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III. La Segunda República y el legado colonial

No puede haber más que una política: autoridad y justicia por parte del protector, sumisión y orden por parte del protegido.

Palabras pronunciadas por el general Sanjurjo [26], primer alto comisario del Protectorado español en Marruecos nombrado por la Segunda República [27]

Las ventajas que la dictadura había obtenido del período de crecimiento económico llegaron a su fin. El descontento se extendió a diferentes capas de la sociedad, contagiando a la pequeña burguesía, que, tras haber apoyado más o menos activamente el golpe militar, se convertía en una víctima más de la crisis económica. Sectores decisivos de la burguesía se convencieron de que la dictadura ya no servía para garantizar la estabilidad social. En estas condiciones, el 30 de enero de 1930 el rey aceptó la retirada de Primo de Rivera, poniendo punto final a seis años de dictadura. En el mes de febrero se formó un nuevo gobierno integrado por representantes de la aristocracia, el clero y el ejército.

Si bien amplios sectores de la sociedad mostraban ya su rechazo a la monarquía, la lucha más consecuente fue la protagonizada por la clase obrera. Durante la primavera y el verano de 1930 se desato una potente oleada huelguística que inauguraba una larga etapa de crisis revolucionaria.

Las masas acaban con la monarquía

La presión de la lucha popular se hizo tan potente, que el gobierno se vio obligado a convocar elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. El fraude electoral de los caciques monárquicos en las zonas rurales no pudo impedir que las candidaturas republicano-socialistas obtuvieran la victoria en las grandes ciudades. El 14 de abril de 1931, la odiada monarquía de Alfonso XIII cayó y se proclamó la Segunda República entre el júbilo de millones de personas.

Desde su primer día de existencia la Segunda República concitó expectativas de muy diferente signo. La clase dominante, asumiendo que la monarquía ya no servía como instrumento de dominación eficaz, se vio obligada a aceptar temporalmente la existencia de la República, mientras comprobaba si ésta era capaz de garantizar su poder económico frente a un movimiento obrero en claro ascenso revolucionario. A su vez, las masas trabajadoras del campo y la ciudad, aplicaron su propia óptica de clase, bien distinta a la de empresarios, banqueros y terratenientes. Vieron en la República un instrumento para conquistar su liberación social, demostrando como la palabra democracia tiene un significado bien distinto atendiendo a la clase que la pronuncia. Se trata de un aspecto al que el marxismo ha prestado mucha atención. Lenin era claro al respecto: “Es natural que un liberal hable de ‘democracia’ en general. Un marxista no se olvidará nunca de preguntar: ‘¿para qué clase?’. Todo el mundo sabe por ejemplo —y el ‘historiador’ Kautsky lo sabe también—, que las insurrecciones e incluso las grandes agitaciones de esclavos en la antigüedad descubrían la esencia del Estado antiguo como dictadura de esclavistas. ¿Suprimiría esta dictadura la democracia entre los esclavistas para ellos? Todo el mundo sabe que no”. [28]

El pueblo marroquí sojuzgado por la presencia colonial española, también abrigó la esperanza de una pronta liberación. La caída de la monarquía llenó de entusiasmo a los habitantes del Protectorado español, dando aliento al movimiento de liberación nacional. Pero la respuesta de las autoridades políticas no dejaba lugar a dudas de cómo serían contestadas estas aspiraciones.

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La caída de la monarquía española llenó de entusiasmo a los habitantes del Protectorado español y al pueblo marroquí, dando aliento al movimiento de liberación nacional.

El mismo día en que se proclamó la República “se produjo espontáneamente, en Tetuán, una manifestación de españoles y marroquíes —enarbolando sus banderas— que llegó hasta la Alta Comisaría pidiendo que se izara la bandera tricolor republicana, a lo que se negó el alto comisario, el general Gómez de Jordana. Ante la insistencia de los manifestantes, Jordana ordenó a la mehala que deshiciera la manifestación, lo que produjo heridos y al parecer un muerto” [29]. Los manifestantes enfurecidos rodean el edificio de la Alta Comisaría exigiendo justicia. El 23 de abril de 1931, el Gobierno provisional republicano decretó el estado de sitio en el Protectorado y, el 24 de abril, nombró al general Sanjurjo alto comisario del Protectorado español en Marruecos. “El 28, el ayuntamiento socialista de Melilla, acuerda no disolver el Somatén [30], ‘pues existe en esta ciudad la triste, trágica experiencia del año 21. Ello hizo necesario armar a los colonos, en una organización tipo Somatén, para que en otra más o menos posible tragedia le sirviera para su defensa. (…) El fusil es para ellos una seguridad como lo es a su vez para el Estado, que nadie ha de defender mejor el territorio que quien defiende su hacienda y su familia’. Al día siguiente, Sanjurjo es recibido en Tetuán por los españoles, al grito de ¡Viva el caudillo! Al responder a las felicitaciones del representante francés, Nourguet, dice que ‘la República jamás olvidará la gloriosa campaña del Rif en que hermanadas nuestras armas, luchamos combatiendo victoriosamente por la paz, la cultura y el progreso de ambos protectorados” [31]. Estos mismos verdugos del pueblo marroquí, años más tarde ahogaron en sangre a los trabajadores y campesinos en el Estado español. Sanjurjo será un destacado organizador y ejecutor del alzamiento fascista en julio de 1936.

Por su parte, la prensa europea reflejó la satisfacción de la burguesía inglesa y francesa por el compromiso que los nuevos mandatarios republicanos españoles mantenían con la dominación colonial. El periódico británico Daily Telegraph escribió en su editorial del 23 de abril de 1931: “El sentimiento nacional español no puede estar dispuesto al abandono de una sola esfera colonial cuya importancia y estrategia determina, más que ningún otro factor, el rango para España de gran potencia”. Y, el diario francés editado en Marruecos, La Vigie Marocaine, escribía por esas mismas fechas: “No nos preocupa el cambio de régimen. Estamos seguros de que los republicanos españoles no abandonarán jamás el suelo rifeño, regado con la sangre de tantos de sus hijos, caídos al lado de los nuestros en defensa de nuestra civilización” [32]. Los representantes de los gobiernos europeos querían evitar cualquier posible confusión. Dejaban claro que libertad era un término extraordinariamente flexible en boca de un diputado de un parlamento burgués. Se podían incluso hacer emotivas soflamas en favor de la democracia al mismo tiempo que se justificaba condenar a la semiesclavitud a buena parte de la humanidad por el delito de haber nacido en las llamadas colonias.

Los límites del movimiento nacionalista marroquí

Apenas transcurridos unos pocos días desde la caída de la monarquía, el nuevo gobierno republicano mandaba un mensaje algo más que confuso respecto al futuro del Protectorado español. La biografía política del primer Alto Comisario marroquí nombrado por la Segunda República era muy elocuente. Sanjurjo era un mando africanista que había ascendido hasta lo más alto dentro la casta militar gracias a su implicación en las sangrientas aventuras coloniales de la corona, desarrollando su carrera en Cuba y Marruecos. Su designación para el cargo ¿Se trataba de un desafortunado error producto de la agitación de los primeros días? Desgraciadamente no se trataba de ninguna confusión o malentendido. El período republicano no supuso ningún cambio político o social en el Protectorado español de Marruecos. Alrededor de 50.000 soldados y 10.000 policías velaron por los intereses de la burguesía española en Marruecos durante aquellos años.

A pesar de los gestos premonitorios de las autoridades españolas, el movimiento nacionalista marroquí mantuvo sus expectativas en a la Segunda República y en la posibilidad de llegar a un entendimiento común. A tal fin se trasladó a Madrid el 6 de junio de 1931 una comisión integrada por Sid Mohamed Buhalai, Sid Ahmed Cailan, Sid Abdesalam y Sid El Lebady para entregar un documento al presidente Alcalá Zamora. El contenido de dicho texto permite confirmar tanto el entusiasmo con el que vivió la población marroquí del Protectorado español la proclamación de la República, como el carácter profundamente moderado de las demandas nacionalistas. Citamos a continuación algunos de sus párrafos más significativos: “Excelentísimo Sr. Presidente: Al tener conocimiento de la República en España el regocijo de toda la población indígena de la zona fue inmenso, felicitándose todos con tal motivo (…) se tomó el acuerdo en dicha zona de constituir una comisión que acudiese a felicitar al nuevo gobierno y hacerle presente su incondicional adhesión la cual representaba al mismo tiempo el logro de aspiraciones por las que suspiraba tanto tiempo (…) Prometemos nuestra colaboración para cuantas reorganizaciones sean necesarias, ya que todas las reformas sociales tienden a un fin general y no individual y de las que han de coparticipar protectores y protegidos, unidos por un interés común (…) 1) Libertades democráticas. Prensa, asociación, reunión, enseñanzas, desplazamientos a través del país, sindicatos. 2) Enseñanzas. Unificación de los planes en todas las regiones de Marruecos, aumento del número de escuelas de primera enseñanza (…) 5) Proletariado. Aplicación de la legislación laboral española a los obreros marroquíes, a trabajo igual salario igual, ayuda a los obreros parados marroquíes (…)” [33]. Entre las demandas de la comisión marroquí —que suman a las anteriormente citadas la derogación de ciertos impuestos, el aumento del número de instituciones sanitarias, la protección de los agricultores y un acceso más democrático a la justicia— no se encuentra la independencia, ni la reivindicación explícita del derecho a explotar las riquezas naturales del país, en ese momento bajo control español. Textualmente se proponen “reorganizaciones” en las que deben “coparticipar protectores y protegidos”.

