Joaquín Navarro nació en 1932 en Coria del Río, Sevilla, en una familia trabajadora muy humilde.
Inició su militancia en el PCE en 1961, aún en la clandestinidad, y fue uno de los fundadores de las Comisiones Obreras en Madrid. Él era el objetivo de la extrema derecha el día que se produjo la matanza de los abogados de Atocha, por haberse destacado como el principal dirigente en la lucha del transporte en dicha ciudad en 1977. Toda su vida, ya fuera en París, en Madrid o en Valencia, la dedicó a la lucha por los derechos de las y los trabajadores y la lucha política por acabar con el capitalismo y transformar la sociedad. Joaquín era un luchador de los de verdad, de los que se dejó la piel para construir las Comisiones Obreras, en condiciones tremendamente duras, especialmente durante el franquismo y la transición. Fue un luchador siempre fiel a su instinto de clase y que nunca se rindió, ni frente a los fascistas, ni frente a la burocracia de la propia organización que él había construido con tanto esfuerzo.
Los compañeros y compañeras de Izquierda Revolucionaria y el Sindicato de Estudiantes tuvimos la suerte conocer a Navarro durante algunas movilizaciones y huelgas en la EMT valenciana, desde entonces establecimos un gran vínculo político con él, organizamos conjuntamente la presentación del libro de sus memorias “Aprendiendo de los trabajadores” en Valencia y participó en un encuentro estatal de Ganemos CCOO en 2015, defendiendo las tradiciones de lucha del sindicalismo de clase y democrático frente a la degeneración burocrática del sindicato en las últimas décadas.
Pero Joaquín no sólo era un gran ejemplo de lucha, también era una persona maravillosa, humilde y cercana. Lamentamos profundamente su pérdida y mandamos nuestras condolencias a su mujer, su familia y amigos.
Joaquín nos ha dejado, pero el legado que deja para el conjunto de los trabajadores y trabajadoras y para todas y todos aquellos que aspiramos a transformar la sociedad, no se borrará nunca.
Publicamos a continuación la entrevista que le hicimos en el 40 aniversario de la matanza de Atocha.
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El Militante.- Cuéntanos cómo empezaste en el sindicalismo.
Joaquín Navarro.- Yo vine a Madrid a trabajar desde Francia, corría el año 1970, en el sector del transporte. Vi que ahí tenía posibilidades de conocer a la clase trabajadora. Había tres clases de empresas: las pequeñas y familiares, las medianas y las grandes.
Me coloqué primero en las empresas con ocho o diez autobuses, conocí a los trabajadores, qué necesidades tenían, etc. Sin darme a conocer, quién era, qué pensaba. De ahí me marché a las empresas que tenían quince, veinte, treinta autobuses.
En el transporte cada trabajador tiene un turno distinto. Yo llegaba media hora antes y escuchaba las conversaciones, hablaba con los demás trabajadores para enterarme de qué no era correcto y qué había que arreglar en las empresas. Yo daba mi opinión y los trabajadores veían que no era nada del otro mundo, que tenía razón y me escuchaban. Y así empezamos la lucha en Juliá, en Madrid, donde me presenté a las elecciones sindicales de 1975. Se pasó una nota a la empresa exponiendo los puntos que había que corregir y las razones, pidiendo a la empresa que nos escuchase y arreglase las cosas.
Como no nos contestaron, planteé hacer una asamblea, la hicimos y en ella dije que había que solucionar las cosas, que la empresa no cumplía ni con la ley de aquella época. La hicimos en un autobús grande y se acordó una plataforma reivindicativa. Por ejemplo, que los conductores no debíamos de cargar y descargar las maletas de los pasajeros, que nuestro trabajo era conducir. Y como eso, todo iba anotado. Yo pedí que cada trabajador se comprometiese por escrito. Cada uno puso lo que creía que debía cambiarse. Si alguno ponía algo irrealizable le explicaba por qué no podía ser, y si era demasiado poco también. Se votó la plataforma y se entregó a la oficina de la empresa. Sabiendo lo que podía ocurrir les dije que no nos iban a responder, porque estaban acostumbrados a no responder y seguir haciendo con nosotros lo que querían.
