El desafío de la extrema derecha es muy serio. Y nos referimos a la extrema derecha porque sería un sinsentido considerar que el Partido Popular está en una posición diferente. No. El señor Feijóo solo es un muñeco manejado por la camarilla ayusista, que es la que pone el tono y decide la estrategia trumpista en la que está embarcada la llamada derecha "constitucional".
¿Cuáles son las diferencias de fondo entre el PP y Vox frente a la cuestión nacional catalana y la amnistía a los dirigentes independentistas? Ninguna esencial. Ambas formaciones han exhibido sus credenciales franquistas durante semanas para movilizar a cientos de miles de pequeñoburgueses exaltados y a su juventud dorada, motivándolos al máximo con un mensaje rotundo: España se rompe.
El carnaval de la reacción ha sido abrumador y lo han coronado con las multitudinarias movilizaciones del pasado domingo 12 de noviembre. Seguramente más de un millón en decenas de ciudades. Ahora preparan de nuevo a sus escuadristas para rodear el Parlamento y armar la mayor gresca posible mientras se debata la investidura de Pedro Sánchez. La estrategia de la tensión es clara y se apoya en acciones callejeras extraparlamentarias, en las declaraciones demagógicas e incendiarias de los líderes, en los manifiestos de organizaciones de jueces y guardias civiles, y en un potente deseo de revancha contra la clase obrera y todo lo que huela a izquierda, separatismo, feminismo o derechos lgtbi.
Pero ¿cómo hemos llegado al punto de que la calle sea ocupada por esta masa histérica y que la izquierda parlamentaria mire hacia otro lado con tanta ligereza?
Hay varios factores que lo explican. En primer lugar debemos de señalar que esta orgia de nacionalismo españolista no cae del cielo. La derecha y el aparato del Estado siempre han sido su baluarte, pero el PSOE ha contribuido, y mucho, a reforzarlo durante la última década. Que se haya convertido en un motor movilizador, aglutinante y cohesionador no es ninguna casualidad.
Cuando en el PSOE figuras como Felipe González, Alfonso Guerra, o Emiliano García Paje denuncian el pacto con Junts y la ley de amnistía con los mismos argumentos que la derecha, nos recuerdan lo que no hace tanto tiempo defendía y apoyaba Pedro Sánchez. Sí, las cosas han cambiado tras un resultado electoral que ha impedido por cuatro escaños que la extrema derecha se siente en La Moncloa. Pero ni podemos ni debemos olvidar que el PSOE se opuso con uñas y dientes al referéndum del 1 de octubre de 2017, se movilizó junto al PP y Vox por las calles de Barcelona contra el derecho a decidir del pueblo catalán, respaldó sin reservas la aplicación del 155 por parte de Rajoy, y animó la represión policial más salvaje contra las movilizaciones masivas en protesta por la sentencia del Supremo y el encarcelamiento de los dirigentes independentistas.
Ahora, cuando a la fuerza ahorcan, Pedro Sánchez se mueve a favor de la amnistía. Pero su partido tiene una enorme responsabilidad en abrir las puertas de par en par al nacionalismo españolista más rancio y opresor, apuntalando las instituciones del régimen del 78 que hoy se revuelven contra la amnistía y cualquier acto que sugiera un reconocimiento de los derechos democráticos y nacionales de Catalunya.
En segundo lugar. La izquierda parlamentaria, no solo el PSOE que siempre lo ha hecho, sino Sumar, Más País y muchos otros, ceden la calle a la reacción gratuitamente. Apelando a la paz social y firmando un cheque en blanco a las políticas capitalistas de la socialdemocracia, alientan la desmovilización popular. En Madrid han suspendido vergonzosamente las manifestaciones contra el genocidio sionista en Gaza, precisamente cuando Vox y el PP han rendido pleitesía a Netanyahu y su Gobierno supremacista y fascista.
Su estrategia es esconder la cabeza como un avestruz, pensando que la precaria mayoría parlamentaria que han hilado gracias a Junts, la derecha catalanista, y PNV, la derecha vasca, les va a permitir conjurar la amenaza de la reacción.
