Lee aquí la PRIMERA y SEGUNDA parte
V. La revolución española luchó por la libertad del pueblo marroquí
En la semana del 5 al 12 de julio de 1936, aprovechando las maniobras militares que concentraron a 20.000 soldados y sus oficiales en el Llano Amarillo, el coronel Yagüe confirmó los preparativos y la estrategia para el golpe de Estado desde territorio marroquí: Seguí y Solans actuarían en Melilla, Sáenz de Buruaga en Tetuán y Múgica en Larache. A las cinco de la tarde del 17 de julio comenzaba la sublevación fascista en Marruecos, y en menos de 24 horas los militares golpistas tuvieron bajo su control todo el protectorado. “La poca resistencia que pudieron ofrecerles obreros y campesinos, sin armas, en Melilla, Ceuta, Tetuán y Larache fue rápidamente sofocada, así como los focos de la base de hidros de Atalayón y del aeropuerto de Sania Ramel. A las 9 de la noche del 17, Melilla había sido totalmente ocupada. A las 11 de la noche caía Ceuta, a las dos de la madrugada Tetuán, y la salida del sol iluminaba los últimos esfuerzos de un grupo de oficiales republicanos y obreros que se habían hecho fuertes en el edificio de Correos y Telégrafos de Larache. El mismo 17 el teniente coronel Beigbeder telegrafía a los delegados gubernativos de los territorios de Ifni y Sahara, dándoles instrucciones de que proclamaran el estado de guerra, sin admitir siquiera la hipótesis de que no se sumaran a la rebelión. El del Sahara obedeció, mientras que el de Ifni no, pero viendo que la oficialidad era favorable a los fascistas, pasó al Protectorado francés” [73].
Los efectos de la política colonialista de la Segunda República
No es casualidad que, a diferencia de lo ocurrido en el Estado español, donde el levantamiento de la clase obrera hizo fracasar el golpe, en Marruecos se produjera algo similar a un paseo militar. A diferencia de los líderes de la Segunda República, los fascistas comprendieron desde un primer momento la importancia estratégica del Protectorado. Mientras que los diferentes gobiernos de la República no emprendieron ninguna reforma democrática que permitiera enraizar entre las masas marroquíes la solidaridad con el nuevo régimen republicano y su sostenimiento, por parte de Franco y los militares africanistas sí hubo una actitud premeditada y meticulosa para convertir esta parte del territorio en un trampolín para su asalto a la península. Dichos planes facciosos eran mucho más que un secreto a voces. En más de una ocasión, los mandatarios de la República fueron alertados de la amenaza que acechaba al otro lado del Estrecho, pero todas las advertencias fueron siempre ignoradas.
El movimiento nacionalista presentó un primer memorando explicando tales circunstancias al gobierno del bienio reformista, que a pesar de contar con socialistas en su composición no adoptó medidas al respecto. En una segunda ocasión, tal y como relata Sánchez Ruano, el “movimiento nacionalista marroquí, representado por los líderes Abdeljalak Torres y Abdeslam Bennuna, fueron a Madrid tras el triunfo de radicales y derechistas en noviembre de 1933. Ambos líderes entregaron en mano al jefe del Gobierno, el radical Lerroux, un memorando el 1 de febrero de 1934 (…) en dicho memorando se advertía de que el Gobierno republicano debía vigilar ‘su’ Protectorado, pues los enemigos de la República podían aprovechar la situación existente allí para cometer ‘actos de consecuencias nefastas para la República’ (…) los oficiales decían que todo lo arreglaría el sebaa [león] Sanjurjo, añadiendo que los jóvenes oficiales españoles intentaban conectar con los jóvenes nacionalistas marroquíes gastando más de lo que podían (…) si se producía un nuevo intento de los militares contra la República sería en la zona hispana del Protectorado y si no se hacía lo necesario por el Gobierno español para satisfacer las reivindicaciones marroquíes, los golpistas tendrían el apoyo del pueblo marroquí y el Gobierno republicano ninguno, teniendo en cuenta además que los parados eran miles. (…) Lerroux no hizo nada; posiblemente porque él ya definió claramente que España seguiría en Marruecos —como antes más o menos— y porque con la derecha en el poder no era previsible un golpe militar (…)” [74].
Con el inicio de la guerra civil la importancia estratégica del Protectorado se convirtió en una realidad que nadie podía obviar. A pesar de ello, los dirigentes del PSOE y el PCE mantuvieron intacta su posición política respecto a la colonia marroquí. Aunque trataron de envolver esta trágica verdad con disertaciones sobre la libertad y el progreso, sus declaraciones seguían contrastando con la inhumana realidad en la que vivían las masas marroquíes. El 1 de diciembre de 1936 Marruecos fue uno de los temas estrellas del debate en las Cortes españolas. En su discurso, Largo Caballero, por aquel entonces jefe de gobierno y Ministro de Guerra, expuso que: “El gobierno de la República sabe distinguir muy bien entre las tropas mercenarias reclutadas en territorio marroquí, contra la propia voluntad del sultán —y lo que es más escandaloso, en la misma zona francesa—, cuyo reclutamiento y empleo es uno de los hechos que más han escandalizado al ‘mundo civilizado’, y aquella otra parte de Marruecos, para la cual el gobierno de la República conserva vivos todos los deberes que le impone sus obligaciones de Protectorado. (…) Nosotros podemos asegurar al pueblo de Marruecos que el gobierno de la República no regateará esfuerzo alguno para dar las máximas posibilidades a fin de que se desarrolle su propia personalidad, su libertad, su bienestar y su progreso”.
En aquella misma sesión tomó también la palabra José Díaz, secretario general del PCE, quién, obviando la defensa de la independencia para el pueblo marroquí, propuso que la República asumiera la tarea de “extender su régimen democrático a los pueblos coloniales que, como Marruecos, son hoy víctimas de los engaños y traiciones de Franco y sus satélites que les obligan a luchar contra nosotros por temor”. Esta formulación tan abstracta quedó convenientemente aclarada en el manifiesto publicado por el Comité Central del PCE el 18 de diciembre, que bajo el título Las ocho condiciones para ganar la guerra mantenía su compromiso con el llamado “colonialismo democrático” [75]. Ambas organizaciones, al igual que en el caso del PS y PC franceses, aceptaban como buena moneda las posiciones que en esta cuestión mantenían la burguesía europea y la dirección estalinista de la URSS. En París y Londres eran perfectamente conscientes de que cualquier conquista seria por parte de las masas en el Protectorado español podía alimentar la llama de la lucha por la independencia en todo el norte África, por lo tanto esperaban, cuando no exigían, un respeto escrupuloso de sus acuerdos internacionales por parte del gobierno del Frente Popular.
Si intensa era la presión de los imperialistas franceses e ingleses no lo era menos la de Moscú, que empujaba en la misma dirección para garantizar que ningún partido comunista contrariara los intereses de aquellas potencias capitalistas con las que se abría una etapa de colaboración. La burocracia soviética, muy preocupada por el cariz que podían tomar los acontecimientos revolucionarios en el Estado español se dirigió al gobierno republicano en términos cristalinos. En una carta enviada a Largo Caballero fechada el 21 de diciembre de 1936 y firmada por Stalin, Molotov y Vorochilov, podemos leer: “La revolución española se abre caminos que, en muchos aspectos, difieren del camino recorrido por Rusia. Lo determina así la diferencia de premisas de orden social, histórico y geográfico, las exigencias de la situación internacional, distintas de las que tuvo ante sí la revolución rusa. Es muy posible que la vía parlamentaria resulte un procedimiento de desarrollo revolucionario más eficaz en España de lo que lo fue en Rusia. (…) Esto es también necesario para impedir que los enemigos de España vean en ella una República comunista y prevenir así su intervención declarada, que constituye el peligro más grave para la España republicana. Se podría encontrar la ocasión para declarar en la prensa que el gobierno de España no tolerará que nadie atente contra la propiedad y los legítimos intereses extranjeros en España de los ciudadanos que no apoyan a los facciosos” [76]. Finalmente, este respeto escrupuloso de los intereses extranjeros, esta apuesta por la vía parlamentaria, esta renuncia a la revolución socialista en el Estado español cuando todas las condiciones objetivas estaban maduras, fue agradecido con la política de no intervención de las democracias europeas. Como era de prever, nada hicieron los capitalistas franceses, ingleses o norteamericanos por defender a la Segunda República de los fascistas. Esta tarea fue asumida por la clase obrera que llegada desde prácticamente todos los países del mundo nutrió las filas de las Brigadas Internacionales.
Esta contención por parte de los dirigentes obreros no mermó, sin embargo, la actividad revolucionaria de las masas. El látigo de la contrarrevolución atizó el galope de la revolución. Los obreros tomaron las armas para responder al alzamiento fascista. La sublevación fue respondida con fusiles y milicias, y también con la generalización de ocupaciones de tierras y fábricas. Instintivamente, las masas comprendían que los fascistas no eran más que el brazo armado de los capitalistas y, por ello, a pesar de la limitación del programa de sus dirigentes, intentaban destruir el Estado capitalista y las formas de propiedad de la clase que sostenía al ejército enemigo.