Yo les dije que teníamos que demostrar a la empresa que íbamos en serio, y la forma de hacerlo era hacer un plante y no ir a trabajar. Y entonces nos llamarían. Y así fue. Todos estábamos unidos. Advertí: “puede ocurrir que venga la policía y nos saque de la empresa. Nosotros muy tranquilos vamos a salir a la calle, pero daremos paseos frente a la empresa el tiempo que sea necesario, el que se canse que vaya al bar a tomar el café. Pero venid uniformados”. Y así ocurrió.
Cuando las otras empresas se enteraron de que Juliá se había puesto en huelga, vinieron a donde estábamos nosotros y yo dije para mí: “hemos ganado la huelga”.
Se ganó aquella huelga, se hizo una gran plataforma, les hicimos pagar todo lo que pedíamos, y los trabajadores tomaron conciencia, y comprendieron que las cosas se consiguen, aun pacíficamente, con la presión de los trabajadores hacia las empresas, con huelgas, movilizándose, haciendo saber que no estamos dispuestos a que hagan con nosotros lo que quieran.
Se firmó la plataforma, se recuperó mucho, la gente estaba contentísima, y a mí la empresa me tuvo sin conducir un tiempo. Cuando me volvieron a poner a conducir, uno de los jefes vino conmigo y al cabo de un tiempo recibí el despido de la empresa, a pesar de que no podían despedirme porque era delegado sindical.
Se celebró un juicio en Madrid, en 1976. La empresa me ofrecía una indemnización. Al saber que no podían despedirme me llamó el juez a mí solo y me dijo: “Navarro, o coge usted el dinero o yo le despido sea como sea”. Hablé con mi abogado, y lo cogí. Entré en la lista negra y ya no pude encontrar trabajo en ningún sitio. Esa lista se repartía entre las empresas. Yo quise dar el dinero al Partido, pero no me dejaron porque me quedaba en paro, así que di la mitad: 125.000 pesetas.
EM.- El siguiente acontecimiento importante en tu experiencia sindical fue la emblemática huelga del transporte privado en Madrid, del 18 al 22 de enero de 1977, relacionada directamente con la matanza de Atocha. Háblanos de ello.
JN.- De cara al convenio provincial del transporte de Madrid preparamos una plataforma muy bien estudiada, para entregarla a la asociación de empresarios. Para la negociación nombré la “comisión de los nueve”, que eran trabajadores de empresas donde había estado y que yo conocía y confiaba en ellos.
En la reunión los empresarios dijeron que yo no podía estar porque ya no trabajaba, y yo dije a los trabajadores que dependía de ellos la decisión. Los trabajadores dijeron que sí, que yo tenía que estar, y entonces fuimos a los empresarios y les dijimos: “nosotros no les decimos a ustedes quiénes tienen que sentarse por su parte a negociar con nosotros, por lo tanto nuestro representante es Navarro y él va a sentarse a negociar, o ya saben qué pasará”.
Llegar a eso me costó cerca de cuatro años de trabajo clandestino. En el sindicato vertical me enseñaron la pistola más de una vez. Y si muestras miedo se acaba todo.
Estas negociaciones entre el Sindicato Vertical y Comisiones fueron muy duras, y se llegó hasta el punto que estando nosotros en el despacho de Atocha, que es desde donde se dirigía la huelga, los pequeños empresarios nos llamaron para reunirse con nosotros sin los grandes. Nos explicaron que habían llegado a las manos, porque los pequeños asumían nuestras reivindicaciones y los grandes se oponían. Les dijimos que no podíamos llegar a un acuerdo solo con ellos, sin los grandes, pero que ellos podían presionar a los grandes para que se aceptase. El acuerdo, que alcanzamos con todas las empresas, fue muy duro pero muy bueno. Conseguimos un aumento de entre un 19 y un 21 por ciento, entre otras cosas.
Lo primero que siempre he planteado en todos los acuerdos es que no podía haber represaliados ni despedidos ni sancionados, y por escrito. Y llamé a los trabajadores a una asamblea por la noche para que votasen el acuerdo al que se había llegado. Y dije: “Mañana a trabajar, pero si en cualquier empresa hay algún despedido, represaliado o sancionado, decidlo, que la huelga seguirá”. Yo he sido muy duro porque las circunstancias lo exigían. Era muy duro, pero no solo con los empresarios, también con los trabajadores, con todo el mundo, pero si no hubiera sido duro no habríamos conseguido nada.