Sin embargo, a pesar de lo limitado de las peticiones y la actitud, hasta cierto punto, sumisa de la delegación que lejos de demandar ruega, el gobierno rechazó la oferta de colaboración y despreció abierta y públicamente a los representantes de la comisión. Alcalá Zamora no sólo se negó a hacer públicas las propuestas de los nacionalistas marroquíes, sino que invitó a su proclamación como presidente a ocho de los más destacados caídes colaboracionistas con la política colonial de la corona. Entre tan distinguidos invitados se encontraron Sidi Abdelkader y Sidi Amaruchen, que en julio de 1936, serían los primeros en sumarse al alzamiento fascista. La comisión volvió a Tetuán con las manos vacías. No sería esta la última decepción. Otra de ellas vino poco tiempo después, con la designación de Ben Abud como nuevo gran visir, un árabe españolizado que había adquirido la nacionalidad española.

En septiembre de 1931, las autoridades republicanas autorizaron la construcción en territorio marroquí de un gigantesco monumento de catorce metros para homenajear a los “héroes y mártires” de las últimas acciones militares de la corona en territorio africano. La garantía de continuidad de la férrea política de dominación colonial fue mucho más allá de la ofrenda artística a los soldados caídos: antes de que acabara el año los mandos españoles y franceses acordaron fichar a todos los indígenas mayores de 14 años.

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La República mantuvo la dominación colonial. En 1931, las autoridades republicanas construyeron en territorio marroquí un monumento para homenajear a los “héroes y mártires” de las últimas acciones militares de la corona.

¿Qué cambió en el Protectorado?

1932 se inauguró con nuevas declaraciones de Azaña [34] al diario L’Ère Nouvelle. Su posición sobre el Protectorado era clara: “expansión comercial, industrial y territorial, y al moro… un ejemplo de que España todavía sirve para civilizar”. [35] Esta actividad civilizadora a la que hacía referencia Azaña pasó, en primer lugar, por fomentar la división dentro de la población nativa. Apoyándose en el hecho de que la zona occidental estaba más islamizada mientras que la oriental mantenía un predominio bereber, se alimentó una política consciente de separación entre lo bereber y lo árabe. “Las nuevas disposiciones prohibían el empleo del árabe en el Rif y de la chelja [36] en Yebala [37]. La República no hacía más que imitar lo que los franceses llevaban ya largo tiempo haciendo —conseguir la evolución de los bereberes fuera del cuadro del Islam (mariscal Lyautey)—, con el propósito deliberado de multiplicar la división del estado marroquí” [38].

A su vez, los más elementales derechos democráticos fueron severamente recortados. En marzo se reguló el derecho de asociación en la zona del Protectorado. Realmente se trató de legalizar la represión contra todo aquel que se asociase en defensa de la liberación nacional de su pueblo. El texto redactado por las autoridades republicanas era meridianamente claro al respecto. En el capítulo IV, apartado B se señalaba: “Se reputan asociaciones ilícitas, las que tengan por objeto cometer alguno o algunos de los delitos que dificulten la acción protectora de España en Marruecos”.

En la primavera, Martínez Barrio, político republicano que llegaría a ser diputado del Frente Popular y colaborador de Azaña, pronunció el siguiente discurso en el casino español de Tetuán: “La división de los españoles en Marruecos en partidos, se traduce aquí en una pura pérdida nacional. El ideal sería disponer como Francia de un lucido plantel de hombres que, en su larga experiencia colonial de Argelia, han adquirido indiscutible supremacía técnica al mismo tiempo que poseen una educación política que les hace ser preciosos intérpretes de los intereses de la metrópoli. Y ahora permitidme que diga, no un viva a la República, que sería parcialmente sentido, sino que termine con un grito que a todos nos haga vibrar por igual: ¡Viva España!” [39]. A pesar de envolverse demagógicamente con la bandera tricolor, los discursos pronunciados por los políticos republicanos en territorio marroquí adquirían un carácter trágicamente premonitorio. Esta soflama patriótica se convertirá, en el transcurso de pocos años, en una de las más exaltadas proclamas de los fascistas para aplastar a la Segunda República.

Los límites del programa de los líderes nacionalistas marroquíes y la intransigencia colonial de las nuevas autoridades republicanas, encendieron la efervescencia social de una población que continuaba humillada. A pesar de todo, las ilusiones en el carácter liberador y progresista de la República aún seguían vivas. De hecho, una asamblea de poblaciones musulmanas reunida en Larache propuso extender el proyecto de reforma agraria republicano al Protectorado, demanda convenientemente ignorada por las autoridades españolas. La persistente vitalidad que demostraba el movimiento en Marruecos fue respondida en el mes octubre con nuevas medidas destinadas a descabezar el movimiento nacionalista y a dificultar la propaganda de reivindicaciones de carácter obrero y nacional. El día 8 se concedieron permisos de investigación que posibilitaron la detención de 500 nacionalistas en Bad Taza a finales de diciembre, hecho que provocó un levantamiento popular y la consiguiente oleada represiva. Se acordó además que las reformas introducidas en octubre de 1932 en el Código penal de 1870, no se hicieran efectivas en el Protectorado, quedando la población marroquí bajo el Código de guerra de 1914. Incluso el diario colonialista El Telegrama del Rif, denunció la severidad con la que era tratada la población indígena en sus desplazamientos por el interior del Protectorado: “No debe sacrificarse a todo un pueblo, sometido a un ilógico procedimiento perturbador en su íntima convivencia con el campo fronterizo”.

A su vez, se acordó exigir pasaporte para entrar en el Protectorado a los españoles, que sólo podrían instalarse en la colonia si disponían de bienes para poder establecerse como propietarios o para vivir de las rentas. Hacía mucho tiempo ya que los nativos necesitaban documentación para trasladarse de un lugar a otro, pero ¿por qué se hacía extensivo este control a aquellos individuos de nacionalidad española? La causa hay que buscarla en la confiscación, ese mismo verano, de un cargamento de propaganda anarquista dirigida a la clase obrera marroquí. Las autoridades españolas estaban francamente preocupadas ante la posibilidad no ya de un auge del movimiento de liberación nacional, sino del avance de la conciencia obrera en el Protectorado. La ley citaba expresamente que no podían “entrar en la zona los que propaguen públicamente ideas o doctrinas que constituyan un peligro político o social” [40].

Bien distinta era la posición de los dirigentes republicanos respecto a los intereses de los capitalistas en Marruecos. El año 1932 finalizó con la concesión de permisos de prospección a las compañías Minas del Rif, Setolazar, Alicantina, Beni Messaia y European and North African Mines —que ya explotaban hierro, plomo y antimonio—, para investigar la extracción de más hierro en Beni Urriaquel y Tensaman, plomo en Beni Hozmar, petróleo en Alcazarquivir, cobre en Beni Boza y antimonio en Ceuta.

El año 1933 no trajo ningún cambio significativo en la política respecto al Protectorado. Por el contrario, el recién nombrado Alto Comisario, Juan Moles [41], declaró que no permitiría propaganda nacionalista en la zona y que los generales de la guarnición africana eran sus mejores consejeros. En unos de sus viajes a Madrid el Sr. Moles expresó la opinión que de que la agitación nacionalista marroquí respondía a maniobras monárquicas. Respecto a su gestión al mando del Protectorado español declaró: “He exigido que los niños indígenas aprendan español. No se dará colocación a ningún indígena que no hable nuestro idioma. (…) Si el indígena se agarra a la tierra y a los cultivos, como la caña, que tiene una duración de cuatro años, es una seguridad para la tranquilidad de la zona. Hay que crearles intereses, único modo de que no nos echen” [42]. Es muy ilustrativo el desparpajo con el que el máximo representante de la Segunda República en el Protectorado, hacía unas declaraciones cargadas de desprecio hacia al pueblo marroquí, así como la naturalidad con la que expresaba su plena conciencia de estar al frente de una misión de ocupación extranjera.

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El máximo representante de la Segunda República en el Protectorado, Juan Moles, hacía constantes declaraciones cargadas de desprecio hacia el pueblo marroquí. El malestar entre la población nativa estalló en julio de 1933.