Una propuesta nacida en la Barcelona revolucionaria
Una de las zonas donde la clase obrera llevó más lejos sus realizaciones revolucionarias fue, sin duda, Catalunya. Su carácter industrial, sus profundas tradiciones revolucionarias y la fuerza combativa de la amplia base proletaria que se encuadraba en las filas anarquistas, pusieron temporalmente las palancas del poder bajo el control de los dirigentes anarcosindicalistas. Abel Paz, en su documentado libro La cuestión de Marruecos y la República española, del que hemos extraído buena parte de la información para la redacción de este capítulo, rememora la situación. Ante el hecho incuestionable de que Barcelona estaba bajo el control de los trabajadores, un delegado del president de la Generalitat, Lluis Companys [77], solicitó una entrevista con la Comisión de Enlace de la CNT y la FAI. García Oliver [78], que junto con Durruti [79] acudió a la cita con el President, recuerda las palabras de éste último: “Hoy sois los dueños de la ciudad y de Catalunya, porque vosotros solos habéis vencido a los militares fascistas (…) No puedo, pues, sabiendo cómo y quiénes sois, emplear un leguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis, o no me queréis como president de Catalunya, decídmelo ahora (…) Nosotros —prosigue García Oliver— habíamos sido llamados para escuchar. No podíamos comprometernos a nada. Eran nuestras organizaciones las que debían decidir”. Ante la respuesta de García Oliver, Companys propuso una reunión con “los representantes de todos los sectores antifascistas de Catalunya (…) En nuestro cometido de agentes de información —explica García Oliver— aceptamos asistir a la reunión propuesta. Ésta se celebró en otro salón, en donde ya nos había indicado Companys aguardaban algunos representantes de Esquerra Republicana, Rabassaires, Unión Republicana, POUM y Partido Socialista. Allí Companys expuso la necesidad de ir a la creación de un Comité de Milicias que tuviese el cometido de encauzar la vida de Catalunya (…)” [80]. Dicho organismo sería el Comité Central de Milicias Antifascista de Catalunya, CCMAC.
Los dirigentes anarquistas, que agruparon tras ellos a gran parte de la vanguardia revolucionaria de aquella época, finalmente vacilaron y renunciaron a acabar con el poder de burguesía. García Oliver da testimonio de ello: “La CNT y la FAI se decidieron por la colaboración y por la democracia, renunciando al totalitarismo revolucionario que había de conducir al estrangulamiento de la Revolución por la dictadura. Fiaba en la palabra y en la persona de un demócrata catalán, y mantenía y sostenía a Companys en la Presidencia de la Generalitat; aceptaba el Comité de Milicias y establecía una proporcionalidad representativa de fuerzas para integrarlo, que aunque no justa —se le asignaron a la UGT y al Partido Socialista, minoritarios en Catalunya, iguales puestos que a la CNT y al anarquismo triunfante— suponía un sacrificio con vistas a conducir a los partidos políticos por la senda de la colaboración leal que no pudiera ser perturbada por competencias suicida” [81]. Abel Paz cita también a Abad de Santillán [82]: “Podíamos ser únicos, imponer nuestra dictadura absoluta, declarar caduca la Generalitat e instituir, en su lugar, el verdadero poder del pueblo; pero nosotros no creímos en la dictadura cuando la ejercían contra nosotros ni la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros en daño de los demás. La Generalitat continuaría en su puesto con el presidente Companys a la cabeza y las fuerzas populares se organizarían en milicias para continuar para continuar la lucha por la liberación de España, después de haber liberado a Catalunya de la guerra militar. (…) Nosotros veíamos la complicación internacional y veíamos que se nos sofocaría fríamente si avanzábamos demasiado en la destrucción del viejo sistema” [83].
Cuando todas las condiciones estaban presentes para barrer las instituciones del capitalismo, establecer una república obrera y socialista que diera satisfacción a las aspiraciones por las que lucharon generaciones de militantes anarquistas y sindicalistas, los líderes de la CNT-FAI se inclinaron ante unos políticos burgueses que no tenían ninguna base entre los obreros revolucionarios y les entregaron de nuevo el poder. Los prejuicios doctrinarios anarquistas revelaron su auténtica naturaleza en el momento en que más necesario era completar las realizaciones revolucionarias. En lugar de consolidar los órganos de poder proletario salidos de la insurrección obrera del 19 de julio en forma de comités de control obrero, colectivizaciones, milicias, patrullas de control, comités de abastos y tribunales revolucionarios, con los que se podría haber establecido una base firme para un gobierno revolucionario, cedieron gratuitamente la posición a unos políticos que no tenían la menor intención de ayudar al éxito de la revolución social. Los militantes anarquistas pagarían duramente esta renuncia de sus dirigentes a completar la tarea que ellos habían iniciado.
A pesar de lo dicho anteriormente y de los errores estratégicos de la dirección de la CNT, en los medios anarquistas había una intención sincera de ganar la guerra y derrotar al fascismo. La audacia en la organización de las milicias confederales y el valor en el combate de los militantes anarquistas está fuera de dudas. Además, desde las filas anarcosindicalistas sí hubo intentos de neutralizar la capacidad de Franco para abastecerse de combatientes en la retaguardia marroquí. García Oliver asumió la máxima autoridad del departamento de Guerra en el CCMAC y decidió realizar todas las gestiones necesarias para debilitar la posición de los fascistas en Marruecos. La retirada de España del Protectorado se convertiría en un factor político decisivo para doblegar militarmente a los fascistas, “la guerra había que ganarla en Marruecos”. En ese sentido aprovechó la estancia en Barcelona en julio de 1936 del ministro de Estado socialista Álvarez del Vayo [84] a quién pidió que asumiera la tarea de defender estas tesis ante el gobierno del Frente Popular en Madrid. El dirigente socialista dijo aceptar la tarea encomendada, pero “desgraciadamente —según confesión del propio Álvarez del Vayo—, en Madrid no hubo comprensión y no se prestó atención a lo que exponía García Oliver” [85]. En cualquier caso, éste último no confiaba en los resultados de las gestiones diplomáticas del ministro de Estado, y se puso personalmente manos a la obra en la tarea de encontrar una vía de acuerdo con los nacionalistas marroquíes.
A través del militante anarquista José Margeli —joven linotipista del sindicato de Artes Gráficas en el periódico La Vanguardia—, García Oliver entró en contacto con el egipcio Marcelo Argila, representante en Barcelona del Comité Panislámico, a quién le pidió ayuda para establecer relaciones con los representantes del movimiento nacionalista marroquí. A tal fin viajaron a Ginebra Margeli y Argila, que regresaron a Barcelona una semana después acompañados de tres miembros del Comité de Acción Marroquí [86], CAM. García Oliver les explicó que “la voluntad del Comité de Milicias Antifascista era obtener la ayuda de los nacionalistas y revolucionarios marroquíes. A cambio de lo cual, y en justa recompensa, les ofrecía: la independencia de Marruecos, medios económicos y armamentos para lograr la derrota de los militares sublevados en la zona de Marruecos, y aceptar en principio cualquier otra condición relacionada con los dos puntos anteriores”. Los representantes marroquíes respondieron que no estaban autorizados para tomar decisiones y que necesitan retornar a Ginebra para informar al Comité Panislámico. García Oliver se sentía decepcionado: “Saqué la impresión de que tanto el Comité Panislámico como el CAM no pasaban de ser unas oficinas de relaciones, con influencia en algunos sectores del mundo árabe, pero desvinculados de las mayorías de sus pueblos. No sé por qué, me dieron la impresión de que su nacionalismo no era muy intenso (…)” [87]. Otros dirigentes anarquistas que participaron en diferentes contactos con el CAM, llegaron a conclusiones similares respecto a los líderes nacionalistas marroquíes, carentes no ya de una actitud revolucionaria, sino de la combatividad que se supone en aquellos que representan la lucha por la libertad de un pueblo oprimido. Su extracción de clase acomodada [88], limitaba su confianza y determinación en la lucha, sin olvidar que sus padecimientos por la opresión extranjera eran muy distintos a los de los proletarios y campesinos marroquíes.
