Para entender los acontecimientos ocurridos justo ahora hace un año en la bahía de Cádiz, sería necesario hacer un análisis de lo acontecido remontándonos a la década de los 70. Esto es clave para ponernos en contexto y situación de dónde estábamos y dónde nos encontramos en la actualidad los trabajadores y trabajadoras del sector del metal en nuestra comarca. Quedarnos simplemente con el dato de noviembre de hace un año, sería querer ver tan solo la punta del iceberg o quedarnos en la superficie de estos históricos hechos.
Tras la crisis desatada por el cierre del canal de Suez en 1967 por la Administración del por aquel entonces presidente egipcio Gamal Abdel Nasser a causa del conflicto entre Egipto e Israel que derivó en la guerra de los Seis Días, las grandes compañías petroleras a nivel mundial tuvieron que enfrentarse a la tesitura de optimizar al máximo los fletes de sus respectivas flotas. El objetivo, rentabilizar más cada viaje de carga de crudo en la zona de Oriente Medio (alrededor de 3500 millas náuticas más de diferencia que por la ruta convencional), bordeando el continente africano a través del Cabo de Buena Esperanza.
Para ello, y aunque el canal de Suez reabrió sus puertas al tráfico marítimo en 1975, en esta década se produjo una apuesta por un nuevo tipo buque que cumpliera con las exigencias de la nueva situación y entró en escena la construcción a nivel mundial de los conocidos como “superpetroleros” para sacar el máximo rendimiento económico a cada expedición.
Es aquí donde entra en escena la construcción del gran megadique en Puerto Real, municipio de la bahía de Cádiz con vinculación desde el siglo XIX a la construcción naval. Esta localidad fie pionera en la fabricación de este nuevo tipo de buques lo que abría las puertas en la comarca a nuevas posibilidades en el terreno laboral a miles de trabajadores en la zona. Sus instalaciones llegaron a convertirse en el astillero más grande de Europa y uno de los mayores a nivel mundial, con una demanda de cargas de trabajo nunca antes conocidas en la zona. Esto, por supuesto, también propició la apertura y la creación de nuevas compañías auxiliares dependientes de toda esta nueva infraestructura y nuevo proyecto comercial.
Tal era el nuevo escenario que en el momento más álgido de encargos el astillero público llego a contar con entre cinco y seis mil trabajadores en los picos de trabajo y de plantilla en la compañía principal AESA (Astilleros Españoles Sociedad Anónima, lo que hoy en día conocemos como Navantia).
Pero con la reapertura en 1975 del canal de Suez y el tráfico de buques por la ruta convencional, este tipo de gigantes comenzó a caer en desuso y se volvía a la construcción de petroleros de tamaño más convencional como los de antes de la crisis del canal. Se comenzaba a precocinar lo que años más tarde sería la primera reconversión del sector a manos del Ejecutivo de Felipe González.
Con el auge de la industria auxiliar, ya en la década de los 80 y una vez que el tráfico marítimo hacía unos años que había vuelto a la normalidad, se estaba comenzando a gestar poco a poco un nuevo sistema productivo, derivado del incremento de la producción en el astillero de Puerto Real, basado en la subcontratación de los trabajos de la empresa principal a compañías privadas que nacieron en el sector.
De hecho, no fueron pocos los trabajadores que en la década de los 80 y 90 dieron el salto de la principal a la industria auxiliar ya que esta reportaba mejores condiciones salariales que pertenecer a la compañía pública.
Eran tiempos en los que los trabajadores incluso nos podíamos permitir el lujo de decir que los obreros del metal de Cádiz teníamos el mejor convenio sectorial del Estado, junto con Bilbao.
Pero poco duró la alegría. Los Gobiernos tanto del PSOE y más tarde del PP optaron, con la excusa de las exigencias de la UE, por proceder a recortes en las plantillas, cuando no al cierre de diferentes astilleros públicos en todo el Estado, que finalmente terminaron en manos privadas como en Galicia, Asturias y en Euskal Herria y más recientemente el de Sevilla, por ejemplo.
Los astilleros públicos gaditanos también estuvieron siempre en ese punto de mira y sus trabajadores respondieron con contundencia. Se libraron batallas en las calles en defensa de nuestros astilleros encabezadas por líderes locales de CNT. Había un grado de implicación enorme por parte de toda la población y en aquella ocasión, “se logró salvar los muebles”, pero el coste fue muy alto: cientos de jubilaciones anticipadas sin ningún tipo de relevo generacional y lo más grave, la imposición de la subcontratación como modelo productivo en adelante en detrimento de la contratación directa por parte de la empresa pública.
No podemos pasar por alto, en alusión a CNT, el papel jugado por la organización anarcosindicalista en este periodo, en una lucha frontal contra la reconversión naval sobre todo en los años 1986 y 1987, donde de forma asamblearia todos los martes se concentraban en el interior del astillero puertorrealeño miles de trabajadores, que decidían en asamblea democrática las acciones a realizar.
Fueron más de seis meses de lucha, reuniones, asambleas, no faltos de continuos enfrentamientos de los trabajadores y toda la ciudadanía con las fuerzas represivas del Estado. Por supuesto, es digno mencionar la capacidad de apoyo y respuesta del pueblo ante las decisiones de los propios trabajadores, que no solo compartían, sino que defendían a capa y espada en las calles, produciéndose verdaderas batallas campales dentro del municipio al grito unánime de “¡Astilleros no se cierra!”. Los trabajadores se enfrentaron a una brutal represión y numerosas detenciones.