El malestar entre la población nativa estaba alcanzando el punto de ebullición y finalmente estalló el 2 de julio en Alcazarquivir. El accidente que permitió expresar toda la frustración y decepción acumulada, fue la representación de una obra teatral sobre la conquista musulmana de España en la que actores hebreos se disfrazaron de árabes. Los colonialistas alimentaban desde hacía tiempo los enfrentamientos entre hebreos y árabes, deparando a los primeros un tratamiento público e incluso legal más generoso y respetuoso. La población árabe sintió esta actuación como una nueva humillación y protagonizó grandes manifestaciones que fueron brutalmente disueltas por el ejército. Una semana después, se produjeron nuevas manifestaciones en Tetuán, aplastadas también por los militares españoles. Se decidió entonces aumentar el número de maniobras militares en el Protectorado. En agosto, durante la clausura de unas maniobras militares que movilizaron a 25.000 soldados, la máxima autoridad republicana en Marruecos, Juan Moles, declaró: “Los disturbios nos prueban que no se puede dejar mucho tiempo la brida sobre el cuello de los indígenas y que es indispensable hacerles sentir, sin cesar, el peso de una autoridad firme (…)”. En efecto, la Segunda República ratificaba su adhesión a una brutal política colonialista y racista en los territorios que ocupaba en Marruecos.

Las presiones europeas

Día a día, paso a paso, el territorio marroquí bajo dominio español se convirtió en la plataforma perfecta para el agrupamiento de los mandos militares más reaccionarios. La plaza colonial fue utilizada para refinar sus tácticas represivas, seleccionando, promocionando y adiestrando a aquellos elementos del ejército que más destacaban en la tarea de aplastar a las masas. La similitud en las técnicas represivas utilizadas contra las tribus rifeñas por el ejército colonial y las posteriormente aplicadas por las tropas franquistas contra la población civil del territorio republicano, prueba como, en última instancia, por encima del idioma, el color de la piel o la religión, el factor decisivo para ser considerado enemigo de la patria española era la defensa tanto de las legítimas aspiraciones nacionales de los pueblos oprimidos como la justicia social para los explotados. Los caudillos militares, los amantes de la vieja gloria y orden imperial, se encontraban a sus anchas en el norte de África, adquiriendo cada vez más confianza en sus propias fuerzas.

Con la llegada de la derecha al poder en las elecciones de noviembre de 1933 se inauguró el bienio negro. Juan Moles fue sustituido por Manuel Rico. El nuevo Alto Comisario español en Marruecos poseía una larga y probada experiencia en el arte de la represión y la explotación de la clase obrera como secretario general de la patronal del carbón en Asturias.

La necesidad de amordazar al movimiento de liberación nacional en el norte de África no era una preocupación exclusiva del gobierno español. En el sur de Marruecos, también se producían levantamientos de la población nativa. Los colonialistas ingleses y franceses estaban francamente preocupados, conscientes de que los agitados vientos de la lucha de clases en Europa azotaban también las colonias. Aunque finalmente derrotada, la valerosa resistencia del pueblo etíope a la invasión del ejército fascista italiano a mediados de los años 30, demostró que el potencial de lucha de las masas africanas era una amenaza muy real para las burguesías de la metrópolis. Era un aspecto absolutamente estratégico y decisivo para los grandes poderes capitalistas. “Las colonias constituyen una de las principales fuentes de las fuerzas del capitalismo europeo. Sin la posesión de grandes mercados y extensos territorios de explotación en las colonias, las potencias capitalistas de Europa no podrían mantenerse durante mucho tiempo. Inglaterra, fortaleza del imperialismo, es víctima de la sobreproducción desde hace más de un siglo. Sólo conquistando territorios coloniales, mercados suplementarios para la venta de sus productos y fuentes de materias primas para su creciente industria Inglaterra logró mantener, pese a sus cargas, su régimen capitalista. Fue mediante la esclavitud de centenares de millones de habitantes en Asia y África como el imperialismo inglés llegó a mantener hasta ahora al proletariado británico bajo la dominación burguesa. (…) Gracias a la posibilidad de explotar intensamente la mano de obra y las fuentes naturales de materias primas de las colonias, las naciones capitalistas de Europa han tratado, no sin éxito, de evitar por todos esos medios, su inminente bancarrota” [43]. No deja de ser asombrosa la claridad, contundencia y, por encima de todo, la vigencia de estas ideas redactadas y aprobadas por la Internacional Comunista en sus años heroicos.

Cualificados representantes de las potencias europeas exigieron a los gobernantes españoles una prueba irrefutable de su compromiso con la explotación colonial. Tal objetivo requería de una actuación abiertamente ofensiva por parte de la Segunda República, facilitada en aquellos momentos por un gobierno en manos de la reacción. Había que convencer a las masas oprimidas de las colonias de una vez por todas que el cambio político en la península no implicaba una transformación en su estatus político, social o económico. Los planes se pusieron en marcha. De hecho, la última aventura militar de corte colonial de la historia de España correrá a cargo de un gobierno de la derecha agazapado bajo el paraguas republicano. Se ordenó al coronel Capaz ocupar Ifni [44]. Éste, inició la campaña mediante un desembarco el 6 de abril de 1934. Con la ocupación de Ain Najla, Sidi Ahmed Arosi y Smara los días 10, 14 y 15 de julio respectivamente, se dio por acabada con éxito la toma de este nuevo territorio de 2.000 kilómetros cuadrados y 20.000 habitantes de tribus nómadas. “Poco después, Capaz —primer gobernador del Ifni español— fue ascendido a general y aclamado por los portavoces del Gobierno republicano conservador como ‘el último gran conquistador” [45]. Además, esta nueva aventura militar en Marruecos fue un magnífico negocio para un sector de la oligarquía española. Tras la victoria colonizadora, el gobierno republicano autorizó a la Compañía Española de Investigaciones y Fomento SA la búsqueda de fosfatos en territorio saharaui.

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Representantes de las potencias europeas exigieron a los gobernantes republicanos una prueba irrefutable de su compromiso con la explotación colonial: se ordenó al coronel Capaz ocupar Ifni.

Mercenarios marroquíes en la represión del Octubre asturiano

El bienio negro fue también un período de extraordinaria agitación en la península. Las dificultades económicas de 1933 golpearon duramente a las familias obreras: el desempleo crecía sin parar afectando a más de un millón y medio de trabajadores y jornaleros, al tiempo que los cierres patronales junto a la reducción de jornales, aceleraban la conflictividad laboral [46]. Las huelgas, que tenían un carácter claramente económico y defensivo, estaban también teñidas de una profunda decepción política entre las masas. La confianza depositada en la República, sus ilusiones en que la nueva etapa inaugurada en la primavera de 1931 significaría una transformación en sus condiciones de vida, se transformaron en frustración. A ello, se sumaba la preocupación que provocaba el avance de la reacción, que reconquistaba una parte importante del terreno perdido el 14 de abril.

La CEDA, Confederación Española de Derechas Autónomas, encabezada por José María Gil Robles y fundada en marzo de 1933, fue el partido más votado en las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933, obteniendo 115 escaños. Agrupaba en esos momentos más de 700.000 militantes y una fuerte sección de choque en torno a sus juventudes, las JAP, Juventudes de Acción Popular. Esta organización tenía entre sus planes un modelo de desarrollo similar al de los fascistas italianos y alemanes, contando para ello con la financiación y el respaldo político de industriales y grandes terratenientes. El propio Gil Robles asistió como invitado a una manifestación nazi en Nüremberg en 1933. Los admiradores españoles del movimiento fascista europeo, saludaron públicamente el golpe de Estado de Dollfuss y el bombardeo sobre la Karl Marx Hof durante la huelga general en Viena de febrero de 1934. Por su parte, la patronal azuzaba a sus representantes políticos para que profundizaran en sus medidas contrarrevolucionarias. Durante dos años la CEDA desató toda su furia contra las organizaciones del movimiento obrero. El 7 de marzo de 1934 Salazar Alonso, ministro de Gobernación, impuso el estado de alarma y cerró las sedes de las JJSS, del PCE y de la CNT.

El movimiento obrero, demostrando un gran instinto de clase y un alto nivel de conciencia, comprendió rápidamente la gravedad la situación, aumentando no sólo su combatividad, sino también radicalizando su actividad y militancia política. Esta presión por la base, provocó un brusco giro a la izquierda en las organizaciones de masas de los trabajadores, especialmente en el PSOE y las JJSS, y en la configuración del frente único de la izquierda a través de las Alianzas Obreras (AO), abonando el terreno para la insurrección que estallaría en octubre de 1934. Cuando en la noche del 4 de octubre se anunció la entrada de la CEDA en el gobierno, Largo Caballero y las AO dieron la orden de la insurrección, pero el movimiento, insuficientemente preparado, salvo en algunos puntos aislados del Estado, no traspasó los límites de una huelga laboral. Fue en Asturias donde alcanzó su máximo desarrollo. Durante un lapso de 15 días, el poder obrero en forma de comités locales militares, de transporte, abastecimiento, sanitarios, de orden público, justicia revolucionaria, propaganda..., sustituyó a las instituciones de la burguesía.

El gobierno de la derecha no escatimó medios para ahogar en sangre el levantamiento revolucionario. No se trataba sólo de recuperar el control en Asturias aplastando a los obreros, sino de asestar un castigo ejemplar que sirviera de advertencia al conjunto de la clase en todo el Estado. El triunfo de los bolcheviques en Octubre de 1917 en Rusia, había demostrado que el derrocamiento del capitalismo lejos de ser una utopía promovida por una minoría, era viable y posible. En el Estado español la tensión revolucionaria se acercaba a su desenlace, y la burguesía se mostraba totalmente consecuente en la defensa de sus intereses de clase. Era necesaria por tanto la máxima brutalidad y crueldad.

