La carga de trabajo en los astilleros Navantia de la ría de Ferrol se está acabando. Aunque es un proceso paulatino, para después del verano se espera un bajón significativo en el empleo de las compañías auxiliares, que hoy ocupan a unas 2.500 personas. Además, la negociación del convenio está parada desde que remató su vigencia el 31 de diciembre de 2009. En esta situación, la cercanía de las elecciones (tanto las municipales del 22 de mayo como las sindicales del 16 de junio) ha llevado a que el comité de empresa salga de la pasividad que lo caracteriza y anuncie movilizaciones en demanda de carga de trabajo.

 

Los objetivos centrales son que el gobierno cumpla su compromiso de encargar una nueva fragata y pedir inversión pública para construir, en la propia factoría, un dique flotante, necesario para poder reparar los grandes metaneros, que no caben en los diques actuales.
Estas movilizaciones plantean la cuestión decisiva: ¿Qué estrategia se debe seguir? Los dirigentes de todos los sindicatos comparten un mismo enfoque localista e interclasista: aunar las voces de toda la sociedad ferrolana. Los marxistas discrepamos de este enfoque, por varias razones.
En primer lugar, porque la situación de cualquier empresa está condicionada por la crisis general de la economía capitalista, y en el caso de las empresas públicas directamente por la política económica del gobierno. En este sentido, nuestras reivindicaciones contradicen la política del PSOE. Cuando el gobierno recorta los salarios a los funcionarios y el gasto social mientras le regala dinero a manos llenas a la banca y las empresas privadas, y además está dando un nuevo impulso a las privatizaciones (AENA, Loterías del Estado, etc.), ¿se puede esperar que la movilización de las factorías de Navantia en la ría de Ferrol baste para cambiar esa política económica? Pensamos que no. Pero la conclusión que se deriva de esta respuesta no es que movilizarse no sirva de nada, sino que hay que hacerlo con la estrategia adecuada.
Los trabajadores necesitamos cambiar la política económica del gobierno, y para conseguirlo hay que aunar muchas voluntades. En el actual contexto, la movilización de una empresa tiene que guiarse por una estrategia de clase, es decir, tiene que contribuir a levantar un gran movimiento de respuesta obrera frente a la crisis económica. Cualquier movilización localista, cualquier movilización que no se enmarque en una lucha general para que no seamos los trabajadores quienes paguemos los platos rotos del capitalismo, tiene muy pocas posibilidades de lograr sus objetivos.
Pero además hay otra razón para rechazar una estrategia localista e interclasista. Vamos a reivindicar más carga de trabajo, pero el verano está a la vuelta de la esquina. ¿Qué actitud se va a adoptar ante el goteo de despidos? ¿La resignación habitual del comité de empresa? Todo lo contrario. Hay que exigirles a las empresas auxiliares, que llevan años forrándose a costa de la explotación de sus trabajadores y de parasitar la empresa pública, que los beneficios obtenidos sirvan ahora para mantener los empleos. Evidentemente, este planteamiento choca frontalmente con los intereses de los “empresarios” de las compañías, y precisamente por ello una estrategia de “unidad” de toda la sociedad ferrolana por encima de ideologías carece de sentido.

Hay que reorganizar el movimiento obrero

Pero las movilizaciones que se van a iniciar también hacen surgir otras cuestiones. En primer lugar, es absolutamente inaceptable que el comité de empresa se limite a hacer un llamamiento a reducir las horas extras al mínimo, en vez de tomar medidas serias para acabar totalmente con ellas. Si la carga de trabajo empieza a agotarse, ¿qué puede haber con más sentido que repartir el trabajo existente? Además, la experiencia demuestra que esos llamamientos light del comité en realidad encubren cierta permisividad hacia las horas extras. Las horas extras tienen que desaparecer totalmente porque esto significaría prolongar el empleo para cientos de personas. Y la empresa ni siquiera puede alegar repercusiones negativas sobre la producción, puesto que el trabajo lleva adelanto sobre los plazos fijados.
Es muy probable que, pasado el tiempo electoral, el tema decaiga. Pero en cualquier caso resurgirá con fuerza en el futuro. Y esto plantea otra gran asignatura pendiente: la organización sindical de las compañías auxiliares. Los trabajadores subcontratados, que son mayoría numérica en las factorías de Navantia, no van a poder salir de las penosas condiciones laborales que sufren mientras no se doten de un movimiento obrero bien organizado.
La manera de superar la atomización en múltiples empresas es conformando un órgano unitario que aborde los problemas de forma conjunta. Ahora es un buen momento para formar una coordinadora de compañías auxiliares, lo que también ayudaría a disminuir los frecuentes roces entre el comité de empresa de Navantia y los trabajadores subcontratados, que se quejan, con razón, de que las secciones sindicales de Navantia no hacen todo lo que podrían para que mejoren sus condiciones laborales y de que cuentan poco con ellos. Una coordinadora de compañías auxiliares sería un gran paso adelante para luchar por los derechos de los trabajadores subcontratados y favorecería que el comité de empresa de Navantia los tuviese más en cuenta a la hora de decidir cómo abordar los problemas derivados de la subcontratación.

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