configuración de fuerzas, el aumento de las contradicciones y una escalada de enfrentamientos entre las grandes potencias.
En un contexto así, es necesario volver a reafirmar que los planes estatales sólo pueden tener un efecto limitado como paliativo de una recesión tan profunda. Para superar la recesión y que la recuperación adquiera la consistencia que se necesita es fundamental que la inversión del capital se reactive. Y eso sólo se producirá cuando la demanda y el consumo muestren signos claros de avance.6
Con un desempleo de masas, con recortes de los gastos sociales, de los salarios públicos y privados, mientras el crédito sigue estrangulado, es decir, con todos los factores empujando a que el consumo se mantenga en niveles muy bajos, las posibilidades de una nueva recaída en la recesión se hacen reales. No sólo lo decimos los marxistas, el propio FMI lo señaló el pasado martes 20 de abril en su cumbre de primavera: "(...) El FMI alertó ayer de una tercera oleada, causada por la explosión de la deuda con que los Gobiernos han estabilizado la banca y la economía, algo que desde el principio reclamó el propio FMI para no caer en una depresión. Vuelve el miedo: el potencial de esta crisis fiscal es muy peligroso, puede barrer la costosa estabilización del sistema y, en última instancia, puede devolver a la economía global de nuevo al lodazal de la recesión" (El País, 21 de abril de 2010). En cualquier caso una cosa es segura: la economía capitalista experimentará un estancamiento que durará años, en los que los ataques a la clase trabajadora se ampliaran y recrudecerán país tras país.

La crisis y las tareas del movimiento obrero: por una alternativa marxista

La conmoción que han sufrido millones de trabajadores, a los que la crisis ha cogido desprevenidos, se ha amplificado por las políticas de desmovilización y colaboración gubernamental practicadas por los dirigentes sindicales. Los sacrificios y las concesiones son la norma del momento, pero sólo envalentonan a la patronal y preparan retrocesos aún mayores.
A pesar de todo, y  con un ritmo que es difícil de predecir, la experiencia de los trabajadores entrará en conflicto con la política de los dirigentes. Choques sociales tremendos se pondrán en el orden del día en los próximos años.
En una crisis económica de estas proporciones el movimiento obrero se encuentra en una clara disyuntiva: la lucha sindical limitada empresa a empresa es totalmente ineficaz e impotente para defender las condiciones mínimas del empleo y la embestida patronal, para mantener el poder adquisitivo de los salarios o preservar las conquistas de generaciones anteriores. Es claro que la lucha económica se tiene que convertir en lucha política, y que ésta no puede aceptar los parámetros de la lógica del capitalismo. Si queremos defender elementos mínimos e imprescindibles para la vida de millones de familias obreras, es necesario cuestionar el capitalismo, levantando una alternativa socialista consecuente.
El capitalismo es horror sin fin, solía decir Lenin. Cuando esta catástrofe se extiende como una mancha de aceite por el mundo, cabe preguntarse: ¿Es esto necesario? ¿Es inevitable? Ni es necesario ni es inevitable. La razón de esta sin razón se explica por la supervivencia de un sistema decrépito y reaccionario, el capitalismo, basado en la dictadura brutal de un puñado de grandes bancos y consorcios multinacionales. Todos los acontecimientos que hemos vivido en estos años han vuelto a subrayar una idea planteada brillantemente en El Manifiesto Comunista: El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La clase obrera entenderá, en esta dura escuela de la crisis, la necesidad de volver a levantar con fuerza la bandera del socialismo, de la lucha por la expropiación de la banca, de los monopolios, de los latifundios, bajo el control democrático de la mayoría de la población. La solución al caos actual requiere acabar con el peso muerto de la propiedad privada de los medios de producción y de ese viejo cachivache reaccionario que es el Estado nacional. Con las palancas fundamentales de la economía bajo el control de la clase obrera sería posible utilizar toda la capacidad productiva de la sociedad y planificar de forma armónica la economía mundial. En condiciones semejantes toda la situación se transformaría de un plumazo, se lograría fácilmente suprimir la lacra del desempleo, garantizando a todos un puesto de trabajo digno. Gracias a la planificación socialista de la economía sería completamente factible la reducción drástica de la jornada laboral, sin recorte del salario, permitiendo a la mayoría de la población participar realmente en la gestión de la vida social, en la economía, en la política, en la cultura, que dejarían de ser el monopolio de la clase dominante. No existiría ningún impedimento para garantizar una vivienda pública decente y asequible, una enseñanza y una sanidad gratuita y de calidad.
Esta es la verdad que los grandes medios de comunicación de la burguesía y la ideología dominante se encargan de ocultar sistemáticamente. El socialismo es una necesidad pero no caerá del cielo. Será el producto de la lucha consciente de la clase trabajadora para levantar una organización revolucionaria a la altura de las circunstancias históricas.


NOTAS
1. En primer lugar, por un incremento global de la explotación de la fuerza de trabajo y la reducción de los salarios reales que cobró fuerza como consecuencia del fracaso del movimiento revolucionario de los trabajadores de Europa, EEUU y América Latina en la década de los setenta y ochenta. La restauración capitalista en los antiguos países estalinistas (URSS, China, Este de Europa) reforzó este proceso, propiciando una nueva división del trabajo internacional y la ampliación del mercado mundial.
2. Por ejemplo, en el periodo más intenso del boom económico (2003/2007) la economía china se convirtió en la primera receptora de inversión de capital extranjero de todo el mundo; en la principal fuente de financiación del consumo privado de los EEUU (en mayo de 2009 llegó a acumular 800.000 millones de dólares en bonos del tesoro norteamericano) y también en el mayor proveedor del mercado doméstico norteamericano.
3. Para hacernos una idea de lo que supuso este ciclo de acumulación basta saber que la tasa media de beneficios empresariales en EEUU y Europa pasó de un 12-14% entre 1975-1982, a valores superiores al 20% desde mediados de la década de los ochenta hasta mediados del año 2000, porcentajes más similares a los obtenidos en los años sesenta. Como consecuencia de esta burbuja, la brecha entre la producción real y la especulación financiera aumentó exponencialmente (entre el 90-95% de los movimientos actuales de capital no responden a operaciones comerciales o de inversión, sino a movimientos puramente especulativos).
4. Hace más de 150 años Marx y Engels explicaron los fundamentos de las crisis del capitalismo en El Manifiesto Comunista: "Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa.
"Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas." (Carlos Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista, FFE, Madrid, 1996, pp. 33-34).
5. Federico Engels, El Anti Dühring, Editorial Grijalbo, Barcelona 1977, p 289.
6. Para un análisis más detallado de las perspectivas para la recuperación se puede consultar el artículo publicado en enero de 2010 en El Militante, ¿Esto es la recuperación económica?

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