En la campaña militar contra la insurrección participaron cerca de 25.000 hombres. Francisco Franco, destacado africanista y futuro caudillo de España, dirigió las operaciones desde el Ministerio de Guerra. La cifra de los fusilados y asesinados en la represión militar y policial posterior superaría los 200 trabajadores. El terror se desató en Asturias y el conjunto del país. Decenas de miles de trabajadores revolucionarios fueron encarcelados. A finales de 1934, tan sólo en suelo asturiano, fueron detenidas 10.000 personas; otras tantas decenas de miles fueron víctimas de despidos y todo tipo de represalias. Otra trágica consecuencia de la cruel represión de la Comuna asturiana fue el inicio de la utilización de tropas de nacionalidad marroquí contra la clase obrera en el Estado español. Miguel Martín, que no duda en calificar la actuación de los mercenarios de origen árabe como violenta, cruel e inhumana, repasa las causas que hicieron posible llegar a esta desastrosa situación: “Aunque en modo alguno podía imputarse a todo un pueblo o a su vanguardia la conducta de unos mercenarios, el hecho es que la sangre obrera de las cuencas mineras vino a ser un nuevo telón de incomprensión entre el pueblo español y marroquí. (…) Los regulares que acudieron a Oviedo volcaron su rencor y deseo de revancha sobre españoles —muchos de ellos habían sido testigos, víctimas, de los horrorosos crímenes cometidos en las cabilas por el ejército español— sin pararse a distinguir a qué clase servían. El odio ciego y justo que sentían contra el colonialismo español fue instrumentalizado por aquellos que eran realmente responsables y beneficiarios de la explotación colonial” [47]. Ciertamente, sectores desclasados y desesperados de la población marroquí se vendieron como mercenarios al servicio de los intereses de la oligarquía española. Sin embargo, no podemos olvidar, que la mayor parte de las víctimas en suelo rifeño y asturiano, en territorio marroquí y español, pertenecía a un mismo sector social: los que poco o nada tenían. Al igual que también tenían el mismo nombre y apellido aquellos que daban las órdenes de masacrar a ambos pueblos a uno y otro lado del Estrecho.

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Otra trágica consecuencia de la cruel represión de la Comuna asturiana fue el inicio de la utilización de tropas de nacionalidad marroquí contra la clase obrera en el Estado español.

La actividad represiva del gobierno de la reacción también prosiguió en la colonia marroquí, desplegándose con auténtica furia a lo largo del año 1935. La población magrebí asistió conmocionada al fusilamiento el 30 de junio, de Ben Motjar y Mohamed Ben Alí —dos dirigentes nacionalistas que combatieron bajo las órdenes de Abd el-Krim en 1925—. Las autoridades españolas los condenaron y ejecutaron, ¡con diez años de retraso!, por el delito de haber luchado por librar al pueblo marroquí del yugo extranjero.

IV. El Frente Popular y el colonialismo español en Maruecos

Entendemos que las circunstancias económicas, sociales y políticas del Marruecos español, no aconsejan todavía, ni mucho menos, dar paso a la legislación en el Protectorado de un derecho tan discutido y peligroso como la huelga. Esta es un peligro real para la paz y la seguridad pública de la zona.

Juan Moles, alto comisario del Protectorado español en Marruecos nombrado por el gobierno del Frente Popular en marzo de 1936.

Los golpes asestados al movimiento tras la derrota de la Comuna asturiana no impidieron que el bienio negro llegara a su fin. Las cortes fueron disueltas y se convocaron elecciones para el 16 de febrero de 1936. La clase obrera se volvía a poner en pie.

La amenaza del fascismo

La clase obrera y el movimiento jornalero habían hecho un rápido aprendizaje en los primeros años de la República y se acercaba el momento en que tomarían la iniciativa, llevando a la práctica su programa: la toma de tierras y fábricas. Octubre del 34, a pesar de su trágico final, había sido una advertencia muy seria. Las formas de dominación de la democracia burguesa mostraban ya su falta de eficacia para mantener a las masas dentro de los límites del capitalismo. Sectores decisivos de la clase dominante llegaron a la conclusión de que la única forma de acabar con ese desafío era aplastar al movimiento obrero y sus organizaciones, y optaron abiertamente por un golpe militar fascista.

A pesar de la innegable tradición histórica del golpismo en España, no se trataba de un problema español. De diferente forma y con desiguales resultados, el proceso de ascenso y radicalización política en la lucha de clases en Europa iniciado en los años veinte del pasado siglo, hizo abrazar la alternativa fascista a sectores decisivos de la burguesía en todo el viejo continente. Tras la Marcha sobre Roma, a finales de octubre de 1922, Mussolini se convirtió en el Duce italiano. En 1932 el ex ministro laborista sir Oswald Mosley fundaría la Unión Británica de Fascistas, que no sería totalmente prohibida hasta ocho años después. El 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg, ante el agrado de políticos conservadores como Papen [48] y el apoyo de los grandes industriales y bancos del país. Inmediatamente las libertades democráticas fueron suprimidas y las organizaciones obreras, socialdemócratas y comunistas, aplastadas. El gobierno austriaco del socialcristiano Dollfuss disolvió el parlamento en marzo de 1933, en abril se prohibieron las huelgas y en el verano se ilegalizó al Partido Comunista. A principios de 1934 la policía intentó desarmar a las milicias obreras mientras la dirección socialdemócrata del SPÖ aconsejaba no resistirse para evitar una guerra civil. La resistencia del movimiento fue aplastada y Austria anexionada por la Alemania nazi en 1938. En el verano de 1940, se inauguró en Francia el régimen colaboracionista nazi de Vichy.

La reacción de las cúpulas de los partidos obreros ante la convulsión que sacudía la sociedad fue la de aferrarse a una democracia burguesa que hacía aguas por todas partes. Los dirigentes socialdemócratas prosiguieron ciegamente con su política de peticiones a la burguesía para que retomase el juego parlamentario, cuando la opción por el fascismo de la clase dominante era sólida y decidida. Por su parte, los dirigentes de los partidos comunistas europeos aplicaron la política frentepopulista decidida por Stalin, una versión actualizada de la colaboración de clases arraigada en la socialdemocracia y que representaba una completa ruptura con la política marxista desarrollada por la Internacional Comunista en vida de Lenin.

No es este el espacio para extendernos en los zigzags de la burocracia estalinista en aquellos años de revolución y contrarrevolución. Pero está fuera de discusión que los cambios bruscos en la posición de la Internacional Comunista estalinizada respondían a la defensa de los intereses políticos, materiales y diplomáticos de la nueva burocracia que se había hecho con las palancas del poder en la URSS. Abandonando la línea internacionalista bolchevique, Stalin y sus seguidores proclamaron las tesis reaccionarias del socialismo en un solo país y adoptaron posiciones ultraizquierdistas y oportunistas, indistintamente, a lo largo de aquel periodo. Durante los primeros años de ascenso en la lucha de clases pusieron en práctica las tesis y tácticas del socialfascismo, que equiparaban a la socialdemocracia con los fascistas. Esta política sectaria hacia la base de masas de los partidos socialdemócratas llevó por ejemplo al Partido Comunista alemán a “dirigir el ataque igualmente contra los nazis y contra la socialdemocracia” [49] o, en el caso del Estado español a dificultar la integración del PCE en las Alianzas Obreras.

La llegada de Hitler al poder y la posibilidad cada vez más real de una agresión armada contra la URSS, provocó un giro abrupto en la política de los dirigentes rusos. La presión sobre los dirigentes estalinistas se hizo cada vez mayor. Como un paso previo a la política de acuerdos con aquellos sectores de la burguesía europea que, supuestamente, pudieran dificultar o retrasar una probable invasión nazi del territorio soviético, Stalin cambió de postura respecto a los partidos socialistas. “De improvisto, Moscú da la señal del ‘viraje’. El 31 de mayo de 1934, L’Humanité [50] reproduce un artículo de Pravda [51] donde se argumenta que es perfectamente admisible proponer a los dirigentes socialistas franceses la unidad de acción. (…) A partir de ese momento los pactos de unidad de acción socialista-comunista se suceden en cadena. En julio se firma el francés, en agosto el italiano, en septiembre el Partido Comunista de España ingresa en las Alianzas Obreras, pese a la presencia en ellas de organizaciones trotskistas, y entre las organizaciones juveniles comunista y socialista se entablan conversaciones para llegar a la fusión” [52].