En aquellas mismas fechas, el comité de la CNT de Barcelona aceptó la propuesta del activista Robert Louzon de viajar a Marruecos para desarrollar tareas de propaganda y agitación entre los nativos. Una vez en Fez, Louzon estableció contacto con David Rousset [89], militante trotskista francés establecido allí con el objetivo de reclutar fuerzas para la IV Internacional. Ambos militantes estuvieron en contacto con los dirigentes del CAM en Fez, “esencialmente jóvenes burgueses” en palabras de Rousset. Tras varias reuniones mantenidas a lo largo de agosto, los nacionalistas marroquíes aceptaron la propuesta del CCMAC de actuar en el Marruecos español a condición de que los responsables del Protectorado francés se comprometieran a no poner obstáculos. Esta última era una solicitud destinada al fracaso. Mohammad Hassan el Ouazzani, miembro del CAM y participante en las negociaciones que se celebrarían en Barcelona con el CCMAC, explica cual fue el resultado de los llamamientos al gobierno del Frente Popular francés: “… los partidos de la izquierda francesa envían a Fez, durante la época del Frente Popular, algunas personalidades que recibo en mi domicilio (…) era agosto de 1936 (…) Les hablamos de nuestro plan para organizar un levantamiento contra Franco en el norte, apoyando de esa manera a las fuerzas republicanas. Pedimos la neutralidad del gobierno francés y de sus representantes en Rabat, para poder ejecutar nuestro plan desde Fez, que nos serviría de cuartel general. Pedimos, por otra parte, al gobierno de Madrid garantizar esta neutralidad. Las personalidades francesas presentes en Fez aceptan nuestras condiciones, a saber: la independencia de la zona de Marruecos, la garantía del gobierno de Madrid. (…) Un día, recibimos la visita del ministro de Finanzas, Prieto, uno de los líderes de Partido Socialista español. Nos informa del rechazo del Frente Popular de aceptar cualquier neutralidad, o de permitirnos cualquier actividad ‘revolucionaria’ en la zona bajo protectorado francés. (…) Después de asegurarnos por nuestros propio medios de la posición del gobierno francés, dejamos Barcelona hacia Toulouse antes de regresar a Marruecos. Como medida de precaución, y por desconfianza, temiendo una actividad ‘subversiva’ de nuestra parte, el gobierno de izquierda nombra al general Nogués (16 de septiembre de 1936), conocido por los marroquíes por su pasado represivo como residente general en Rabat, encargado de llevar firmemente estos asuntos y de utilizar la fuerza en caso necesario. Protestamos en París por este nombramiento, que demostraba que el gobierno del Frente Popular quería entorpecer nuestra proyectada acción, cuyo objetivo era ayudar la causa democrática en España y en Europa, y liberar la zona norte de Marruecos de la ocupación franquista” [90].
Las ‘democracias’ europeas ante la revolución española
Este rechazo a la ayuda solicitada por los nacionalistas marroquíes no sólo respondía al temor de avivar la lucha por la liberación nacional en el conjunto del continente africano. En aquellos momentos, la burguesía europea había girado su foco de atención hacia al levantamiento armado de la clase obrera contra el golpe fascista en el Estado español, que ponía en peligro la propia existencia del capitalismo muy cerca de sus fronteras. La derrota de la revolución socialista en la península se convirtió en la cuestión central. En una de las entrevistas realizadas por Ronald Fraser en su libro Recuérdalo tú, recuérdalo a otros, a Andreu Capdevilla, obrero textil de la CNT en la fábrica barcelonesa de la Compañía de Hilaturas Fabra y Cotas queda retratada esta terrible verdad: “Un día, hablando con uno de los ex directores españoles de mi propia compañía, le dije que no alcazaba a comprender porque la compañía madre de Inglaterra había mostrado tal intransigencia, una intransigencia que había conducido a la colectivización de la fábrica. ‘Es usted un hombre de buena fe, Capdevila, me dijo, pero un poco ingenuo. Lo que a usted se le antoja absurdo a mí me parece completamente natural. El consejo de administración de la Coats reconoció la justicia de las propuestas de los obreros. Pero no se trata de una disputa entre la compañía y sus obreros; lo que está en juego es la vida o la muerte del capital internacional mismo. Todos los monopolios capitalistas han llegado a un acuerdo para boicotear la zona roja y prestar su apoyo incondicional a Franco, que representa la continuidad del capitalismo’ (…) No se equivocaba. Traté de llegar a un acuerdo con otras dos compañías internacionales y rehusaron discutir el asunto o llegar a un acuerdo con sus obreros” [91].
Si el factor de la revolución en marcha en la península era decisivo para los capitalistas franceses e ingleses, no lo era menos la esperanza de que un enfrentamiento entre comunistas y fascistas en el Estado español y, sobre todo, en un futuro no muy lejano, en territorio soviético, debilitara hasta la aniquilación a ambos contendientes. En la biografía de Joel Colton sobre el dirigente socialista francés León Blum se explica como: “Varios miembros del gabinete (británico) expresaron lo que Blum describió posteriormente como ‘gran temor’ ante una política de ayuda a la España republicana. (…) En una conversación durante la comida, algunos conservadores hablaron a favor de una guerra entre los fascistas y los bolcheviques en la que los extremistas se exterminarían, implicando que España podría ser el escenario de ese oportuno enfrentamiento definitivo” [92]. Las democracias burguesas europeas no apoyarían a la Segunda República española a defenderse de la amenaza fascista. Las ansias de libertad y cambio en el Estado español, que la clase obrera estuvo dispuesta a defender con su propia vida, mereció así la misma consideración para los demócratas europeos que la expresada por las masas africanas en las colonias.
El mismo 19 de julio de 1936, José Giral, presidente del gobierno español, envió un telegrama al gobierno Francés solicitando el envío urgente de armas. Invocaba para ello el acuerdo firmado entre Francia y España en 1906 y renovado en 1925 tras la acción militar conjunta de ambos países contra la rebelión de Abd el-Krim, que en su artículo 3 establecía que, en el caso de que las fuerzas militares españolas no fueran suficientes para defender las posiciones comprendidas entre las fronteras de los alrededores de Ceuta y Melilla, Francia se comprometía a prestar a España el socorro de sus armas. Puesto que la actuación de los fascistas españoles desafiaba el control del legítimo gobierno español en territorio del Protectorado, se podía considerar el apoyo militar francés como la ejecución práctica de dicho tratado. León Blum en un primer momento pareció mostrarse favorable a tal ayuda, sin embargo, tras conferenciar con los dirigentes del partido radical francés y los representantes del gobierno británico, se decidió por no la intervención en el conflicto español. Nacía así el Pacto de No Intervención, supuestamente destinado a evitar la intervención extranjera en la Guerra Civil española. Hasta 27 países europeos se adhirieron al pacto, entre ellos: Dinamarca, Bulgaria, Grecia, Austria, Bélgica, Estonia, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Lituania, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumania, Suecia, Checoslovaquia, Turquía, Yugoslavia, Albania, Hungría, Irlanda, y Letonia.
El Daily Worker, periódico del Partido Comunista de EEUU, explicaba así la adhesión al Pacto de la Unión Soviética el 23 de agosto de 1936: “Si la Unión Soviética no hubiera aceptado la propuesta francesa de neutralidad habría puesto en una situación comprometida al gobierno (francés), y ayudado considerablemente a los fascistas de Francia e Inglaterra, así como a los gobiernos de Alemania e Italia, en su campaña contra el pueblo español (…) Si el gobierno soviético diera algún paso que inflamase todavía más la actual situación explosiva en Europa, sería bien recibido por los fascistas de todos los países y dividiría a las fuerzas democráticas, allanando así el camino a una supuesta ‘guerra preventiva’ contra el bolchevismo representado por la URSS” [93]. Lo cierto es que esta política de concesiones ante los partidos conservadores de Francia e Inglaterra, no dio tampoco ninguno de los frutos prometidos. Por el contrario, la resultante de estos acuerdos fue justo la contraria. El alzamiento fascista alcanzaría la victoria en España tras tres años de heroica resistencia de la clase obrera, y la URSS sería invadida por tropas nazis en junio de 1941.
Obviamente, a pesar de la firma del Tratado de No Intervención, Stalin se vio fuertemente presionado por la movilización obrera en Francia y Gran Bretaña a favor de la República española. “Armas para España” era el grito de decenas de miles de manifestantes que desfilaron en las semanas posteriores al golpe fascista en las principales ciudades de esos dos países. Mantener una política de neutralidad en la guerra civil española hubiera significado, en la práctica, perder una parte de su autoridad en el movimiento comunista internacional. Finalmente, los dirigentes estalinistas se apoyaron en el entusiasmo de la clase obrera internacional y en su decisión de combatir por la revolución y contra el fascismo en suelo español, y dieron luz verde a la organización de las Brigadas Internacionales. Más de 30.000 combatientes, en su inmensa mayoría obreros, de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Polonia, EEUU, Irlanda, Canadá, Yugoslavia, Checoslovaquia y decenas de países más, pelearon con valor y una entrega heroica en las batallas más difíciles, actuando en numerosos casos como auténticas fuerzas de choque. Su participación en la defensa de Madrid, noviembre de 1936, fue clave para frenar el avance fascista sobre la capital.
A partir de ese mes, noviembre, la ayuda militar soviética al gobierno republicano se intensifico notablemente. Sin embargo, como muchos estudios recientes han confirmado, esa ayuda no era desinteresada. En todo momento estuvo condicionada a la aceptación de los intereses estratégicos de la burocracia estalinista en el tablero europeo. Y esos intereses no pasaban por acelerar el triunfo de la revolución socialista en el Estado español, todo lo contrario. Una república obrera, socialista y democrática, también era vista como una amenaza por Stalin, que comprendía que un triunfo semejante podría alentar el despertar de la clase obrera soviética contra el dominio despótico de su régimen. No es ninguna casualidad que las grandes purgas desatadas por el aparato estalinista contra la vieja guardia leninista, que llevó a los campos de concentración y a los pelotones de fusilamiento a decenas de militantes bolcheviques que se oponían a la degeneración burocrática de la revolución rusa, se iniciara precisamente coincidiendo con el estallido de la revolución española.
