Cuando hablamos de reivindicar los derechos de la mujer y la lucha LGTBI, desde el feminismo oficial e institucional  nos ponen como ejemplo el teatro de bolso y chaqueta exclusivos y caros de Ana Patricia Botín, en el que se alardea de lo importante que es que haya mujeres dirigiendo empresas y en el Parlamento.

Nosotras nos preguntamos: ¿las mismas altas ejecutivas de empresas que especulan con nuestras viviendas y nos someten a largas horas de trabajo a cambio de un salario mínimo más que insuficiente? ¿El mismo Parlamento rancio que permite que su policía rompa manifestaciones y apalee a personas racializadas en Lavapiés?

Mientras que tenemos que luchar constantemente por derechos como el del aborto o a transicionar y somos constantemente bombardeadas con violencia burocrática y brutalidad policial, la burguesía  intenta tergiversar y adulterar la lucha feminista por la igualdad y contra todo tipo de opresión. Pretenden imponer un feminismo de color de rosa, inocuo y falso con un discurso monopolizado por gente que vive de las rentas y la explotación laboral y cuyo objetivo es desvirtuar la lucha por la emancipación de la mujer y, por supuesto, desligarla de la lucha por la emancipación de todos los oprimidos.

Desde Izquierda Revolucionaria negamos completamente esta tendencia burguesa a falsificar los movimientos de masas para que pierda su combatividad y su iniciativa revolucionaria. Es necesario desenmascarar este feminismo de postín. En ese sentido es muy ilustrativo recordar   la heroica lucha llevada a cabo por el colectivo LGTBI durante la llamada Transición Democrática en el Estado español.

El colectivo LGTBI siempre en el punto de mira de la reacción

La represión LGTBIfóbica ha sido en todo momento una de las señas de identidad del fascismo, y la dictadura franquista no fue diferente. Pero la lucha de nuestro colectivo, como parte de la historia de la lucha de clases, jamás se rindió ante la persecución fascista.

Franco y los capitalistas españoles, bajo el manto protector de la Iglesia Católica, colocaron en su punto de mira a los homosexuales a los que catalogaron de “degenerados sociales”, reprimiéndolos sistemáticamente, actuación que se utilizó para reprimir aún más a la clase trabajadora y criminalizar a la izquierda,  a las mujeres que reivindicaban sus derechos, a personas racializadas o con diversidad funcional, etc.

 Al igual que hoy en día, la Iglesia fue clave para lograr estos objetivos, atacando de raíz cualquier cuestionamiento del modelo de familia tradicional católica, que los marxistas entendemos como una de las instituciones que con más fervor tiene entre sus objetivos  el eternizar  la opresión de la mujer.

En 1953, con el apoyo de Estados Unidos, se firmó el Concordato entre el Estado Español y la Santa Sede, que todavía hoy sigue vigente. Un año más tarde aparece reformada la Ley de Vagos y Maleantes (aprobada por primera vez 1933 y posteriormente  modificada por la dictadura franquista para reprimir también a los homosexuales). Esta no era una ley que penaba o sancionaba delitos, sino que, se le dio un carácter preventivo y con el pretexto de “evitar estos delitos”, le daba carta blanca al franquismo para crear sus propios campos de concentración sociales, llamados Reformatorios de Vagos y Maleantes. El carácter extremadamente represor de esta ley se puede ver en el siguiente extracto de uno de sus artículos bajo el franquismo:

“A los homosexuales, rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena se les aplicarán para que cumplan todas sucesivamente, las medidas siguientes:

a)  Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola. Los homosexuales sometidos a esta medida deberán ser internados en instituciones especiales, y en todo caso, con absoluta separación de los demás. 

 b)  Prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio. 

c)  Sumisión a la vigilancia de los delegados”.

En los años 70, la ley de Vagos y Maleantes fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, que no hacía nada más que regularizar las penas y castigos que ya sufrían miles de personas bajo el franquismo.

Todo esto no terminó con el fin de la dictadura, otra prueba más de que la Transición fue un juego de cartas burgués para desmovilizar todo el fuego que se acumulaba en las calles, fruto de décadas de represión fascista.

La ley de Vagos y Maleantes se siguió aplicando hasta 1978, los últimos presos por homosexualidad no estuvieron libres hasta el 79, y entre 1976 y 1977 todavía se encarcelaron 600 personas del colectivo. Personas que jamás disfrutaron de la Amnistía de la Transición, hecha a medida de los torturadores y criminales franquistas.

Pero esto movilizó la conciencia de miles. La lucha LGTBI propiamente dicha nace en el Estado español en los años 70, precisamente con ese cambio de ley: el colectivo LGTBI vio como suya la rebelión social que se cocinaba en todo el Estado y que se alimentaba de la lucha contra la dictadura.

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La lucha del colectivo LGTB durante la Transición nos recuerda que nuestra lucha no es algo nuevo, ni es algo imposible y nos estimula y nos proporciona energía renovada para continuar la pelea.  

Las primeras organizaciones nacieron en Catalunya, en un espacio que se llamaba Movimiento Español de Liberación Homosexual. Estos eran colectivos clandestinos y semiclandestinos, muchas veces de tinte sindicalista y militancia comunista que ya conocían sobradamente la persecución política. Los “años más pacíficos” de la dictadura jamás fueron tal cosa como quieren hacernos creer. La Brigada Político Social seguía imponiendo su “ley” persiguiendo también a todas estas organizaciones.

Los llamados ¨Peligrosos Sociales¨ entraron en acción de forma contundente en el 77, cuando se organizó la primera gran movilización del Colectivo en Barcelona, que inspiró la primera manifestación del Orgullo de Madrid en 1978. Ambas usaban como primera demanda la derogación de la Ley de Peligrosidad Social.

Es en 1979, gracias a la lucha en las calles, que se consiguió eliminar parte de esta Ley, en concreto los artículos que hacían referencia a “actos de homosexualidad”. A pesar de esta modificación, las personas LGBT siguieron siendo criminalizadas al amparo de la Ley de Escándalo Público.

A partir de ese momento, la lucha se centraría en acabar con ese otro instrumento de represión contra el colectivo: El Delito de Escándalo Público, cuya derogación se logró en el 89.

La lucha del colectivo LGTB es una muestra más de que la Transición no representó una depuración de los elementos reaccionarios y franquistas del Estado; también de como la izquierda reformista e institucional cedió y se vendió a los intereses del capital y su orden institucional organizado para ese fin, y que el papel del Estado como represor de la clase obrera y los sectores más oprimidos de la sociedad con el fin de preservar los privilegios de la burguesía sigue plenamente vigente.

Pero también nos recuerda que nuestra lucha no es algo nuevo, ni es algo imposible. Nos demuestra que dentro de las mil formas diferentes que toma la lucha de clases las más atacadas por el sistema son siempre las más peligrosas, las que son caldo de cultivo para ideas revolucionarias.

Está claro que el PP y Vox beben de la represión de los años de la dictadura, y usan las mismas ideas franquistas, aunque todavía lo intenten disfrazar de “Derecha Democrática”.

Esta represión, este odio, lejos de amedrentarnos, nos estimula y nos proporciona energía renovada para continuar la pelea.  Tenemos muy claro que la lucha Feminista y LGTBI es parte esencial de la lucha Antifascista.

¡Únete a Izquierda Revolucionaria para coger la antorcha de todas las encerradas, asesinadas y torturadas y darle fuego a la revolución de la clase trabajadora!

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