Pero las peticiones de unidad socialista-comunista pronto se ampliaron a las fuerzas burguesas. En realidad, de lo que se trataba era de sustituir una política de clase para tomar el poder y combatir el fascismo con el programa y los métodos de la revolución socialista, por una posición de colaboración con la burguesía “progresista” en defensa de la democracia parlamentaria. No se trató de un retorno a la táctica del Frente Único leninista, destinada a desenmascarar el carácter menchevique del programa de la dirección socialdemócrata ante sus propias bases. La política del Frente Único, a través de la consigna golpear juntos y marchar separados, permitía a las fuerzas revolucionarias participar en un movimiento amplio y unitario de la clase obrera sin renunciar a la independencia de sus principios y defensa un programa revolucionario. Por el contrario, la dirección estalinista consideraba que “toda política que tendiera a desembocar en una solución revolucionaria de los problemas nacionales e internacionales, no podía por menos que entrar en conflicto con las citadas fuerzas sociales y políticas, alimentando voluntariamente en ellas la inclinación al compromiso con el enemigo exterior. Lo que entraba en contradicción con los esfuerzos de la política soviética dirigidos a constituir una alianza URSS-Estados capitalistas ‘democráticos’ frente a la Alemania hitleriana” [53].

Así, el VII congreso de la Internacional Comunista, celebrado en julio de 1935, aprobó y generalizó la táctica frente populista iniciada en Francia, es decir, alianzas interclasistas que no ponían en cuestión las bases del sistema capitalista. La participación en el frente popular francés o español exigía mantener la acción de las masas en unos parámetros admisibles para los sectores democráticos de la burguesía. En la práctica suponía la renuncia a una política socialista revolucionaria, la aceptación del parlamentarismo burgués, el respeto a la propiedad privada y, no podía ser de otra forma, la asunción de la política colonial.

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El VII Congreso de la Internacional Comunista (1935) aprobó la táctica frente populista: alianzas interclasistas que no ponían en cuestión las bases del sistema capitalista. Esto suponía, entre otras cosas, la aceptación de la política colonial.

El Frente Popular gana las elecciones

Los dirigentes del PSOE y de la UGT, especialmente Indalecio Prieto y Julián Besteiro, simpatizaron rápidamente con la propuesta del PCE de conformar un Frente Popular para las elecciones de febrero. Al fin y al cabo, en la práctica, la política estalinista del frente popular era una reedición del programa del gobierno de conjunción republicano-socialista de 1931 a 1933.

El precio a pagar por la colaboración con los partidos republicanos, supuestos valedores de los sectores más progresistas de la burguesía, quedó reflejado de forma gráfica en el programa con el que finalmente se presentó a las elecciones el Frente Popular español. El PSOE y el PCE redactaron sus propias alternativas electorales para una posterior negociación con los representantes republicanos. El programa finalmente acordado recogió reivindicaciones abiertamente progresistas como la amnistía para los delitos políticos y sociales cometidos antes de noviembre de 1935 y la readmisión de los despedidos como consecuencia de las luchas obreras, especialmente tras la insurrección del 34. Pero, a cambio, se exigió una renuncia total de las reivindicaciones estratégicas de la clase obrera y el movimiento jornalero. El texto definitivo explica en su punto 4 como “los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos, solicitado por los delegados del Partido Socialista”. En el punto 5.2 se lee que “los republicanos no aceptan el subsidio de paro solicitado por la representación obrera” y, en el 6 “no aceptan los partidos republicanos las medidas de nacionalización de la banca propuestas por los partidos obreros”. En el mismo sentido, se redactó el punto 7: “La República que conciben los republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad democrática impulsado por motivos de interés público y progreso social (…) No aceptan los partidos republicanos el control obrero solicitado por la representación socialista”. Es decir, se rechazaba expresamente la nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos, se negaba también el establecimiento de un subsidio de paro, así como cualquier medida de nacionalización de la banca o el control obrero solicitado por el PSOE. Respecto a Marruecos, Miguel Martín formula y responde una pregunta clave: “¿Por qué no se incluyó en este conjunto de desacuerdos la cuestión colonial? La respuesta es fácil. Quienes deberían haber propuesto su inclusión no lo hicieron y de este modo los programas de la derecha y de la izquierda coincidían en un punto: abstracción de las colonias y por consiguiente partidarios de seguir explotando Marruecos” [54].

En cualquier caso, las masas sentían la necesidad de expulsar a la derecha del gobierno, y el triunfo de las listas del Frente Popular fue tan arrollador que varios líderes reaccionarios como Lerroux o Romanones perdieron su acta de diputado [55]. Tanto en Melilla como en Ceuta las elecciones de febrero dieron también el triunfo a los candidatos del Frente Popular. El candidato del PSOE, Luis Barrera, consiguió 12.773 votos en la primera ciudad, y su compañero de partido, Pedroso, 8.009 en la segunda.

Nuevamente observamos ese carácter dual en las expectativas que despertaron las victorias de la izquierda en el periodo republicano. Mientras los diputados que habían ganado las elecciones esperaban de esta nueva fase política frentepopulista una garantía de futuro y estabilidad para la democracia burguesa, las masas, cansadas ya de esperar, acrecentaron su actividad revolucionaria cuestionando los pilares del sistema capitalista y por añadidura del parlamentarismo burgués. El convencimiento de que se podría conjurar el peligro del fascismo conteniendo los avances revolucionarios del movimiento por parte de los máximos dirigentes del PSOE y el PCE, convivía con la actitud de los trabajadores, que empuñaron las armas y generalizaron la ocupación de tierras y fábricas cuando la reacción fascista dio el golpe del 18 de julio. La victoria del Frente Popular, lejos de aliviar la impaciencia de las masas, atizó su actividad en la ciudad y en los pueblos. Los trabajadores y los jornaleros no esperaron a la acción “legislativa” del parlamento, ni tampoco se sintieron cohibidos por el contenido del acuerdo electoral firmado entre los republicanos y sus dirigentes. Impusieron, a través de los hechos, su punto de vista. Entre febrero y julio de 1936, hubo 113 huelgas generales y 228 huelgas parciales.

Desde los primeros días de existencia de la Segunda República, las expectativas depositadas en el nuevo régimen tenían un denominador común entre la clase obrera, ya fuese de nacionalidad marroquí o española. El 5 de mayo de 1931, se produjo en Tetuán una manifestación de obreros marroquíes que pedían la jornada laboral de 8 horas, la equiparación salarial con los obreros españoles y preferencias en las colocaciones por ser naturales del país [56]. Este rápido despertar en líneas clasistas del movimiento en Marruecos se aplastó de forma brutal. La manifestación fue disuelta por el ejército provocando varios muertos. Se trataba de cortar de raíz cualquier movimiento independiente de la clase obrera marroquí. “Hubo más huelgas en junio de 1931 de los obreros de la construcción y en un informe al jefe de las Fuerzas Militares en Marruecos se dice que hay 200 obreros moros en la CNT que acatan sus órdenes, de forma que la compañía concesionaria de Benzú y puerto de Ceuta no tiene un solo moro de confianza, lo que es un ‘pésimo precedente’ al ‘consentir obreros moros en un sindicato español’, siendo el primer ensayo, por lo que sugiere la deportación de nueve cabecillas moros. En julio hubo huelga de los mineros y ferroviarios de las minas del Rif, lo que fue jaleado por la prensa ácrata: ‘Esta empresa, acostumbrada a tratar como esclavos a los trabajadores marroquíes (…) protestan de los capataces europeos que se creen que son los dueños de las vidas de los obreros’; en noviembre fue la huelga de los autobuses a la que se sumaron los estibadores y los obreros de las obras del puerto, que volcaron unos autobuses, interviniendo la Guardia Civil que hirió a dos obreros y mató a otro, por lo que en su entierro hubo una huelga general. En octubre de 1933 fue la huelga de la construcción que duró casi un mes (…)” [57].

Sin embargo, bajo el gobierno del Frente Popular, al igual que sucediera durante el llamado bienio reformista, entre abril de 1931 y noviembre de 1933, y el bienio negro, las esperanzas de una liberación de la zona marroquí bajo control español fueron rápidamente defraudadas.

Abandono del internacionalismo proletario

Al mes siguiente de su victoria, en marzo de 1936, los mandatarios republicanos del recién elegido gobierno nombraron al frente de la Alta Comisaría del Protectorado a un viejo conocido, Juan Moles. Éste, mantendría su visión reaccionaria acerca del papel civilizador español en su colonia africana, declarando a la prensa que “su principal propósito es acabar con el Comité Nacionalista de Marruecos y que ‘fuerza más violencia’ era el lema que se debía seguir en la política indígena del norte de África” [58].

Pocos meses después, el 3 de junio de 1936, La Gaceta de África, órgano oficial del Alto Comisario, informa de que en Marruecos no se reconocía el derecho de huelga: “Entendemos que las circunstancias económicas, sociales y políticas del Marruecos español, no aconsejan todavía, ni mucho menos, dar paso a la legislación en el Protectorado de un derecho tan discutido y peligroso como la huelga. Esta es un peligro real para la paz y la seguridad pública de la zona”. Su práctica merecería la consideración de un acto de rebeldía. Ese mismo mes se desarrollaron importantes manifestaciones de nativos marroquíes en Tánger y Tetuán, cuyas demandas de independencia y libertad fueron, una vez, más ignoradas.