Por su parte, los fascistas alemanes e italianos prestaron un apoyo decisivo a las tropas franquistas una vez iniciado el levantamiento. Un respaldo crucial, puesto que los 25.000 hombres que formaban el ejército de África —única fuerza de combate profesional con que contaba el ejército español— se encontraban bloqueados en sus bases por navíos de la armada de guerra cuyas tripulaciones se habían sublevado, dando muerte a sus oficiales al tratar éstos de unirse al levantamiento. En el curso de los dos meses siguientes, dicha fuerza sería transportada a la península gracias principalmente a los aviones alemanes e italianos [94]. “En el juicio de Nuremberg de 1946, Herman Goering, jefe de la Aviación de Hitler declaró: ‘Cuando estalló en España la guerra civil, Franco envió una petición de auxilio a Alemania y solicitó ayuda especialmente en el aire. No hay que olvidar que Franco se encontraba estacionado con sus tropas en África y que no las podía transportar, ya que la flota estaba en manos de los comunistas (la izquierda)… El factor decisivo era, en primer lugar, transportar sus tropas a España. El führer meditó la cuestión. Yo le insté a que prestara el apoyo pedido en cualquier caso. Primero, para evitar la expansión del comunismo en esa zona y, segundo, para aprovechar la ocasión de probar mi recién creada Luftwaffe en diversos aspectos técnicos. Con el permiso del führer, envié gran parte de mi flota de transporte y una serie de cazas, bombarderos y cañones antiaéreos experimentales; de esa forma, tuve la oportunidad de comprobar, en condiciones de combate, si el material era apto para sus objetivos’. (…) En los primeros días de la guerra civil, el propio Hitler reveló a los jefes del partido y a los diplomáticos que: ‘Para nosotros es deseable que (en España) no surja un Estado bolchevique que forme un puente entre Francia y el norte de África” [95]. Se calcula que la ayuda inicial de la Alemania nazi se materializó en los primeros días de la contienda en veinte aviones Junker-52 y seis aviones de caza Heinkel-51. “Mussolini no accedió a colaborar hasta varios días después y el 30 de julio se enviaron al Marruecos español veinte bombarderos Savoia-81, aunque sólo nueve llegaron sin problemas a su destino” [96]. Esta actuación no impidió, sin embargo, que Alemania e Italia se sumaron al Pacto de No Intervención el 8 de agosto de 1936.
El gobierno del Frente Popular, contra la independencia de Marruecos
A pesar del fracaso de las negociaciones políticas entre los nacionalistas marroquíes y el Frente Popular francés, la iniciativa del CCMAC prosiguió su curso. Entre el 1 y el 2 de septiembre de 1936, no disponemos de la fecha exacta, llegaron a Barcelona varios miembros del CAM acompañados por David Rousset. Este último explica, que si bien él formaba parte del movimiento trotskista y su único contacto en Barcelona era el POUM [97], “en realidad, el POUM, no representaba en aquellos momentos, en Barcelona, el elemento decisivo. El elemento decisivo era el Comité Central de Milicias dominado por la CNT y la FAI” [98].
García Oliver se incorporaría a las reuniones a partir del día 6 de septiembre, puesto que en los días previos estuvo participando en la actividad de la columna de milicianos encabezada por Durruti con el objetivo de liberar Zaragoza. Los participantes del CAM en aquellas reuniones redactaron el siguiente informe: “El primer contacto con él (García Oliver) tuvo lugar en su despacho del Comité de Milicias. (…) García Oliver se manifestó en completo acuerdo con nosotros. Incluso cuando se habló de la independencia rifeña no hubo tan siquiera discusión. La independencia de la zona rifeña quedaba claramente expresada. Cuando nosotros pusimos el problema de Largo Caballero, él nos respondió con expresiones despreciativas de las gentes de Madrid. Llegó incluso a decirnos que si el gobierno central demostraba mala voluntad, él iría para obligarle a firmar el tratado hasta amenazarle con retirar del frente de Madrid a las milicias catalanas” [99]. Respecto a la reivindicación de la independencia del Rif, es necesario destacar que tanto García Oliver como Julián Gorkín —quién participó en el proceso de negociación en representación del POUM— coinciden en que los representantes del CAM se mostraban reticentes en aquellos momentos a la independencia de Marruecos por motivos que más adelante veremos. En cualquier caso, al día siguiente, el 7 de septiembre, se empezó a trabajar con borradores concretos del futuro acuerdo que se firmaría el 20 de septiembre de 1936.
Antes de continuar con el desarrollo de estas negociaciones, es importante destacar que en aquellos mismos días, en concreto el 15 de septiembre de 1936, llegó a Barcelona Pierre Bernard, secretario general de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) de la que formaba parte la CNT. El objetivo del máximo responsable de la AIT era también acabar con la base fascista en el Protectorado español a través de un levantamiento en las cabilas. Para ello, propuso organizar un plan de evasión para Abd el-Krim, en aquel momento desterrado en la Isla Reunión, que permitiera el retorno del líder nacionalista guerrillero al Rif. Esta otra iniciativa venida desde el exterior, demuestra como, efectivamente, no era tan difícil comprender que en Marruecos se libraba una parte decisiva de la guerra civil. Pierre Bernad, decidido a convencer a Largo Caballero por todos los medios de la necesidad de levantar al Marruecos español contra Franco, traía consigo el apoyo de varios socialistas franceses críticos con la política de León Blum y de la CGT. Con tal propósito, viajó a Madrid pero no fue fácil acceder al dirigente socialista; de hecho, fue necesaria la intervención de la dirigente anarquista Federica Montseny, que poco tiempo después, en noviembre de 1936, ocuparía la cartera del Ministerio de Sanidad en el gobierno encabezado por Largo Caballero. El 18 de septiembre, Pierre Bernard y David Antona, secretario del Comité Nacional de la CNT, se reunieron con Largo Caballero, quién rechazó la propuesta de forma rápida y expeditiva.
Mientras la misión de la AIT fracasaba en Madrid, las negociaciones en Barcelona avanzaban no exentas de complicaciones. Tal y como recuerda García Oliver, los dirigentes nacionalistas marroquíes mantenían posiciones confusas: “1) No aceptaban, en aquellos momentos, la independencia de Marruecos, porque, según ellos, su independencia atraería sobre Marruecos la dominación de Italia o Alemania, que consideraban peores que la española. 2) Ellos deseaban, entonces, para Marruecos, una autonomía parecida a la que Inglaterra había concedido a Iraq tras la Primera Guerra Mundial. 3) Si nosotros aceptábamos los dos puntos anteriores, ellos estaban dispuestos a suscribir el correspondiente Pacto, que entraría en vigor después de que nosotros lográsemos lo siguiente: a) Que lo aceptase e hiciese suyo el gobierno de la República Española; b) Que el Gobierno de la República Española lograse que, a su vez, fuese aceptado por el gobierno de Francia. Como es natural, dichos puntos de vista sustraían de nuestra dirección revolucionaria el problema, tanto marroquí como panislámico, centrándolo por parte de ellos en un punto esencialmente conservador y legalista. (…) Sin embargo, no queriendo yo desechar las escasas posibilidades que pudiéramos obtener de los imprevistos acontecimientos que pudieran presentarse, no rompí las negociaciones, antes bien, las aceleré (…)” [100]. A cambio de aceptar estas condiciones, los representantes del CAM se comprometían a organizar la sublevación en el llamado Marruecos español, a oponerse al reclutamiento y transporte de nuevos contingentes marroquíes por parte de los fascistas y a realizar una intensa campaña de propaganda destinada a desmoralizar a las tropas norteafricanas del bando nacional.
Finalmente, el 20 de septiembre, se produjo la firma del Pacto. Rodeada de toda la solemnidad oficial posible, “se realizó en el Salón llamado del Trono de la Capitanía General de Barcelona, con la presencia de los delegados de la CAM, del pleno de delegados del Comité de Milicias, y la asistencia de todos los secretarios generales y presidentes de las organizaciones y partidos componentes del Comité, que firmaron también el pacto (…)” [101]. Se acordó también que una delegación del Comité Central de Milicias Antifascistas informaría al gobierno central. A tal fin, el 26 de septiembre partieron a Madrid Aurelio Fernández, en representación de la CNT-FAI, Rafael Vidiella, por el PSUC [102] y la UGT, Jaime Miravitlles, por ERC, y Julián Gorkín por el POUM. Por su parte, los representantes del CAM partieron para Ginebra con objeto de informar al resto de su organización, quedando en volver a Barcelona para poner en práctica el acuerdo si este era aceptado por el gobierno del Frente Popular.
Pero los planes no salieron como estaba previsto. La delegación, tras entrevistarse con Largo Caballero, regresó el día 30 de septiembre a Barcelona con las manos vacías. El dirigente del CAM, Allad el Fassi, denunciaría además como “el Gobierno de Madrid pidió verbalmente excusas a nuestra delegación, por no poder proclamar la independencia marroquí en la actual coyuntura, y pidió a la delegación del CAM que aceptara la suma de 40 millones de pesetas que servirían para hacer propaganda para la democracia española. Esto se acompañó con la promesa de que la República, una vez victoriosa, actuaría por el bien de Marruecos. Pero nuestra delegación no aceptó esta vil propuesta y se retiró de la sala de conferencias como muestra de protesta” [103].
