En los mercados internacionales los precios de los granos están experimentando subidas vertiginosas este año; el maíz ha subido un 78%, el trigo un 70% y el arroz un 8%; en conjunto más de un 25% de subida respecto al año pasado, según datos de la FAO. Ya entre 2002 y 2008 los principales alimentos duplicaron su precio. La subida se cortó con la irrupción de la crisis económica pero desde mediados de 2010 los precios continuaron su ascenso. En todo el 2010, según el índice de alimentos del Banco Mundial (BM), subieron un 30%. 
Los granos conforman el grueso de la alimentación de millones de personas en todos los continentes, pero además son imprescindibles para producir a gran escala otros alimentos como carne, pescado, leche o huevos. A consecuencia de ello, el problema del hambre y las enfermedades se ha agravado en el mundo. También según datos del BM, el alza de los alimentos ha empujado a 44 millones de personas a la pobreza. Hay que tener en cuenta que para las familias más pobres el gasto en alimentación absorbe el 50% de sus ingresos. 
En el caso del Estado español esta subida de precios también está teniendo efectos económicos, sobre todo en las pequeñas explotaciones ganaderas. En 2008, a consecuencia del alza de precios anterior, cerraron aproximadamente unas 34.000 explotaciones ganaderas, más o menos un 30% del total. Con la sacudida actual, la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) calcula que sólo en el último trimestre de 2010 han perdido cerca de 600 millones de euros.  
Pero el problema de la inflación sobre la economía no se queda en el precio de los cereales, también la escalada de precio del petróleo y de la electricidad han contribuido a tener en febrero una inflación del 3,6% interanual, la más alta desde octubre de 2008, que está pesando como una losa sobre las familias trabajadoras y que inevitablemente tendrá un efecto muy negativo sobre cualquier atisbo de recuperación económica.


Especulación y capitalismo

Las explicaciones que diversos analistas están ofreciendo a estos incrementos salvajes de precio ponen énfasis en las cuestiones climáticas (como la sequía en Rusia y China o las inundaciones en Australia y centro Europa), o bien al aumento de la demanda de los países emergentes, que cada vez consumen más alimentos. Sin embargo, la especulación es un factor fundamental, sin el cual la intensidad de la subida de los precios no se podría explicar. 
Un buen ejemplo de ello es el precio de la electricidad en nuestro país, que ha subido un 50% en los últimos seis años. Una subida inexplicable incluso para la CNE (Comisión Nacional de la Energía) que critica el sistema de subastas del mercado diario de energía, al que tilda de inflacionista, ya que las bajadas de precio en dicho mercado (que son bastante habituales) sólo pueden ser aprovechadas por las empresas comercializadoras, que no las reflejan en las tarifas al usuario. Es decir, que mientras las compañías eléctricas se lamentan ante los medios de comunicación sobre el bajo precio de la energía en nuestro país comparado con otros países europeos, lo cierto es que los únicos que sacan provecho de dicho precio son ellos mismos.
La crisis inmobiliaria mundial ha provocado que el objeto de especulación se esté desplazando hacia el petróleo y los alimentos, que tienen siempre un mercado garantizado y por ello son muy atractivos para esta inmunda actividad; esto genera una dinámica diabólica que conduce a los bancos inversores a lanzar contratos de futuros sobre las cosechas de cereales, acaparando más y más y, en consecuencia, modificando los precios (al alza, claro). Una gran cantidad de inversores que poseen activos financieros en dólares, como saben que el dólar está bajando y se ven expuestos a la inflación de las materias primas a consecuencia de esa bajada del dólar, lo que hacen es adelantar posiciones comprando contratos de futuros sobre los índices de las materias primas para aprovechar el alza de su precio. Así pues, si saben que una mercancía va a subir de precio, ¿por qué no comprarla hoy y venderla más adelante? Los especuladores son hijos legítimos del sistema capitalista. 
La especulación con los alimentos en el mercado mundial presupone un alto grado de concentración de la riqueza y desigualdad. Sin grandes cantidades de capital en manos de los bancos y otras entidades financieras, dominadas por muy pocas personas, que además disponen de información privilegiada, capacidad de chantaje, el acaparamiento y la especulación serían imposibles. La crisis de sobreproducción acentúa todavía más las tendencias hacia la especulación ya que para el capitalista lo fundamental es la obtención de beneficios, sin importar cómo. 
Entre 2002 y 2008 los contratos financieros para derivados de materias primas se triplicaron y como reconoce el propio Michel Barnier, comisario de la UE para el mercado interior, “ya no hablamos de alimentos; los productos agrícolas se están transformando en activos financieros”. La solución según ellos pasaría por fortalecer la “regulación”, pero esa es la demagogia de siempre. Como se ha demostrado con las grandes cantidades de dinero público regaladas a la banca y los ataques a la clase obrera, los gobiernos han actuado como simples apéndices de los intereses del gran capital.

Las masas no se quedan de brazos cruzados

Las luchas en el mundo árabe están íntimamente relacionadas con la escalada de los precios de los alimentos básicos, aunque han alcanzado un nivel que va mucho más allá, lo que está en cuestión es todo el sistema capitalista y su corrupción. En enero de 2011 se dispararon en Túnez los precios de azúcar, trigo y leche un 25%. También ha habido protestas en Mozambique contra el incremento de los precios del trigo que se saldaron con seis muertos y treinta heridos en septiembre del año pasado. Sin embargo, la producción de cereales de ese año fue la tercera mayor de la historia, ¿acaso esto no prueba que lejos de haber un problema de producción debido a factores climáticos o demográficos, lo que hay es un problema de podredumbre del sistema? 
También en Venezuela hay una lucha contra la especulación alimentaria de las grandes empresas, ya que los magnates de la alimentación, al no haber sido expropiados y expulsados de la sociedad aprovechan su posición para hacer chantaje con el desabastecimiento y la superación de los precios máximos legales, con el fin de desestabilizar y minar la moral de las masas y el apoyo al gobierno de Chávez. 
Realmente no existen límites técnicos, ni climáticos, ni ecológicos para la producción de alimentos en cantidad suficiente para erradicar el hambre en el mundo. El problema está en el sistema capitalista, cuya única finalidad es la obtención de beneficios. Sólo con la planificación económica mundial, en la que los medios de producción de la riqueza estén bajo control de los trabajadores se eliminarían las bases de la especulación, la inflación y la desigualdad y como revela la revolución árabe, la energía para esta transformación social existe.

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