Fruto de toda esta lucha histórica, CNT ganó un merecido prestigio no solo en el terreno más puramente laboral y sindical sino que contó con el apoyo y simpatía de miles de ciudadanos no solo en Puerto Real sino en todo el entorno de la bahía de Cádiz. CNT se convirtió como organización en un auténtico referente de lucha.
Tal es así, que la propia empresa pública se vio obligada a llamar a la CNT a participar en diferentes reuniones a pesar de que CCOO y UGT se negaban rotundamente.
Pese a todas las trabas por parte de estos dos sindicatos, el siete de febrero de 1992, la empresa legalizó la Sección Sindical de CNT, dentro de la factoría puertorrealeña con dos miembros con los mismos derechos que los demás sindicatos.
Si hiciéramos una comparativa histórica de lo ocurrido en noviembre de 2021 en las calles y en los centros de trabajo de la bahía gaditana, sin duda sería un gran reflejo de esa época lo acontecido en cuanto a los métodos asamblearios y la unidad de acción entre trabajadores, los más jóvenes y la población en general.
En 2021 fuimos los trabajadores y trabajadoras los que de manera organizada y en esta ocasión bajo la dirección de CTM, CGT, Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria, los que decidimos dar un paso al frente y encabezar esas movilizaciones de noviembre, ante la total ausencia de una dirección combativa y de clase del conflicto por parte de los convocantes de la huelga, CCOO y UGT. Una huelga en la cual no solo no creían, sino que cada día que pasaba veían como se les escapaba de sus manos el control de la situación y, a marchas forzadas y como fuera, maquinaban para liquidar de un plumazo la huelga, como así finalmente ocurrió.
Esta iniciativa, a la que el conjunto de los trabajadores se agarraron con las dos manos fue una de las claves del éxito de estos días de auténtica rebelión obrera en Cádiz. A través de ella los obreros se convirtieron en partícipes en primera persona de todo lo que se decidía al volver a retomar la más pura tradición asamblearia.
El reparto de tareas, piquetes, asambleas democráticas, la toma de las calles de Cádiz a diario, en definitiva la participación directa, fue lo que llevó al conjunto de trabajadores a volver de nuevo a creer en sus fuerzas y a mantener esa llama viva al sabernos capaces de que era posible romper con lo establecido durante décadas por parte de la burocracia sindical de CCOO y UGT. Una burocracia sindical que a día de hoy está encabezada y dirigida por los que en otro tiempo eran representantes de los trabajadores en fábricas de renombre y multinacionales en la Bahía.
En la década de los 2000, fue aún peor en el entorno de la bahía. En ese periodo tuvimos el comienzo del desmantelamiento y desindustrialización del tejido productivo a nivel local.
Fábricas asentadas desde hacía años y que albergaban la mano de obra de miles de trabajadores como Delphi, Visteon, Tabacalera y una gran variedad de medianos talleres, vinculados de forma directa o indirecta a las grandes empresas, que a la par cerraban sus instalaciones, dejaban a miles de trabajadores a las puertas de las oficinas del INEM o abocados a exiliarse laboralmente para poder seguir subsistiendo.
Paralelamente, comienzan la firma de los convenios a la baja e incluso discriminatorios hacia el personal eventual en nuestro sector por parte de CCOO y UGT, profundizando estos sindicatos en su política de colaboración de clases y, en la práctica, de defensa, de una forma totalmente descarada, de los intereses de la patronal, aderezada ahora con una nueva excusa, en este caso, la crisis capitalista, de la cual de nuevo las consecuencias las pagaríamos los trabajadores.
Tras toda esta amalgama de acontecimientos durante décadas, se produce la revisión del convenio de la PYME del Metal de la provincia de Cádiz en el último trimestre de 2021.
Desde fuera y teniendo una visión abstracta, se podría llegar a pensar que los acontecimientos de noviembre fueron producto de la firma de un convenio con la cual los trabajadores y trabajadoras no estábamos de acuerdo. Eso sería quedarse totalmente en la superficie de lo ocurrido. Los trabajadores del metal entendimos que de ninguna de las maneras podíamos consentir otro nuevo ataque a nuestra clase, porque sí, era, ha sido y será una cuestión de clase.
Pero, sobre todo, las jornadas de noviembre fueron una gran escuela de lucha no solo para los más jóvenes, como así demostraron nuestros compañeros del Sindicato de Estudiantes en la jornada del día 23 de noviembre, cuando los más jóvenes y trabajadores confluíamos en la mayor manifestación obrera con motivo de una huelga del metal en 40 años, sino que fue una grandísima universidad de aprendizaje para los más veteranos y de la que a día de hoy seguimos tomando lectura y aprendiendo.
Noviembre fue, sin lugar a dudas, esa ruptura con lo establecido de forma sistemática, gritar ¡basta ya!, ¡no queremos más muertes en el tajo!, ¡queremos trabajo, pero digno!, y, sobre todo, fue la unidad de nuestra clase, la unidad del trabajador y el estudiante, el pueblo en la calle en defensa de sus derechos.
Ya hay medios afines a la patronal que están vendiendo los lamentos y las lágrimas de cocodrilo de la patronal en cuanto a la nueva subida salarial producto de la inflación para 2023 para nuestro sector. Llorar no les servirá de nada, tendrán una respuesta inmediata por parte de los trabajadores a la altura de los acontecimientos como ya demostramos hace un año.
Por eso, un año después, noviembre está más presente que nunca y este año con diferentes actos lo estamos recordando para que no caiga en el olvido.
¡Viva la lucha de la clase obrera!