Jaume Miravitlles, representante de ERC, recuerda así la respuesta de Largo Caballero: “Sí, en efecto, por diferentes conductos —me dijo— han llegado hasta mí proposiciones semejantes formuladas por sectores políticos correspondientes más o menos a los delegados que han recibido ustedes en Barcelona. Pero no es absolutamente imposible acceder a sus requerimientos. (…) la situación en todo el África del Norte es, en estos momentos, tan delicada que un movimiento insurreccional en el Protectorado español de Marruecos podría extenderse a las zonas del Marruecos francés. Ello crearía un problema dificilísimo al actual Gobierno francés, cuyo jefe es mi camarada socialista, León Blum” [104].
Abel Paz también relata el testimonio del delegado de la CNT-FAI participante en aquella reunión, Aurelio Fernández: “Al margen de las consideraciones diplomáticas, Aurelio me dijo que se estaba ocultando la verdadera realidad. Europa, entonces, era un polvorín. En el Mediterráneo se estaba jugando la suerte de muchos intereses, ingleses e italianos entre otros. En Túnez, se olfateaban aires de revuelta; en el Cairo, los palestinos socialistas se enfrentaban seriamente con el imperio inglés; en África del Norte, la zona francesa tenía una amplia zona insumisa, en la que la metrópoli no había logrado aún imponer su orden: los guerrilleros árabes iban y venían por los desiertos ‘como Pedro por su casa’; Argelia vivía sobre ascuas. Un simple empujón y todo el imperio francés se iba al garete. En esas circunstancias, un frente armado contra el franquismo en la zona española, cuyos habitantes iban a batirse por su propia tierra te aseguro —me afirmaba Aurelio— que eso hubiera significado el contagio de nuestra lucha por todo el continente africano, lo que hubiera significado herir de muerte a las potencias colonizadoras” [105].
Este dirigente anarcosindicalista, obrero metalúrgico, da en la clave. Si la revolución iniciada en el Estado español conectaba con el levantamiento que en aquellos momentos protagonizaban sectores de las masas en el norte de África, podía ser el inicio del fin del dominio del capitalismo europeo en el continente africano. Esa posibilidad, de haberse concretado, habría sido clave para el futuro de la revolución española. No sólo hubiera barrido la base del ejército fascista español en Marruecos, sino que hubiera debilitado a los capitalistas europeos —tanto ingleses y franceses, como los fascistas italianos y alemanes— y fortalecido la confianza y acción revolucionaria de la clase obrera y las masas tanto en África como en Europa.
A la luz de estos hechos, se aprecia cómo el programa de Lenin y los bolcheviques, no era, en absoluto, descabellado. Ya en 1915, Lenin afirmaba: “A la pregunta de qué haría el partido del proletariado si la revolución llegara al poder en medio de la guerra actual —se refiere a la Primera Guerra Mundial—, debemos responder: propondríamos la paz a todos los beligerantes a condición de la liberación de las colonias, de todos los pueblos dependientes y oprimidos que no disfrutan de plenos derechos. Los actuales gobiernos de Alemania, Inglaterra o Francia no aceptarían esta condición. Entonces deberíamos estar preparados para librar una guerra revolucionaria, es decir, no sólo llevar hasta el final íntegramente las medidas más importantes de nuestro programa, sino que incitaríamos a la insurrección a todos los pueblos ahora oprimidos por la Gran Rusia, todas las colonias y países dependientes de Asia (Inida, China, Persia, etc.) y, ante todo, a la insurrección del proletariado europeo contra sus gobiernos y en contra de sus socialchovinistas” [106].
Considerando pues las tradiciones del Octubre ruso y las posiciones que históricamente había defendido el marxismo, parecería lógico esperar que sus “teóricos” continuadores en el Estado español, los líderes del PCE, hubieran defendido una política revolucionaria frente a las posiciones socialdemócratas y reformistas de los dirigentes del PSOE. Pero, como ya hemos analizado, la dirección del partido comunista ruso había sufrido una completa transformación. La degeneración burocrática del régimen de los sóviets en la URSS había permitido la consolidación de las posiciones estalinistas no sólo en el partido ruso, sino en el conjunto de la Internacional Comunista.
Aunque en los textos oficiales del PCE se exime a los líderes comunistas de entonces de cualquier responsabilidad respecto al rechazo del acuerdo firmado con los nacionalistas marroquíes en Catalunya, alegando para ello un desconocimiento de dicha propuesta, semejante explicación es del todo insatisfactoria. En primer lugar, porque en aquel gobierno del Frente Popular había en aquellos momentos dos ministros del PCE, Jesús Hernández y Vicente Uribe, responsables de Instrucción Pública y Agricultura respectivamente. Pero, además, la federación del PCE en Catalunya, el PSUC, participó de forma muy destacada en todo este proceso, hasta el punto de que la delegación que viajó a Madrid para entrevistarse con el máximo responsable del gobierno del Frente Popular, incluyó a un representante suyo, Rafael Vidiella. En cualquier caso, el elemento central era el programa defendido por el PCE. Y, lo cierto, es que los dirigentes comunistas compartían la estrategia de sus homólogos socialistas de no alarmar a las potencias europeas. “A finales de enero de 1937, Joan Comorera, dirigente del PSUC, informó al Comité Central de su partido en términos que reflejaban las discusiones mantenidas con Ernö Gerö, un importante agente de la Komintern en España, conocido como Pedro, que acababa de volver de Moscú, que ‘lo esencial en este momento es buscar colaboración de las democracias europeas, y en particular la de Inglaterra’. ‘En el bloque de potencias democráticas —declaró días después en un mitin— el factor decisivo no es Francia sino Inglaterra. Resulta esencial para todos los camaradas del partido comprenderlo así, y moderar (sus) consignas en los momentos presentes… Inglaterra no es un país como Francia. Inglaterra es un país gobernado por el Partido Conservador. Inglaterra es un país de evolución lenta, constantemente preocupado por sus intereses imperiales. (…) Hemos de ganar, cueste lo que cueste, la neutralidad benévola de este país, si no logramos la ayuda directa” [107].
A principios de 1937, cuando el transcurso de la guerra civil puso sobre la mesa que un triunfo de los fascistas era una posibilidad cada vez más real, el gobierno de Largo Caballero intentó una maniobra diplomática que necesitaba de la ayuda de las naciones teóricamente amigas. En concreto se proponían cambios en los dominios territoriales del Protectorado español en favor de Francia e Inglaterra con el fin de que ambas potencias negociaran o impusieran a la Alemania nazi el fin de la colaboración con las tropas franquistas en el norte de África. El dirigente socialista Álvarez Vayo, en aquellos momentos destacado responsable en los asuntos exteriores del gobierno republicano, no puede evitar una amarga reflexión sobre este fallido intento: “No pedíamos la luna. No solicitábamos ayuda armada. Sólo pedíamos que en estricta conformidad con la política de no intervención —que Gran Bretaña y Francia nos habían impuesto y por esta misma razón debía obligarse a todos a respetar— ‘se dejara España a los españoles’; y que si esas dos potencias no se sentían capaces de impedir que Alemania e Italia siguieran interviniendo en España, reconocieran honradamente el fracaso de su política y restablecieran plenamente el derecho a la libertad de comercio. En una palabra, pedíamos que se respetara el derecho internacional. La forma en que los gobiernos británico y francés ignoraron nuestras advertencias, propuestas y peticiones fue realmente descorazonadora” [108].
Lo que Álvarez Vayo y el conjunto de los dirigentes socialistas y comunistas se negaban a admitir es que, por encima del peligro potencial que implicaba para las burguesías inglesa y francesa el desarrollo militar del fascismo alemán, se trataba ante todo del sostenimiento del sistema capitalista que en esos momentos se encontraba amenazado en el Estado español. No moverían un solo dedo para ayudar a las masas revolucionarias en la península. De hecho, varios países firmantes, como EEUU e Inglaterra, encontraron la forma de establecer relaciones comerciales con los fascistas españoles que fueron claves para sostener la campaña militar del bando nacional. “Sin la ayuda alemana e italiana, cuyo total se calcula en más de 116 millones de libras esterlinas (570 millones de dólares), no habrían podido seguir con la guerra. Pero, además de dicha ayuda, los nacionalistas pudieron adquirir suministros relacionados con la guerra por valor de 15 millones de libras (76 millones de dólares) en los países del dólar y la libra esterlina. La Texas Oil Company suministró casi dos millones de toneladas de petróleo con un crédito a largo plazo y sin garantías entre 1936 y 1939. Las compañías mineras británicas no protestaron cuando el régimen de Burgos exportó la mitad de su mineral a la Alemania nazi, fijando para la peseta un tipo de cambio artificialmente bajo. Las exportaciones florecieron. Las ventas de jerez, principalmente a Gran Bretaña, alcanzaron casi dos millones de libras en 1937, el nivel más alto en muchos años, y los Estados Unidos firmaron un contrato para la adquisición de cuatro millones de dólares de la cosecha de aceitunas en 1938. (…) En 1937 los nacionalistas pudieron exportar al área de la libra esterlina productos por valor de 12 millones de libras y aproximadamente la misma cantidad a Alemania. Dos años antes, cuando España no estaba dividida, habían alcanzado un total superior únicamente en un 20%” [109].