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El 3 de junio de 1936, La Gaceta de África informa de que en Marruecos no se reconoce el derecho a huelga. Los dirigentes del PSOE apostaron por un mantenimiento de la política colonial heredada de la corona desde un primer momento.

Los dirigentes del PSOE apostaron por un mantenimiento de la política colonial heredada de la corona desde un primer momento. A mediados de abril de 1931 Indalecio Prieto [59] declaraba: “El gobierno mantendrá la integridad del Protectorado y las más cordiales relaciones con Francia para el éxito de la obra en común” [60]. El ala de derechas del PSOE quería transmitir un mensaje de tranquilidad a la burguesía europea: los representantes socialistas en el gobierno respetarían los acuerdos internacionales firmados por la monarquía. Por aquellos mismos días, en concreto el 28 de abril, el ayuntamiento socialista de Melilla se negó a disolver el Somatén, grupos armados que por su carácter reaccionario si fueron prohibidos en la Península. Por su parte, el ala de izquierdas del PSOE, desechó también cualquier reivindicación tendente a la liberación del pueblo marroquí. En febrero de 1933, el diputado socialista, Wenceslao Carrillo, visitó Marruecos. En el mitin que pronunció en la Casa del Pueblo obvió cualquier tipo de referencia a la opresión colonial existente en el territorio en el que en ese mismo momento se encontraba.

Desafortunadamente, en lo que respecta al PCE las cosas no fueron muy diferentes. No se trató tan sólo del abandono de una reivindicación tan elemental y justa desde el punto de vista de los comunistas como era el derecho del pueblo marroquí a su independencia y al fin de su explotación a manos de la misma burguesía que oprimía al proletariado en el Estado español. Tras la participación de mercenarios norteafricanos en la represión de Octubre del 34, la mayoría de la dirección del PCE consideró al conjunto de la población marroquí como un único e indivisible bloque reaccionario. El 18 de agosto de 1936, un mes después del alzamiento fascista, en un manifiesto del Comité Central del PCE se podía leer lo siguiente: “Satisfaciendo mezquinos apetitos de venganza personal abrieron las puertas de España al agareno [61], que ambiciona poseer nuestras huertas feraces, nuestras ricas montañas, nuestra tierra incomparable, que deseaba gozar de la belleza de nuestras mujeres (…) curas y aristócratas, generales cobardes y señoritos fascistas, sacan de lo hondo de las cabilas más feroces del Rif, los hombres de más bestiales instintos, a los que traen a España a pelear prometiéndoles toda clase de botín” [62].

Sin embargo, tras el golpe de Franco, del pueblo marroquí no vendrían sólo mercenarios. En el mes de septiembre de 1936, gracias a la iniciativa de la CNT, se confirmaba una reunión entre representantes del movimiento nacionalista marroquí y el Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya, que llegaría a rubricar un acuerdo en el que, a cambio de autonomía para la población rifeña, los dirigentes nacionalistas se comprometían a organizar una sublevación contra Franco en el Protectorado. Dicho acuerdo fue rechazado por el gobierno del Frente Popular, gobierno en el que el PCE tenía dos ministros.

La actitud de los máximos dirigentes socialistas y comunistas españoles, no era, tampoco en esta ocasión, una peculiaridad española. La nacionalidad no era la clave, sino la política, el programa que estos líderes habían abrazado en aras de su pacto con la burguesía. El periódico colonialista El telegrama del Rif escribía: “teóricamente todos los partidos socialistas son enemigos de las empresas coloniales, pero donde gobernaron no impusieron su doctrina. Así ocurrió en Bélgica: el famoso líder Vandervelde, que fue ministro de Asuntos Exteriores, no recabó la cesión del Congo. Lo propio aconteció en Dinamarca que conserva las islas Feroe y Groenlandia. Los laboristas ingleses que profesaban ideas socialistas tampoco han suscitado el problema. En Egipto sostienen el propio criterio nacional, por no llamarlo imperialista, de los gobiernos burgueses anteriores, y en la India, si llegan a una relativa autonomía rechazan de plano la independencia” [63].

El caso del Frente Popular francés, que ganó las elecciones del 3 de mayo de 1936, dejó constancia de la similitud de su política colonial y la de sus predecesores. En Argelia, unas de las más importantes colonias francesas, se desarrollaba también un importante movimiento de liberación nacional. La organización Etoile Nord-Africaine (Estrella Norteafricana) [64], fundada en 1925 por el militante comunista Hadj Abdel Kader a través del reclutamiento de trabajadores argelinos residentes en Francia, reclamó reivindicaciones muy concretas al recién elegido gobierno frentepopulista francés: libertad de prensa, reunión y asociación; sustitución de las delegaciones en Argelia por un Parlamento nacional elegido por sufragio universal; desempeño por los argelinos de los cargos del Estado de Argelia; enseñanza obligatoria del idioma árabe; aplicación de los derechos sociales y sindicales a los obreros magrebíes; evacuación de las tropas de ocupación; Independencia completa de Argelia, nacionalización de toda la riqueza económica y expropiación de todos los colonos usurpadores. La respuesta de Maurice Thorez y León Blum [65], máximos responsables del PCF y el PSF respectivamente, sería la ilegalización la Etoile Nord-Africaine.

En 1937 Thorez, justificaría esta actuación argumentando que si bien su partido reivindicaba el derecho a la independencia, “el derecho al divorcio no significaba la obligación de divorciar (…) si la cuestión decisiva del momento es la lucha victoriosa contra el fascismo, el interés de los pueblos coloniales está en unión con el pueblo de Francia, y no en una actitud que podría favorecer las empresas del fascismo y poner, por ejemplo a Argelia, Túnez y Marruecos bajo el yugo de Mussolini o de Hitler, o hacer de Indochina una base de operaciones para el Japón militarista” [66]. Envolviendo su capitulación ante el programa colonial de la burguesía francesa en una supuesta política “antifascista”, en la práctica el máximo dirigente del PCF rompía completamente con el programa internacionalista del marxismo [67]. Este abandono de los principios no puede ampararse, ni tan siquiera, en el débil argumento del desconocimiento. Ya en 1922, el IV Congreso de la Internacional Comunista explicaba a su sección francesa como “Sólo una lucha intransigente del Partido Comunista en la metrópoli contra la esclavitud colonial y una lucha sistemática en las propias colonias pueden debilitar la influencia de los elementos ultranacionalistas de los pueblos coloniales oprimidos sobre las masas trabajadoras, ganar la simpatía de éstos para la causa del proletariado francés y no ofrecer, así, al capital francés, en el momento de la sublevación revolucionaria del proletariado, la posibilidad de emplear a los nativos de las colonias como la última reserva de la contrarrevolución” [68]. La revolución española demostraría en poco más de una década y de forma trágica, la corrección de este análisis.

El resultado de la política de los partidos socialistas y comunistas franceses y españoles fue desastroso. El Protectorado español en Marruecos, que ya se encontraba bajo el control de Franco, siguió representando una base estratégica para el triunfo militar del fascismo en el conjunto del Estado español. Pero las autoridades de la zona marroquí bajo control francés —con gobierno frentepopulista también—, no hicieron nada por impedir que los fascistas españoles siguieran actuando con total tranquilidad. Sánchez Ruano escribe como “es increíble la indiferencia de la administración francesa de la región fronteriza de Larache, dejando pasar a más de 2.500 moros a la zona norte desde el 18 de julio a finales de 1937”.  [69]

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El Protectorado español en Marruecos, que ya se encontraba bajo el control de Franco, siguió representando una base estratégica para el triunfo militar del fascismo en el conjunto del Estado español.

Al revés de lo que opinaban los dirigentes socialdemócratas y estalinistas, la disyuntiva en aquellos momentos no era dar a elegir a los pueblos coloniales entre la bota imperialista democrática o la bota imperialista fascista. La reacción que avanzaba en el viejo continente europeo y en África era la respuesta del capitalismo al peligro de la revolución. Para acabar con esta amenaza era necesario acabar con el capitalismo. La conquista por parte de las masas oprimidas de las colonias de su independencia nacional y su emancipación social, era la mejor garantía para detener al fascismo. Una vez alcanzada la libertad, es seguro que hubieran defendido con su vida cualquier intento de arrebatársela por parte de los fascistas.

Llegado el momento decisivo en el Estado español, cuando el alzamiento fascista fue aplastado por la insurrección armada de los trabajadores y se desató la revolución social, surgieron órganos de poder obrero, las industrias y las tierras fueron incautadas y colectivizadas, la reacción de la burguesía inglesa y francesa no dejó lugar a dudas. Temían mucho más el triunfo de los obreros españoles que a Franco. Todas las acciones de las llamadas burguesías democráticas tuvieron como objetivo debilitar el movimiento revolucionario en la zona republicana, privarle del armamento que necesitaban para hacer frente al golpe fascista y sabotear en todo lo posible la acción de las masas. Este era el factor decisivo que empujó a la clase dominante británica y francesa a decretar el infame acuerdo de No Intervención, mientras consentían que Alemania e Italia enviaran armas y soldados para reforzar el ejército franquista. La defensa de la “democracia” les tenía sin cuidado a los capitalistas franceses e ingleses, de lo que se trataba era de asegurar la supervivencia del capitalismo en suelo español e impedir que una revolución socialista victoriosa pudiera contagiar a los trabajadores de sus respectivos países.