Tras esta victoria es cuando se producen los asesinatos de Atocha, la noche del 24 de enero de 1977. Cuando se firmó todo, al terminar la huelga, había una reunión de abogados camaradas que no eran del transporte, sino de asociaciones de vecinos, de los barrios, etc. Cuando terminó nuestra asamblea se reunieron ellos, y son ellos los que murieron. No eran laboralistas, el despacho sí lo era, pero ellos no. Aquella noche me llamaron para tomar una cerveza, me bajé al bar y al poco empezaron a pasar las ambulancias, nos asomamos y vimos que paraban en la puerta. Cuando subimos vimos todo lleno de sangre, los teléfonos estaban todos rotos.
Me fui a casa de un compañero, trabajador del metro. Me dijo: “Navarro, te quedas aquí y cuando quieras te marchas” y me marché al rato, no podía dormir. No sabía dónde ir y volví a Atocha.
Nos reunimos unos compañeros en un local del partido, aún no sabíamos que venían a por mí. Luego me dijeron: “Navarro, tienes que venir con nosotros, porque uno de los abogados que no ha muerto, dice que preguntaron por Navarro”. Me metieron en un piso solo, cerca de la plaza de toros. Estuve allí unos días, no pude ir ni al entierro. Me llevaban comida por la mañana hasta que les dije, o me sacan ustedes de aquí o me voy yo. Me sacaron y me llevaron a otro piso, a casa de un camarada, luego de otro, hasta cuatro hasta que me mandaron al extranjero, por seguridad. Estuve en Rumanía, en Moscú…
EM.- ¿Qué opinión te merece el sindicalismo practicado por los actuales dirigentes sindicales?
JN.- Yo no estoy de acuerdo con el sindicalismo que se está haciendo ahora. Cuando estuve en Madrid, el sindicalismo que hacía era muy particular mío. Trataba por todos los medios de conocer a la clase trabajadora, ganármela. Para eso hay que tener mucha paciencia y escucharlos. Yo iba por las empresas media hora antes de empezar el trabajo. Porque cuando llegan los primeros trabajadores antes de empezar la jornada hablan entre ellos de sus problemas, y yo me iba quedando con eso. Ese es el papel de un dirigente sindical, conocer a los trabajadores, sus prioridades. No puedes ir a una asamblea sin saber qué piensan los trabajadores.
Cuando me vine a Valencia, en 1980, lo primero que dije en Madrid es que yo quería, antes que incorporarme al sindicato como liberado, trabajar en una empresa, con la condición de que fueran los trabajadores los que me eligieran. Tuve un buen recibimiento en la ciudad. A los cuatro o cinco días me incorporé al sindicato. Hablé con el responsable del transporte y le dije que necesitaba una reunión con los delegados de todas las empresas del transporte.
Después de tener esa reunión empecé a visitar las empresas y a preguntar por los delegados de comisiones, porque no podía llegar a las empresas diciendo “aquí estoy yo”. Preguntaba por los delegados, ellos me presentaban a los trabajadores, incluso me iba a verlos a los baños. La patronal llegó a decir que había llegado un demonio a Valencia.
Al cabo de unos meses vi las negociaciones y pensé que había que meter mano. Convoqué una asamblea y planteé la lucha, porque no veía otra manera. La hicimos en la estación de autobuses, y si no llega a ser por los trabajadores, cuatro patrones que se plantaron allí me linchan.
Los trabajadores a mí me han respetado mucho porque siempre les he dicho la verdad, les he dicho el peligro que corrían y a la vez la forma de salir de este peligro. Hay que decirles el peligro que hay para que nunca puedan decir que les has metido en un callejón sin salida. Ese es el papel del dirigente, no se puede llevar a la gente como a los borregos sino todo lo contrario. Tienes que decirles: hay que ir a la lucha, porque con la lucha es como se consiguen las cosas, e indicarles el peligro y cómo evitarlo. Y cuando hablas de esa forma los trabajadores recapacitan. Mucho cuidado, que los trabajadores son muy inteligentes. No les puedes engañar una vez porque dejan de seguirte, y esa es la cruda realidad.