Se podrá polemizar en torno a la probabilidad de éxito que hubiera tenido la aplicación de un programa revolucionario e internacionalista respecto a la cuestión colonial en Marruecos, pero, lo que parece indudable, es que la estrategia de colaboración de clases y el programa reformista del gobierno de Frente Popular fracasaron.
VI. La estrategia fascista
La igualdad social es un disparate. Fijaos en la naturaleza, en la obra de Dios, y fijaos que no hay dos cosas iguales (…) Es imposible la igualdad entre los hombres.
Queipo de Llano, militar fascista, en un discurso pronunciado en marzo de 1937 [110]
Es importante empezar por destacar que en un primer momento, a excepción de Abdelkar y Amarunchen que simpatizaron abiertamente con el levantamiento fascista, ninguno de los cadíes se pronunció a favor de ningún bando. En los últimos días de agosto de 1936, el propio sultán de Marruecos dirigió una carta a las autoridades francesas en Rabat en los siguientes términos: “Asistimos con tristeza a las luchas que desgarran a un país amigo (…) Además de sentirnos emocionados por el sufrimiento de nuestros súbditos, lamentamos profundamente que algunos de ellos puedan ser llamados a sostener una guerra sin merced, no para defender contra una intervención extranjera el gobierno con el que estamos en relación, sino al contrario, para sostener la empresa de aquellos de sus propios hijos que pretenden derribarlos” [111]. De hecho, nada estaba definitivamente decidido en el Protectorado en las primeras semanas transcurridas tras el alzamiento. Es más, pocos días después de la sublevación, ya se habían iniciado los primeros contactos con los dirigentes nacionalistas marroquíes, que se declararon dispuestos, o mejor dicho, rubricaron un acuerdo el 20 de septiembre de 1936, ¡dos meses después del golpe militar!, destinado a sublevar las cabilas contra Franco a cambio de la autonomía.
Fue con el paso de las semanas, al calor de las noticias de que la sublevación no había sido totalmente aplastada y de que las negociaciones con los gobiernos frentepopulistas de Francia y España fracasaban, cuando varios cadíes comenzaron a dar crédito a las falsas promesas de los fascistas. Los innegables resultados de la demagogia de los fascistas españoles no pueden ser explicados con la simple argumentación de la falta de conciencia política del pueblo marroquí. No se trata de restar un ápice de gravedad a la criminal política colaboracionista que finalmente practicaron un buen número de cadíes. Por el contrario, encontramos en la historia de estos trágicos acontecimientos una nueva demostración de cómo la liberación nacional de ningún pueblo oprimido podrá venir nunca de la mano de los defensores del capitalismo, mucho menos de las camisas pardas fascistas. Pero, junto a ello, no podemos olvidar los constantes levantamientos en defensa de su libertad que conforman la historia del pueblo marroquí, que casi una década antes del golpe franquista proclamaba ya su propia república en el Rif.
Tampoco parece razonable achacar el éxito de la propaganda fascista a la sagacidad o particular inteligencia de Franco, sobre quién muchos de sus biógrafos más honestos e, incluso algunos compañeros de armas, coinciden en su mediocre capacidad intelectual.
No queda más remedio que considerar y, finalmente admitir, que la política colonial de la República fue un factor decisivo en el desarrollo de estos acontecimientos. Como bien explica Miguel Martín, “si en julio de 1936 los marroquíes hubiesen gozado de los mismo derechos que todos los españoles, la rebelión fascista habría fracasado pues los árabes se hubiesen enfrentado como un solo hombre contra quienes iban a arrebatarles dichos derechos” [112].
Aunque sea doloroso reconocerlo, una rápida recapitulación sobre la política que aplicaron en el Protectorado los sucesivos gobiernos de la república —a pesar de su diferente signo político— nos sitúan ante un panorama francamente desolador. La caída de la odiada monarquía, recibida con auténtico entusiasmo y esperanza por las masas marroquíes, no se tradujo en la esperada mejora de las condiciones de vida para los trabajadores y campesinos rifeños. No hablamos ya de la independencia o, tan siquiera, de una tímida autonomía, sino del derecho a circular libremente o de declararse en huelga. Es más, incluso el derecho de manifestación y asociación fue cuestionado en la práctica. No olvidemos que numerosas manifestaciones que reivindicaban la independencia nacional o el fin de la discriminación en las condiciones laborales de los obreros marroquíes respecto a los europeos, acabaron con heridos y muertos. El movimiento nacionalista fue perseguido también con saña. En páginas anteriores hemos dado cuenta de las redadas y detenciones masivas e, incluso, de los fusilamientos; junto a la medida de fichar a todo varón mayor de 14 años. Incluso, hemos repasado también, como los discursos de los altos comisarios siguieron manteniendo un contenido de abierto desprecio respecto al pueblo marroquí, rayando en el racismo.
No es de extrañar que dicha política fuera defendida por políticos y partidos republicanos burgueses y pequeños burgueses. Éstos, no hacían otra cosa que aplicar las tradicionales políticas coloniales de las potencias europeas “democráticas”. Para un demócrata burgués, ya fuera conservador o liberal, ya estuviera en París, Londres o Madrid, la misión civilizadora del capitalismo sobre los pueblos considerados atrasados, era una tarea fuera de discusión, a pesar de sus inevitables costes humanos y democráticos. Pero otra cosa era de esperar de los máximos dirigentes del movimiento socialista y comunista, más en el caso del Estado español, si consideramos las magníficas tradiciones de lucha contra las aventuras coloniales de la monarquía. Sin embargo, en el momento en que los dirigentes del PSOE y del PCE llegaron al gobierno de la República asumiendo importantes responsabilidades entre las que se encontraban ministerios, embajadas e incluso la presidencia, no renunciaron a la herencia de sus predecesores. Cuando los dirigentes del PSOE expresaban su firme compromiso con el respeto de los acuerdos internacionales previamente contraídos, es decir, con la Conferencia de Algeciras de 1906 y su actualización en 1925 para aplastar el levantamiento de Abd el-Krim, inevitablemente se encadenaban a la tarea de oprimir a los pueblos de las colonias. Igual ocurrió con los dirigentes del PCE, defensores de la línea política de Moscú de no provocar a Francia e Inglaterra haciendo inoportunas concesiones a los nacionalistas marroquíes.
Tenemos que insistir en que no estamos ante una política o un problema español. Poco tiene que ver la nacionalidad en esto, sino las ideas y los intereses de clase, o ¿es que acaso el Frente Popular francés actuó de forma distinta? Las justificadas críticas de los dirigentes del CAM sobre el nombramiento como residente general francés en Rabat del general Nogués en junio de 1936, eran una sombría predicción del recrudecimiento de la represión contra el movimiento nacionalista en el Protectorado francés y Argelia. En noviembre de 1937 estallaron movilizaciones en Casablanca que provocaron movimientos de solidaridad en Fez, Rabat, Salé, Uxda, Taza y otras muchas poblaciones. Las manifestaciones, que duraron varias semanas, fueron disueltas brutalmente y miles de activistas pro independencia internados en el campo de concentración de Bu Denib, en pleno Sahara, donde fueron sometidos a trabajos forzados. Huelgas y manifestaciones recorrieron también Argelia, en Bel Abbes, Orán, Tlemecén, Mostoganem, Marsa Le Compte, etc. Los muertos a manos de la Legión Francesa se contaron por decenas.
Demagogia fascista en Marruecos
Franco, tras conseguir el control total del Protectorado en las primeras horas del alzamiento, desarrolló una política planificada y consecuente para mantener y ampliar su influencia sobre este enclave estratégico. Situó al frente de tan importante misión al experimentado militar africanista Juan Luis Beigbeder [113], que en su calidad de delegado de Asuntos Indígenas fue mucho más allá del mero reclutamiento de tropas. Nombrado alto comisario de España en Marruecos el 13 de abril de 1937, Beigbeder desplegó una intensa campaña de propaganda basada en la demagogia, ofreciendo todo tipo de promesas, e incluso algunas concesiones, para convencer a los habitantes del territorio marroquí de las ventajas que tendría la victoria de aquellos que se habían sublevado contra la República. Desgraciadamente, la trampa mortal que los fascistas tendieron a los dirigentes de las cabilas funcionó, y el pueblo marroquí pagó un terrible precio por los errores de sus dirigentes.