La importancia de un programa de clase e internacionalista en la guerra civil

La utilización de regulares de origen árabe por parte de los fascistas en la guerra civil española no es, ni mucho menos, un aspecto secundario. Como ya hemos destacado, el número de norteafricanos que participaron en el ejército franquista se acercó a los 100.000 efectivos. Pero, también, aunque fuera en mucho menor número, hubo árabes en las Brigadas Internacionales, alrededor de unos 1.000. Francisco Sánchez Ruano comenta: “Hay que añadir que en el caso de la República dichos musulmanes eran casi todos voluntarios, mientras que en el caso de los franquistas eran soldados profesionales o mercenarios, al margen de que hubo moros a quienes se obligó, en Marruecos, a apuntarse en las filas franquistas. (…) Los voluntarios musulmanes fueron soldados ‘en la sombra’, oscurecidos por el número —y algunas atrocidades— de los moros de Franco. Muchos partidos, organismos y hombres públicos republicanos —con pocas excepciones— cayeron en el error de culpar a los moros en general, de las culpas de unos mercenarios —y no todos— al servicio de los sublevados. Sin pensar que aquellos afro-árabes, islámicos o no, que tenían a su lado, estaban luchando por defender unas libertades que se les negaba en sus países: Marruecos, Argelia, Túnez, Siria, Líbano, Palestina, Irak, Egipto, etc. Pero, los afro-árabes, como todos los internacionalistas, firmaban una declaración antes de ir al frente que terminaba así: ‘Estoy aquí porque soy un voluntario y daré, si hace falta, hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad de España y del mundo entero’. (…) Uno de los casos más interesantes de los propagandistas es el del palestino Nayati Sidki, militante del PC palestino (…) En árabe dialectal Sidki habló el 25 de septiembre de 1936 con un altavoz desde su trinchera —pudo ver a los marroquíes con turbante y orden de batalla— les gritó en el frente de Códoba: ‘¡Escuchadme hermanos! Soy árabe como vosotros os aconsejo que desertéis de esos generales que os tratan tan injustamente. Venid con nosotros, os acogeremos como se debe, pagaremos a cada uno vuestro sueldo diario y al que no quiera combatir le conduciremos a su país… ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la República! ¡Viva Azaña! ¡Viva Marruecos! (…) Pero los moros replicaron a tiros” [70].

El problema no fue sólo el carácter excepcional y escaso de este tipo de propaganda, considerada un ejercicio inútil por la mayoría de los dirigentes del bando republicano convencidos como estaban de que todo marroquí era, invariablemente, un elemento reaccionario. La cuestión decisiva se puede encontrar en la respuesta a la siguiente pregunta: cuando Sidki, ese entregado revolucionario palestino, llama a los marroquíes a abandonar las filas del ejército franquista para volver a su país, ¿a qué condiciones de vida proponía retornar a esos soldados? y ¿cuál fue la actitud de la Segunda República con la población marroquí en sus cinco años de existencia? Volver a Marruecos significaba volver a una tierra bajo dominio extranjero en la que estaba prohibido el derecho de huelga, reunión, asociación y expresión, en la que los nacionalistas que exigían la independencia frente a la opresión extranjera eran encarcelados y, en ocasiones, fusilados. Su país era un lugar donde los obreros, por el hecho de ser africanos, cobraban menos salarios que sus compañeros europeos y donde los trabajadores que se manifestaban en defensa de un jornal y un trato digno eran respondidos por balas de la Guardia Civil y el ejército español. Esa era la terrible realidad de la política de la Segunda República en territorio marroquí.

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La utilización de regulares de origen árabe por parte de los fascistas en la guerra civil española no es un aspecto secundario. El número de norteafricanos que participaron en el ejército franquista se acercó a los 100.000.

Los dirigentes de los partidos obreros en el Estado español, tanto socialistas como estalinistas, renunciaron a ganar la retaguardia marroquí para la causa republicana. Para hacerlo tendrían que haber adoptado un punto de vista de clase e internacionalista, luchando consecuentemente por los derechos democráticos de la población sometida en Marruecos y proclamado su derecho a la autodeterminación y la independencia. Con una política audaz a favor de la expropiación de los capitalistas españoles, franceses y británicos, uniendo a los trabajadores y los campesinos marroquíes con sus hermanos de clase de la península bajo la bandera de la revolución socialista, se podría segar la hierba bajo los pies de los generales fascistas impidiendo de manera efectiva el reclutamiento de tropas en el norte de África. Una estrategia de este tipo hubiera provocado el enfrentamiento directo con las potencias imperialistas occidentales. No hacerlo, como ocurrió, no supuso ninguna ventaja para el bando republicano, sino todo lo contrario: la burguesía imperialista de Francia y Gran Bretaña continuó oponiéndose a la república española y permitiendo que Franco se abasteciese de soldados en las cabilas y de armas y hombres entregados en cantidades fabulosas desde Alemania e Italia.

En concreto, la posición respecto a la política colonial adoptada por los dirigentes de los partidos comunistas estalinizados, representaba una ruptura total con el programa que la Internacional Comunista aprobó en sus cuatro primeros congresos. Las Tesis sobre el problema colonial del II Congreso de la Internacional Comunista condenaban sin paliativos la posición frente populista y de colaboración de clases en este terreno: “No sólo en toda su obra de agitación y propaganda (tanto desde la tribuna parlamentaria como fuera de la misma) deben los partidos comunistas desenmascarar implacablemente las violaciones continuas de la igualdad jurídica da las naciones y de las garantías de los derechos de las minorías nacionales en todos los estados capitalistas (…) es imprescindible que todos los partidos comunistas presten una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o en las que no gozan de derechos iguales (…) Sin esta última condición, de suma importancia, la lucha contra la opresión de las nacionalidades dependientes y de los países coloniales, lo mismo que el derecho a separarse y formar un estado aparte, sigue siendo un rótulo embustero, como lo vemos en los partidos de la Segunda Internacional” [71]. Es muy difícil, realmente imposible, encontrar algún rasgo común entre la política estalinista practicada por los dirigentes de los partidos comunistas europeos en los años treinta y la política desarrollada por la Internacional Comunista en los años en los que el programa del marxismo se defendía y llevaba a la práctica.

El carácter de clase del programa, lejos de ser un aspecto secundario, negociable o, incluso, susceptible de ser aparcado durante un tiempo, es el factor decisivo. Los bolcheviques superaron terribles dificultades y derrotaron potentes fuerzas reaccionarias en el periodo inmediatamente posterior al triunfo de octubre de 1917 gracias, precisamente, a la defensa consecuente de una estrategia internacionalista y de clase. El joven Estado soviético se enfrentó a una guerra civil desatada por los capitalistas y terratenientes que habían perdido su posición dominante, y a la invasión de 21 ejércitos imperialistas que hicieron todo lo posible por aplastarlo. La clave de la victoria bolchevique, en condiciones tan adversas, fue su política genuinamente revolucionaria e internacionalista, llevada a la práctica tanto dentro como fuera de las fronteras soviéticas. Las ideas revolucionarias se convirtieron en una fuerza material cuando se apoderaron de la conciencia de millones de hombres y mujeres, una fuerza capaz de ganar una guerra totalmente desigual desde el punto de vista militar.

En las trincheras, los soldados soviéticos estuvieron dispuestos a luchar hasta la última gota de su sangre para proteger las conquistas prácticas de su revolución, la nacionalización de las grandes riquezas de la sociedad puestas bajo el control de los sóviets de obreros, campesinos y soldados. Dentro de los uniformes del Ejército Rojo no había otra cosa que campesinos y obreros que habían tomado el control de sus destinos. El Ejército Rojo, a cuyo frente se situó León Trotsky, tenía en su juramento de ingreso las siguientes palabras: “Me comprometo a abstenerme y a hacer que mis camaradas se abstengan de todo acto atentatorio contra la dignidad de ciudadano de la República Soviética, y a obrar y pensar en todas las circunstancias teniendo en vista la liberación de todos los trabajadores. Me comprometo a defender, al primer llamado del gobierno obrero y campesino, la República Soviética contra todos los peligros y atentados de parte de sus enemigos, así como a no regatear mis fuerzas ni mi vida en la lucha por la República Soviética de Rusia en nombre del socialismo y de la fraternidad de los pueblos”.

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Los dirigentes de los partidos obreros renunciaron a ganar la retaguardia marroquí para la causa republicana. Para hacerlo tendrían que haber luchado consecuentemente por los derechos democráticos de su población.

