La crisis y el desempleo han vuelto a llevar a la gente al campo, donde ahora se encuentran a mujeres e inmigrantes que han sacado adelante la producción en los años precedentes. Por otra parte, los bajos precios que los grandes almacenes y distribuidoras de naranjas imponen al agricultor están consiguiendo que éste prefiera dejar la fruta en el árbol a la espera de mejores ofertas. De continuar así significaría la ruina del pequeño propietario y la reducción de jornales en una de las campañas agrícolas más importantes.
La campaña de la recogida de la naranja en la Vega del Guadalquivir presenta todos los elementos que pueden hacer estallar la ya precaria situación del campo andaluz. Las condiciones de sobreexplotación de los trabajadores, base de todo el proceso productivo, se han recrudecido debido al aumento de mano de obra en las zonas rurales.
Subcontratación y destajo
Las empresas de trabajo temporal y la subcontratación se han impuesto en los últimos años en el sector de la naranja. En el proceso productivo han aparecido numerosos intermediarios que no aportan valor real alguno, pero que se llevan su parte. El agricultor, a través de corredores e intermediarios, vende la fruta en el árbol a algún gran almacén. Estas sociedades o sus encargados en la zona requieren los servicios de las ETTs para suministrarles "cuadrillas" de trabajadores que se encargan de recogerla, que pueden provenir de cualquier parte y de cualquier provincia. Las grandes empresas de contratación tienen sus contactos en cada población, habitualmente esclavistas sin ningún escrúpulo que han hecho fortuna explotando inmigrantes y que ahora suministran la mano de obra necesaria, ya sean autóctonos o inmigrantes.
¿Y cómo es posible que todos en esta cadena obtengan un beneficio cuando los márgenes que dan los precios tienden a reducirse? La sobreexplotación de los trabajadores produce semejante milagro. El trabajo a destajo es el sistema en que se basa esta red de explotación. Las condiciones de trabajo que la patronal y sus intermediarios han impuesto en la recogida de la naranja se acercan al esclavismo de otros tiempos.
La duración del trabajo está determinada por la producción, al margen de convenio existente. Los encargados exigen a cada trabajador más de 70 cajas para completar la jornada, e incluso pagan por cajas recogidas. Hasta que no se llena el camión-trailer no se acaba la jornada, aunque ya lleven más de las 6 horas y cuarto que establece el convenio. La realidad es que por el mismo salario se produce el doble. He aquí el origen de la plusvalía de la que todos se nutren. Y todavía es peor para los inmigrantes. Tienen a estos trabajadores prácticamente de sol a sol por 20 ó 30 euros.
Las empresas continúan utilizando preferentemente una fuerza de trabajo inmigrante más barata y a la que someten a todo tipo de abusos. En un escenario de escasez de trabajo agravada por el parón de los bajos precios se está generando, como no podía ser de otra manera, malestar entre la población autóctona, cuyas capas más atrasadas ven en los inmigrantes una competencia "desleal". Ya hemos visto cómo toman cuerpo estas tendencias que agitan la xenofobia y dividen a los trabajadores en líneas nacionales. Los intermediarios esclavistas le hacen el trabajo sucio a la patronal. Explotan sin ningún escrúpulo a este colectivo y al mismo tiempo hacen recaer sobre ellos la culpa de que no haya trabajo para los trabajadores de aquí. Pero no podemos confundir a las víctimas con los verdugos. Los verdaderos culpables de esta situación, los que promueven y consienten este entramado mafioso con el único fin de explotar a todos los trabajadores son los patronos.
Una respuesta y unas consignas de clase
Los trabajadores son conscientes de que las condiciones de trabajo en la naranja son insoportables, aunque de momento la presencia de los inmigrantes está desviando la atención sobre las verdaderas causas de la explotación y el paro. Éstas podemos encontrarlas en el trabajo por cuenta o a destajo, sobre el que se crea la riqueza que se apropian los intermediarios especuladores y que al mismo tiempo genera los abusos que padecen los trabajadores. La lucha tiene que empezar por el cumplimiento del convenio, con una jornada y un salario. Esto supondría que las cuadrillas habrían de aumentar su número considerablemente para completar de cajas el camión y que la campaña duplicaría el número de jornales, reducidos a la mitad mediante el destajo. Es decir se necesitaría más mano de obra para la misma producción.
La movilización de la clase trabajadora ha de comenzar con estas consignas pero no puede limitarse a ellas. En realidad, el mercado capitalista está llevando al campo a un callejón sin salida. Las contradicciones amenazan con llevar al colapso la producción, no sólo de naranjas, sino de otros productos importantes como el aceite y el algodón, que tampoco tienen un precio en origen ventajoso para el agricultor.
La movilización sindical, las reivindicaciones más inmediatas, se puede encontrar con que no tiene tareas productivas en las que intervenir. Esto en el caso de que hubiera movilización sindical, ya que a excepción del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) que sí está interviniendo en los tajos, ni CCOO ni UGT, precisamente los firmantes del convenio y los que tenían que velar por su cumplimiento, aparecen en la escena a pesar de la extrema gravedad de la situación.
La convocatoria de una huelga sectorial es una consigna completamente correcta y la única forma de intervenir decisivamente en las condiciones de la recogida de la naranja. Pero una lucha de este tipo pondrá al descubierto el colapso al que se encamina la producción agrícola de la mano del mercado capitalista (nacional e internacional) controlado por las grandes multinacionales de la distribución, y de la propiedad privada de los grandes latifundios. Las consignas revolucionarias, al igual que en el resto de la economía mundial, se ponen en el orden del día.
La crisis y el desempleo han vuelto a llevar a la gente al campo, donde ahora se encuentran a mujeres e inmigrantes que han sacado adelante la producción en los años precedentes. Por otra parte, los bajos precios que los grandes almacenes y distribuidoras de naranjas imponen al agricultor están consiguiendo que éste prefiera dejar la fruta en el árbol a la espera de mejores ofertas. De continuar así significaría la ruina del pequeño propietario y la reducción de jornales en una de las campañas agrícolas más importantes.