Junto a los contactos mantenidos con los gobiernos de Madrid y París, así como con el Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya, también hubo dirigentes nacionalistas marroquíes que iniciaron conversaciones con los sublevados. Uno de los primeros en entrevistarse con Beigbeder fue el profesor El Mecqui Nasari, a quién se le prometieron concesiones democráticas. En opinión de Miguel Martín, el Comité de Acción Nacionalista “acordó aceptar la proposición fascista a sabiendas de que Franco pretendía manipularlos; nadie desconocía el pasado colonial del cabecilla sublevado, y que su libertad se acabaría el día en que los fascistas vencieran en la guerra. Pero era la única opción que les quedaba y pensaron que dispondrían de algún tiempo para desarrollar libremente sus actividades propagandísticas y organizativas” [114]. A pesar de la brillantez de muchas de las opiniones de Miguel Martín al que hemos citado ampliamente en este texto, no podemos sino discrepar totalmente con esta idea que plantea.
El sector dominante en el movimiento nacionalista marroquí de aquel momento, marcado por su extracción burguesa y pequeño burguesa, alejado de las tradiciones revolucionarias y clasistas del movimiento obrero, mostró sin pudor todas sus limitaciones políticas y puso su sello en esta oscura etapa de colaboración con los fascistas. En el momento decisivo de la guerra y la revolución quedaron en evidencia los límites de una dirección política incapaz de encabezar la lucha por la liberación nacional en la fase de desarrollo imperialista del capitalismo. Los dirigentes de la Internacional Comunista en sus primeros años abordaron esta realidad, advirtiendo que “la burguesía imperialista trata por todos los medios de que el movimiento reformista se desarrolle también entre los pueblos oprimidos. Entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias se ha producido cierto acercamiento, por lo que muy a menudo —y tal vez en la mayoría de los casos—, la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo contra los movimientos revolucionarios y las clases revolucionarias (…)” [115].
La colaboración de los dirigentes nacionalistas tendría consecuencias trágicas. Y, no sólo desde el punto de vista de las detenciones y asesinatos que se sucedieron tras la victoria fascista en la península. Se facilitaba además la utilización de sus propios compatriotas marroquíes como carne de cañón mercenaria dentro del ejército franquista. Se calcula en torno a 20.000 las bajas entre la tropa moras.
Es innegable que las circunstancias eran extraordinariamente difíciles, especialmente debido a la negativa del Frente Popular francés y español a poner en práctica una política internacionalista que permitiese unir a las masas de las metrópolis y de las colonias en un frente común contra los fascistas. Sin embargo, de haber existido en Marruecos una organización obrera, con influencia entre las masas y con un programa revolucionario, aún a pesar del abandono de los dirigentes obreros del otro lado del Estrecho hubiera podido enfrentarse a la demagogia fascista movilizando a los trabajadores y campesinos marroquíes a favor de la revolución española y de su propia liberación. Era necesario desenmascarar a estos falsos aliados, desnudando su auténtico rostro de verdugos.
Inevitablemente, la colaboración con los franquistas contribuyó a debilitar aún más los lazos internacionalistas entre el pueblo marroquí y la clase obrera en el Estado español. Sin embargo, y por encima de toda la frustración y decepción provocada por la actuación de la República, la derrota de los fascistas seguía siendo un objetivo común para las masas marroquíes y del Estado español.
Los mandos fascistas estaban totalmente decididos a conservar su supremacía en el Protectorado y actuaron enérgicamente, dando muestras de un gran oportunismo para atraerse el apoyo de la población, incluso de los sectores que se habían enfrentado anteriormente a la ocupación colonial. A principios de 1937 indultaron a Ben Hamed Ben Taibed, condenado a la pena de muerte por el Frente Popular por haber asesinado a un caíd colaboracionista. Se financiaron también peregrinaciones a la Meca en el trasatlántico Marqués de Comillas, rebautizado a tal fin con el nombre de Mogreb el Aska. A finales de enero el gobierno rebelde nombraría a un marroquí, Sid Mohamed Kaddor, cónsul español en Yedla y la Meca. La prensa nacionalista destacaba en sus editoriales los viajes gratuitos a la Meca: “mientras España envía a los peregrinos musulmanes de la zona del Protectorado en la espléndida motonave Mogreb el Aska con toda clase de cuidados y atenciones, el Frente Popular francés los almacena como ganado (…)” [116].
Por primera vez desde el establecimiento del Protectorado en 1912, se permitió la celebración de la pascua de Aid el Kebir [117], y el nuevo alto comisario ordenó engalanar las ciudades y consintió todo tipo de manifestaciones. “Una de ellas, con miles de musulmanes, banderas marroquíes y gritos de ¡Viva Marruecos! desfila delante del edificio del Alto Comisariado el 21 de febrero, donde una comisión es recibida por Beigbeder” [118]. El 24 de ese mismo mes, hablaron juntos en una conferencia el nacionalista marroquí Abdeljalek Torres y el falangista Pedro León, criticando este último a los partidos del Frente Popular por su negativa a conceder la independencia a Marruecos y anunciando la derogación de todas las leyes represivas. El 12 de marzo, preguntado por el periódico francés Le Temps sobre la adhesión de los nacionalistas marroquíes, Beigbeder declaró: “Saben que pueden contar con nosotros para asociarlos cada vez más a la administración de su país” [119]. Ese mismo mes se aprobó un decreto por el cual se reservaban el 75% de las plazas en la administración para los marroquíes. Beigbeder no dudó en instrumentalizar los sentimientos religiosos de la población en beneficio de los fascistas: “Nosotros no necesitamos hacer comentarios, porque el pueblo marroquí, como el cristiano, saben que nos persiguen los sin Dios y sin patria, esos malditos comunistas, que quieren hacernos desaparecer del mundo, mas no lo conseguirán, pues para eso los cristianos y musulmanes luchan juntos en esta Santa Cruzada y con la ayuda de Dios, en el que los rojos no creen, seremos los vencedores. ¡Viva España! ¡Viva Marruecos!” [120].
Los militares franquistas tampoco despreciaron la posibilidad de denunciar la represión del colonialismo francés en Marruecos y Argelia, y dieron asilo a los nacionalistas que huían de Rabat y Argel; incluso el propio Beigbeder llegó a redactar una carta de protesta al Residente general francés por la “bárbara represión sobre los patriotas norteafricanos”. El propio Queipo de Llano, conocido como el carnicero de Sevilla por su política de exterminio de obreros andaluces, alcanzando el paroxismo de la demagogia leyó personalmente por radio el discurso del secretario general del Partido Comunista Francés que anteriormente hemos citado, acusando a Thorez de colonialcomunista.
Finalmente, la consolidación del avance fascista en territorio español hacia que las unidades marroquíes fueran cada vez más prescindibles y por tanto también las concesiones a los moros. A partir de enero de 1938, los fascistas inician un recorte de los derechos democráticos reconocidos en el Protectorado. Beigbeder fue sustituido por el general Asensio. En abril de 1939, acabada la Guerra Civil los partidos son prohibidos, los sindicatos disueltos y los periódicos clausurados. “El ejército —escribía Manuel Benavides en La escuadra mandan los cabos— aplicaría a España los procedimientos seguidos en Marruecos. Lo mismo que en una operación de castigo se quemaban las cabilas, a los campesinos gallegos les quemarían las casas y las cosechas y les matarían los animales domésticos. Los montes y caminos se cubrían de escombros, de hombres y de bestias degollados, y un montón de restos carbonizados indicarían el sitio donde estuvo el lugar de fulano” [121]. En las inmejorables palabras de Miguel Martín: “hacia el verano el Rif presenta el mismo aspecto que España, detenciones, torturas, dirigentes exiliados, etc. (…)” [122].
VII. Epílogo. El último capítulo todavía no se ha escrito
Los efectos de la derrota y la salvaje represión que se desató tras ella, fueron profundos y terribles, pero no permanentes, nunca lo son. Las masas oprimidas cuentan en su haber con más derrotas que victorias, pero siempre, más tarde o más temprano, se vuelven a levantar.
La ansiada independencia de los pueblos africanos llegó. Sin embargo y a pesar de su indudable carácter progresista, en la medida en que el capitalismo no fue derrocado, las cadenas coloniales fueron sustituidas por otras menos visibles: las del intercambio desigual en el mercado mundial. Las grandes multinacionales de las antiguas metrópolis siguen hoy día esquilmando la riqueza de este maravilloso y gigantesco continente. Cuentan para ello con la colaboración de muchos gobiernos nativos que defienden los intereses combinados de la burguesía y oligarquía extranjera y nacional. La historia se repite. Una vez más, los gobiernos democráticos de Occidente no tienen ningún reparo en hacer la vista gorda ante la dictadura marroquí, la ausencia de derechos democráticos y las espantosas condiciones de vida de las masas. En el informe de 2010 de la Oficina de Económica y Comercial de la embajada española en Marruecos encontramos la explicación: “la inversión ha sido muy elevada no sólo por la cercanía del país magrebí a la península, sino también gracias a la apertura económica, a las múltiples reformas y en particular a los procesos de privatización que Marruecos inició a principios de los años noventa. Empresas españolas como Altadis, Fadesa, Alsa, Tecmed (filial de ACS), Endesa, Gamesa Eólica o Isofotón han sido adjudicatarias de importantes proyectos en tabaco, turismo, transporte urbano, recogida de vertidos sólidos y energías renovables (en el caso de las tres últimas) respectivamente”. Cuando el hambre y la desesperación provocada por esta rentable actividad económica empuja a miles hombres, mujeres y niños a arriesgar su vida cruzando el Estrecho en pateras en busca de un futuro que les permita sentirse tratados como seres humanos, los gobernantes europeos, autoproclamados portaestandartes de la libertad, no tienen el menor reparo en redactar y aplicar sus leyes racistas.