De cara al exterior, los dirigentes comunistas rusos, apoyados en la convicción de que ninguna nación ni pueblo conforma un único bloque reaccionario, desarrollaron una potente campaña de propaganda política para escindir en líneas de clase la base de los ejércitos extranjeros con los que el imperialismo pretendía invadir el territorio soviético. El nuevo gobierno de los sóviets se comprometió firmemente a no participar ni colaborar en la opresión de ningún pueblo. Cuando la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial llegó a su fin pero las potencias occidentales decidieron aparcar sus diferencias y unirse en el combate contra el estado soviético y la revolución, los bolcheviques defendieron una paz sin anexiones y sin indemnizaciones. Alcanzaron su objetivo. El historiador británico Edward H. Carr, describe los efectos electrizantes que la propaganda revolucionaria causó en las tropas de los ejércitos imperialistas: “Motines importantes en los primeros meses de 1919 en la flota y en unidades terrestres francesas apostadas en Odessa y otros puertos del Mar Negro llevaron a su evacuación forzosa a principios de abril. El director de operaciones militares en el Ministerio de la Guerra informaba que la moral de las tropas de diferentes nacionalidades bajo mando británico en el frente de Arkángel era ‘tan baja que las hacía víctimas de la activa e insidiosa propaganda bolchevique que el enemigo está llevando a cabo con creciente energía y habilidad’. Los detalles se hicieron públicos mucho más tarde a través de informes de oficiales americanos. El 1 de marzo de 1919 estalló un motín en las tropas francesas a las que se había ordenado marchar al frente; algunos días antes, una compañía de infantería británica ‘se negó a ir al frente’ y poco después una compañía americana ‘se negó temporalmente a volver a su deber en el frente” [72].

Esta fue la clave que permitió a los bolcheviques alcanzar la victoria frente a la intervención militar de los imperialistas. Recurrieron a la defensa de un programa internacionalista, organizaron la Internacional Comunista para promover la lucha revolucionaria en todo el mundo, impulsaron el combate de los pueblos oprimidos en las colonias y, en el interior de Rusia, llevaron a la práctica el principio del derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas. La lucha política y la militar eran una misma. Ganando a su causa a los oprimidos de Europa y del mundo entero pudieron vencer. Lo mismo podría haber pasado en 1936 si los dirigentes obreros se hubiesen mantenido fieles al programa del marxismo revolucionario y del internacionalismo proletario.

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Notas

26. José Sanjurjo inició su carrera como teniente en Cuba, donde ascendió a capitán. Tras el final de la guerra de Cuba volvió a España y participó en varias campañas en Marruecos, como la de 1909 y el desembarco de Alhucemas en 1925, alcanzando su grado de general en la reconquista del territorio perdido en Melilla después del desastre de Annual en 1921. Cuando en septiembre de 1923 se produjo el golpe militar de Primo de Rivera, Sanjurjo, gobernador militar de Zaragoza, apoyó sin reservas la sublevación y la Dictadura. Una vez proclamada la Segunda República, su supuesta declaración de lealtad al nuevo régimen político no tardó en mostrarse como una maniobra, siendo Sanjurjo uno de los cabecillas de la rebelión del 10 de agosto de 1932, conocida como la sanjurjada. A pesar de ser condenado a muerte, fue posteriormente indultado, lo que le permitió participar al más alto nivel en la preparación y ejecución del alzamiento fascista del 18 de julio de 1936.

27. Miguel Martín, Op. Cit., p. 107.

28. Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Edit. R. Torres. Barcelona, 1976, pp. 17-18.

29. Francisco Sánchez Ruano, Islam y guerra civil española. Edit. La Esfera Libros. Madrid, 2004, p. 35.

30. El Somatén era un cuerpo armado con un carácter totalmente reaccionario que actuó en el ámbito rural en defensa de los grandes propietarios. En Catalunya fue utilizado activamente por la Lliga Regionalista y la patronal en acciones contra el movimiento sindical y la CNT, especialmente en los años del trienio bolchevique, y posteriormente institucionalizada por la dictadura de Primo de Rivera. En 1931 fue disuelto por la Segunda República para reaparecer en la dictadura de Franco en labores represivas contra el maquis.

31. Miguel Martín, Op. Cit., p. 106.

32. Ibíd., p. 107.

33. Ibíd., p. 108-09.

34. Manuel Azaña, político republicano que desempeñó los cargos de presidente del Gobierno de España (1931-1933, 1936) y presidente de la Segunda República española (1936-1939).

35. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., p. 38.

36. Una variedad de las lenguas bereberes hablada por los habitantes de la región del Rif en el noreste de Marruecos.

37. Yebala es una región histórica y cultural del norte de Marruecos que se extiende desde Tánger hasta el río Uarga (sur) y hasta el Rif Central (este), e incluye las llanuras atlánticas desde Tánger a Larache.

38. Miguel Martín, Op. Cit., p. 115.

39. Ibíd., p. 116.

40. Ibíd., p. 119.

41. Juan Moles Armella, abogado y político republicano que militó en la Unión Republicana, el Centro Nacionalista Republicano y la Unión Federal Nacionalista Republicana.

42. Miguel Martín, Op. Cit., p. 122.

43. La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos, p. 135.

44. Ifni, territorio del suroeste de Marruecos de unos ochenta kilómetros de costa y veinticinco kilómetros hacia el interior situado en la costa atlántica entre las estribaciones del Anti-Atlas y el océano.

45. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., p. 50.

46. Este análisis sobre el levantamiento de Octubre de 1934 se basa en el artículo de Juan Ignacio Ramos publicado en la revista Marxismo Hoy nº 13, editada por la Fundación Federico Engels en enero de 2005.

47. Miguel Martín, Op. Cit., p. 131.

48. Franz Joseph Hermann Michael Maria von Papen (29 de octubre de 1879 - 2 de mayo de 1969) político, militar y diplomático alemán de la República de Weimar y del Tercer Reich, cuyas políticas fueron fundamentales para el ascenso de Adolf  Hitler al poder.

49. Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista. Edit. Ruedo Ibérico. Barcelona, 1978, p. 126.

50. Periódico y órgano de oficial de expresión del Partido Comunista Francés.

51. Periódico del Partido Comunista de la URSS entre 1918 y 1991.

52. Fernando Claudín, Op. Cit., p. 137.

53. Ibíd., p. 145.

54. Miguel Martín, Op. Cit., pp. 164-65.

55. De los 453 diputados elegidos en total, 257 eran del Frente Popular, pero estudiados más afondo, sorprende que de esos diputados, 162 tuvieran filiación republicana. Esta tremenda distorsión en la representación parlamentaria de la realidad política y militante de cada una de las organizaciones integrantes del Frente Popular fue le fruto de la cesión que los dirigentes obreros también hicieron en las listas electorales en beneficio de los partidos republicanos, situados estos últimos en los puestos de salida.

56. Miguel Martín, Op. Cit., p. 106.

57. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., p. 36.

58. Miguel Martín, Op. Cit., p. 167.

59. Dirigente del PSOE. Con la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, Prieto fue nombrado ministro de Hacienda del Gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora y participó en los primeros gabinetes de la República, ocupando las carteras de Hacienda (abril-diciembre de 1931) y Obras Públicas (hasta septiembre de 1933), siendo presidente de la República Alcalá-Zamora y jefe de Gobierno Manuel Azaña.

60. Miguel Martín, Op. Cit., p. 107.

61. Término que hace referencia a los musulmanes desde el punto de vista religioso y a los árabes desde el punto de lingüístico.

62. Miguel Martín, Op. Cit., p. 177.

63. Ibíd., p. 112.

64. Los datos referidos a esta organización proceden del libro La revolución argelina de Giampaolo Carchi Novati, Edit. Bruguera Barcelona 1970, y el libro de Miguel Martín.

65. Dirigente socialista francés que fue primer ministro en 1936-1937 y, en 1938, jefe del Gobierno del Frente Popular francés.

66. Fernando Claudín, Op. Cit., p. 242.

67. En cualquier caso, la política exterior no era más que una continuación de la política interior. En casa, la política de colaboración de clases practicada por los dirigentes socialdemócratas y estalinistas franceses, tendría también un coste muy elevado. En 1935 tanto Thorez como Blum se comprometieron ante el parlamento a disolver las milicias armadas de sus respectivas organizaciones. Ante el peligro de desbordamiento revolucionario del extraordinario movimiento huelguístico del proletariado francés en el verano de 1936, Thorez reuniría a los comunistas parisinos el 11 de junio para poner toda su autoridad al servicio de… la desconvocatoria de la lucha: “Si es importante conducir bien un movimiento reivindicativo hay que saber también terminarlo. Ahora no es cuestión de tomar el poder. Todo el mundo sabe que nuestro objetivo sigue siendo invariablemente la instauración de la República francesa de los consejos obreros, campesinos y soldados. Pero no es para esta noche, ni tampoco para mañana por la mañana” (Fernando Claudín, Op. Cit., p. 162). El PCF adoptó el siguiente lema: “El Frente Popular no es la Revolución”. La revolución fue abortada, pero no así el peligro fascista. El proletariado francés sufriría las terribles consecuencias del régimen colaboracionista de Vichy desde mediados de 1940.

68. La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos, p. 405.

69. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., p. 224.

70. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., pp. 267 y 269.

71. La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos, pag. 132.

72. Citado en el libro de Ted Grant Rusia de la revolución a la contrarrevolución. Fundación Federico Engels. Madrid, 1997, p. 75.

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