No hay más ciego que el que no quiere ver. Pedro Sánchez se presentó en Málaga ante el congreso del Partido Socialista Europeo como el muro que contiene el avance de la extrema derecha en Europa. Y lo afirmó cuando riadas de derechistas tomaban las plazas y numerosas sedes socialistas, no solo la de la calle Ferraz en Madrid, eran atacadas y asediadas. ¿Seguro que la amenaza de la extrema derecha se evita con pactos parlamentarios y renunciando a la movilización de la clase obrera?
Quién no aprende de la historia…
La experiencia histórica, y la del Estado español es muy rica al respecto, demuestra que confiar en las instituciones capitalistas y en un aparato del Estado plagado de reaccionarios para defender la "democracia" y parar al fascismo, siempre ha acabado en tragedias y masacres. Y no exageramos ni un ápice.
En los años treinta, la socialdemocracia alemana confiaba ciegamente en la fortaleza de las instituciones de la República de Weimar. "La democracia es fuerte" decían. Pero la democracia fue arrojada a la basura cuando los capitalistas entendieron que no había otra opción para mantener sus beneficios, sus privilegios y su orden social. La misma burguesía que se había apoyado en los socialdemócratas para derrotar la revolución socialista, asesinando a Rosa Luxemburgo y miles de comunistas, no tardó mucho en entregar el poder a los nazis. Y estos no dudaron en hacer el trabajo completo, aplastando a la socialdemocracia, los sindicatos, al Partido Comunista y liquidando las instituciones "democráticas", incluyendo el incendio del Reichstag, para imponer su dictadura.
También ocurrió en el Estado español. ¿Acaso no fueron la misma derecha y la misma burguesía que nunca aceptaron la Segunda República las que maniobraron utilizando la judicatura, el Ejército, el españolismo y la movilización callejera de las capas medias enfurecidas para impulsar el golpe fascista de julio del 36?
Muchos nos dirán: exageráis, la democracia está muy consolidada en España. Pero no, la democracia capitalista es una hoja de parra que esconde la dictadura del capital financiero. La clase dominante no apuesta a corto plazo por un golpe fascista, pero eso no quiere decir que sectores muy importantes de la misma no quieran poner a la izquierda de rodillas y golpear con dureza los derechos democráticos.
Es un hecho que el gran capital ha realizado negocios fabulosos bajo el anterior Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Los récords de beneficios en las empresas del Ibex 35 se han sucedido año tras año. Deberían estar muy contentos pero… la CEOE, que tanto ha aplaudido la reforma laboral de Yolanda Díaz, acaba de hacer público un comunicado brutal contra el Gobierno y la ley de amnistía. ¿Por qué reaccionan de este modo si les va tan bien? La razón es precisamente la raigambre franquista de las grandes fortunas que controlan los consejos de administración de la banca y las principales empresas. Sus orígenes son los que son, y pesan decisivamente.
Pensar que el Estado español puede escapar a la escalada de polarización política, y a la amenaza de una ultraderecha que se hace fuerte gracias a la descomposición del sistema, es una completa estupidez.
Vox acaba de anunciar una querella criminal contra Pedro Sánchez y una parodia de huelga general que será como mucho un magro cierre patronal. El PP ya ha realizado una reforma exprés en el reglamento del Senado para aplazar al máximo la discusión de la ley de amnistía. Los jueces no solo firman manifiestos contra el Gobierno, llaman directamente a la movilización en la calle y se preparan para apoyar todos los recursos de inconstitucionalidad.
Son un bloque bastante compacto y creen firmemente en la argumentación de Feijóo en la puerta del Sol madrileña que también secunda Santiago Abascal: estamos ante Gobierno ilegítimo y fraudulento, encabezado por un traidor.
La sed de venganza palpita en cada manifestación y en cada intervención sin disimulo. ¿Cómo no rememorar los peores momentos de la dictadura franquista cuando se escucha a la energúmena trumpista que preside la Comunidad de Madrid bramando a gritos que devolverán golpe por golpe?
La ausencia de una respuesta contundente de la izquierda y los sindicatos de clase, y la cesión de la calle, es un error estratégico. Ocurrió en los años treinta y ahora se vuelve a repetir.
La clase obrera es muy fuerte y más numerosa que en cualquier otro momento de la historia. Tiene la capacidad para aplastar con su puño a la extrema derecha. Pero ese potencial necesita ser movilizado, necesita organización y necesita un programa revolucionario. Cualquier otra solución para combatir a la extrema derecha es un cuento para niños.