Una de las primeras medidas del gobierno de Zapatero en 2004 fue la derogación del Plan Hidrológico Nacional. Fue un resultado directo, al igual que la retirada de las tropas de Iraq, de las movilizaciones de jóvenes y trabajadores contra el gobierno del PP, fundamentalmente de la cuenca del Ebro.
Una de las primeras medidas del gobierno de Zapatero en 2004 fue la derogación del Plan Hidrológico Nacional. Fue un resultado directo, al igual que la retirada de las tropas de Iraq, de las movilizaciones de jóvenes y trabajadores contra el gobierno del PP, fundamentalmente de la cuenca del Ebro.
Entonces se anunció que se trataba de sustituir los megapantanos, trasvases y desaladoras a mansalva previstas por el PP para enriquecer a las constructoras y mantener el urbanismo salvaje de la costa mediterránea a costa del medio ambiente y nuestros bolsillos, por una "nueva cultura del agua", basada en el ahorro, el uso eficiente y la renuncia a los trasvases, recurriendo sólo en casos de emergencia a las desaladoras.
Sin embargo, a principios del mes de abril saltaba la noticia. Si no llovía pronto el área urbana de Barcelona podría enfrentar más restricciones de abastecimiento de las que ya sufría desde febrero (riego de parques y jardines, llenado de piscinas...).
Como hasta mayo del 2009 no entrará en funcionamiento la desaladora del Llobregat, construida para proporcionar agua al área de Barcelona en casos de sequía, el gobierno aprobó lo que se presentó como una medida de emergencia: el envío de 50 hm3 de agua sobrante desde Tarragona hasta el sistema Ter-Llobregat que abastece a Barcelona, mediante una tubería que costaría 180 millones de euros.
Por un momento, salvo el PP con sus gritos histéricos de costumbre, todos parecían contentos: el gobierno y la Generalitat aparecían como gestores eficaces de la crisis; las constructoras conseguían un buen pellizco en época de vacas flacas; los regantes de Tarragona (9.000, dominados por los terratenientes del arroz y la naranja) negociaban una compensación superior por un agua que el Consorcio de Aguas de Tarragona (CAT) ya les compra todos los años por 4,1 millones (¡para tirarla al mar!) y la población respiraba después de un mes sufriendo el terror mediático por lo despilfarradores que se supone que somos (aunque el consumo doméstico supone sólo un 15% del total).
Incluso los partidarios de los trasvases veían como se realizaba una obra que formaba parte de los antiguos planes, mientras el presidente de Aragón lo justificaba porque no era un trasvase, sino una actuación de emergencia.
Con la lluvia se reabre la disputa
Paradójicamente, todo este equilibrio se rompió cuando llegaron las lluvias que teóricamente habrían de resolver los problemas, haciendo salir a la superficie la misma basura de siempre: terratenientes, constructoras, empresarios de hostelería y demás jauría peleando por los recursos públicos.
La cuenca de Barcelona recibió entre abril y mayo casi 150 Hm3, es decir el triple del trasvase previsto. De hecho, siguiendo el decreto fijado por la Generalitat, el nivel de reservas actual supondría levantar las restricciones al riego y llenado de piscinas. Sin embargo, el president Montilla anunciaba que la obra se construiría aunque eso "no obliga a su utilización". Es decir, que se tirarían 180 millones a la basura mientras hacen falta en Catalunya mil camas más de hospital y se planea la supresión del bachillerato nocturno por falta de fondos.
También la concejal de Medio Ambiente de Barcelona, Inma Mayol (ICV) aportó su granito de arena: las duchas en las playas de Barcelona no funcionarán este año y veremos si se llenan todas las piscinas municipales. Aunque, eso sí, Barcelona está ahorrando mucha agua.
¿De verdad? Entonces, ¿cómo es posible que una tubería en Badalona pierda 9 m3 de agua por hora y no se arregle por su elevado coste?
La respuesta está ahí, en el coste. Contrariamente a lo que muchos dicen el agua no es un bien escaso. Estamos rodeados de ella, en ríos, lagos, mares y acuíferos subterráneos. El problema es que tratarla para dejarla en condiciones de uso tiene un coste, por lo que hay que hacer un uso racional de ella y establecer prioridades. ¿Cómo lo hace el capitalismo? Lo estamos viendo. "Hay que ajustar el precio del agua al coste real" nos explican. Es decir, contar un generoso beneficio para los monopolios que dominan el mercado. Y el que lo pueda pagar, bien. Como los 150 hm3 que consumen al año los campos de golf que apenas se usan, construidos para vender urbanizaciones a los especuladores inmobiliarios. Ahora bien, quién no lo pueda pagar, tendrá que empezar a pensar en ducharse menos.
Reutilizar todas las aguas residuales, desarrollar nuevas técnicas de desalación, invertir en regadíos eficientes y sistemas de producción no contaminantes y ahorradores de agua son tareas que el capitalismo no puede cumplir. Sólo un sistema con una planificación centralizada y democrática de los recursos puede dar respuesta a esas necesidades. Ese sistema es el socialismo.