Al poco tiempo vi que las cosas en el sindicato conmigo ya no iban bien, que ese recibimiento que me habían dado ya estaba cambiando, y yo me dije, ahora tengo una familia y la tengo que cuidar, así que me puse a trabajar en la EMT.
Llegó el momento en que el sindicato me sancionó. Yo pensaba que me habían expulsado, pero ahora me han dicho que estaba sancionado, ¿por qué? Porque los dirigentes del transporte estaban molestos conmigo porque les había dejado con el culo al aire más de una vez.
Pero aun estando sancionado yo firmaba los convenios, y nunca he hablado mal de Comisiones Obreras. Siempre he dicho que soy fundador de comisiones. Nunca he pagado cuota a otro sindicato.
En una huelga de la EMT me escayolaron una pierna, de la paliza que me dio la policía. Esa huelga también la ganamos. Ese convenio fue tan duro que nos manifestábamos desde la puerta de la empresa hasta el ayuntamiento casi todos los días. La comisión negociadora era UGT, CCOO, CNT, independientes, cuatro sindicatos y los que no éramos de ninguno. Cuando llegamos por la tarde me tenían preparado un coche con un megáfono para hablar. Por la noche nos sentamos a negociar y llegamos a un principio de acuerdo, y al día siguiente, Pérez Casado, el entonces alcalde de Valencia, me dice: “Navarro, siéntese usted a mi lado”. Todo esto ante la comisión negociadora. Me dio pena de ellos porque anteriormente habían firmado un convenio a espaldas de los trabajadores y tuvieron que comérselo con patatas.
A finales de los ochenta, en una huelga que hubo, los sindicatos llegaron a un acuerdo de servicios mínimos que para mí no eran mínimos. Así que iba el secretario general del transporte de Comisiones a las empresas para que los cumplieran, y yo iba detrás a decir que en esa huelga no habría ni un servicio mínimo. Por eso decía que les dejaba con el culo al aire. Y también por eso me respetaban los trabajadores. Porque es fácil entrar en una huelga, lo difícil es salir de ella sin perder nada. Los trabajadores saben quién les lleva por mal camino. Para mí los trabajadores, piensen como piensen, lo que tienen que conseguir es la unidad para ir a la lucha.
EM.- ¿Qué has aprendido de los trabajadores?
JN.- Yo he aprendido mucho, he escuchado mucho, porque al hablar dicen la verdad, lo que piensan, y de ahí puedes sacar lo necesario para ir a la lucha. A mí los trabajadores me merecen un gran respeto, porque lo dan todo, como sea su forma de ser, como piensen, todo tiene un sentido. Eso es lo que hay que comprender.
A ver qué empresa funciona sin trabajadores. El capital es el enemigo, es insaciable, pero el que se mete en tus filas camuflado es peor. Porque lleva a la gente por un callejón sin salida.
Yo sé que Rajoy y su cuadrilla son el enemigo, pero muchos dirigentes de partidos y sindicatos también. El sindicalismo es bonito llevado honradamente. Hoy en día el sindicato es una empresa. Hay que hacer una limpieza. Hay que decirles: levantaos y moved el culo un poco que se os enfríe, id a las empresas, hablad con los trabajadores. A veces veo cosas que me ponen los pelos de punta, que parecen peores que el vertical. Que en lugar de que los dirigentes vayan a ver a los trabajadores, son estos los que tienen que ir al sindicato a pordiosear, a pedir información.
Y les dan un papelito: vaya usted a tal hora allí. ¿¡Pero esto qué es!? Yo de los ordenadores no estoy en contra, pero no tantos. Id a las empresas que es el mejor ordenador que hay. Y reconoced los errores que hemos cometido, que los hemos cometido muy grandes y muy gordos. Esa es la cruda realidad.
Y si vas a una empresa, y ves que algunos del comité se han dedicado a meter a su familia, esos se han vendido a la empresa. Porque meten a su mujer, a su cuñado, y ¿qué pasa? La empresa despide y amenaza en los convenios, y por otro lado, fulano, miembro del comité, está metiendo a tres familiares. ¡Qué bonito! Eso se tiene que terminar.