Esta repetición, sin embargo, no es más que una apariencia. Se ha producido un cambio decisivo. La clase obrera africana se ha fortalecido, ha crecido numéricamente, adquiriendo un mayor protagonismo político. Los primeros compases de la segunda década del siglo XXI pertenecen por derecho propio a las masas del Magreb. La revolución ha estallado en el norte de África y, en su avance vertiginoso, no ha respetado frontera alguna. Millones de hombres y mujeres se levantan contra sus opresores en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen, Marruecos, Argelia… Una vez más, las masas africanas escriben con su propia sangre páginas admirables. Y, nuevamente también, el combate que se desarrolla entre la revolución y la contrarrevolución es físico e ideológico, precisando tanto de hombres, mujeres y armas como de ideas.
Por su parte, los portavoces de las potencias imperialistas repiten un discurso similar al de sus homólogos del XIX con objeto de esconder ante los trabajadores de occidente su responsabilidad criminal en todo este asunto. En el momento de redactarse este texto se desarrolla una intervención imperialista en Libia. Difícil no pensar en el pueblo iraquí que, tras muchos años de intervención militar aliada para extender la democracia, vive un auténtico infierno de pobreza y opresión mientras cuenta por cientos de miles a sus muertos y exiliados.
A pesar de todo, bajo las toneladas de mentiras y propaganda con la que diariamente se nos oculta la verdad, se encuentran los hechos, concretos y verificables. Éstos prueban como los diferentes dictadores contra los que se levantan las masas norteafricanas eran —al margen de sus diferentes orígenes políticos y particularidades— socios de los diferentes poderes imperialistas. Caídos en desgracia sus agentes sobre el terreno, las potencias capitalistas maniobran desesperadamente para garantizar su control en la zona. La historia contemporánea de África demuestra lo que pueden esperar los pueblos que habitan este continente de estos falsos aliados imperialistas; más explotación y sufrimiento. Hoy como ayer, la lucha contra el yugo del imperialismo es una tarea que únicamente las masas oprimidas pueden acometer. La genuina igualdad y justicia social sólo puede venir del liderazgo político de la única clase que no precisa de la explotación para emanciparse: la clase obrera. Su programa, la transformación socialista de la sociedad, es la llave para satisfacer las necesidades materiales y democráticas de la aplastante mayoría.
Notas
73. Miguel Martín, Op. Cit., p. 173.
74. Francisco Sánchez Ruano, Op. Cit., pp. 38-39.
75. Todas las citas de este párrafo están presentes en el libro de Miguel Martín al que tantas veces nos hemos referido, cuya fuente es a su vez el libro producido por el propio PCE Guerra y revolución en España.
76. Pierre Broué, La revolución española (1931-1939). Ediciones Península. Barcelona, 1977, pp. 214 y 216.
77. Lluís Companys i Jover, catalanista, líder de Esquerra Republicana de Cataluña y presidente de la Generalidad de Cataluña desde 1934, durante la Guerra Civil Española y en el exilio francés hasta su fusilamiento por las autoridades franquistas.
78. Juan García Oliver, destacado dirigente anarquista. Cuando la CNT decidió entrar en el gobierno durante la guerra civil, aceptó asumir el cargo de ministro de Justicia bajo la presidencia de Francisco Largo Caballero, durante 1936 y el primer tercio de 1937. Meses antes ya había sido consejero de la Generalidad de Cataluña.
79. Buenaventura Durruti, extraordinario revolucionario y dirigente anarquista. Participó en la huelga general revolucionaria de 1917 como militante de la UGT, de la que sería expulsado por defender posiciones revolucionarias. Se trasladó en 1920 a Barcelona, donde se afilió a la CNT y posteriormente a la FAI. Durante las jornadas del golpe militar en Barcelona combatió en las calles de la ciudad al frente de los comités de defensa de la CNT aplastando el levantamiento. Inmediatamente organizó la columna de milicianos que llevaría su nombre y que luchó en el frente de Aragón. Murió el 20 de noviembre de 1936 en Madrid cuando combatía a los fascistas en el frente de la Ciudad Universitaria.
80. Abel Paz, La cuestión de Marruecos y la República española. Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Madrid, 2000, pp. 41-43.
81. Ibíd., p. 47.
82. Diego Abad de Santillán, dirigente anarquista. Entre diciembre de 1936 y abril de 1937 fue miembro del gobierno catalán con el cargo de consejero de Economía de la Generalidad de Cataluña.
83. Abel Paz, Op. Cit., p. 61.
84. Julio Álvarez del Vayo, miembro del PSOE. Al proclamarse la Segunda República, sirvió primero como embajador en México y fue elegido diputado al Congreso. Al estallar la guerra civil, fue designado Comisario General del Ejército y elegido por dos ocasiones ministro de Estado de 1937 a 1938. En el transcurso de aquellos años, aunque formalmente era miembro de la izquierda caballerista, se hizo un activo simpatizante del estalinismo.
85. Abel Paz, Op. Cit., p. 71 y 72.
86. El Comité de Acción Marroquí nace en 1934 en torno al agrupamiento de jóvenes intelectuales, entre los que destacarán Mohamed Hassan el-Ouazzani, Hadj Ahmed Balafredj y Allal el-Fassi.
87. Ambas citas se encuentra en Abel Paz, Op. Cit., p. 74.
88. Magriña, albañil y militante anarquista participante en la primera reunión con los nacionalistas marroquíes en Ginebra, recuerda con impacto el lujo en el que vivía el emir Chakib Arslane, con quien se entrevistaron, tal y como se recoge en el texto de Abel Paz.
89. David Rousset, ingresó en las Juventudes Socialistas pero rápidamente se orientó al trotskismo, siendo uno de los fundadores de la sección francesa del Partido Obrero Internacional. Terminada la Guerra Civil española se enroló en la Resistencia Francesa. Convertido en un autor de renombre, su denuncia del estalinismo le acarreó brutales ataques por parte de la dirección del PCF.
90. Abel Paz, Op. Cit., p. 121.
91. Ronald Fraser, Recuérdalo tú, recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española. Edit. Grijalbo Mondadori. Barcelona, 1979, Vol. I, pp. 297-98.
92. Burnett Bolloten, Op. Cit., p. 307.
93. Ibíd., p. 192.
94. Información obtenida del libro de Ronald Fraser al que anteriormente hemos hecho referencia.
95. Burnet Bolloten, Op. Cit., pp. 190-91.
96. Ibíd., p. 195.
97. Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), creado en 1935 de la fusión de la Izquierda Comunista y el Bloque Obrero y Campesino. Entre sus máximos dirigentes destacó Andreu Nin, que militó en las filas del trotskismo desde 1926 y era el líder de la Izquierda Comunista, y Joaquín Maurín, dirigente del Bloque Obrero y Campesino (BOC). Nin mantuvo en los últimos años de su vida serias divergencias políticas con Trotsky —una de las más destacadas acerca de la participación del POUM en el Frente Popular— que finalmente llevaron a su ruptura con el revolucionario ruso. En cualquier caso, Andreu Nin, fue durante toda su vida un destacado militante de la izquierda revolucionaria que denunció la degeneración estalinista de la URSS. Detenido en junio de 1937 por la policía política estalinista fue torturado y finalmente asesinado.
98. Abel Paz, Op. Cit., p. 116.
99. Ibíd., p. 86.
100. Abel Paz, Op. Cit., pp. 91-92.
101. Ibíd., p. 93.
102. El Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) partido catalán de la órbita estalinista federado originalmente con el Partido Comunista de España
103. Abel Paz, Op. Cit., p. 159.
104. Ibíd., p. 151.
105. Ibíd., p. 95-96.
106. Cita de las Obras Completas de Lenin extraída del libro de Ted Grant, Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente. Fundación Federico Engels. Madrid, 2000, pp. 93-94.
107. Burnett Bolloten, Op. Cit., p. 316.
108. Ibíd., p. 320.
109. Ronald Fraser, Op. Cit., Volumen I, p. 389 y 390.
110. Ibíd., Volumen II, p. 381.
111. Miguel Martín, Op. Cit., p. 177.
112. Ibíd., p. 186.
113. Participó en las guerras de África de 1909-1910. Actuó en Aid Yedida, Benicorfet, Beni-Hosmar, Beni-Salem y en la marcha sobre Xauen, llegando a alcanzar con el tiempo el grado de teniente coronel.
114. Ibíd., p. 187.
115. La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos, pp. 463-64.
116. Miguel Martín, Op. Cit., p. 188.
117. Importante festividad musulmana con arraigada tradición.
118. Miguel Martín, Op. Cit., p. 188.
119. Ibíd., p. 188.
120. Ibíd., p. 190.
121. Ibíd., p. 139-40.
122. Ibíd., p. 194.